Juan Manuel Bonilla Manzano |
De las Angustias del Huerto al Triunfo
del Calvario.
Dios hace concurrir todas las cosas, para el bien de los que le aman, de
los que, según sus designios, son llamados", escribe S. Pablo en su
Epístola a los Romanos, y continúa: "Porque a los que antes conoció, a
ésos los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que Este sea
el primogénito entre muchos hermanos... y a los que llamó, los glorificó".
La noche del primer jueves Santo era oscura, y el Huerto de Getsemaní, con su
arboleda de olivos y su suelo sin césped, en el silencio de aquella noche,
encogía el alma con un sentimiento mezclado de pavor y tristeza.
Y allí en un lugar retirado, de rodillas y con las manos apoyadas en el
saliente de una roca, Jesucristo, el Hijo del hombre, derramaba lágrimas y sudaba
sangre. Una angustia mortal oprimía el Corazón Divino del Salvador y Libertador
de la humanidad. Se preparaba para el gran sacrificio de su vida al día
siguiente, y había permitido, para hacernos entender a los que en el curso de
los siglos por venir leyéramos la divina historia de aquella noche, la medida
de aquel su inmenso Sacrificio, que todos los sentimientos humanos que laceran
el corazón del hombre se agolparan en su Corazón, hasta hacerle desfallecer de
angustia. La traición de uno de los suyos, el abandono de los demás, los
furores de sus enemigos y sus ofensas al Padre... y la larga serie de
ingratitudes, con que habíamos de pagar ese sacrificio, las veía en su ciencia
divina con todo su horror, y de sus labios acabaron por salir aquellas
dolientes y humildes palabras: "¡Padre... pase de Mí este cáliz!...Pero
¡no se haga mi voluntad sino la tuya!".
En la esplendorosa historia de la persecución comunista en México, no podremos
menos de encontrar entre las víctimas cristianas, muchos rasgos de semejanza
con la soberana figura de Jesucristo, conforme al citado anuncio de San Pablo.
Entre esas figuras de mártires hay una, cuyo recuerdo no se borrará jamás de mi
memoria, ni de todos los que tuvimos la altísima honra de conocerlo: Juan
Manuel Bonilla Manzano. Manuel era un joven de un atractivo singular, el
atractivo que da la virtud. Todos lo querían, todos lo respetaban. Residente en
Tlalpan. del O. F., formaba parte del grupo local de la A.C.J.M. que llevaba el
título de Emmanuel Ketteler en memoria del gran católico, político y sociólogo
alemán.
El año de 1923 a 1924 fue electo Presidente del dicho grupo. Con esto está
dicho que participaba, de una manera especial, de las ambiciones nobilísimas de
aquellos jóvenes, para hacer un México mejor, un México animado otra vez por
aquella savia cristiana que le infundieron los forjadores de nuestra
nacionalidad, y que el liberalismo del siglo XIX, instrumento perverso de la
conspiración contra el orden cristiano, había tratado de secar en su misma
fuente, que es la Iglesia de Jesucristo. Persuadido de que ninguno de esos
ideales cristianos, que anidaban en su corazón juvenil y ardiente, podría
llevarse a cabo sin la oración, era miembro también de la Adoración Nocturna, y cuando terminaban sus
ocupaciones del día, con las que proveía al sustento de su madre viuda y un
hermanito menor, no iba a buscar el descanso en las diversiones y locuras de
una juventud irreflexiva, sino que se dirigía al templo, para pasar la noche cerca
de Jesús Sacramentado, y orar en su respectivo turno al pie del Sagrario.
Jesucristo su Maestro, así lo había hecho... después del trabajo del día. En las
noches, se retiraba a hacer oración... y Manuel quería ser fiel discípulo suyo.
Cuando comenzó la persecución callista, fue uno de los primeros en
alistarse en la "Liga defensora de la libertad religiosa”... y llegadas
las cosas al extremo que llegaron, a semejanza de aquellos antiguos monjes
soldados sintió el llamamiento de Dios para que sacrificara todos sus afectos,
sus comodidades y relativo bienestar, para defender la causa de Dios,
alistándose en el Ejército Libertador, cuyas fuerzas andaban en la cercana
serranía del Ajusco.
Se conserva una carta de la señorita María de la Luz García, tipo de una
virgen cristiana, novia exquisita de Manuel, y hoy ferviente religiosa, que voy
a reproducir aquí, porque por ella veremos, cómo lejos de ser un estorbo para
el sacrificio del joven, tuvo el mérito que Dios ha apuntado en el libro de sus
eternas recompensas, de participar en él y alentarlo con el corazón destrozado,
sí, pero ante todo cristiano y nobilísimo.
