LA FIESTA DE LOS DOLORES
DE LA SANTISIMA VIRGEN
MARIA
LA
NATIVIDAD Y LOS SIETE DOLORES. —
Después de dedicar,": el último recuerdo a la infancia de María y cerrar
esta alegre Octava de la Natividad, he aquí que la Iglesia, sin transición, nos propone meditar
hoy sobre los dolores que marcarán su vida... de Madre del Mesías y de
Co-Reparadora del género humano. En los días de la Octava, no venía a la mente
la idea del sufrimiento, ya que entonces considerábamos la gracia, la belleza
de la niña que acababa de nacer; pero, si nos hicimos la pregunta: "¿Qué
será esta niña?" al instante habremos comprendido que, antes de que todas
las naciones la proclamasen un día bienaventurada, María tenia que padecer con
su Hijo por la salvación del mundo.
EL
SUFRIMIENTO DE MARÍA. — A través de la
voz de la Liturgia, Ella misma nos invita a considerar su dolor: "Oh
vosotros todos los que pasáis por el camino, mirad, ved y decid si hay dolor
semejante a mi dolor... Dios me ha puesto y como fijado en la desolación. El
dolor de la Santísima Virgen es
obra de Dios; al predestinarla para
ser la Madre de su Hijo, Dios la Unió indisolublemente a la persona, a la vida,
a los misterios, al sufrimiento de Jesús, para ser en la obra de la redención
su fiel cooperadora. Entre el
Hijo y la Madre tenía que haber comunidad perfecta de sufrimiento. Cuando ve
una madre padecer a su hijo, ella padece con él y siente de rechazo todo lo que
él padece; lo que lo que Jesús padeció en su cuerpo, María lo padeció en su
corazón, por los mismos fines y con la misma fe y el mismo amor. "El Padre
y el Hijo en la eternidad participan de
la misma gloria, decía Bossuet; la Madre y el Hijo, en el tiempo participan de
los mismos dolores. El Padre y el Hijo gozan de una misma fuente de felicidad;
la Madre y el Hijo beben del mismo torrente de amargura. El Padre y el Hijo
tienen un mismo trono; la Madre y el Hijo, una misma cruz. Si a golpes se
destroza el cuerpo de Jesús, María siente todas las heridas; si se le taladra
la cabeza a Jesús con espinas, María queda desgarrada con todas sus puntas; si
se le ofrece hiél y vinagre, María bebe toda su amargura; si se extiende su
cuerpo sobre una cruz, María sufre toda la violencia".
CONDOLENCIA. — A esta comunidad de sufrimientos entre el Hijo y la
Madre, se la da el nombre de Condolencia. Condolencia es el eco fiel y
la repercusión de la Pasión. Condolerse con alguno, es padecer con él, es
sentir en el corazón, como si fuesen nuestras, sus penas, sus tristezas, sus
dolores. De ese modo la Condolencia fué para la Santísima Virgen la
participación perfecta en los dolores y en la Pasión de su Hijo y en las
disposiciones que en su sacrificio le animaban.
POR
QUÉ PADECE MARÍA. — Parecería que no debía haber
padecido la Santísima Virgen, ya que fué concebida sin pecado y no conoció
nunca el menor mal moral. El padecer tiene que ser un gran bien, porque Dios,
que tanto ama a su Hijo, se le entregó como herencia; y como, después de su
Hijo, a ninguna criatura ama Dios más que a la Santísima Virgen, quiso también darla
a ella el dolor como el más rico presente. Además convenía que, por la unión
que tenía con su Hijo, pasase Nuestra Señora, a semejanza de él, por la muerte
y por el dolor. De alguna manera era eso necesario para que aprendiésemos
nosotros, de uno y de otro, cómo debemos aceptar el dolor que Dios permite para nuestro mayor bien. María
se ofreció libre y voluntariamente y unió su sacrificio y su obediencia al
sacrificio y a la obediencia de Jesús, para así llevar con él todo el peso de
la expiación que la justicia divina exigía. Hizo bastante más que compadecerse
de todos los dolores ¿e su Hijo; tomó parte realmente en la pasión con todo su
ser, con su corazón y con su alma, con amor ferventísimo y con tranquilidad sencilla; padeció
en su corazón todo lo que Jesús podía padecer en su carne, y hasta hay teólogos
que opinaron que Nuestra Señora sintió en su cuerpo los mismos dolores que su
Hijo en el suyo; podemos creer, en efecto, que María tuvo ese privilegio con el
que fueron distinguidos algunos Santos.
