DONDE VA EL ALMA
El alma se separa del
cuerpo… La muerte es la consecuencia del pecado, y es común a todos los
hombres. Aunque uno sea incrédulo, no puede huir de la realidad de la muerte.
Todos tenemos que morir, lo sabemos, pero raramente encontramos quién se
preocupe de ello, aún cuando se ha llegado a la extrema vejez. Yo soy viejo,
tengo 77 años, sé que estoy cerca de la muerte, pero no siento en mí la muerte,
siento la vida, aún cuando, por la vejez me doy cuenta que no tengo la fuerza
para hacer ciertas cosas. La razón de este fenómeno interno, está en el alma y
en su inmortalidad. Tenemos el alma que es inmortal, y como tal siempre joven. Al llegar a la vejez
tenemos la impresión de una doble fisonomía: la primera es tener una cara y un
cuerpo bastante diversos de aquel que es por los años, si nos miramos en un
espejo o en una fotografía, tenemos una desconcertante sorpresa, porque notamos
el inexorable deterioro del cuerpo. Es esta una fisonomía tan diversa de
aquella que sentimos internamente. También este fenómeno es un testimonio de la
realidad del alma inmortal. El cuerpo es instrumento del alma; cuando el
instrumento está en mal estado y no sirve, se trata de arreglarlo. Cuando no
sirve más, se lo elimina. El cuerpo, instrumento del
alma cuando se envejece comienza a ponerse inútil. Se trata de mejorarlo, y
puede servir todavía, pero menos que antes. Después se debilita hasta el
gradual deterioro de los órganos, hasta que no pudiendo ser instrumento del
alma, ésta lo abandona y llega la muerte. Los esfuerzos hechos para huir de la
muerte con los médicos y las medicinas, a menudo la aceleran. El cuerpo
responde menos al impulso del alma, y muere poco a poco, a medida que los órganos
internos se destruyen. El corazón comienza a ceder, la circulación se altera,
la respiración se vuelve dificultosa porque a los pulmones les falta fuerza, se
cansan, y por el cansancio se acumula el anhídrido carbónico en el organismo,
después el colapso, luego la muerte, la inevitable muerte.
¿Y el alma que hace? Como
ella da la vida al cuerpo entero y a cada una de sus partes, permanece toda en
el cuerpo, hasta que haya una célula viva todavía capaz de ser activada por el
alma. Después, cuando también esta célula está incapacitada y el cuerpo va hacia
la destrucción, entonces el alma se separa del cuerpo. Los dolores particulares
del cuerpo humano se deben no sólo a la sensibilidad de los órganos, que por
los nervios, se concentran en el cerebro y por el cerebro en el alma que lo
vivifica, sino que son debido también a la falta de acción del alma, cuando no
puede actuar completamente por los órganos del cuerpo. Aquellos dolores son como
una muerte parcial que puede pasar del dolor al espasmo, como sucede, por
ejemplo, cuando se saca un diente careado. La muerte por lo tanto es un dolor
total, es la separación del alma del cuerpo en un espasmo terrible, que es temperado
sólo por la agonía. Pareciera una paradoja, y sin embargo es así: la falta de la
respiración tiene una función anestesiante, por el cual los dolores se siente
menos. Por lo tanto, en la agonía de un moribundo poner una inyección
activante, de alcanfor o similar, es un error que puede causar al moribundo
espasmos terribles por el despertar de la sensibilidad, y este despertar podría
llevar al moribundo a la desesperación. Como gusanillo que sale del capullo El alma es toda
espiritual, y sale del cuerpo en la plenitud de la vida del espíritu, como gusanillo que sale del capullo y lo deja abandonado. Sale en la perenne
juventud de la inmortalidad, intelecto y voluntad, que busca su objetivo: la
Eterna Verdad y el Eterno Bien. Está fuera del mundo, y lanzado a lo alto, con
razón tiende a ir sólo a Dios, su único fin. El alma sin embargo, no es como
Dios la ha creado al infundirla en el cuerpo, no es como Jesús la ha redimido,
sino que lleva consigo las propias responsabilidades y, éstas en el instante
mismo de la separación del cuerpo, aparecen no en la nebulosa luz de la propia
conciencia, sino en la esplendorosa luz de la Verdad eterna.
Nuestra conciencia es
elástica, y se presta a justificaciones que no corresponden a la realidad, porque nosotros, por nuestro natural orgullo, tratamos
siempre de justificarnos. En Nápoles, dicen con escultural expresión que “la
conciencia es como la piel, cuando la estira se extiende”. Pero a la luz de la
Verdad eterna, el alma se reconoce por aquello que es, con una evidencia que no
puede encontrar disculpas o justificaciones. Es una sorpresa que es terrible si
el alma está en pecado mortal, porque el pecado la vuelve horriblemente desfiguradas; si el alma está en gracia de Dios,
pero manchada de pequeñas culpas, y deformada por las imperfecciones, experimenta
una gran confusión. El alma condenada es como un peso que tiende al abismo, aun
sintiendo la natural inclinación hacia Dios; el alma en gracia imperfecta es
como un cohete…. Que no la puede llevar hacia Dios, porque no funciona, está
atascado, no sale. El alma por lo tanto tiende no al abismo, que es lo
contrapuesto a la gloria, sino que tiende a purificarse, y considera como un
don el poder purificarse, aunque sea entre dolores.
El alma en estado de
pecado mortal está tan lejos de Dios, que permanece en un estado de muerte
espiritual, cae en el abismo, como en una nueva espantosa vida, en la cual no
encuentra sino el gusano de sus culpas que la vence atormentándola. Por esto,
se genera en ella el odio, y los siete pecados mortales la vuelven infeliz, porque
la siguen como si estuviera revestida de un nuevo cuerpo, cargado de todas las
enfermedades. Conserva sin embargo, el natural ímpetu de criatura que tiende a
Dios, pero este natural ímpetu no puede llegar a la meta que se vuelve atormentadora
y repugnante, y por lo tanto no le queda más que desesperación y el eterno
horror. Es como una sustancia putrefacta que no es más dulcísimo crema, sino
agusanada masa. El alma en gracia pero en parte manchada, es como paloma de
alas heridas que no puede volar, pero tiende a Dios con el amor, por el estado
de gracia que la atrae a Él, y busca el modo de purificarse, implorándole su
misericordia. El alma condenada es una miserable viajera que ha llegado al fin
eterno de un peregrinaje. El alma en gracia es una viajera que ha llegado al
fin a la vida eterna, pero en la purificación debe continuar todavía viajera,
para purificarse en un penoso peregrinaje de amor. El condenado está en el
eterno dolor, el ánima purgante sigue en el camino del peregrinaje, está todavía
en el tiempo, y espera el feliz día, de la unión plena con Dios. Por esto el
Purgatorio está todavía en el tiempo, y la purificación es
contabilizada con el tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario