Que el amor tiende a la unión
El gran Salomón describe con un aire deliciosamente admirable los
amores del Salvador y del alma devota, en aquella obra divina que, por su
exquisita dulzura, se llama Cantar de los Cantares. Y, para elevarnos más
dulcemente a la consideración de este amor espiritual, que se practica entre Dios
y nosotros, por la correspondencia de los movimientos de nuestros corazones con
las inspiraciones de su divina majestad, se vale de una continua representación
de los amores entre un casto pastor y una honesta pastora. Ahora bien, haciendo
que la esposa hable la primera, como sobrecogida por cierta sorpresa de amor,
pone, ante todo, en sus labios este suspiro: Reciba yo un ósculo de su boca»,
En todos los tiempos y entre los hombres más santos del mundo, ha sido el beso
la señal del afecto y del amor, y así se practicó entre los primeros cristianos
como lo testifica San Pablo cuando dice a los romanos y a los corintios: Saludaos
mutuamente, los unos a los otros con el ósculo santo. Y, como creen muchos,
Judas, para dar a conocer a Nuestro Señor, empleó el beso porque este divino
Salvador besaba ordinariamente a sus discípulos cuando se encontraba con ellos;
y no sólo a sus discípulos, sino también a los niños, a los cuales tomaba
amorosamente en sus brazos, como ocurrió con aquel del cual sacó la comparación
para invitar tan solemnemente a los discípulos a la caridad del prójimo. Muchos
presumen que este niño fue San Marcial, según dice el obispo Jansenius".
Siendo, pues, el beso la señal viva de la unión de los corazones, la
esposa que no desea, en todas sus pretensiones, otra cosa que unirse con su
amado, exclama: Reciba yo un ósculo de su boca; como sí dijera: ¿Cuándo será
que yo derramaré mi alma en su corazón y que Él derramará su corazón en mi
alma, para qua así, felizmente unidos, vivamos inseparables? Cuando el Espíritu
divino quiere hablar de un amor humano, emplea siempre palabras que expresan
unión y consorcio. En la multitud de los creyentes, dice San Lucas, no había
más que un sólo corazón y una sola alma. Nuestro Señor rogó al Padre por todos
los fieles, para que fuesen todas unas mismas cosas. San Pablo nos advierte que
seamos celosos de conservar la unidad de espíritu por la unión de la paz. Estas
uniones de corazón, de alma y de espíritu significan la perfección del amor,
que funde muchas almas en una sola. Es en este sentido que se dice que el alma
de Jonatán estaba adherida al alma de David, es decir, según añade la
Escritura, amó a David como a su propia alma. Luego el fin del amor no es otro
que la unión del amante con la cosa amada.
Que la unión pretendida por el amor es
espiritual"
Hay que advertir, empero, que hay uniones naturales, como las de
semejanza, de consanguineidad y la unión de la causa con el efecto; y hay otras
que, no siendo naturales, pueden llamarse voluntarias, porque, si bien son
conformes con la naturaleza, no se producen sin la intervención de la voluntad,
como la unión que nace de los beneficios, los cuales, indudablemente, unen al
que los recibe y al que los da; la unión que es fruto del trato y de la
compañía, y otras semejantes. Las uniones voluntarias, son en efecto,
posteriores al amor, pero, a la vez, causas de éste, por ser su fin y su única
pretensión; de suerte que, así como el amor tiende a la unión, de la misma
manera la unión extiende, con frecuencia., y acrecienta el amor. Pero ¿a qué
clase de unión tiende? Es verdad que es el hombre el que ama, y que ama por la
voluntad; pero la voluntad del hombre es espiritual; luego también lo es la
unión que su amor pretende, tanto más, cuanto que el corazón, sede y manantial
del amor, no sólo no se perfecciona sino que se envilece cuando se une a las
cosas corporales. Ocurre raras veces que los que saben mucho, saben bien lo que
saben; porque la virtud o la fuerza del entendimiento, cuando se derrama en el
conocimiento de muchas cosas, es menos enérgica y vigorosa que cuando se
concentra en la consideración de un solo objeto. Luego, cuando el alma emplea
su virtud activa en diversas suertes de operaciones amorosas, fuerza es que su
acción, así dividida, sea menos vigorosa y perfecta. Tres son, en nosotros, las
clases de operaciones amorosas: las espirituales, las racionales y las
sensuales. Cuando el amor esparce su fuerza por estas tres operaciones es, sin
duda, más extenso, pero es menos intenso. ¿No vemos cómo el fuego, símbolo del
amor, forzado a salir por la única boca del cañón, produce una explosión prodigiosa,
la cual sería mucho más floja si el cañón poseyese dos o tres aberturas?
