CAPITULO XXII
LOS PAPAS REVELAN
LA CONJURA DE LA SECTA
La trama de la secta liberal contra la Iglesia
consistía en lanzarse al asalto de Ella utilizando su jerarquía, pervirtiéndola
hasta en su más alto grado, como os lo he mostrado en el capítulo precedente.
Pero los Papas, con la clarividencia de su cargo y las luces que Dios les ha
dado, vieron y denunciaron claramente este programa.
León XIII (1878-1903) vio por adelantado esta subversio capitis, esta subversión del
Jefe y la describió con todo detalle, en toda su crudeza, al escribir el
pequeño exorcismo contra Satanás y los espíritus malignos. He aquí el pasaje en
cuestión, que figura en la versión original pero fue suprimido en las versiones
posteriores por no sé qué sucesor de León XIII que quizá juzgó el texto
imposible, impensable, impronunciable... Y sin embargo, a cien años de distancia de su
composición, este texto nos parece, por el contrario, lleno de una verdad
candente:
“He aquí que
astutos enemigos han llenado de amargura a la Iglesia, Esposa del Cordero
Inmaculado, le han dado a beber ajenjo, han puesto sus manos impías sobre todo
lo que hay en Ella de deseable. Donde fueron establecidas la Sede del
bienaventurado Pedro y la Cátedra de la Verdad, como una luz para las naciones,
ellos han erigido el trono de la dominación de su impiedad; a fin de que, una
vez golpeado el pastor, puedan dispersar el rebaño.”
¿Cómo es posible esto? me diréis. Os aseguro que no lo sé,
pero esto ocurre; cada vez más, día tras día. Esto nos causa una viva angustia,
nos sugiere una pregunta hiriente: ¿Quiénes son, pues, esos Papas que toleran
la autodemolición, que contribuyen a ella? San Pablo ya decía a su tiempo: “Ya
está realizándose el misterio de iniquidad” (II Tes. 2, 7). ¿Qué diría hoy día?
Luego, por su parte, San Pío X (1903-1914) confesará la angustia que lo
embargaba ante los progresos realizados por la secta en el interior mismo de la
Iglesia. En su encíclica inaugural E
Supremi Apostolatus, del 4 de octubre de 1903, expresa su temor de que el
tiempo de apostasía en que entraba la Iglesia, fuera el tiempo del Anticristo,
o sea del Anti-Cristo, falsificación de Cristo, usurpador de Cristo. He aquí el
texto: “(...) Nos atemorizaba, más que nada, el Estado por demás aflictivo en
que se encuentra la humanidad al presente. Porque ¿quién no ve que la sociedad
humana está hoy atacada de una enfermedad mucho más grave y más profunda que la
que afectaba a las generaciones pasadas, la cual agravándose cada día y
royéndola hasta los huesos, la va arrastrando a la perdición? Cuál sea esta
enfermedad ya lo sabéis vosotros, Venerables Herma-nos, es el desertar y
apostatar de Dios, y nada hay, sin duda, que esté más cerca de la perdición,
según estas palabras del Profeta: ‘Porque, he aquí que perecerán los que se alejan
de Tí’ (Sal. 72, 26).”
Y el Santo Pontífice prosigue un poco más lejos:
“(...) Porque verdaderamente contra su Creador ‘rugieron las
naciones y los pueblos meditaron insensateces’ (Sal. 2, 1); de tal modo que ya
es voz común de los enemigos de Dios: ‘Apártate de nosotros’ (Job 21, 14). De
aquí que ya casi se haya extinguido por completo en la mayoría de los hombres
el respeto al Eterno Dios sin tener para nada en cuenta su voluntad suprema en
las manifestaciones de su vida pública y privada. Más aún, con todo su esfuerzo
e ingenio procuran que sea abolida por completo hasta la memoria y noción de
Dios.
“Quien considere
todas estas cosas, puede, con razón, temer que esta perversidad de los
espíritus sea como un anticipo y comienzo de los males que estaban reservados
para el fin de los tiempos, o que ya se encuentra en este mundo el ‘hijo de
perdición” (II Tes. 2, 3) del que nos habla el
Apóstol. “Tan grande es la audacia y tan
desmedida la rabia con que se ataca en todas partes a la religión, se combaten
los dogmas de la fe y se hacen enconados esfuerzos por impedir y aún por
aniquilar todo medio de comunicación del hombre con Dios. Y a su vez, lo que,
según el mismo Apóstol constituye la nota característica del ‘Anticristo’; el
mismo hombre con inaudito atrevimiento ha usurpado el lugar de Dios, elevándose
a si mismo ‘sobre todo lo que lleva el nombre de Dios’; hasta tal punto que, aun
cuando no le es posible borrar enteramente de su alma toda noticia de Dios, haciendo, sin
embargo, caso omiso de su majestad, ha hecho de este mundo como un templo
dedicado a sí mismo para ser en él adorado por los demás. ‘Siéntese en el
templo de Dios mostrándose como si fuera Dios’ (II Tes. 2, 4).”
