Santa Misa en los altos de Jalisco
XXVII
“Como la
pinten brinco, y al son que me toquen bailo”
(dijo
un cristero de escasos dieciséis años.)
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COINCIDIENDO CON LAS GESTIONES DIPLOMÁTICAS del
embajador Morrow y la actividad política del presidente Portes Gil para poner término al conflicto religioso, que se alza cada vez más amenazador, el gobierno arroja a la contienda toda su fuerza militar
y pone en juego su astucia, en un intento desesperado para vencer. A mediados de mayo entró a Colima el general Eulogio Ortiz al frente de una enorme columna
abundantemente provista de armas y equipos yankis.
Aparatosamente desfilaron durante varias horas, atronando el aire con sus
bandas de guerra y el ruido de los escapes de sus vehículos.
Implantaron la ley marcial, y se hicieron necesarios salvoconductos para entrar
a las principales poblaciones del Estado y para transitar por sus caminos.
El general Saturnino Cedillo, con sus tropas y las defensas agrarias,
tiene a su cargo el cuidado de las comunicaciones ferroviarias de Irapuato a
Manzanillo y ordenó el fusilamiento inmediato, sin previa causa, de
todo individuo que se encuentre en las inmediaciones de las vías. En plataformas de
ferrocarril llegaron a Guadalajara aviones militares, cuya misión es localizar a los grupos libertadores y bombardear sus posiciones. A
los Altos de Jalisco mandaron oficiales especializados en los Estados Unidos
del Norte en Artillería de montaña.
El general Ortiz trajo en rehenes un sacerdote, al que envió al campamento eristero de Palmita para proponernos la amnistía.
Este describió al detalle los elementos con que cuenta el
enemigo para iniciar el ataque: dispone de cientos de cañones de diversos tipos, ametralladoras, aviones y varios miles de
soldados bien equipados y con sobrada dotación de
parque.
-Como la pinten brinco, y al son que me toquen bailo -dijo un cristero
de escasos dieciséis años.
-¿Y usté qué dijo? ¡Ya se rindieron!, ¿no? -¡ A ver de cuál pellejo salen más
correas!
-Se me figura que éste no es Cura -comentó otro.
Los libertadores lo acusaron de ser espía del
enemigo y no faltó quien propusiera que lo fusilaran como tal.
Afortunadamente la disciplina era rigurosa y esperaron la decisión del general Salazar, quien ordenó dejarlo
libre. Después los
aviones arrojaron avisos ofreciendo dinero a quienes se rindieran. Mayor prima
era para los de más categoría. Algunos jefes callistas ofrecieron reconocer
los grados y dar de alta en el ejército de la Federación a los
libertadores que lo solicitaran. Esta maniobra también fracasó, pues los que luchan en nuestras filas lo hacen por convicción, con absoluta confianza en Cristo Rey. En regiones próximas movilizan sus contingentes los generales Manuel Ávila Camacho, Lázaro Cárdenas y otros. Los aeroplanos vuelan
constantemente sobre nuestras posiciones y en ocasiones tan bajo que podemos
distinguir sus tripulantes.
El 24 de mayo celebramos ferviente ceremonia religiosa en honor de María Auxilio de los Cristianos. Todo el día estuvo
expuesto el Santísimo Sacramento, mientras llegaban correos con la
noticia de que la movilización del ejército de
Eulogio Ortiz se había iniciado. El Trisagio, cantado y coreado por
cientos de pechos varoniles que ardían de fe, nos llenó de emoción en aquella víspera de combate. ¡Señor Dios! En dulce canto Te alaban los Querubines. y Ángeles y Serafines Dicen: Santo, Santo, Santo. El monte retumbó cuando
la gente careaba: Santo, Santo, Santo, Señor Dios
de los ejércitos. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal... Al día siguiente tomamos posiciones en espera del
enemigo y empezó el bombardeo de los aviones militares. Las bombas
abrían enormes cráteres y hacían estremecer
la montaña entera; pero desde los primeros impactos nos dimos cuenta de que
carecen de puntería. Después,
volando bajo, dirigieron sobre nosotros el fuego de sus ametralladoras, con la
misma falta de precisión. Al primer vuelo nos tomaron desprevenidos, pero
después los recibimos con tiros de fusil y tocamos a varios, por lo que
desistieron de volar bajo y sus
descargas fueron aún menos peligrosas.
