BEATO MIGUEL GOMEZ LOSA
Laico, casado,
abogado de profesión
Nacimiento e
infancia
Al lado de la
figura luminosa de Anacleto González Flores, aparece otra, humilde, abnegada,
solícita, la de Miguel Gómez Loza. Si no fueron
hermanos en la carne lo fueron en el espíritu y en el martirio. Muchas cosas
los unían y los hacían inseparables: nacieron el mismo año y en la misma
región, militaron en organizaciones católicas, compartieron ideales y
profesión, pero, sobre todo, los unió su fidelidad inquebrantable y pura a la
causa católica. Miguel nació en Paredones, Jalisco, hoy El Refugio, el 11 de agosto de 1888;
fue el menor de los dos hijos del matrimonio formado por Petronilo Loza y
Victoriana Gómez. Perdió a su padre siendo niño, haciéndose cargo del hogar la madre;
a la que profesaron, él y su hermano, verdadera devoción, tanto es así que tras
el ingreso de Elías, el hermano mayor, al Seminario Conciliar de Guadalajara,
decidieron los hermanos, invertir sus apellidos, de Loza Gómez en Gómez Loza,
como homenaje y reconocimiento a la autora de sus días. Su infancia
transcurrió en su lugar de origen, dedicado a la atención de la modesta
hacienda familiar: la parcela y el ganado. Al ingresar su hermano mayor al
seminario, Miguel hizo cabeza de familia. Hizo sus primeros
estudios en su aldea. No tardó en ser conocido entre sus vecinos por su
diligencia y solicitud, por su piedad eucarística y su apego a la religión. Fue
acólito, sacristán y, en cuanto pudo, catequista; más tarde, realizó
actividades cívico-sociales en beneficio de la comunidad, como fue el
establecer Cajas de Ahorros. Pronto se
relacionó con la efervescente primavera del catolicismo social. Entró en
contacto con el licenciado Miguel Palomar y Vizcarra, de cuyo trato surgió una
caja rural Raiffeisen, en Paredones. En 1912, inició su trato personal
conAnacleto González Flores. Todo esto sirvió de preámbulo a una decisión
largamente acariciada: realizar estudios académicos. La principal causa de esta
dilación consistía en no abandonar a su madre, pero planteado el asunto,
resolvió inscribirse en la preparatoria del Seminario de Guadalajara.
La cuestión
social
Miguel no tardó
en descubrir que su vocación no era el sacerdocio y que las aulas del plantel
resultaban estrechas para sus anhelos político-sociales. Se afilió al Partido
Católico Nacional y se matriculó en el instituto del Sagrado Corazón de Jesús,
en la capital de Jalisco. En 1913, se
integró al grupo estudiantil de La Gironda, asumiendo, por elección y gusto, la
condición de asistente de González Flores. Si a Anacleto le adjudicaron un
cierto quijotismo filosófico, a Gómez Loza también le acomodó, a su manera, la
imagen del manchego: Anacleto será la autoridad, Gómez Loza el ministro; uno,
idea y verbo; otro, realidad y acción; uno el estratega, otro el responsable;
uno es flemático, otro sanguíneo. Mutuamente se complementan. En ese año, uno y
otro fueron admitidos como socios de la Congregación Mariana del Santuario de
San José de Gracia. Para mantener
la representación de los valores sociales en la política, se hicieron cargo de
la Unión Latinoamericana, corporación cívico-política de reciente creación.
Meses más tarde, ya para terminar 1913 representarán al terruño, Tepatitlán, en
la convención del Partido Católico Nacional, celebrada en Guadalajara. El carácter
sanguíneo de Gómez Loza se manifestó en tempranas muestras de ardor y celo,
iniciando por este tiempo los arrestos que pulirán al hombre íntegro: pasó una
semana en las celdas de la Inspección de Policía, acusado de cometer delitos de
orden común retirar libelos contra la religión de lugares públicos,
sustituyéndolos por otros que expresaban lo contrario.
