RUSIA Y EL MUNDO
(CONTINUACIÓN)
B)La primavera árabe: lecciones y conclusiones
Desde hace un año, el mundo se ha visto confrontado a un nuevo fenómeno. Manifestaciones
contra los regímenes autoritarios contra los regímenes autoritarios han surgido
en numerosos países árabes de forma prácticamente simultánea. Al principio, la
primavera árabe era interpretada como portadora de una esperanza de cambios positivos.
Los rusos estaban del lado de quienes aspiraban a las reformas democráticas. Sin embargo, rápidamente resultó que en numerosos países la situación no
evolucionaba según un escenario civilizado. En vez de fortalecer la democracia
y de defender los derechos de las minorías, lo que vimos fue la expulsión del
adversario, su derrocamiento, y como se sustituía una
fuerza dominante con otra fuerza aún más agresiva. La injerencia externa, aliada a una de las partes en conflicto, así como
el carácter militar de dicha injerencia, han contribuido a una evolución
negativa de la situación. A tal extremo que ciertos países eliminaron el
régimen libio gracias a la aviación, justificándose con eslóganes humanitarios.
Y se alcanzó la apoteosis durante la repugnante escena del bárbaro linchamiento
de Muammar el Gaddafi.
Hay que impedir que el escenario
libio se reitere en Siria. Los esfuerzos de
la comunidad internacional deben girar ante todo alrededor de la reconciliación
en Siria. Es importante que se logre detener la violencia lo más rápidamente
posible, sea cual sea el origen de esta, que se inicie al fin el diálogo
nacional, sin condiciones previas, sin injerencia extranjera y respetando la
soberanía del país. Ello establecería premisas para la verdadera aplicación de
las medidas de democratización anunciadas por el gobierno sirio. Lo más
importante es impedir una guerra civil generalizada. La diplomacia rusa ha
trabajado y seguirá trabajando en ese sentido.
Después de una experiencia amarga, nos oponemos a la adopción de tales
resoluciones por parte del Consejo de Seguridad de la ONU, resoluciones que
serían interpretadas como la luz verde a una injerencia militar en los procesos
internos de Siria. Es en función de ese enfoque fundamental que Rusia y China
bloquearon, a principios de febrero, una resolución que, por su ambigüedad,
habría estimulado en la práctica la violencia ejercida por una de las partes en
conflicto. En ese sentido, dada la reacción muy violenta y casi histérica ante
el veto chino y ruso, quisiera poner a nuestros colegas occidentales en guardia
contra la tentación de recurrir al esquema simplificador ya utilizado
anteriormente: ante la ausencia de aval del Consejo de Seguridad de la ONU, se
forma una coalición con los Estados interesados y… al ataque. La lógica misma
de ese tipo de comportamiento resulta perniciosa. Y no conduce a nada bueno. En
todo caso, no ayuda a solucionar la situación en un país víctima de un
conflicto. Lo peor es que desestabiliza aún más el sistema internacional de
seguridad en su conjunto y deteriora la autoridad y el papel central de la ONU.
Debemos recordar que el derecho al veto no es un capricho sino parte integrante
del orden mundial establecido por la Carta de las Naciones Unidas –por cierto,
debido a la insistencia de Estados Unidos. Ese derecho implica el hecho que las
decisiones a las que se opone al menos un miembro permanente del Consejo de
Seguridad no pueden ser coherentes ni eficaces.
Espero que Estados Unidos y otros países tengan en cuenta esa amarga
experiencia y que no traten de desencadenar una operación militar en Siria sin
el aval del Consejo de Seguridad de la ONU. No logro entender, por demás, de
dónde vienen esos “ímpetus belicosos”. ¿Por qué se carece de paciencia para
elaborar un enfoque colectivo apropiado y equilibrado, sobre todo si se tiene
en cuenta que ese enfoque ya venía tomando forma en el proyecto de resolución
sirio anteriormente mencionado? Sólo faltaba exigir a la oposición armada lo
mismo que al gobierno, específicamente el retiro de las unidades armadas
presentes en las ciudades. Resulta cínico el no haber querido hacerlo. Si
queremos garantizar la seguridad de los civiles, lo cual constituye la
prioridad de Rusia, hay que hacer razonar a todas a las partes implicadas en el
conflicto armado.
Existe también otro aspecto. Resulta que en los países que han vivido la
primavera árabe, al igual que en Irak en otra época, las empresas rusas pierden
las posiciones ganadas en los mercados locales a lo largo de décadas y pierden
importantes contratos comerciales. Y los espacios vacíos son ocupados por los
actores económicos de los países que contribuyeron al derrocamiento de los
regímenes que se hallaban en el poder. Pudiera pensarse que, en cierta medida,
esos trágicos acontecimientos no tuvieron como causa la preocupación por el
respeto de los derechos humanos sino el deseo de redistribuir los mercados.
