PROLOGO
Hay ciertas cosas en la
vida que son demasiado bellas para olvidarse. Tal el
amor de una madre. Por eso guardamos su fotografía como un tesoro.
El amor de los soldados, que se sacrificaron por su patria, es
igualmente demasiado: hermoso para ser olvidado; y por eso reverenciamos
su recuerdo en el "Día Memorial". Pero la más grande
bendición que jamás descendió a este mundo fue la visita del Hijo de
Dios en forma y en hábito de hombre. Su vida, sobre todas las vidas,
es demasiado bella para olvidarse; y por eso guardamos como un tesoro la
divinidad de sus Palabras en la Sagrada Escritura, y la caridad
de sus Obran en nuestra acciones diarias. Desgraciadamente
esto es todo lo que algunas almas recuerdan; concretamente, sus Palabras
y sus Obras; y sin embargo, importantes como ellas son, no la mayor característica del Salvador
Divino. El acto más sublime en la historia de Cristo fue su Muerte.
La muerte es siempre importante porque ella sella el destino. Todo
hombre muriendo es una escena. Toda escena de muerte es una
situación sagrada. Por eso la gran literatura antigua, que pintó las
emociones anejas a la muerte, no ha pasado nunca de actualidad. Pero
de todas las muertes que los hombres recuerdan ninguna fue más importante
que la muerte de Cristo. Cualquier otro nacido en el mundo vino a
él pura vivir; nuestro Señor entró en él para morir. La
muerte, piedra donde se estrelló la vida de un Sócrates, fue para Cristo
la corona de la vida. El mismo nos dijo que había venido al mundo
"a dar su vida para la redención de muchos; que nadie podía
arrebatar le la vida; pero que Él la entregaría de su propia
voluntad". Si, pues, la Muerte fue el momento supremo para
el cual vivió Cristo, eso fue precisamente lo único que El mostró deseo
de que nosotros recordásemos. No pidió que se consignasen por escrito
sus Palabras en la Escritura; no pidió que se recordase en la Historia
su bondad para con los pobres; pero sí pidió que los hombres recordasen
su Muerte Y para que su recuerdo no fuese una narración arbitraria por
parte de los hombres, El mismo instituyó el modo concreto como
había de ser conmemorada.
El memorial fue instituido
la noche antes de su muerte, durante lo que se ha llamado desde entonces
"La Ultima Cena". Tomando el pan en sus manos dijo: "Este es mi
cuerpo, que será entregado por vosotros"; esto es, entregado a la muerte.
Después dijo sobre el cáliz del vino: "Esta es mi sangre del Nuevo
Testamento, que será derramada por muchos para la remisión de los
pecados". "Así, pues, en un símbolo incruento de separación entre la
Sangre y el Cuerpo, consistente en la consagración separada del Pan y del Vino,
se comprometió a sí mismo al sacrificio delante de Dios y de los hombres, y
representó su Muerte que sucedería a las tres de la tarde del día siguiente (1). Se ofrecía a sí mismo como Víctima para ser inmolada;
y, para que los hombres no pudiesen olvidar jamás que "nadie tiene mayor
amor que el que da la vida por sus amigos", dio el divino encargo a la
Iglesia: "Haced esto en memoria mía". Al día siguiente, lo que había
prefigurado y anunciado lo realizó con toda su perfección cuando fue
crucificado entre dos ladrones y su Sangre se separó toda de su Cuerpo para la
redención del mundo. La Iglesia, que Cristo fundó, no sólo conservó la Palabra
que El habló y las maravillas que El obró, sino que le ha obedecido
cuidadosamente en lo que dijo: "Haced esto en memoria mía". Y esta
acción, por la cual nosotros volvemos a actuar su Muerte en la cruz, es el
Sacrificio de la Misa, en la que nosotros hacemos, como en recuerdo, lo que El
hizo en la Ultima Cena como en figura de su Pasión (2). Por eso la Misa es para
nosotros el acto cumbre del culto cristiano. El púlpito, en el cual se repite
la palabra de nuestro Señor, no nos une con El; el coro, en que resuenan suaves
melodías, no nos aproxima más a su Cruz que a sus vestiduras. Un templo sin el
altar del Sacrificio no existe entre los pueblos primitivos y no tiene sentido
entre los cristianos. Y así en la Iglesia Católica el altar y no el púlpito, o el coro, o el órgano, es el centro del culto; porque en él se celebra
ti memorial de su Pasión. Su valor no depende de aquel que le dice o de aquel
que le oye; dependen de aquel que es el Único Gran Sacerdote y Víctima,
Jesucristo Nuestro Señor. Con el cual estamos unidos a pesar de nuestra nada;
en cierto sentido perdemos nuestra individuación por un momento; unimos nuestro
entendimiento y nuestra voluntad, nuestro corazón y nuestra alma, nuestro
cuerpo y nuestra sangre tan íntimamente con Cristo, que el Padre Celestial mira,
no tanto a nosotros con nuestra imperfección, sino más bien a nosotros
en El, su Hijo muy amado, en quien tiene todas sus complacencias.