El de 1914 fue
un año de muchas actividades para Miguel Gómez Loza. Se inscribió en la
Universidad Morelos, donde recibió el apodo el Chinaco por interrumpir en las
aulas la disertación de un señor que ponderaba la trayectoria política del
presidente Benito Juárez. En los primeros
meses de este año, hizo su aparición en Guadalajara una excéntrica española,
Belén de Zárraga, atea hasta la médula; sus prédicas y alborotos estimulan a
Miguel a impulsar la prensa católica, de la que será adalid; al efecto, funda y
preside la sociedad de Propagación de la Buena Prensa. Por otra parte,
definió el que sería su campo de acción: el sindicalismo cristiano. Asesorado
por el padre José Toral Moreno y, más tarde, por el R.P. Arnulfo Castro, S.I.,
creó una bolsa de trabajo, cajas de ahorro, cooperativas de consumo y el
círculo de estudios para obreros, León XIII. A mediados de
1914, los enfrentamientos bélicos entre carrancistas y villistas lo devolvió a
Paredones, donde permaneció hasta 1915, año en el que pudo retornar a
Guadalajara para proseguir sus actividades. En 1916,
terminó la preparatoria y se inscribió en la Escuela Católica de Derecho,
posteriormente Escuela Libre de Leyes. El 14 de julio, participó como socio
fundador de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, en cuyo seno fundó
y presidió, poco después, el círculo obrero Gabriel García Moreno, del que
surgió la publicación mensual El Cruzado. En el año de
1917, fundó los círculos obreros José de Jesús Ortiz, para jóvenes operarios;
Niños Héroes, para aprendices de artesanos; y Don Bosco, para tipógrafos.
También hizo su aparición la Sociedad Mutualista Obrera, que él promovió. Al
disolverse en ese año La Gironda, se estableció con su madre, doña Victoriana
Gómez, en una vivienda en la misma barriada del Santuario. La prensa
católica auspiciaba por Miguel emprendió la publicación de la obra La Cuestión
Religiosa en México, de Regis Planchet. El año
siguiente, 1918 estará marcado por las labores de defensa del Arzobispo de
Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez, y por el activísimo boicot puesto en
marcha en el mes de julio y que conseguiría meses más tarde la derogación de
dos decretos anticlericales sancionados por el gobierno del Estado, bajo los
números 1913 y 1927. En el mes de
enero de 1919, fue elegido presidente de una sociedad cooperativa de consumo,
La Popular. En abril,
participó activamente en la organización del Congreso Regional Católico Obrero,
realizado con mucho éxito en Guadalajara. Al término de la asamblea, entre
otras responsabilidades se le confió una diputación. En 1920, fundó
un nuevo círculo dentro de la A.C.J.M., el Trinidad Sánchez Santos, y coordinó
la reimpresión de La Cuestión Religiosa en México, en una versión autorizada
por la diócesis de Guadalajara y aumentada por el apéndice La cuestión
religiosa en Jalisco, de Anacleto González Flores.
Fortaleza de
ánimo
En noviembre de
ese año, mientras los católicos se organizaban, llegaron a Guadalajara algunos
líderes bolcheviques, portadores de un mensaje ateo y agresivo. Fueron éstos
quienes, el 1º de mayo del año siguiente, 1921, colocaron en el asta de la
Catedral tapatía la bandera rojiginegra. En cuanto la noticia se supo entre los
acejotaemeros, Miguel Gómez Loza fue el primero en acudir al lugar, y sin medir
los riesgos, se abrió paso entre la turba y ascendió la prolongada escalinata
que conduce a las bóvedas de la Catedral, retiró la bandera del asta y la hizo
pedazos, todo en la presencia de decenas de adversarios, quienes fueron
incapaces de resistir el empuje y brío de Miguel que fue molido a golpes
después de su hazaña. En las
elecciones para elegir autoridades locales del Estado, en julio de
1921,contendió como candidato independiente a uno de los puestos de elección
popular. Su contrincante fue un caricaturista anticlerical, José Guadalupe
Zuno, quien tuvo que recurrir a la fuerza para arrebatar los votos que el
pueblo emitía en favor de Gómez Loza. En las primeras
semanas de 1922 se dispuso a ser examinado para obtener el título de abogado.