SU MARTIRIO
VIENE DE JESÚS. — Mas para María el padecer no
comenzó sólo en el Calvario. Su infancia certísimamente transcurrió tranquila y
exenta de inquietudes. El dolor la llega con Jesús, "el niño molesto, como
dice Bossuet; porque Jesús en cualquier sitio que se presenta, allí va con su
cruz y con él van las espinas y a todos los que quiere bien los hace partícipes
de ellas". "La causa de los dolores de María, dice Monseñor Gay, es
Jesús. Todo cuanto padece proviene de Jesús, a Jesús se refiere y Jesús lo
motiva" La solemnidad de hoy, que nos representa María principalmente en
el Calvario nos recuerda en este sumo dolor los dolores conocidos o
desconocidos que llenaron la vida de la Santísima Virgen. Si la Iglesia se
resolvió por el número siete, ello obedece a que este número expresa siempre la
idea de totalidad y de universalidad, ya que en los Responsorios de Maitines
nos recuerda de modo especial los siete dolores que la causaron la profecía del
anciano Simeón, la huida a Egipto, la perdición de Jesús en Jerusalén, el verle
cargado con la cruz, la crucifixión, el descendimiento y el entierro de su
divino Hijo: dolores que la hicieron con toda verdad Reina de los mártires.
REINA
DE LOS MÁRTIRES. — Con este bello título, en efecto,
la saluda la Iglesia en las Letanías: "Que haya sufrido de veras, dice San
Pascasio Radberto, nos lo asegura Simeón al decir: Una espada traspasará tu
alma. De donde se infiere con evidencia que supera a todos los mártires. Los
otros mártires padecieron por Cristo en su carne; con todo, no pudieron padecer
en el alma, porque ésta es inmortal. Pero, como ella padeció en esta parte de
sí misma que es impasible, porque su carne, si así se puede decir, padeció
espiritualmente por la espada de la Pasión de Cristo, la Santísima Madre de
Dios fué más que mártir. Porque amó más que nadie, por eso padeció más que
nadie también, hasta tal punto que la violencia del dolor traspasó y dominó su
alma en prueba de su inefable amor, porque sufrió en su alma, por eso fué más
que mártir, ya que su amor, más
fuerte que la muerte, hizo suya la muerte de Cristo".
SU AMOR,
CAUSA DE SU DOLOR. — Y efectivamente, para entender la extensión
y la intensidad del dolor de la Santísima Virgen, habría que comprender lo que
fué su amor para con Jesús. Este amor es muy distinto del amor de los demás
santos y mártires. Cuando estos sufren por Cristo, su amor suaviza sus
tormentos y a veces h a s t a se los hace olvidar. En María no ocurrió nada de eso: su amor aumenta
su padecer: "La naturaleza y la gracia, dice Bossuet, concurren a la vez p
a r a hacer en el corazón de María sentimiento más hondo. Nada existe tan fuerte
ni t a n impetuoso como el amor que la naturaleza d a hacia un hijo y la gracia
da para un Dios. Estos dos amores son dos abismos, cuyo fondo no puede
penetrarse, como tampoco comprenderse toda su extensión...".
EL
DOLOR Y LA ALEGRÍA DE MARÍA. —
Pero si el amor es causa del dolor en María, también es causa de gozo. María
sufrió siempre con tranquilidad inalterable y con gran fortaleza de alma. Sabía
mejor que San Pablo, que nada, ni la muerte siquiera, sería capaz de separarla
del amor de su Hijo y su Dios. San Pío X escribía "que en la hora suprema,
se vió a la Virgen de: pie, junto a la cruz, embargada sin duda por; el horror
del espectáculo, pero feliz y contenta de ver a su Hijo inmolarse por la
salvación del ¿género humano". Y sobrepasando a San Pablo, nada en un mar
de alegría en medio de su inconmensurable dolor. En Nuestra Señora, como en
Jesucristo, salvas todas las diferencias, la alegría más honda va junta con el
dolor más profundo que una criatura pueda soportar aquí, abajo. Ama a Dios y la
voluntad divina más que a nadie de este mundo, y sabe que en el Calvario se
cumple la divina voluntad; sabe que la muerte de su Hijo da a la justicia de
Dios el precio que exige para la redención de los hombres, que desde ese
momento la son confiados como hijos suyos y a los que amará y ya ama como amó a
Jesús.
