SI SUCEDE LO MISMO CON LOS
PECADOS DE FRAGILIDAD
PECADOS DE FRAGILIDAD
Sin querer excusar
desmedidamente los pecados de debilidad, de que con harta frecuencia se hacen
culpables aun los buenos cristianos, es preciso reconocer que media un abismo
entre aquéllos que los cometen y aquéllos que la Sagrada Escritura llama
generalmente “los pecadores” . Éstos son las almas perversas, los corazones
impenitentes, que hacen el mal por hábito, sin remordimiento, como una cosa muy
sencilla, y que viven sin Dios, en rebelión 'permanente contra Jesucristo.
Éstos son los pecadores propiamente dichos, los pecadores de profesión. “Pecan
mientras viven —decía de ellos San Gregorio— ; pecarían siempre, si siempre pudiesen
vivir; quisieran vivir siempre para pecar siempre. Una vez muertos, exige evidentemente
la justicia del Soberano Juez, que no queden nunca sin castigo, puesto que no
han querido quedar nunca sin pecado”.
No sucede así, empero, con
los otros. Muchas pobres almas caen en pecado mortal, y sin embargo no son
malas ni corrompidas, y mucho menos impías. No obran mal sino por ocasión y
arrastradas; es la debilidad la que las hace caer, y no la afición al mal en
que caen. Semejante a un niño que se arrancase de los brazos de su madre por
violencia o por seducción; que se dejase así separar y alejar de ella, pero con
sentimiento, sin perderla de vista y como extendiéndole los brazos, y que apenas
el seductor lo ha dejado, vuelve, corre a echarse arrepentido y alegre en los
brazos de su buena madre. Tales son los pobres pecadores de ocasión, casi de
casualidad, que no aman .el mal que cometen y cuya voluntad no está gangrenada,
al menos en el fondo. Sufren el pecado más bien que lo buscan, y se arrepienten
apenas a él se entregan. Tales pecados encierran indudablemente menos malicia y
gravedad. ¿Y cómo la adorable misericordia del Salvador no concedería
fácilmente, en particular a la hora decisiva de la muerte, grandes gracias de arrepentimiento y de perdón a hijos pródigos que al ofenderle no le han vuelto
la espalda, y que al dejarse arrastrar lejos de Él, no le han perdido de vista
ni dejado de desearlo? Puédese afirmar que Dios, que ha dicho: “No rechazaré
jamás al que venga a Mí, hallará casi siempre en su Divino Corazón secretos
de gracias y de misericordias para arrancar esas pobres almas a la condenación
eterna. Pero digámoslo en alta voz, es esto un secreto del Corazón de Dios, un
secreto impenetrable para las criaturas y con el cual no debe contarse
demasiado, pues deja, sin embargo, del todo subsistente la temible doctrina,
que es de fe, a saber: que todo hombre que muere en estado de pecado mortal,
está condenado eternamente y destinado en el infierno a los castigos que sus
faltas merecen.
Una palabra más para
terminar. Los entendimientos sutiles y las “almas sensibles”, los aficionados
a argumentar en vez de creer simplemente y de santificarse, pueden estar
tranquilos con respecto a los condenados. La justicia, la bondad, la santidad
de Nuestro Señor, dispondrán lo más conveniente, sea en el infierno, sea en el
purgatorio, sin que quepa sombra ni siquiera posibilidad, de alguna injusticia.
Todos los que estarán en el infierno habrán muy bien merecido estar y
permanecer en él eternamente; por terribles que puedan ser sus penas, serán
absolutamente proporcionadas a sus faltas. No sucede como en los tribunales, en
las leyes y jueces de la tierra, que pueden engañarse y castigar injustamente
por exceso o por defecto: el Juez eterno y soberano, Jesucristo, lo sabe, lo ve
y lo puede todo; es más que justo, es la misma justicia, y en la eternidad,
según nos ha declarado por su propia boca, "dará a cada uno según sus
obras” ni más ni menos. Por consiguiente, por espantosas, por incomprensibles
que sean para el entendimiento humano las penas eternas del infierno, son y
serán soberanamente, eternamente justas.
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