Siendo, pues, el amor, un acto de nuestra voluntad, el que quiera tener un
amor, no solamente noble y generoso, sino fuerte, vigoroso y activo, ha de
procurar retener su virtud y su fuerza dentro de los limites de las operaciones
espirituales, porque, quien quisiera aplicarlo a las operaciones de la parte
sensitiva o sensible de nuestra alma, debilitaría proporcionalmente las
operaciones de la parte intelectual, en las cuales consiste precisamente la
esencia del amor. Cuando el alma practica el amor sensual, que la coloca en un
plano inferior a sí misma, es imposible que no afloje otro tanto en el
ejercicio del amor superior; de suerte que tan lejos está el amor verdadero y
esencial de ser ayudado y conservado por la unión a la cual el amor sensual
tiende, que, al contrario, debido a ella, se debilita, se disipa y perece. “Los
bueyes de Job araban la tierra; mientras que los asnos inútiles pacían en torne
de ellos”, Y comían de los pastos debidos a los bueyes que trabajaban.
Acontece, con frecuencia, que, mientras la parte intelectual de nuestra alma
trabaja, con un amor honesto y virtuoso, sobre un objeto digno de él, los
sentidos y las facultades de la parte interior tienden a la unión que les es
propia y que les sirve de pasto, aunque la unión no sea debida más que al corazón
y al espíritu, que son los únicos que pueden producir el verdadero y
substancial amor.
El amor intelectual y cordial, que ha de ser el dueño en nuestra alma,
rehúsa toda suerte de uniones sensuales, y se contenta con la simple benevolencia.
El amor puede encontrarse en las uniones de las potencias sensuales
mezcladas con las uniones de las potencias intelectuales, pero de una manera
tan excelente como ocurre cuando los espíritus y los ánimos, separados de todos
los afectos corporales y unidos entre sí, producen el amor puro y espiritual.
El amor es como el fuego, cuyas llamas son tanto más claras y delicadas
cuanto más delicada es la materia, y no se pueden extinguir si no es
ahogándolas y cubriéndolas de tierra.
Cuanto más elevado y espiritual es su sujeto más vivos, más duraderos y
más permanentes son sus afectos, hasta el punto de que no es posible arruinar
este amor si no es rebajándolo a las uniones viles y rastreras. Como dice San
Gregorio, entre los placeres espirituales y los corporales, hay esta
diferencia, a saber, que éstos producen el deseo antes de que se posean, Y el
hastío cuando ya se tienen; mas las espirituales causan disgustos cuando no se
tienen, y placer cuando se alcanzan.
Que hay en el
alma dos porciones y de qué manera
Tenemos una sola alma, Teótimo, y ésta es indivisibles; pero en esta
alma hay diversos grados de perfección, porque es viviente, sensible y racional,
y, según son diversos estos grados, también ella tiene diversidad de
propiedades Y de Inclinaciones, por las cuales se siente movida a huir o a
unirse con las cosas. El apetito sensitivo, nos lleva a buscar Y a huir de
muchas cosas por el conocimiento sensible que de ellas tenemos; lo mismo que a
los animales, los cuales unos apetecen una, cosa y otros otra, según conocen
que es o no conveniente; y en este apetito reside o de él procede el amor que
llamamos sensual o simplemente apetito.
En cuanto somos racionales, tenemos una voluntad que nos inclina en pos
del bien, según lo conocemos o juzgamos como tal por el discurso. Ahora bien,
en nuestra alma en cuanto es racional, advertimos claramente dos grados de
perfección, que el gran San Agustín y con él todos los doctores, ha llamado porcianes
del alma, una inferior y otra superior, llamadas así porque la primera discurre
y saca sus consecuencias según lo que percibe y experimenta por los sentidos, y
la segunda discurre y saca sus consecuencias según el conocimiento intelectual,
que no se funda en la experiencia de los sentidos, sino en el discernimiento Y en el juicio del espíritu; por esta causa,
la parte superior se llama también comúnmente espíritu o parte mental del alma,
y la inferior se llama ordinariamente sentido o sentimiento Y razón humana.
