5 DE AGOSTO
NUESTRA SEÑORA DE LAS NIEVES
Misa – Salve Sancta Parens
Epístola – Eccli; XXIV, 14-16
Evangelio – San Lucas; XI, 27-28
LA LITURGIA DEL 5
DE AGOSTO. — A pesar
de: ser de rito doble mayor y pasar inadvertidas de muchos las dos fiestas del
16 de Julio y del 5 de Agosto, sin embargo de ello no son menos queridas de la
piedad cristiana. Preludian el triunfo de la Asunción y preparan nuestras almas
invitándolas al recogimiento y a una tierna devoción hacia la Madre de Dios.
Los meses del verano atraen a los fieles hacia los lugares de peregrinación y a
los santuarios dedicados a Nuestra Señora, donde ellos experimentan su presencia
de un modo especial y recogen más abundantes frutos de la Mediadora de todas
las gracias. La Liturgia nos invita hoy a una peregrinación hecha con el
pensamiento y el deseo para celebrar la Dedicación de la Iglesia que fué la que
desde hace numerosos siglos llevó primero en Roma el santo nombre de María y
que es no solamente una de las más bellas y más ricas de la Ciudad Eterna, sino
también la abuela de las innumerables "Nuestra Señora" que la piedad
cristiana debía levantar sobre toda la tierra, desde las más modestas capillas
de la campiña hasta las espléndidas catedrales de Chartres o de Burgos.
HISTORIA Y
LEYENDA.— A mediados
del siglo IV, el Papa Liberio añadió un ábside a un vasto salón llamado
"Sicininum" y lo consagró para el culto. Por eso todavía se da a ese
edificio el nombre de basílica Liberiana. Sixto III la reconstruyó casi
enteramente y después la dedicó hacia el año 435 a la Virgen, cuya Maternidad divina
había definido el Concilio de Efeso en 431 y también había consagrado el nombre
de "Theotokos", Madre de Dios. Entonces fue cuando la basílica
recibió y guardó el nombre de Santa María la Mayor. Una hermosa leyenda, nacida
en la Edad Media, cuenta que la Virgen se apareció en sueños a Liberio,
encomendándole construir una basílica sobre el Esquilinio, en el lugar que, al
día siguiente, estaría cubierto de nieve. Y al día siguiente, en efecto, a
pesar de estar en plena canícula, una nevada milagrosa indicó el lugar de la
basílica deseada por Nuestra Señora. Con este motivo se la llamó iglesia de
Nuestra Señora de las Nieves. La leyenda no está sin conexión con el uso de
esparcir en este día una lluvia de flores blancas en la basílica: Esta
costumbre simbólica, que manifiesta la pureza virginal de María, ¿fué acaso el
origen de la leyenda o bien fué ésta la que dió lugar al rito? Lo único que se
sabe con certeza es que Santa María la Mayor merece ciertamente su nombre: es
la basílica mariana por excelencia.
PRESENCIA MARIANA. — A Nuestra Señora se encuentra en este
lugar ai admirar sobre el frontón del ábside las pinturas que recuerdan los misterios
de la Encarnación y de la Maternidad divina. Se la venera ante el bello icono
de estilo bizantino llamado "Madona de S. Lucas", por largo tiempo
atribuido al Evangelista y que por ser de una época más tardía, es ciertamente la
reprodución de una obra más antigua; y Roma que conserva con piedad tantas
imágenes admirables de la Virgen, ama a ésta como la más venerable de todas;
esta pintura es su palladium, la considera como "la salvación del pueblo
romano". Finalmente, a Nuestra Señora se la encuentra también en los
recuerdos del pesebre del Salvador: son cinco trozos de madera apolillada
encerrados en un relicario que se coloca en el altar mayor, en Navidad, durante
la Misa de la media noche. Son innumerables los peregrinos que han venido a
implorar en esta basílica la protección maternal de Nuestra Señora o a
entregarla sus homenajes de ternura filial. ¡Y cuántos santos recibieron allí
gracias especiales! Aquí fué donde, una noche, la Virgen Santísima colocó al Niño
Jesús en los brazos de S. Cayetano de Thienna; aquí donde, en otra Noche de
Navidad, San Ignacio de Loyola celebró su primera Misa; aquí donde también los
rosarios rezados por S. Pío V obtuvieron para los Cruzados la victoria de
Lepanto; así mismo, delante de la Madona de San Lucas gustaba rezar S. Carlos
Borromeo, cuando él era Arcipreste de la basílica, y fué él quien, para
atestiguar su gratitud hacia la Madre de Dios, reformó el coro de los
canónigos, le dio un reglamento completamente monástico y aseguró una
celebración ejemplar del Oficio Divino.
RECUERDOS
LITÚRGICOS. — Y ¡qué
recuerdos reaviva en nosotros, oh María esta fiesta de Basílica Mayor ! Y, ¿qué
alabanza más digna, qué mejor oración te podríamos hacer hoy que el recodar te,
al pedirte, que renueves y confirmes para siempre, las gracias que recibimos en
este sagrado recinto? ¿No es por ventura a su sombra, donde reunidos a nuestra
Madre la Iglesia, a pesar de las distancias, hemos gustado las más dulces y
triunfadoras emociones de los Oficios litúrgicos? Allí comenzó el Año litúrgico
el primer Domingo de Adviento, como en "el lugar más conveniente para
saludar la venida del divino Niño que debía alegrar al cielo y a la tierra y
mostrar el sublime prodigio de la fecundidad de una Virgen'". Ansiosas
estaban nuestras almas en la Vigilia Santa, que desde la mañana nos invitaba a
la esplendorosa basílica, donde al fin iba a abrirse la Rosa Mística y a
extender su perfume divino. Reina de las numerosas iglesias que la devoción
romana ha dedicado a la Madre de Dios, se levantaba ante nosotros
resplandeciente por sus mármoles de oro, mas sintiéndose feliz de un modo
especial por poseer ella, juntamente con el retrato de la Virgen Madre, el humilde
y glorioso pesebre. Durante la noche, una multitud inmensa se agolpaba en sus
muros esperando el feliz instante en que este tierno monumento del amor y los
abatimientos de un Dios apareciese, elevado sobre las espaldas de los ministros
sagrados, como un arca de la nueva alianza, cuya vista reanima al pecador y
hace palpitar el corazón del justo '. ¡Ay! Apenas han pasado unos meses nos
encontramos en este noble santuario "compadeciéndonos esta vez de los
dolores de nuestra Madre en espera del sacrificio que se preparaba"2. Mas pronto
alegrías nuevas en la augusta basílica. "Roma honraba en la solemnidad
pascual a aquella que, mejor que otra criatura, tuvo derecho de sentir las
alegrías por las angustias que su corazón maternal había sobrellevado y por su
fidelidad en conservar la fe de la Resurrección durante las crueles horas que
su Hijo tuvo que pasar en la humillación de la tumba'". Resplandeciente como
la nieve, oh María, un manto blanco de los recién salidos de las aguas formaba vuestra
corte y realzaba el triunfo de este día.
SÚPLICA. — Haz, tanto en ellos como en todos nosotros,
oh Madre, que los sentimientos sean siempre puros como el mármol blanco de las columnas
de tu Iglesia querida; la caridad resplandeciente como el oro que brilla en tus
alfarjes; las obras luminosas como el cirio pascual, símbolo de Cristo vencedor
de la muerte y qué te honra desde que empieza a lucir.
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