AGRADECIMIENTO
A MARÍA. — "Como todo el mundo es deudor
de Dios Nuestro Señor, decía San Alberto Magno, así lo es de Nuestra Señora por
razón de la parte que ella tuvo en la Redención". Hoy reparamos mejor, oh
María, en lo que has hecho por nosotros y lo que te debemos. Te quejaste de que
"mirando a los hombres y buscando quien se acordase de tu dolor y se compadeciese
de ti, encontraste poquísimos. No aumentaremos el número de tus hijos ingratos;
por eso, nos unimos a la Iglesia para rememorar tus sufrimientos y decirte
cuánta es nuestra gratitud. Sabemos, oh Reina de los mártires, que una espada
de dolor atravesó tu alma, y que 'únicamente el espíritu de vida y de toda
consolación pudo sostenerte y darte ánimos cuando moría tu Hijo. Y sobre todo
sabemos que, si fuiste al Calvario, si toda tu vida, de igual modo que la de Jesús,
fué un prolongado martirio, es que hubiste de desempeñar cerca de nuestro
Redentor y en unión con él el papel que nuestra primera madre Eva había
desempeñado cerca de Adán y juntamente con él en nuestra caída. Verdaderamente nos
has rescatado con Jesús; con él y en dependencia de él nos has ganado de
congruo, por cierta conveniencia, la gracia que El nos merecía de
condigno, en justicia, por razón de su dignidad infinita. Por eso, te
saludamos con amor y agradecimiento como "Reina nuestra, Madre de
misericordia, vida y dulzura y esperanza nuestra". Y, porque sabemos que
nuestra salvación está en tus manos, te consagramos nuestra vida entera, para
que con tu dirección maternal y tu protección poderosa podamos ir a
encontrarnos contigo en la gloria del Paraíso, donde, con tu Hijo, vives
coronada y feliz para siempre. Así sea.
MISA
En la magnificencia de la Sagrada Liturgia; el Sacrificio
cotidiano no es otro sustancialmente que el del Calvario. El canto del I n t r
o i to nos presenta, al pie de la Cruz, el día de la gran oblación, a algunas
mujeres y a un hombre solo, que acompañan a la Madre de los dolores.
INTROITO
Estaban junto a la Cruz de Jesús
su Madre y la hermana de su Madre, María de Cleofás, y Salomé, y María
Magdalena. Mujer, he ahí a tu hijo: dijo Jesús;
al discípulo en cambio: He ahí a tu Madre, y. Gloria al Padre.
El culto de los dolores de María no es una distracción
importuna que a parte nuestros pensamientos de la única víctima de salvación.
Como lo expresa la Colecta, tiene por resultado directo hacer fructificar en
nosotros la pasión del Salvador.
COLECTA
Oh Dios, en cuya Pasión, según la
profecía de Simeón, una espada de dolor atravesó la dulcísima alma de la
gloriosa Virgen y Madre María: haz propicio que, los que celebramos con
veneración sus Dolores, consigamos el feliz efecto de tu Pasión. Tú, que vives.
EPISTOLA
Lección del libro de Judit (Jd., XIII, 22-25)
Bendíjote el Señor con su poder,
pues por ti ha reducido a la nada a nuestros enemigos. Bendita eres tú, hija del Señor, Dios excelso, sobre todas
las mujeres de la tierra. Bendito sea el Señor, que creó el cielo y la tierra;
porque hoy ha ensalzado tanto tu nombre, que no faltará tu alabanza en la boca
de los hombres que se acordaren eternamente del poder del Señor, por los
cuales no perdonaste tu vida a causa de las angustias y de la tribulación de tu
raza, sino que salvaste a ésta de la ruina delante de nuestro Dios.
MARÍA
CORREDENTORA. — ¡Oh, qué grande es entre las criaturas nuestra Judit!