Después de vencer mil obstáculos pudo, meses después, el 24 de junio, presentar
el examen final en la escuela de jurisprudencia del Estado, obteniendo la
aprobación de los jueces sinodales. Poco después abrió su despacho profesional.
Poco antes, en
la cuaresma de ese año, se verificó un penoso incidente en el que se vio
involucrado. La mañana del 26 de marzo, en el templo de San Francisco de Asís,
un nutrido grupo de obreros católicos concluían una tanda de ejercicios
espirituales con una Misa de acción de gracias. Al salir de la celebración, se
toparon en el atrio de la iglesia con un contingente humano nutrido, dirigidos
por una agrupación de choque que ostentaba el paradójico título de Sindicato
Liberatorio de Inquilinos, capitaneados por dos bolcheviques a ultranza, Genaro
Laurito y Justo González. Frente a frente católicos y socialistas, no tardaron
en surgir las agresiones. Los primeros regresaron a la espaciosa nave de la
Iglesia, mientras sus dirigentes, el padre José Garibi Rivera, Anacleto
González Flores y Miguel Gómez Loza, deliberaban. El padre Garibi y González
Flores fueron del parecer que los ejercitantes permanecieran en la iglesia en
tanto se disolvía la manifestación de los socialistas, no así Gómez Loza, quien
optó por manifestar su postura públicamente. En el jardín de San Francisco,
trepado en una banca, arengó a los presentes a legitimar su causa. Por
desgracia, los ánimos caldeados no permitieron el diálogo entre las partes. A
las palabras se contestó con golpes y a éstos, sucedieron disparos en contra de
los indefensos obreros católicos, muriendo en el acto seis de ellos y
resultando lesionados muchos más. Este triste suceso lecostó una fuerte
reprensión del padre Garibi, que aceptó con humildad. Un mes más
tarde, del 23 al 29 de abril, bajo su dirección, se verificó en Guadalajara el
Primer Congreso Nacional Católico Obrero, en el que participaron 800 delegados
venidos de todo el país. De este congreso resultó la Confederación Nacional
Católica del Trabajo, de la que Miguel fue nombrado diputado; se fundó el
Banco de Crédito Popular. Asimismo, el Semanario El Obrero, fundado por Miguel
Gómez Loza, fue adoptado como órgano oficial de la confederación.
Matrimonio
A finales de
1922, siguiendo los pasos de Anacleto, contrajo nupcias, en el oratorio de la
A.C.J.M., con su primer y única novia, Mª Guadalupe Sánchez Barragán, hija de
un respetable contador, Celestino Sánchez, y de su esposa la señora Sara
Barragán. Celebró la Misa el padre Elías Gómez Loza y asistió canónicamente a
los contrayentes su director espiritual, el padre Vicente Mª Camacho.Quienes
han escrito de Miguel señalan con insistencia la limpieza de su corazón. Vivió
la virtud de la pureza sin transigir, ni de palabra ni de obra, en algún acto
que pudiera reportarle mancha a su conciencia.
Los nuevos
esposos determinaron radicarse en una población de Los Altos de Jalisco,
Arandas, donde Gómez Loza montó su despacho como abogado. No tarda en ser
conocido y respetado por sus nuevos vecinos. Especialmente valiosa resultó su
colaboración en la parroquia, a cargo del insigne señor presbítero don Amando
J. de Alba, celoso promotor de la cuestión social. Lejos de perder su relación
con sus amigos y compañeros de Guadalajara, Gómez Loza la mantuvo en la misma
línea: fomentar el desarrollo del hombre aún en lo relativo a la distribución
de los bienes. Tales empeños le granjearon la simpatía de los más yla
animadversión de los menos. Por otra parte, realizó, sin fruto, las gestiones
necesarias para que el Gobernador del Estado le expidiera su título como
abogado.
