10 de mayo
San Antonino, arzobispo de Florencia.
(† 1459)
Misa – statuit
Epístola – Sap. XLIV, 16-27; 3-20
Evangelio – San Mateo xxv,14-23
El santísimo prelado san Antonio, o Antonino, que así le
llamaban por ser pequeño de cuerpo, nació de honrados padres en Florencia, y
desde niño mostró que era escogido de Dios. A la edad de trece años había ya
estudiado y decorado todo el Derecho Canónico, y luego pidió y alcanzó el
hábito de santo Domingo. Nunca comía carne sino estando enfermo, traía una
cadena de hierro y dormía en el suelo sobre las tablas. Ordenado de sacerdote,
vino a ser prior de los principales conventos de su orden en Italia, y siendo
ya Vicario general de Roma, y Nápoles, lavaba los platos y escudillas de sus
hermanos, y barría la casa como el menor de todos. Obligó le el Papa Eugenio IV
a aceptar el obispado de Florencia, bajo pena de excomunión; y él vino a pie y
descalzo a su Iglesia, con tanta amargura de su corazón, como regocijo de toda
la ciudad que salió a recibirle como a santo pastor venido del cielo. Muy
presto resonó en toda Italia la fama de sus virtudes. En la oración quedaba arrebatado
y suspenso en el aire, resplandeciendo su rostro con maravillosa claridad. Desentraña
base por los pobres y daban les cuanto tenía; reprimía a los insolentes y
poderosos, mandándoles hacer penitencias públicas, y echaba con gran severidad
de las iglesias, a las mujeres que venían a ellas para enlazar las almas. Quejaban
se algunos de él porque no excomulgaba por ciertos pecados a sus súbditos; y
él, para no declararles la razón que tenía para no hacerlo, por el daño que recibe
el alma con la excomunión, mandó traer un pan blanco, y dijo sobre él
las palabras que se suelen decir en la excomunión, y luego delante de todos el
pan se convirtió en carbón, y pronunciando después las palabras de la absolución,
el pan negro se tornó a su primera blancura; y con esto entendieron los efectos
que hace la excomunión en el alma, y que no se debe usar de ella sino a más no
poder. Autorizaba su celestial doctrina con muchos, prodigios, y le estimaba
tanto el papa, que, en su última enfermedad, quiso recibir los sacramentos de
su mano, y que asistiese a su cabecera: y Nicolao V cuando puso en el catálogo
de los santos a san Bernardino de Sena, dijo que tan bien podía canonizar a san
Bernardino muerto, como a San Antonino vivo. Finalmente a los setenta años de su
edad expiró pronunciando estas palabras: «Servir a Dios es reinar.» Y fué tanto
el concurso que acudió al entierro, que no le pudieron dar sepultura hasta pasados
ocho días, en los cuales estuvo el santo cuerpo en la iglesia, fresco, hermoso
el rostro, como si fuera ya cuerpo glorioso.
Reflexión: Presentó
un pobre hombre una cestilla de fruta a san Antonino pensando que se la había
de pagar bien; el santo conociendo sus miras interesadas, no le dio nada, sino
con rostro alegre alabó su fruta, y díjoles: «Dios os lo pague, hermano.» Pareció
le al hombre que había empleado mal su fruta, e íbase quejando del arzobispo.
Mandóle este llamar, y escribió en un papel aquellas palabras: «Dios os lo
pague»: y poniendo el papel en una balanza, y en la otra la cesta de fruta, la balanza
que tenía el papel bajó hasta el suelo, y la otra subió todo lo que pudo con la
fruta. Entonces, volviéndose al hombre, le dijo: «Mirad como yo no os hice agravio;
que más os di que recibí. » Y mira tú como Dios mostró con este milagro cuánto
gana el que hace limosna, aunque a veces no parezca a los ojos humanos el fruto
de la caridad.
Oración: Ayúdennos, Señor, los merecimientos del
santo confesor y pontífice Antonino, para que así como te ensalzamos admirable
en sus virtudes, así también te experimentemos misericordioso, en nuestras
necesidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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