Durante tres días sólo tuvimos esos ataques aéreos, que llegaron a constituir una diversión para
nuestros soldados, que se burlaban alegremente de los aeroplanos, saltando en
campo despejado y haciendo señas a los pilotos. Los guachos tomaron contacto con los nuestros
el día 28. El general Andrés Salazar fue el primero en resistirlos en su
campamento de Cerro Grande. Tácticamente fue retrocediendo y en Camo Cuatro
presentó combate y les hizo gran mortandad. No obstante, tuvieron los nuestros
que retirarse debido a la enorme superioridad del enemigo. Se dirigieron por la
antigua vía del ferrocarril y ganaron la cima del cerro y se parapetaron en un
alto corte desde donde les infligieron tremendo castigo con bombas, granadas de
mano y fusilería. Por tres días
resistieron, al cabo de los cuales se
dispersaron, con la consigna de reunirse en el municipio de Coquimatlán.
Con rapidez movilizó el general Ortiz sus tropas contra los
libertadores del campo de El Borbollón, donde los esperaba temerariamente un
destacamento de cincuenta cristeros, mientras los atacantes eran más de cuatro mil. Estaban bien parapetados en fortines construidos
exprofeso y su estado de ánimo era excelente. Avanzaron los guachos por una
carretera pedregosa, donde su equipo pesado iba dando tumbos. Efrén nos comisionó a treinta de sus hombres para salirles al
encuentro y hostilizarlos. Al aproximarnos a ellos nos dividimos en dos
columnas para conservar ambos lados del camino. Atacamos alternativamente, cambiando
de posición a lo largo de la carretera. Los callistas se lanzaron
precipitadamente entre los matorrales y bosquecillo s que cubrían el terreno, y nos batían a un lado y otro con una intrepidez que rayaba
en la imprudencia y que nosotros aprovechamos para hacerles muchas bajas. Agotadas las municiones suspendimos la lucha y
nos retiramos sierra adentro a tomar un descanso. Los federales continuaron por
varias horas buscándonos, entre las matas y con frecuencia se oían los disparos que hacían quién sabe contra quién;
posiblemente entre ellos mismos, pues la forma temeraria como procedían se prestaba a confusiones que deben haberles costado más bajas.
Después nos dirigimos al Borbollón en busca de pertrechos, pero este campamento había caído también en poder de la gente de Eulogio Ortiz. Pudimos
ver el estrago que la batalla produjo en el terreno. Del bosque que lo rodeaba
sólo quedaban troncos desgarrados por la metralla. La tropa enterraba a
sus muertos y las ambulancias retiraban los heridos. Los muertos eran más de cien. Los libertadores desalojados estaban en un lugar llamado La
Delgada, separado del Borbollón sólo por una barranquilla. En su nueva posición provocaban a los guachos con intencionados toques de corneta y
gritos; pero allí no fueron atacados. Regresamos al cuartel general, el cual se
encontraba en una cuchilla próxima a M esa de los Mártires,
en lugar muy defendible, con más de una salida segura y oculta hacia el cono del
Volcán de Colima, conocida sólo por los rancheros de la región.
El ataque de los callistas fue feroz. Cañones de
diversos calibres golpearon incesantemente nuestras fortificaciones y las hicieron
saltar a pedazos. Los aviones hacían varios vuelos afilia descargando su carga
explosiva. Retumbaba él volcán entero, pero ninguna bomba hizo daño a los nuestros. -Después de tres días de ataque agrupó el
enemigo un contingente formidable y lo lanzó a la
carga en forma irresistible. Una hora duró aquella
desigual batalla, en la que murieron cientos de callistas, sin que nosotros
tuviéramos pérdidas que lamentar. Cuando estaban a punto de
alcanzar nuestras líneas defensivas, ordenó el
general Anguiano abandonar las posiciones, lo que hicimos en perfecto orden.
Nosotros mismos quemamos los jacales que nos albergaron y la querida capillita
del Cuartel General. De ahí nos trasladamos a un lugar situado más arriba. Construimos defensas con gruesos troncos de árboles y lodo en espera del enemigo, pero éste no
avanzó. Un fuerte grupo de los
nuestros subió hacia la cumbre del volcán y bajó a la región de
Tonila y San Jerónimo, donde tuvieron varios encuentros ventajosos
con el enemigo y se hicieron de armas y parque en cantidad. Aun cuando sufrimos
muchas penalidades, de hecho la campaña
gobiernista había fracasado, pues, a costa de grandes pérdidas, los federales sólo consiguieron un nuevo cambio de posición de nuestros campamentos y no se atrevieron a continuar la persecución. Pero lo que no obtuvieron con su gigantesca ofensiva lo lograron
casualmente. El dos de junio dieron de manos a boca con el Jefe Supremo de la
Guardia Nacional y lo mataron en forma por demás
inesperada.
