OTRA CARGA
Todos los más grandes enemigos
de Dios y de la Iglesia en nuestro país están concentrando sus fuerzas para
continuar la batalla y para dar una nueva carga, en combate formidable, a la
causa noble y santa de la verdad. El protestantismo hace esfuerzos desesperados
por penetrar a todas partes, por llegar al corazón de las masas, por
arrebatarnos a la juventud por invadirlo todo. La Masonería cobra bríos, se
reorganiza y se prepara también para embestir y para llevar adelante y en alto
el estandarte de la rebelión contra Dios y contra la Iglesia. La revolución,
que es aliada fiel tanto del protestantismo como de la Masonería, sigue en
marcha tenaz hacia la demolición del catolicismo y bate el pensamiento de los
católicos en la prensa, en la escuela, en la calle, en las plazas, en los
parlamentos, en las leyes: en todas partes.
Nos hallamos en presencia de un
triple e inmensa conjuración contra los principios sagrados de la Iglesia, que
son los únicos sillares, los únicos verdaderos fundamentos de la civilización.
Se recrudecerá el combate; se multiplicarán los esfuerzos de los propagadores
del mal y de los portaestandartes del error y bien pronto se dejará sentir como
una inmensa oleada devastadora que herirá todo: el hogar, la familia, la escuela,
el pensamiento, el individuo; en fin, todo. Y la guerra se impone; la guerra
santa de las ideas, de las palabras tendrá que librarse a pesar del espíritu de
cobardía de muchos católicos y del amor ardiente que sienten pro sus propias
comodidades y por su catolicismo de reposo, de pereza, de apatía, de inercia y
de inacción. De manera que tendremos que combatir; estaremos obligados hoy más
que nunca a batirnos, a buscar un puesto bajo la tienda de campaña donde tiene
que rugir el odio en torno de las palabras y de las ideas. Pero no solamente
tenemos que combatir, sino que hoy tenemos que combatir de manera de
aproximarnos siquiera a la victoria. En otros términos, el ideal de combate,
tan antiguo como el Cristianismo, tiene que ser ideal supremo de todo católico.
Porque cada católico fue consagrado soldado de Cristo y su misión es batirse
hoy, batirse mañana, batirse siempre bajo el estandarte de la verdad. Pero no
solamente es necesario que cada católico busque supuesto de combatiente y de
soldado de Cristo sino que ahora no vamos a incurrir en el viejo, en el gastado
error de combatir, adrede por desorientación, por alta de táctica,
desigualmente con nuestros enemigos. Porque hoy ya sabemos que nuestras armas
fundamentales son: la prensa, la escuela, la organización y la acción
infatigable. Con estos elementos iremos en línea recta hacia la victoria. Por
esto nadie, entre los católicos, debe dejar de proteger la prensa, nadie debe
estar aislado ni nadie estar a pierna suelta.
Hay que escoger
La cuestión de la escuela sigue siendo una cuestión de vida o muerte.
Porque de la escuela depende fundamentalmente el porvenir de la juventud, el
porvenir de las familias y el porvenir de la Patria. Por no haberlo querido
comprender así, y sobre todo por no haber querido resolver esa cuestión de
manera que se aseguraran los intereses sagrados de la conciencia, hemos llegado
a este extremo de ignominia, de decaimiento y de postración. Los padres de
familia, que son los que deben resolver satisfactoriamente la cuestión de la
escuela, de modo que ante todo y sobre todo, las generaciones lleven encendida
sobre el alma la antorcha de la religión y en lo íntimo de su corazón arraigado
el hábito de hacer el bien, no quisieron resolver el problema. Y hoy, como el
sembrador de cizaña, los padres de familia por haber mandado, sin ningún
escrúpulo, sin ningún esfuerzo diligente por evitarles a sus hijos la
perversión del alma, del pensamiento y del corazón, más funesta que todas las
pérdidas materiales, a la escuela laica, es decir, a la escuela oficial, a la
escuela sin Dios, han dado a la sociedad toda esa enorme legión de
perseguidores de la Iglesia. Y es necesario que todos los padres de familia,
ante esa inmensa catástrofe moral de que somos víctimas y testigos, ante ese
desbordamiento de odio a Dios, abran grandemente los ojos y se den cuenta de
que la cuestión de la escuela es una cuestión gravísima que no resuelve ni
mucho menos, mandando a los hijos a la escuela sin Dios, es decir, a la escuela
oficial. Y sobre todo los padres de familia deben tener entendido que su
responsabilidad es tremenda ante el porvenir de sus hijos, ante el porvenir de
la patria, ante la historia. Porque de los padres de familia, según sea la
escuela a donde envíen a sus hijos, depende que mañana la patria tenga fuertes
y altos ciudadanos que se consagren con ahínco y afán incansable a procurar de
hecho, con supremo desinterés, con abnegación sin medida, el verdadero progreso
de nuestra sociedad o que tenga hombres de espíritu enfermizo, mezquino y egoísta
que solamente busquen, como todos los revolucionarios engendrados por la
escuela sin Dios, su propio mejoramiento, sin cuidarse ni poco ni mucho del
bien público. Más aún, de los padres de familia depende que Dios siga siendo
perseguido con odio satánico en todas partes y que la Iglesia continúe siendo
apuñalada por sus verdugos. Y es el instante de estar a la altura del alto
deber de padres de familia. Es el momento de escoger entre la perversión de
alma de la niñez y de la juventud, brotes que lleven en germen el porvenir
entero de la Patria y de la esperanza del mañana. Más claro: hay que escoger
entre la escuela sin Dios y la escuela que haga y forje verdaderos ciudadanos
que sepan y quieran sacrificarse por el bien público. Se podrán hacer muchas objeciones
a todo esto; se podrán alegar muchas cosas; sin embargo, todo el inmenso montón
de ruinas que se alza delante de nuestros ojos, nos está diciendo que no hay
medio; o la escuela sin Dios y nos hundiremos más de lo que estamos o la
escuela con Dios y tarde o pronto, pero algún día, volverá a reinar Dios en las
conciencias y la Iglesia a ser respetada y amada por todos. Con esas armas esperamos a pie firme la nueva carga que preparan los
grandes enemigos de Dios y alcanzaremos la victoria.
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