Ahora bien, la parte superior puede discurrir según dos clases de
luces, a saber, según la luz natural, como lo hacen todos los filósofos y todos
los que discurren científicamente, o según la luz sobrenatural, como lo hacen
los teólogos y los cristianos, en cuanto fundan sus discursos sobre la fe y la
palabra de Dios revelada; y todavía de una manera más particular aquellos cuyo
espíritu es conducido por especiales ilustraciones, inspiraciones y mociones
celestiales, por lo que la porción superior del alma es aquella por la cual nos
adherimos Y nos aplicamos a la obediencia de la ley eterna. Abrahán, según la
parte inferior de su alma pronunció aquellas palabras, que revelan cierta desconfianza,
cuando el ángel le anunció que tendría un hijo: ¿Crees tú que a un hombre de cien
años puede nacer le un hijo? Pero según la parte superior, creyó en Dios y le
fue imputado a justicia; según la parte inferior, sintió se muy turbado cuando
le fue impuesta la obligación de sacrificar a su hijo Isaac; pero según la
parte superior se resolvió animosamente a sacrificarlo. También nosotros sentimos tajos los días dos voluntades contrarias. Un
padre, al enviar a su hijo a la corte o a los estudios, no deja de llorar al
despedirse de él, dando a entender con ello, que, si bien, según la parte
superior, quiere la partida de su hijo, para su aprovechamiento en la virtud,
con todo, según la parte inferior, le repugna la separación, y, aunque una hija
se case a gusto de su padre y de su madre, les hace empero, derramar lágrimas,
cuando les pide su bendición, de suerte que, mientras la parte superior se
conforma con la separación, la inferior muestra su resistencia. Sin embargo, no
se puede decir que, en el hombre, haya dos almas o dos naturalezas, sino que
atraída el alma por diversos incentivos y movida por diversas razones, parece
que está dividida, mientras se siente movida hacia dos extremos opuestos, hasta
que, resolviéndose, en uso de su libertad, toma partido por el uno o por el
otro; porque entonces la voluntad, más poderosa, vence, y se sobrepone, y sólo
deja en el alma un resabio del malestar que esta lucha le ha causado, resabio
que nosotros llamamos repugnancia.
Es admirable, en este punto, el ejemplo de nuestro Salvador, después de
cuya consideración no cabe ya dudar de la distinción entre la parte inferior y
la superior de nuestra alma; porque ¿qué teólogo ignora que fue perfectamente
glorioso desde el primer instante de su concepción en el seno de la Virgen? Y
sin embargo, estuvo sujeto al mismo tiempo a las tristezas, a los pesares y a
las aflicciones del corazón, y no cabe decir que sólo padeció en su cuerpo, y
en su alma, en cuanto ésta era sensible, o, lo que es lo mismo, según los
sentidos, porque antes de sufrir ningún tormento exterior, y aun antes de ver a
los verdugos junio a sí, ya dijo que su alma estaba triste hasta la muerte. En
seguida rogó que pasase de Él el cáliz de su pasión, es decir, que se le
dispensase de beberlo, con lo que expresó manifiestamente el querer de la parte
inferior de su alma, la cual, al discurrir sobre los tristes y angustiosos
trances de su pasión, que le aguardaban, y cuya viva imagen se le representaba
en su imaginación, sacó.: como consecuencia muy razonable, el deseo de huir de
ellos y de verlos alejados de sí, cosa que pidió al Padre; de donde se
desprende claramente que la parte inferior del alma no es lo mismo que el grado
sensitivo de ella, ni la voluntad inferior no es lo mismo que el apetito sensual;
porque ni el apetito sensual, ni el alma, en su grado sensitivo, son capaces de
hacer un ruego o una oración, que son actos de la facultad racional, y
particularmente no son capaces de hablar a Dios, objeto que los sentidos no pueden
alcanzar para darlos a conocer al apetito; pero el mismo Salvador, después de
esta actividad de la parte inferior y de haber dado testimonio de que, según
las consideraciones de la misma, su voluntad se inclinaba a huir de los dolores
y de las penas, dio pruebas de que poseía la parte superior, por la cual se
adhería absolutamente a la voluntad eterna y a los decretos del Padre celestial
y aceptaba voluntariamente la muerte, a pesar de la repugnancia de la parte
inferior de la razón, y así dijo: Padre mío que no se haga mi voluntad sino la tuya.
Cuando dice mi voluntad, se refiere a su voluntad según la parte inferior, y,
precisamente porque dice esto voluntariamente, demuestra que posee una voluntad
superior. Que en estas dos porciones del alma hay cuatro diferentes grados de razón.
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