"Dios, habla el P. Faber,
se diría que escogió lo más incomunicable de sus indivisibles atributos para comunicárselos a María de modo tan misterioso. Ved cómo la dio parte en la ejecución de
los eternos designios del
universo, del que fue en cierto sentido
como causa y dechado. La cooperación de la Santísima Virgen en la salvación del mundo, nos ofrece un nuevo aspecto de su
grandeza. Y, a la verdad, ni la
Inmaculada Concepción de María
Santísima, ni su Asunción gloriosa, nos
darán concepto más alto que este apelativo de corredentora. «Sus dolores no eran absolutamente necesarios a la redención, pero,
conforme a los designios de
Dios, eran indispensables, por cuanto
pertenecen a la integridad del plan divino. ¿No son, por ventura, los misterios de Jesús, misterios de María y viceversa?
Parece cierto que todos los
misterios de Jesús y todos los de
María, ante Dios, no eran más que un solo misterio. Jesús es el dolor de María siete veces repetido, siete veces aumentado. En
las horas alargas de la Pasión, la ofrenda de Jesús y
la de María estaban como fundidas
e n una sola; aunque diferentes
esas ofrendas, es claro, por su dignidad
y su valor, se ofrecían con disposiciones semejantes y como en un solo haz, exhalando un mismo aroma y consumidas por un mismo fuego; oblación simultánea que
dos corazones sin mancha hacían
al Padre por los pecados de un
mundo culpable cuyos deméritos libremente
habían tomado sobre sí" Sepamos
juntar nuestras lágrimas con los tormentos
de la gran Víctima y con las lágrimas de
María. Conforme lo hayamos hecho en la
vida presente, así podremos gozarnos en el cielo con el Hijo y con la Madre; si nuestra Señora es hoy reina del cielo y
soberana del mundo, como canta
el Versículo, no hay ningún elegido
cuyos recuerdos dolorosos se puedan comparar
con los suyos. Sigue al Gradual el patético lamento del Stabat Mater, que se atribuye al beato Jaco pone de Todi,
franciscano; en esa pieza
encontramos una bella fórmula de oración
y de reverencia a la Madre de los Dolores.
GRADUAL
Dolorida y llorosa estás, oh
Virgen María, junto a la Cruz del Señor, Jesús, tu Hijo, el Redentor. ¡Oh
Virgen, Madre de Dios! Aquel, a quien todo el mundo no puede contener, el Autor de la vida,
hecho hombre, padece este suplicio de la cruz Al pie de la Cruz, Aleluya, aleluya. J. Estaba
dolorida Santa María, Reina del cielo y Señora del mundo, junto a la Cruz de
nuestro Señor Jesucristo.
SECUENCIA
Dolida estaba
la Madre,
llorando
junto a la cruz
mientras el
Hijo colgaba.
Y a su alma,
que gemía,
contristada y
dolorida,
una espada
atravesó.
¡Oh qué
triste y afligida
estuvo
aquella bendita
Madre del
Hijo unigénito!
Dolorosa y
triste estaba
la piadosa
Madre, al ver
del glorioso
Hijo las penas.
¿Qué hombre
no lloraría,
si en tan
gran suplicio viera
de Cristo a
la dulce Madre?
¿Quién no se
contristaría,
al ver de
Cristo a la Madre
con su Hijo
lastimarse?
Por los
pecados de su gente
vió a Jesús
en los tormentos
y entregado a
los azotes.
Vió a su hijo
dulce y bueno
morir triste
y solitario,
al exhalar el
último aliento.
¡Ea, Madre,
fuente de amor,
hazme
"sentir tu dolor,
para que
llore contigo!
Haz que arda
mi corazón
en amor de
Cristo Dios,
para que así
le complazca.
Haz también,
oh santa Madre,
que en mi
corazón las llagas
del Crucifijo
se graben. Parte conmigo las penas
de tu Hijo
vulnerado,
que tanto
sufrió por mí.
Haz que yo
contigo llore,
y de Cristo
me conduela,
mientras mi
vida durare.
Haz que a tu
lado esté siempre
junto a la
cruz de tu Hijo,
y que me
asocie a tu llanto.
Virgen de
vírgenes pura,
no seas para
mi amarga:
haz que yo
contigo llore.
De Cristo la
muerte lleve,
de su Pasión
hazme socio,
y que sus
llagas venere.
Haz que me
hieran las llagas,
y que me
embriaguen la cruz
y la Sangre de
tu Hijo.
