SECCIÓN 2
El espíritu de los Santos es un espíritu de acción de gracias.
El espíritu de los Santos es un espíritu de acción de gracias.
El espíritu,
característico de los Santos ha sido en todas las épocas un espíritu de acción de gracias; la acción de gracias fue siempre su oración favorita, y cuando la humana ingratitud angustiaba su amor divino, convidaban entonces a los animales y criaturas inanimadas a bendecir a la infinita bondad de su Hacedor y Padre misericordioso y compasivo. Traslademos aquí un
bellísimo pasaje de San Lorenzo Justiniano en su Tratado de la obediencia: «Quienquiera que -son palabras del Santo- intentare enumerar todos los beneficios divinos, se asemejaría a aquel que tratase de encerrar en un pequeño vaso el inmenso piélago de aguas del vasto Océano; y todavía sería más fácil esta operación que la de publicar con la humana elocuencia las innumerables larguezas divinas. Pero si bien
semejantes mercedes son inexplicables, no menos por su muchedumbre y grandeza, qué por su incomprensibilidad, no deben, sin embargo, pasarse en silencio, abandonándolas a un olvido completo; porque aunque nos sea imposible apreciarlas debidamente, preciso es, con todo, que sean confesadas con la boca, reverenciadas con el corazón y honradas con cristiana religiosidad, según es dado a nuestra mísera flaqueza humana. La lengua, ciertamente, es incapaz de explicarlas,
cero fácil cosa es encarecerlas con los tiernos y piadosos afectos de nuestro
corazón; y la misericordia infinita de nuestro eterno Creador y Señor se
dignará aceptar benigna no sólo lo que podemos practicar, mas también aquello mismo
que deseamos poner por obra, pues que cuenta como méritos del justo, así las
obras buenas que ejecuta, como el deseo de su voluntad.»
Cuéntase que el
Eterno Padre reveló a Santa Catalina de Sena que el hacimiento de gracias hace
al alma deleitarse incesantemente en su soberana Majestad, que libra a los
hombres de toda negligencia y tibieza en el servicio divino, e inspira en su ánimo
vivísimos deseos de complacerle más y más cada día en todas las cosas. El
aumento de la acción de gracias es la razón que el Señor da a Santa Brígida
para la institución del sacrificio augusto de la Misa: Diariamente; le dice,
se está inmolando mi Cuerpo sobre el ara del altar, para que el hombre
se encienda en la llama del divino amor y recuerde con más frecuencia
mis beneficios. Dichoso aquel, exclama San Bernardo, que a cada
gracia que recibe se vuelve con el pensamiento a Aquel en quien se halla
la plenitud de todas las gracias; porque si correspondemos agradecidos a
los favores que nos ha otorgado, alcanzaremos ulteriores mercedes de sus
divinas manos.
Y en otro lugar
añade el mismo Santo Doctor: Hablad a Dios con hacimiento de gracias,
y veréis cómo conseguís abundantes beneficios de su infinita
liberalidad. Oigamos a este propósito a San Lorenzo Justiniano: Como
observe el Señor que correspondéis agradecidos a sus divinas larguezas,
os colmará entonces de singulares dones, a cuales más ricos y regalados.
Últimamente, le fue revelado a Santa María Magdalena de Pazzi que la acción de
gracias disponía el alma a recibir las infinitas larguezas del Verbo Eterno. Detente
ahora, lector amado, y medita unos cuantos minutos sobre el Verbo Eterno;
recuerda que es la segunda persona de la Beatísima Trinidad, el Hijo Unigénito
del Padre, el esplendor de su divina Majestad, la Sabiduría increada, la Persona
misma que encamó y murió por nosotros, Aquel que envió al Espíritu Santo, quien
nos dio a María y se da a sí mismo en el Santísimo Sacramento; Aquel en cuya
mente se revuelven en este momento los innumerables lustros de todas las
criaturas posibles.
Pondera igualmente
que sus infinitas larguezas carecen de límites y medida, que nos es imposible
contar su número, secar su frescura, penetrar su excelencia, abarcar su plenitud
y dar inteligibles nombres humanos a sus especies, invenciones, variedades, portentos
y singulares maravillas. ¡Oh si tuviésemos una muy especial devoción a la
Persona del Verbo Eterno! ¡Si nos fuese dado leer todas las grandezas que la
Iglesia puede de Él contarnos, y luego nos resolviésemos a meditar y hacer actos
de amor sobre aquello mismo que estamos leyendo! ¡Oh qué medio este tan eficaz
para aumentar nuestra devoción hacia la Sacratísima Humanidad del Hijo
Unigénito del Padre para velar en su pesebre, y gemir sobre su Cruz, y adorarle
en su tabernáculo, y ampararnos y guarecernos en el seno de su Sagrado Corazón!
Pide, pues, a San
Miguel, San Juan Evangelista y San Atanasio, que te alcancen esta devoción,
pues que sus ruegos tienen un especial valimiento ante el acatamiento divino
para procurarnos tan singular beneficio, y verás cómo corres por los caminos de
Dios luego que el calor de dicha devoción haya convertido tu corazón en homo de
fuego. Ten igualmente presente que el mismo Señor nos ha dicho, por boca de su
sierva Santa María Magdalena de Pazzi, que la acción de gracias prepara el alma
a las divinas larguezas del Verbo Eterno. Ya ves, pues, la necesidad en que
estás de empezar desde hoy, ahora mismo, un nuevo género de gracias más digno
del Rey de la majestad que aquellas poco frecuentes formalidades, simples
cortesías y meros respetos con que hasta aquí te has contentado para
corresponder agradecido a los inestimables favores y señaladas larguezas con
que el Señor se ha dignado colmarte a pesar de tu ruindad y bajeza. Hazle, sí,
en este mismo momento semejante promesa, y en seguida, más encendido el corazón
en la llama del divino amor, prosigue leyendo.