El general Gorostieta reorganizó a sus
elementos en Jalisco y Michoacán para darles mayor unidad y fuerza, con miras a
posesionarse de Guadalajara y el Bajío. Se reservó para sí el mando directo de los libertadores de Los Altos, encomendó al general Jesús Degollado la jefatura de los del Sur de Jalisco
y nombró al general Carrillo Galindo, compañero suyo
del Colegio Militar, comandante de los cristeros de Michoacán. Iba con este último para darle posesión de su comandancia. La comitiva la formaban unos
dieciséis hombres, los cuales pernoctaron en el casco abandonado de la
hacienda de El Valle. No era de temerse un ataque de los callistas, pues éstos actúan ahora en grandes concentraciones, y los que
operaban en la región acababan de ser batidos en San Julián. La madrugada del día dos llegaron a la misma hacienda tropas de Cedillo, al mando del general
Pablo Rodríguez, en los momentos que comenzaban a salir los de la Guardia
Nacional. El encuentro fue de sorpresas para los nuestros. Los gobiernistas
creyeron que eran de los suyos y dieron lugar a que se alejaran. Heriberto
Navarrete, Rodolfo Loza Márquez y algunos más que ya
habían salido con la impedimenta. Pero al identificarlos atacaron los
guachos cuando el general Gorostieta cruzaba el patio.
Le
mataron su caballo y tuvo que defenderse parapetándose con el cuerpo del animal. Desde el
interior de la casa dispararon sus compañeros para protegerlo, pero al poco tiempo, después de probar por Última vez su certera puntería, cayó muerto el Jefe Supremo de la Guardia Nacional.
el cadáver del General Gorostieta |
Rodeados y muerto su querido jefe, se rindieron. Cuando los callistas
se enteraron de que habían matado al general Gorostieta su júbilo fue enorme. El general Cedillo ordenó
trasladaran el cadáver a Atotonilco el Alto, donde fue exhibido públicamente a la hora de la serenata, Entre los miembros del Estado
Mayor de Gorostieta detenidos estaba Ildefonso Loza Márquez,
quien se ganó la simpatía de Cedillo por su viril actitud. Ya en
Atotonilco, donde eran conocidos por haber ocupado la población durante varios días, fue requerido por el jefe callista para que se
dirigiera a la gente anunciando la muerte del general Gorostieta. A cambio de
esto le ofreció su libertad, y él, al
hablar al pueblo, dijo que Cedillo perdonaba a todos los detenidos, con lo cual
provocó un aplauso que comprometió al general. Ante la gravedad de tales noticias se
me ordenó marchar a Guadalajara para recabar instrucciones del Delegado de la
Liga Nacional Defensora de la Libertad. Las carreteras estaban estrechamente vigiladas y para entrar a la mayor
parte de las poblaciones exigían salvoconductos de las autoridades militares
callistas, por lo que tuve que hacer una larga caminata a pie.
A la puesta del sol me puse en camino. Conocía bien
aquellos lugares y seguí atajos y veredas escondidos. A ratos descansaba. Me costaba mucho esfuerzo vencer el sueño; cuando
temía dormirme reanudaba la marcha. Al amanecer busqué un escondrijo y me instalé en él para pasar el día. Volví a caminar
durante la noche siguiente. Mis botas se descosieron y me dificultaron
enormemente la marcha. Al llegar a un pastal opté por
continuar descalzo, pero hube de volverme a calzar los zapatos rotos al llegar
al milpar. Al aproximarme a la vía del ferrocarril vi un cuadro terrible: en una gran extensión pendían de los postes telegráficos cadáveres de cristeros, con los ojos saltados, sus carnes hinchadas.
Venciendo mi horror me aproximé. Una idea me asaltó y aunque
me repugnaba venció al fin: quité a uno
sus huaraches y me los calcé. Recordé la
indignación con que leí alguna vez que unos indígenas, a
quienes la prensa llamó buitres humanos r habían
despojado los cadáveres de unos accidentados; pero entonces, j qué sabía yo de miseria y de necesidades supremas!