El 11 de enero
de 1923, se sumó a la nutrida concurrencia 80 mil personas-, que presenciaron
la bendición de la primera piedra del monumento a Cristo Rey, que se planeaba
construir en el cerro del Cubilete, Guanajuato. Esta ceremonia sirvió de
pretexto al gobierno de México para expulsar al Delegado Apostólico, Mons.
Ernesto E. Filippi. El 1º de marzo
de ese año, José Guadalupe Zuno, su adversario político, fue investido como
Gobernador del Estado de Jalisco, lo que dificultó hasta lo imposible la
obtención del título profesional solicitado por Gómez Loza. Aprovechando
esta circunstancia, el alcalde de Arandas, Manuel B. Ascencio, enemigo acérrimo
de la labor social promovida por Gómez Loza, consiguió la violenta y arbitraria
expulsión de Miguel de ese municipio, sin que mediara orden judicial alguna. El
desterrado se refugió por espacio de tres meses, en Jalpa de Cánovas, Gto,
donde trabajó con el entusiasmo de siempre, difundiendo la doctrina social de
la Iglesia. Pasado este tiempo, consiguió retornar a Guadalajara, donde se
reunió con su familia.
En este período
de su vida, ingresó a la Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento. El 16 de
septiembre de 1923 nació su primer hija, María de Jesús. En la contienda
electoral para elegir diputados locales, en 1924, apoyó incondicionalmente al
candidato independiente Ángel Flores, apoyo que tuvo que lamentar. Por este
motivo, sus amigos le acomodaron el dicho de Miguelito Buenafé. Aun en estas
circunstancias, la honestidad de Gómez Loza quedó manifiesta, pues prefería
padecer la desilusión antes que desconfiar de las personas Cuando en
diciembre de 1924, J. Guadalupe Zuno, Gobernador de Jalisco, decretó la
clausura del Seminario Diocesano y los católicos, apoyados por Anacleto
González Flores, organizaron una asociación de apoyo de la que derivó a
principios de 1925, la Unión Popular, para conducir este organismo se
estableció un directorio de cinco miembros, uno de ellos era Miguel Gómez Loza.
La Santa Sede,
accediendo a la petición del Arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y
Jiménez, reconoció la destacada participación de Miguel Gómez Loza en la
promoción social y en el apoyo a la causa católica, otorgándole la cruz Pro
Ecclesia et Pontifice. Junto con él fueron igualmente condecorados Anacleto
González Flores, Ignacio Orozco y Maximino Reyes. El 1º de junio
de 1925, fue clausurado el Instituto de Ciencias, regenteado por los religiosos
de la Compañía de Jesús. Las protestas de los estudiantes del extinto plantel
quisieron sofocarse mediante arrestos masivos; a la defensa de los presos opuso
Gómez Loza numerosas solicitudes de amparo ante la autoridad federal que mucho
atenuaron la rigurosa actitud de los mandatarios locales.
El 25 de julio,
se alegró con el nacimiento de la segunda de sus hijas, María Guadalupe. Conforme
transcurrían las semanas, la actitud del Gobierno Mexicano recrudecía su
postura en torno al problema religioso. Dispuestos a atacar de frente, el 23 de
febrero de 1926 clausuraron el centro de la A.C.J.M. de Guadalajara,
encarcelando en la Penitenciaría del Estado, entre otros, a Miguel. Será en la
cárcel donde luzca su carácter de apóstol. Los numerosos arrestos, lejos de
amilanarlo, le sirven de estímulo. Entre los presos gana adeptos para la causa,
predica la Palabra, reza el rosario. No habiendo delito que perseguir, el 1º de
abril es puesto en libertad, pero en las puertas mismas de la prisión, ante
algunos correligionarios que esperaban su salida, es capturado por agentes de
la Policía Secreta. Enterados de manera providencial de su paradero, algunos
amigos, venciendo todos los obstáculos, intervinieron para librarlo de la
privación injusta de su libertad y del riesgo de la vida.