Como quiera que sea, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Y tenemos la
intención de trabajar activamente con los nuevos gobiernos de los países árabes
para restablecer rápidamente nuestras posiciones económicas. Los
acontecimientos en el mundo árabe resultan, en su conjunto, muy instructivos.
Están demostrando que la voluntad de instaurar la democracia mediante el uso de
la fuerza puede conducir y a menudo conduce al resultado contrario. Vemos el
surgimiento de fuerzas, incluso de extremistas religiosos, que tratan de
cambiar la dirección misma del desarrollo de los países y la naturaleza laica
de su administración. Rusia siempre ha mantenido buenas relaciones con los
representantes moderados del Islam, cuya ideología se aproxima a las
tradiciones de los musulmanes rusos. Y estamos dispuestos a desarrollar esas
relaciones en las actuales condiciones. Estamos interesados en dinamizar lazos
políticos, comerciales y económicos con todos los países árabes, incluyendo, y
lo reitero, a aquellos que acaban de atravesar periodos de desorden. A mi
entender, existen además condiciones reales que permiten que Rusia conserve
intactas sus posiciones de líder en la escena del Medio Oriente, donde tenemos
numerosos amigos.
En lo tocante al conflicto israelo-árabe, sigue sin aparecer la “receta
milagrosa” que permitiría resolver la situación. En todo caso, no podemos
cruzarnos de brazos. Dada la proximidad de nuestras relaciones con el gobierno
israelí y con los dirigentes palestinos, la diplomacia rusa seguirá
contribuyendo activamente al restablecimiento del proceso de paz de forma
bilateral y en el marco del Cuarteto para el Medio Oriente, coordinando sus
acciones con la Liga Árabe. La primavera árabe también ha puesto de relieve el
uso particularmente activo de las tecnologías avanzadas de la información y la
comunicación en la formación de la opinión. Puede decirse que Internet, las
redes sociales, los teléfonos celulares, etc. Se han convertido, junto a la
televisión, en una herramienta eficaz tanto de la política nacional como de la
política internacional. Es un nuevo factor que exige reflexión, sobre todo para
que mientras se sigue promoviendo la excepcional libertad de comunicación en la
web, se reduzca también el riesgo de su uso por parte de terroristas y
criminales.
Se usa cada vez más la noción de “poder suave” (softpower), un conjunto de
herramientas y métodos que permiten alcanzar objetivos de política exterior sin
recurrir a las armas, gracias a herramientas informativas y de otros tipos.
Desgraciadamente, esos métodos a menudo se usan para estimular y exacerbar el
extremismo, el separatismo, el nacionalismo, la manipulación de la conciencia
de la opinión pública y la injerencia directa en la política nacional de los
Estados soberanos. Es importante establecer claramente la diferencia entre, por
un lado, la libertad de expresión y la actividad política normal y, por el
otro, el uso de herramientas ilegítimas del poder suave. No podemos más que
saludar el trabajo civilizado de las organizaciones humanitarias y caritativas
no gubernamentales, incluso cuando emiten críticas a las autoridades
establecidas. Sin embargo, resultan inaceptables las actividades de las
“seudoONGs” y de otros organismos cuyo objetivo es desestabilizar, con apoyo
extranjero, la situación en tal o más cual país.
Quiero referirme a los casos en que la actividad de una organización no
gubernamental no estaba motivada por los intereses (y recursos) de los grupos
sociales locales, sino financiada y mantenida por fuerzas exteriores. Existen
actualmente en el mundo numerosos “agentes de influencia” de las grandes
potencias, de las alianzas y las corporaciones. Cuando actúan abiertamente, se
trata simplemente de formas de cabildeo civilizado. Rusia también tiene ese
tipo de instituciones, como la agencia federal Rosotrudnitchestvo, la fundación
Ruskimir (Mundo ruso), y nuestras principales universidades, que amplían la
búsqueda de estudiantes talentosos en el exterior. Pero Rusia no utiliza las
ONGs nacionales de otros países, ni tampoco financia esas ONGs y las
organizaciones políticas extranjeras con vistas a promover sus propios
intereses. Tampoco lo hacen China, la India y Brasil. Para nosotros, la
influencia en la política nacional y sobre la opinión pública en otros países
debe ser únicamente abierta. De esa forma, la acción de los actores será lo más
responsable posible.
Continuará...
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