Entré a Sayula y allí me facilitaron la forma de llegar a Guadalajara,
a la Tequilera de Ontiveros. Pedí de beber y di el santo y seña. Me llevaron con Raúl Basurto, que resultó ser un
viejo compañero del Grupo Daniel O'Connell. El me enteró de la situación: A la muerte de Gorostieta el Comité
Directivo de la Liga encomendó la Jefatura Suprema de la Guardia Nacional al
general Jesús Degollado Ochoa., El nuevo general en jefe lanzó un Manifiesto a la Nación del cual Basurto me dio varios ejemplares para
nuestra gente. En su parte medular dice:
... al ser nombrado para sustituir a nuestro Jefe,
recojo la Bandera de Cristo Rey y juro por El, ante el cadáver del
General Gorostieta, continuar en la lucha hasta ver reconquistadas nuestras
libertades esenciales o perecer en ella. Mexicanos: Si los opresores de México
creyeron que la muerte del héroe significaba la victoria de la tiranía sobre
la justicia y la libertad, se han equivocado: agrupados todos en derredor de
nuestra bandera, con el pensamiento puesto en Dios y en Santa María de
Guadalupe, hemos de demostrar al mundo que lo que nos tiene unidos es el
bendito lema de Dios, Patria y Libertad. ...la victoria final es de Dios y otra
vez, en la cumbre del Cubilete, destacándose sobre el cielo azul de nuestra Patria,
volverá a levantarse, nítida y serena, la imagen de Cristo Rey: la primera
y más grande Bandera de la Libertad, i símbolo
eterno de todas las redenciones!. .. Guadalajara, Jalisco, a 7 de junio de 1929. General de División JESÚS DEGOLLADO, Jefe Supremo de la Guardia Nacional.
También me dio copias de la proclama que el Padre
Aristeo Pedroza dirigió a los generales, jefes, oficiales y tropa de la
Brigada de Los Altos. (Véase Memorias de Jesús
Degollado Guisar, último general en jefe del Ejército cristero. 278 pp. México, 1957. Editorial Jus (Nota del Editor). Transcribo algunas partes que Juzgo de mayor
interés:
En mi calidad de Jefe de esta Brigada creo de mi
deber dirigirme a vosotros, con motivo de los acontecimientos que tuvieron
lugar en la Hacienda de El Valle el día 2 de los corrientes y que dieron como principal
resultado la muerte del C. General Enrique Gorostieta Jr., que en vida ocupó el
puesto de General en Jefe de la Guardia Nacional. . . debemos de estar muy
lejos de pensar que con la muerte de nuestro querido Jefe la causa de la
libertad ha perdido en nuestro país todo su haber. No. No era el General Gorostieta
el único que luchaba por libertar a nuestra Patria;
era y sigue siendo el pueblo el que anhela y el que lucha por conquistar esa
libertad. N o es tampoco el primero ni el más rudo golpe que en los últimos
dos años hemos sufrido. Recordad a González
Flores y a Gómez Loza. Como Gorostieta, eran ellos de los
mejores entre los valientes y de los más grandes entre los virtuosos; cayeron como ahora
este nuevo mártir de la Libertad; al golpe inconsciente y torpe
del asesino a sueldo que no sabe a quién sacrifica; como él sucumbieron en la brecha y como a él los
sentimos en el alma. Y si entonces vosotros pensasteis que vuestro deber estaba
en seguir con más bríos la lucha por la libertad, si entonces no
desmayaron ni vuestro corazón ni vuestro brazo, ahora como entonces vuestro
deber es el mismo: seguir esta pelea con más entusiasmo; no desamparar ni por un momento el
puesto que habéis aceptado de defensores del Derecho y la
Justicia. La Brigada de Los Altos tiene para la memoria del General una muy
grande deuda de gratitud. Fue aquí donde dejó con su apostolado en esta campaña una
honda huella en. todos los espíritus. Los soldados de Los Altos lamentan hoy más que la
muerte de un superior, la de un padre. Interpretando los sentimientos de todo
el elemento armado y aun de quienes sin empuñar las armas recibieron de él sus
sabias enseñanzas y sus prudentes consejos, he tenido a bien
disponer que desde esta fecha la Brigada de los Altos se designe siempre con el
nombre Brigada Enrique Gorostieta. A nosotros nos toca, soldados de Los Altos,
ser los primeros en seguir la ruta que señaló el General para salvar a México;
recordad siempre que desde que vino a ser nuestro Jefe y compañero,
hasta en los momentos supremos en que cayó exánime atravesado por las balas asesinas, no dejó un solo
momento, de darnos ejemplos de valor, de fe en Dios y de caridad cristiana.
Dios, Patria y Libertad. Región de Los Altos, Jal., 6 de junio de 1929. General
en Jefe de la Brigada Enrique Gorostieta, ARISTEO PEDROZA.
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