La fecha
señalada por la autoridad federal para entrar en vigor la Ley Reglamentaria del
artículo 130 de la Constitución y la Ley que reforma el Código Penal Federal en
materia de culto religioso y disciplina extrema, fue elegida por la Unión
Popular para aplicar un boicot por tiempo indefinido. Comenzó antes
de ese día el adiestramiento de promotores de la Unión y del boicot en Jalisco
y Estados circunvecinos. Miguel, tesorero de la Unión, impulsó a muchos jóvenes
acejotaemeros a fundar en el interior del Estado, filiales de la Unión Popular
y realizar una campaña de proselitismo en favor del boicot. Hacia todos los rumbos
partieron los entusiastas misioneros llevando en los bolsillos el dinero apenas
suficiente para llegar a su destino, dejando a la Providencia el resto de la
empresa. Dispuesto a
llevar a sus últimas consecuencias el boicot económico, en su calidad de autoridad
moral entre los católicos, Miguel cumplió con rigurosa exactitud las medidas
adoptadas por la Unión y las compartió con su familia. Esta actitud lejos de
mermar su alegría y su humor, pareció acrecentarlo. Algunas
anécdotas refieren hasta qué punto le era imposible aceptar de sus
correligionarios la mentira y el engaño, y también hasta qué punto sabía
olvidar las ofensas.
En noviembre,
en tanto las agresiones en contra de los católicos aumentaban, nació su última
hija, María del Rosario. Mientras la
discordia aumentaba, empeorando la situación de los creyentes, muchos esperaron
la señal para iniciar la resistencia bélica. Miguel, por su parte, enterado de
que su hermano sacerdote se moría, voló a El Refugio, sólo para presenciar el
tránsito del padre Elías Gómez Loza, su único hermano, el 20 de diciembre.
Después del sepelio, regresó a Guadalajara donde se enteró de las novedades:
Anacleto González Flores, reacio hasta el último momento a elegir la
resistencia armada como vía de solución al conflicto, accedió como mal menor a
retirar la prohibición a tomar las armas que pesaba sobre los socios de la
Unión Popular. Gómez Loza advirtió el costo de la empresa y sus casi seguras
consecuencias. La Liga había nombrado delegado suyo al jefe de la Unión Popular,
Anacleto González Flores. A él correspondería coordinar la administración de
los recursos y las estrategias de los católicos alzados en armas, mientras que
a Miguel corresponderían semejantes funciones, las de jefe civil, pero en la
zona de Los Altos.
Salió de
Guadalajara el 5 de enero con rumbo a El Refugio, donde evitó un atraco. Poco
después recibió la pequeña imprenta en la que se editaba Gladium, cuya edición
y entrega corrió desde entonces por su cuenta. Días más tarde, luego del encuentro
bélico de Troneras, en el que los cristeros, capitaneados por Lauro Rocha y el
presbítero Reyes Vega, obtuvieron una sonada victoria sobre las fuerzas
federales, Gómez Loza actuó como abogado defensor de los prisioneros,
solicitando infructuosamente el indulto para los reos. Se estableció
en dos campamentos, uno en Cerro Gordo y otro en un lugar denominado Picachos,
perteneciente al municipio de Tepatitlán, lugar estratégico para desplazarse a
todos los puntos de la región que requirieran su presencia. A través de un
propio, Isaac Fernández, mantuvo contacto permanente con su familia y con
Anacleto. Entre otros encargos pedía siempre escapularios, medallas y
crucifijos para repartirlos entre la tropa y no dejó de enviar a su familia la
exigua contribución que su honradez acrisolada tolera como salario, apenas lo
suficiente para atender las necesidades elementales de su madre, esposa e
hijas. Después de la
muerte de Anacleto, ocurrida el 1º de abril de 1927, la Liga Nacional Defensora
de la Libertad Religiosa, autoridad máxima entre los católicos de la
resistencia, expidió un nombramiento a favor de Miguel Gómez Loza,
confiriéndole la gubernatura provisional del Estado de Jalisco para los
municipios adeptos a dicha resistencia.