La Misa es por esta razón
el más grande acontecimiento de la Humanidad; el único Acto Santo que aparta la
ira de Dios de un mundo pee ador, porque levanta la Cruz entre el cielo y la
tierra, renovando así el momento decisivo en que nuestra triste y trágica
humanidad pasó de repente a la plenitud de la vida sobrenatural, , Lo que
importa en este punto es que adoptemos la actitud mental exacta con relación a
la Misa, y recordemos este hecho trascendental, que el Sacrificio de la Cruz es
no sólo algo que aconteció hace diecinueve siglos. Está aconteciendo aún. No es
algo pasado, como la firma de la Declaración de la Independencia. Es un drama permanente
del cual no se ha bajado aún el telón: No pensemos que sucedió hace mucho
tiempo, y por tanto que no tiene con nosotros más relación que cualquier otra
cosa sucedida en el pasado. El Calvario pertenece a todos los tiempos y
a todos los lugares. Por eso cuando nuestro Señor subió a las alturas del
Calvario fue significativamente despojado de sus vestiduras. Quiso salvar al
mundo sin los arreos de un mundo que pasa. Sus vestiduras pertenecían al
tiempo, porque lo localizaban, lo determinaban como un ciudadano de Galilea.
Ahora, que había sido despojado de ellas y enteramente desposeído de todas las
cosas terrenas, pertenecía no a Galilea, no a una provincia Romana, sino al
mundo. Se había convertido en el pobre de todo el universo; pertenecía no a un
pueblo, sino a todos los hombres.
Para significar con más
fuerza la universalidad de la Redención, la Cruz fue erigida en la encrucijada
de la civilización, en un punto central en medio de tres grandes culturas, de
Jerusalén, Roma y Atenas, en cuyos nombres El había sido crucificado. La Cruz,
pues, fue fijada ante los ojos de los hombres para detener a los despreocupados,
atraer a los aturdidos, levantar a los mundanos. Fue el único hecho ineludible que
ia cultura y civilización de su tiempo no pudieron soslayar. Y es también el
único hecho ineludible de nuestros días que no podemos menos de enfrentar. Las
figuras de la Cruz fueron símbolos de todos los que crucifican. Allí estuvimos
en nuestros representantes. Lo que hacemos ahora con el Cuerpo Místico de
Cristo, lo hicieron ellos, en nuestro nombre, con el Cristo histórico. Si sentimos
envidia del bien ,allí estábamos en los Escribas y Fariseos.. Si tememos perder
ventajas temporales por abrazar la Divina Verdad y el Divino Amor, allí
estábamos en Pilato. Si confiamos en las fuerzas humanas y buscamos triunfar
por medios materiales en vez de los espirituales, allí nos representaba
Herodes, Y así se repite la Historia en los típicos pecados del mundo. Todos
ellos nos ciegan para reconocer el hecho de que El es Dios. Había, pues, algo
inevitable en la Crucifixión. Los hombres, que fueron libres para pecar, fueron
también libres para Crucificar.
Mientras haya pecado en el
mundo, la Crucifixión es una realidad. Como realzó el Poeta: Con corona de
espinas en la frente a Dios, Hijo del Hombre, pasar veo, "Pero.- ¿No
estaba todo, Señor, ya consumado?", le requiero. "¿No habías para
siempre terminado angustias y tormentos?" ¡Qué temblor cuando a mí tornó
sus ojos! "¿No entiendes tú el misterio? Ves: Cada corazón es un Calvario,
cada pecado un Leño Estuvimos, pues, allí durante Ja Crucifixión. El drama se
completó ya hasta donde la visión de Cristo abarcaba; pero todavía no se ha
representado ante todos los hombres, en todos los lugares, en todos los
tiempos. Si, por ejemplo, un rollo de película fuera consciente de sí mismo
conocería el drama desde el principio hasta el fin, pero los espectadores en el
teatro no le conocerían hasta que le hubieran visto desarrollado en la
pantalla. De mañera semejante nuestro Señor en la Cruz vio en su mente divina
el drama entero de la Historia, la historia de cada alma en particular, y cómo más
tarde reaccionaría ante su Crucifixión; pero, aun cuando El lo vio todo,
nosotros no podemos conocer cómo reaccionaríamos ante la Cruz hasta que no nos
desenvolviésemos en la pantalla del tiempo. No éramos conscientes de
estar presentes en el Calvario aquel día, pero El sí estaba consciente de
nuestra presencia. Hoy conocemos el papel que representamos entonces en el
teatro del Calvario por el modo como vivimos y actuamos» ahora en el teatro del
siglo XX.