De perecer en
las llamas,
en el día del
juicio,
defiéndeme,
Virgen sagrada.
Cuando salga
de aquí, oh Cristo,
haz que, por
tu Madre, consiga
la palma de
la victoria.
Cuando este
mi cuerpo muera,
haz que se le
dé a mi alma
del Paraíso
la gloria. Amén.
Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan
(Jn„ XIX, 25-27).
En aquel tiempo estaban junto a la
cruz de Jesús su Madre y la hermana de su Madre, María de Cleofás, y María
Magdalena. Y, cuando vió Jesús a su Madre y al discípulo que amaba allí
presente, dijo a su Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Después dijo al discípulo:
He ahí a tu Madre. Y, desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
DE PIE
JUNTO A LA CRUZ. — "Stabat juxta crucem": Lo primero que se
necesita es ponerse muy
cerquita de la cruz; y después se precisa también estar de pie. De pie, porque esa es la actitud del valiente, y así se
está más cerca de nuestro
Señor. Y para realizar
esto no hay más que un medio:
estar con la Santísima Virgen. Nunca
las dos primeras palabras se podrán unir a la última sin el tecum: si no
es con María y en María.
La Cruz es algo demasiado honroso. Y
dominando el Stabat de María, está el de Jesús, levantado por encima de la tierra y atrayendo todo
hacia El, precisamente porque está por
encima de la tierra. María
está de pie p a r a ser el lazo de unión... la Medianera. Su cabeza y su corazón arriba, para estar cerca de su Hijo; sus
pies tocan nuestro suelo
para estar cerquita de nosotros que somos
hijos suyos. Y está en pie porque es nuestra Madre: "He ahí a tu Madre", y María puede decir como Jesús: "Como
Madre atraeré todo hacia
mí". Toda la humanidad ha sido arrastrada por el misterio de la Cruz a Jesús ya María... Al pie de la Cruz Nuestra Señora
llegó a ser verdaderamente
la Reina de misericordia. Encomendémonos a su omnipotencia sobre el divino Corazón, al pie del altar donde se prepara
la renovación del Sacrificio.
OFERTORIO
Acuérdate, oh Virgen, Madre de
Dios, cuando estés en la presencia del Señor, de pedirle bienes para nosotros, y
de rogarle que aparte de nosotros su indignación.
A lo largo de los siglos, ¡cuántas almas santas han acudido
a hacer fiel compañía a la Madre de los Dolores! Su intercesión, unida a la de
María, constituye la fuerza de la Iglesia; por ella esperamos conseguir
nosotros el efecto de los méritos de la muerte del Salvador.
SECRETA
Ofrecemoste preces y hostias, oh
Señor, Jesucristo, suplicándote humildemente
hagas que, los que celebramos con preces la transfixión del alma dulcísima de tu
Bienaventurada Madre María, alcancemos por los méritos de tu muerte, y con la
múltiple y piadosa intercesión de tu Madre y de todos los Santos que están bajo
de tu cruz, el premio y la compañía de tus Bienaventurados. Tú, que vives y
reinas.
Fué tan grande el dolor de María en el Calvario, ha dicho
San Bernardino de Sena, que, repartido
entre todas las criaturas capaces de sufrir,
a todas las mataría instantáneamente. Y
Nuestra Señora pudo entonces resistir y conservar esa vida que el
Espíritu Santo guardaba; para la
Iglesia, gracias a aquella paz admirable que se apoyaba en la perfecta
conformidad, en la entrega total
de su ser al Señor. Logre la
Comunión de los Misterios sagrados concedernos la paz de Dios que sobrepuja a todo sentido, que guarda las inteligencias y los corazones
COMUNIÓN
Felices los sentidos de la
Bienaventurada Virgen María, qué, sin la muerte, merecieron la palma del martirio
bajo la Cruz del Señor.
Como lo indica la Poscomunión, la memoria piadosa de los Dolores de la Madre de
Dios, nos sirve de gran ayuda
para encontrar todos los bienes
en el Sacrificio del altar.
POSCOMUNIÓN
Haz, Señor, que los sacrificios
que hemos recibido al celebrar devotamente la transverberación de la Virgen, tu
Madre, nos alcancen de tu clemencia toda clase de saludables bienes. Tú, que
vives y reinas.
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