Días más tarde,
un penoso incidente vino a empañar la causa cristera, el asalto a un tren de
pasajeros proveniente de la ciudad de México, que costó la vida a muchos
civiles inocentes. Dicho atraco, planeado y dirigido por el presbítero Reyes
Vega, le desconcertó en grado sumo. Apenas supo lo ocurrido, reprobó
resueltamente el acto. Poco después,
encontrándose próximo a San Juan de los Lagos, solicitó a la autoridad
eclesiástica el apoyo espiritual de capellanes castrenses para las tropas,
petición atendida en parte. A mediados de
junio, se estableció en La Presa de los López, del municipio de Arandas; por su
parte, la infatigable prensa en la que se imprimía “Gladium”, fue instalada
cerca de allí, en el cerro de La Culebra.
Al finalizar
agosto, pudo encontrarse con su esposa e hijas en Los Salados, Guanajuato. Poco
después, el 3 de septiembre, la Liga aumentó su responsabilidad al conferirle
la administración conjunta de la parte occidental del Estado de Guanajuato Con el
transcurrir de los días, afinó las atribuciones ordinarias de su cargo político:
giras de inspección, comunicados, emisión de decretos y circulares, así como el
arbitraje de las controversias. Esto último le originó ciertas fricciones con
el general Enrique Gorostieta, nombrado Jefe de las Operaciones Militares en
Jalisco y Zacatecas. Más que gobernador, Miguel ejercía las funciones de
procurador o comisario castrense entre los participantes de la resistencia
católica.
A pesar del
tiempo transcurrido entre los católicos de la resistencia, su actuación durante
los enfrentamientos entre cristeros y las tropas de la federación es clara: no
le correspondía a él, como autoridad civil, participar en el fuego cruzado de
los combatientes, y aunque poseía pistolas una que fue de su hermano el
sacerdote, y otra, obsequio personal de un colaborador jamás las usó en contra
de nadie, ni siquiera para repeler alguna agresión. En octubre de
1927, al grito de ¡Viva Cristo Rey!, organizó entre los cristeros la
celebración solemne de la fiesta de Cristo Rey. También se adoptó para los
campamentos cristeros el lema de la Unión Popular, por Dios y por la
Patria.
Miguel buscó
nueva dirección, encontrándola en Palmitos. Las primeras semanas de 1928
transcurrieron sin incidentes notorios. La resistencia de los católicos se
había consolidado; las acciones beligerantes se planeaban de acuerdo a
estrategias oportunas; los recursos, siempre escasos, se administran con tino,
y el adiestramiento de las tropas había mejorado notablemente.
En el mes de
marzo, se estableció en una ranchería próxima a Atotonilco, El Lindero. El
miércoles de Lázaro, 21 de marzo -irónicamente memoria civil por el natalicio
de Benito Juárez-, una avanzada militar, aprovechando el descuido o la
complicidad del centinela, se apostó en torno a la finca ocupada por Gómez Loza
y su secretario, el señor Dionisio Vázquez. Cuando se advirtió la presencia de
los adversarios era demasiado tarde para escapar. Gómez Loza y Dionisio Vázquez
emprendieron la huída; el primero, portador de documentos relativos a la
resistencia activa de los católicos, intentó destruirlos antes de recibir por
el pecho y por la espalda los disparos de sendos francotiradores apostados en
lugares estratégicos.
Consumada la
muerte, el cadáver fue trasladado a Atotonilco, de donde fue conducido a
Guadalajara. Parecía éste un golpe rotundo a la organización cristera, pero el
pueblo católico lo interpretó como un triunfo, manifestando su congoja y su
esperanza. A la capilla ardiente donde fueron velados sus restos, acudieron
decenas de católicos a honrar al fallecido, tocando con veneración sus restos.
Al sepelio, verificado en el panteón de Mezquitán, acudió una muchedumbre
inmensa.
La joven viuda
y las pequeñas huérfanas debían recibir una prueba más, la demencia de la madre
del caído, doña Victoriana, incapaz de soportar la muerte de sus dos hijos. El
1º de abril de 1947, sus restos fueron colocados en el muro norte del crucero
poniente del Santuario de Guadalupe, en Guadalajara, sirviendo de pedestal,
como lo hizo en vida, a su entrañable amigo Anacleto González Flores.
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