Por eso el Calvario es
actual; por eso la Cruz es crisis; por eso, en cierto sentido, las llagas siguen
abiertas; por eso el dolor sigue deificado, y la sangre, como estrellas que
caen, está aún cayendo sobre nuestras almas. No hay huida de la Cruz; ni
negándole, como hicieron los fariseos; ni vendiéndole, como Judas; ni aun
crucificándole, como hicieron los verdugos. Todos la vemos: o abrazarla para la
salvación, o huir de ella para la desgracia. Pero, ¿cómo se hace eso visible?
¿Cómo encontraremos el Calvario perpetuado? Encontraremos el Calvario
revalidado, renovado, representado, como lo hemos dicho, en la Santa Misa. El
Calvario es uno con la Misa, y la Misa es una con el Calvario, porque en ambos
es el mismo el Sacerdote y la Víctima. Las siete últimas palabras son como las
siete partes de la Misa. Y justamente como en música hay siete notas que
admiten una infinita variedad de armonías y combinaciones, así también en la
Cruz hay siete divinas notas que Cristo muriendo hizo sonar para los siglos, y
todas ellas se combinan para formar la bella armonía de la Redención del mundo.
Cada palabra es una parte
de la Misa. La Primera Palabra, "Perdónales", es el Confíteor. La
Segunda Palabra, "Hoy estarás en el Paraíso", es el Ofertorio. La
Tercera Palabra, "He ahí a tu Madre", es el Sane tus. La Cuarta
Palabra, "¿Por qué me has abandonado?", es la Consagración. La Quinta
Palabra, "Tengo sed", es la Comunión. La Sexta Palabra, "Todo se
ha acabado", es el Ite, Missa est. La Séptima Palabra, "Padre, en tus
manos" es el último Evangelio. Imagínate, pues, al Sumo Sacerdote, Cristo,
dejando el Santuario del cielo por el altar del Calvario. Ya se ha puesto las
vestiduras de nuestra humana naturaleza, el manípulo de nuestros sufrimientos,
la estola del sacerdocio, la casulla de la Cruz. El Calvario es su catedral; la
roca del Calvario la piedra del altar; el so] volviéndose rojo es la lámpara
del santuario; María y Juan los altares laterales vivientes; la hostia es su Cuerpo,
el vino es su Sangre. Está erguido como Sacerdote, y sin embargo postrado como
Víctima:
Su Misa va a comenzar…
(1)
"'La muerte se nos representa simbólicamente por medio de esta separación
sacramental entre el cuerpo y la sangre; pero la muerte, al mismo tiempo, ya se
daba en prenda a Dios por todo su valor, tan bien como en toda su tremenda
realidad, con el expresivo lenguaje del Sagrado Símbolo- El precio de nuestros
pecados se entregaría en el Calvario; pero aquí nuestro Redentor contraía la
obligación y la suscribía con su propia sangre." (MAURICE
DE LA TAILLE, S- J-, Catholic Faith in the holy Eucha-risb p. 115.) "No hubo allí propiamente dos
completos y diferentes sacrificios ofrecidos por Cristo, uno en el Cenáculo y
otro en el Calvario. Hubo un Sacrificio en la Ultima Cena; pero éste fue el
Sacrificio de la Redención; y hubo un Sacrificio en la Cruz, pero éste fue el
mismo Sacrificio continuado y completado. La Cena y la Cruz forman un Sacriñcio
completo." (MAURICB DE LA TAILLE, 8* J-, The Mystery of Faith and Human
Opinión, p. 2320.
(2)
"El ofreció la Víctima para ser inmolada; nosotros la ofrecemos ya
inmolada entonces. Ofrecemos la Víctima Eterna de la Cruz sacrificada una vez y
siempre perdurable... La Misa es un sacrificio porque es nuestra oblación de la
Víctima ya Inmolada, como en la Cena fue la oblación de la Víctima que iba a
ser sacrificada." Ibíd., pp, 239, 240- La Misa es no sólo una
conmemoración, es una representación viviente del Sacrificio de la Cruz:
"En este Divino Sacrificio que se realiza en la Misa se contiene e inmola
de un modo incruento el mismo Cristo que se ofreció una vez por todos de modo •sangriento
sobre la Cruz- Es una sola y la misma Víctima uno y el mismo Sumo Sacerdote,
que hace el ofrecimiento por medio de sus sacerdotes de hoy después de haberse ofrecido
a sí mismo sobre la Crus ayer- Sólo el modo de la oblación es« distinta* {Concilio
Tridentino. Sess, 22.)
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