"Tlálpam, 18 de agosto de 1926:—Inolvidable Manuel: —Fue muy
grande el gusto que experimenté al leer tu carta; ¿sabes por qué?, porque en ella,
al verla, leo los sentimientos de tu corazón, y créeme, no hay cosa que más me
haga gozar como el ver que el hombre a quien he dado mi cariño, se entregue de
esa manera al buen Dios, sacrificando aun lo más preciado para él. Créeme,
Manuel, lejos de sentir tristeza porque no te veo, me alegro en el alma, pues
sé, siento, tengo para mí, que el sacrificio que los dos hacemos sube cual
incienso perfumado, cual aroma delicioso hasta el trono del buen Dios, y en
cambio de esto tan pequeño que ofrecemos, espero que bajarán un sinnúmero de
gracias y bendiciones que harán crecer en tu corazón y en el mío los deseos
ardientes de sufrir más, de sacrificarnos más, de luchar más por El, que con
tanto amor nos dio su vida por nosotros en la Cruz. Si el buen Jesús acepta la
ofrenda que le haces de tu vida, y en esta lucha se extingue, espero confiando
en El y en su Madre Inmaculada, que te seré fiel hasta la muerte. Las
religiosas no me disgustan, al contrario me atraen; así es que dejando de
existir tú, creo que lo que haría sería esconderme en un claustro, donde el
ruido del mundo no borrara de mi corazón tu recuerdo y donde me dedicara a
pedir por ti. En mis pobres oraciones no te olvido nunca, y pido a Dios y a la
Morenita del Tepeyac, que te den sus gracias para que sigas luchando
valerosamente como hasta ahora lo has hecho. Tuya María de la Luz".
La lucha cristera fue heroica, sublime. Pero si en los Altos de Jalisco
y en el Volcán de Colima, los soldados de Cristo Rey se anotaron gloriosas victorias,
en las sierras del Ajusco, por la cercanía a la capital de la República, los
éxitos fueron pocos, y las penalidades extraordinarias, pues esa misma cercanía
daba refuerzos de toda especie a los enemigos de Dios y de su Iglesia. Después de un año de combates y escaramuzas,
las esperanzas del triunfo en esta rama del Ejército Libertador se iban
esfumando; las hambres, los fríos, la desnudez y la fatiga, desmoralizaron a
muchos débiles, que comenzaron a desertar de esas filas. Y comenzaron también
para Manuel, imitador de Jesucristo, las horas del Huerto. Tal se desprende de
los siguientes párrafos de su correspondencia con María de la Luz. "No sé la causa de tu tardanza en
contestarme, sólo sé que sufro lo que en mi vida había sufrido... Mi corazón
desborda de amargura, pues al fin es de carne y sus fibras se estremecen al
considerar que no está lejos el día del sacrificio. Sacrificio digo, no porque
me pese el hacerlo, pues me obliga el deber y me considero dichoso porque
cumplo con él; más la reflexión de que quizá abandone para siempre a los seres
más queridos, me hace sufrir, para qué negarlo, y sufro porque amo y con todas
mis fuerzas: tú lo sabes, porque ocupas el lugar preferente en mi corazón; y a
mi madre y a mi hermano se les acaba su ayuda, su sostén. (Eco doliente de
aquel: ¡Padre mío, que pase de Mí este cáliz!). Todo esto y menos sería
suficiente para hacer retroceder a cualquiera, pero a mí no; pues mis
convicciones me gritan: tu lugar no es la inacción y el descanso, tú debes
luchar por la libertad, y ante tal grito mi voluntad se doblega y acallo mi
corazón para responder al llamado del mismo Dios, y decirle: estoy pronto, nada
me detiene, tuyo soy, dispón de mí como mejor te plazca, tu voluntad será la
mía".
¿No escucháis resonar en la serranía del Ajusco, el eco del clamor que salía
hace veinte siglos de entre los árboles de Getsemaní? ¡No se haga mi voluntad
sino la tuya! Y pudiera yo multiplicar, tomadas de la correspondencia de ambos
jóvenes, María de la Luz y Manuel, las citas de estos dolores y estas
angustias, no menos, que el clamor de un alma decidida a cumplir con la
voluntad de Dios. Y el día de la consumación del sacrificio llegó por fin. El
14 de abril de 1927, Jueves Santo, Manuel, cargando a un cristero herido, bajó
de la montaña, a la hacienda de San Diego Linares, cercana a Toluca, para como
otro Buen Samaritano, encargar a los dueños de la hacienda, con cuya ayuda y
benevolencia, prometidas por ellos, contaba, el cuidado del enfermo. ¡Ay, era
preciso que Manuel, hasta el último detalle imitara a su Maestro! Como otro
Judas, uno de los hacendados, se apresuró a ir a Toluca para denunciar al
general Urbalejo que era el jefe de la guarnición de aquella ciudad, que en la
hacienda se encontraban dos cristeros inermes. .. Un grueso pelotón de soldados
se dirigió a la hacienda inmediatamente.
Encontraron a Manuel y a su herido compañero... Sin más averiguaciones lo
sacaron a empellones y lo llevaron a la montaña. ¡Era ya viernes Santo...! Los
relojes de Toluca sonaban las tres de la tarde precisamente, cuando los ecos de
la montaña fueron sacudidos por una descarga del pelotón de soldados, que
acababa de segar para siempre la flor juvenil, lozana y hermosísima de Manuel
Bonilla Manzano.
¡Era el viernes Santo en el Ajusco, como aquel otro viernes Santo
glorioso del Gólgota! Al cabo de un mes, su cuerpo fue llevado al cementerio de
Tlalpan. Estaba aún fresco e incorrupto como si acabara de morir.
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