Cuenta San
Buenaventura, o mejor dicho, el autor de las Meditaciones sobre la Vida de
Cristo, que la Santísima Virgen daba gracias a Dios sin intermisión; y a
fin de que las salutaciones ordinarias no la distrajesen en sus alabanzas al
Altísimo, cuando alguno la saludaba, tenía la costumbre de contestarle; Deo
gradas; adoptando no pocos Santos, a ejemplo suyo, la misma práctica
piadosa. El P. Diego Martínez, de la Compañía de Jesús, llamado «el Apóstol del
Perú» por su celo por la salvación de las almas e infatigable laboriosidad en
aquella provincia, solía diariamente decir cuatrocientos y hasta seiscientos Deo
gratias, llevando consigo cierta especie de rosario para ser puntual en el
número de veces que se había propuesto recitar semejantes palabras; y sin cesar
estaba induciendo a los demás a practicar la misma devoción, asegurando que
ignoraba hubiese ninguna breve jaculatoria más acepta a los divinos ojos,
siempre, por de contado, que se dijese con devota intención.
Cuéntase igualmente
de este religioso, en el sumario de su proceso, que los actos formales de amor de
Dios que cada día practicaba llegaban no raras veces a varios miles. Refiere
Lancisio, tomándolo de Filón, que existía entre los judío una tradición
bastante original, la cual es como sigue: «Luego que Dios hubo creado el mundo,
preguntó a los Ángeles qué juicio habían formado sobre esta obra de sus divinas
manos, y uno de ellos se atrevió a contestarle, diciendo: que como era tan
grandiosa y perfecta, le parecía que faltaba una cosa solamente, es a saber:
una voz clara, sonora y armoniosa que estuviese sin cesar llenando con su eco
todos los ángulos del mundo, para de esta suerte ofrecer día y noche a su Hacedor
continuas acciones de gracias por los beneficios e incomparables mercedes con
que la había enriquecido. Ignoraban aquellos espíritus bienaventurados que
había de llegar época en la cual tenía que llenar el Santísimo Sacramento la
función sublime de alabar, y glorificar al Creador del universo; y ved aquí la razón
por qué nuestra acción de gracias no debía ser un ejercicio de devoción
practicado de vez en cuando, pues la voz del amor que se mantiene siempre vivo
y lleno de frescura y lozanía en el fondo de nuestros corazones preciso es que
se oiga sin cesar.
En varios de los
pasajes de San Pablo arriba citados habla el Apóstol de los ruegos con acción
de gracias como si no pudiese haber oración alguna de la cual no forme parte el
hacimiento de gracias; cuyo lenguaje es asimismo una confirmación de lo que
llevo dicho, esto es, que el Espíritu de la Eucaristía se encuentra en todo
acto de devoción católica. «Paréceme -afirma San Gregorio Niseno- que si
durante toda nuestra vida estuviésemos conversando con Dios sin interrupción ni
distracción alguna, y no haciendo otra cosa más que rendirle acciones de
gracias por sus inefables larguezas, tan lejos estaríamos de corresponder
agradecidos a nuestro celestial Bienhechor, como si nunca nos hubiese ocurrido
semejante pensamiento. Efectivamente, el tiempo comprende tres partes: pasado,
presente y futuro. Si examinamos el presente, veremos que Dios es por quien vivimos;
si el futuro, Él es el objeto de todas nuestras esperanzas, y si consideramos,
por fin, el pasado, veremos igualmente que jamás hubiéramos existido si Dios no
nos hubiese creado. Beneficio suyo fue, pues, el que naciésemos, y aun después
de nacidos, nuestra vida y hasta nuestra misma muerte fueron, como asegura San
Pablo, singulares mercedes de sus liberales manos, y cualesquiera que sean
nuestras esperanzas futuras, están asimismo pendientes de los beneficios divinos.
Sólo, pues, somos dueños del presente, y, en su consecuencia, aunque nunca
jamás interrumpiésemos las acciones de gracias durante todo el curso de nuestra
vida, difícilmente haríamos todavía lo bastante para corresponder agradecidos
al favor, que es siempre presente; pero nuestra imaginación no puede concebir
ningún método posible para mostrar nuestro reconocimiento por el pasado, y el
tiempo futuro.» Como por vía de apéndice a estas autoridades, paréceme que no será
inoportuno añadir que la Iglesia ha concedido indulgencias a varias fórmulas de
acciones de gracias para aficionar más y más a sus hijos a que glorifiquen a Dios
con tan santas devociones.
Ya se nos ofrecerá
ocasión de recordar que no pocas de estas son acciones de gracias a la Beatísima Trinidad por los singulares dones y señaladas mercedes con que enriqueciera a la Virgen Maria,
Reina y Señora nuestra. Nos servirá, ciertamente, de poderoso auxiliar en
nuestro agradecimiento la clasificación de los principales beneficios por los cuales
estamos obligados a rendir a Dios continuas acciones de gracias, y yo
aconsejaría que en esta materia, como en muchas otras, siguiésemos el orden y
método que propone el Padre Lancisio.
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