CAPITULO II
Purificación y purgatorio en San Juan de la Cruz
Busquemos ahora brevemente en San Juan de la Cruz
(1542-1591) posibles confirmaciones o aclaraciones de la doctrina de Santa
Catalina. Aunque el Doctor carmelita no trató directamente del purgatorio, sin embargo,
como veremos, hizo sobre él algunas consideraciones breves del más alto
interés.
Purificación y plena unión con Dios
Pocos maestros espirituales cristianos han mostrado con
tanta claridad como San Juan de la Cruz la necesidad de la purificación del
hombre, y los modos en que la gracia la produce, hasta hacer posible la
perfecta unión amorosa con Dios. Es éste el esquema fundamental que inspira
todos sus escritos «Todas las afecciones [desordenadas] que tiene [la persona]
en la criatura son delante de Dios puras tinieblas, de las cuales estando el
alma vestida no tiene capacidad para ser ilustrada y poseída de la pura y
sencilla luz de Dios, si primero [con la gracia de Cristo] no las desecha de
sí» (1 Subida 4,1). Por eso, «es una suma ignorancia del alma pensar que podrá
pasar a este alto estado de unión con Dios si primero no vacía el apetito de
todas las cosas naturales y sobrenaturales que le pueden impedir» (5,2). En efecto,
estas malas afecciones no solamente crean en el cuerpo deformidades e
indisposiciones para la plena unión con Dios, sino también y más aún en el
alma, pues son apetitos que «cansan el alma y la atormentan y oscurecen y la ensucian
y enflaquecen» (6,5). ¿Cómo en tales condiciones de alma y cuerpo podrá el
hombre ser deificado por Dios?... Ésta será la obra sanante y elevante de la
gracia de Cristo, que tan maravillosamente describe San Juan de la Cruz en sus
Noches oscuras, primero activas, después pasivas.
Purificaciones activas
La gracia de Cristo, en la ascética, al modo humano, va transformando
la persona por el ejercicio de las virtudes (purificaciones activas). Las tres
virtudes teologales son las que, activadas por el Espíritu de Jesús, realizan
esta maravilla con el concurso del hombre: «Las cuales tres virtudes todas
hacen vacío en las potencias: la fe en el entendimiento, vacío y oscuridad de entender;
la esperanza hace en la memoria vacío de toda posesión; y la caridad vacío en
la voluntad y desnudez de todo afecto y gozo de todo lo que no es Dios» (2 Subida
6,2). Y no es que las almas con esto queden aleladas, desmemoriadas o
volitivamente inertes, en absoluto, «porque el espíritu de Dios las hace saber
lo que han de saber, e ignorar lo que conviene ignorar, y acordarse de lo que se
han de acordar, y olvidar lo que es de olvidar, y las hace amar lo que han de
amar y no amar lo que no es en Dios. Y así, todos los primeros movimientos de
la potencias de las tales almas son divinos; y no hay que maravillarse de que
los movimientos y operaciones de estas potencias sean divinos, pues están transformadas
en ser divino» (3 Subida 2,9).
Purificaciones pasivas
Esta transformación, sin embargo, no podrá darse plenamente hasta
que el cristiano, llevado por el Espíritu, se adentre en la vida mística. En
efecto, la gracia de Cristo, en la mística, al modo divino, va deificando la
persona por los dones del Espíritu Santo (purificaciones pasivas). Quedan todavía
en los cristianos, también en los más adelantados, no pocas miserias (1 Noche
2-7). Como nos ha dicho Santa Catalina, hasta las obras de éstos que parecen más
perfectas, «todas ellas están manchadas. Y para que esas obras sean
completamente perfectas, es necesario que dichas operaciones sean realizadas en
nosotros sin nosotros ( in noi sensa noi), y que la operación divina sea en
Dios sin el hombre ( in Dio sensa homo)» (20). Es la mística pasiva, cuya
necesidad encarece tan vivamente San Juan de la Cruz: «Por más que el alma se ayude,
no puede ella activamente [al modo humano, en ejercicio de virtudes]
purificarse de manera que esté dispuesta en la menor parte para la divina unión
de perfección de amor, si Dios no toma la mano y la purifica en aquel fuego oscuro
para ella» (1 Noche 3,3). «Por más que el principiante en mortificar en sí
ejercite todas estas sus acciones y pasiones, nunca del todo ni con mucho puede
[llegar a la unión], hasta que Dios lo hace en él, habiéndose él pasivamente»
(7,5).
Purificación perfecta en esta vida
La purificación activa y pasiva del hombre, obrada por la gracia
de Cristo, puede producir en esta vida una plena deificación, de tal modo que
lleve directamente tras la muerte al cielo. Es el caso de un San Juan de la
Cruz, que poco antes de morir dice, en seguida «estaré yo delante de Dios
Nuestro Señor diciendo maitines»... Es la obra consumada, perfecta, de la
gracia sanante y elevante. Aquéllos en los que se ha cumplido, « esos pocos que
son, por cuanto ya por el amor están purgadísimos, no entran en el Purgatorio»
(2 Noche 20,5). Es ésta, como hemos visto, la deificación plena obrada por Dios
en el hombre ya en esta vida, la cual «no es otra cosa sino alumbrarle el
entendimiento con la lumbre sobrenatural, de manera que de entendimiento humano
se haga divino unido con el divino; y, ni más ni menos, informarle la voluntad
de amor divino, de manera que no sea voluntad menos que divina, no amando menos
que divinamente, hecha y unida en uno con la divina voluntad y amor; y la
memoria, ni más ni menos; y también las afecciones y apetitos todos mudados y
vueltos según Dios, divinamente. Y así esta alma será ya alma del cielo
celestial y más divina que humana» (2 Noche 13,11).
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