Y San Pío X concluye recordando que Dios triunfa al fin de
sus enemigos, pero que esta certeza de la fe “no nos dispensa de apresurar la
obra divina en lo que depende de nosotros”, o sea, apresurar el triunfo de
Cristo Rey. Y aún en su encíclica Pascendi
del 8 de septiembre de 1907, sobre los errores modernistas, San Pío X denuncia
con clarividencia la infiltración de la Iglesia ya comenzada por la secta
modernista, que como he dicho se unió con la secta liberal para demoler
la Iglesia Católica. He aquí los pasajes más destacados de este documento:
“(...) Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos sin
dilaciones el silencio, es la circunstancia de que al presente no es menester
ya ir a buscar a los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se
ocultan, y esto es precisamente objeto de grandísima ansiedad y angustia, en el
seno mismo y dentro del corazón de la Iglesia. Enemigos, a la ver-dad, tanto
más perjudiciales, cuanto lo son menos declarados. Hablamos, Venerables Hermanos,
de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta
sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de
conocimientos serios en Filosofía y Teología, e impregnados, por el contrario,
hasta la médula de los huesos de venenosos errores bebidos en los escritos de
los adversarios del Catolicismo, se jactan, a despecho de todo sentimiento de
modestia, como restauradores de la Iglesia, y en apretada falange asaltan con
audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar
la propia persona del divino Reparador, que rebajan, con sacrílega temeridad, a
la categoría de puro y simple hombre.
“Tales hombres
podrán extrañar verse colocados por Nos entre los enemigos de la Iglesia; pero
no habrá fundamento para tal extrañeza en ninguno de aquellos que, prescindiendo
de intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozcan sus doctrinas y su
manera de hablar y obrar. Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se
apartará de lo verdadero quien dijera que ésta no los ha tenido peores. Porque,
en efecto, como ya se notó, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde
fuera, sino desde dentro: en nuestros días el peligro está casi en las entrañas
mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos
es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia. Añádase que
han aplicado la segur, no a las ramas ni tampoco a débiles renuevos, sino a la
raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Mas una vez herida
esa raíz de vida inmortal, pasan a hacer circular el virus por todo el árbol y
en tales proporciones, que no hay parte alguna de la fe católica donde no
pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por corromper.”
San Pío X descubre a continuación la táctica de los
modernistas:
“(...) Y mientras persiguen por mil caminos su nefasto
designio, su táctica es la más insidiosa y pérfida. Amalgamando en sus personas
al racionalista y al católico lo hacen con habilidad tan refinada, que llevan
fácilmente la decepción a los pocos adversarios, por otra parte, bribones
consumados. No hay clase de consecuencias que les hagan retroceder, o más bien,
que no sostengan con obstinación y audacia. Junten con esto, y es lo más a
propósito para engañar, una vida llena de
actividad, asiduidad y ardor singulares hacia todo género de estudios,
aspirando a granjearse la estimación pública por sus costumbres, con frecuencia
intachables (...) Pero no ignoráis, Venerables Hermanos, la esterilidad de
Nuestros esfuerzos; esos hombres han inclinado un momento la cabeza para
erguirla enseguida con mayor orgullo...”
“Y como una táctica, a la verdad, insidiosísima, de los
modernistas (así se los llama vulgarmente, y con mucha razón), consiste en no
exponer jamás sus doctrinas de un modo metódico y en su conjunto, sino dándolas
en cierto modo por fragmentos y esparcidas acá y allá, lo cual contribuye a que
se les juzgue fluctuantes e indecisos en sus ideas, cuando en realidad éstas
son perfectamente fijas y consistentes; ante todo, importa presentar en este
lugar esas mismas doctrinas desde un punto de vista único, y hacer ver el
enlace lógico que las une entre sí...”
Permanecer en la Iglesia para hacerla evolucionar, tal es la
consigna de los modernistas:
“(...) Van adelante en el camino comenzado, y aún reprendidos
y condenados van adelante, encubriendo su increíble audacia con la máscara de
una aparente humildad. Doblan fingidamente sus cervices, pero con la obra e
intención prosiguen más atrevidamente lo que emprendieron. Pues así proceden a
sabiendas, tanto porque creen que la autoridad debe ser empujada y no echada
por tierra, como porque les es necesario morar en el recinto de la Iglesia, a
fin de cambiar insensiblemente la conciencia colectiva: en lo cual sin advertirlo,
confiesan que la conciencia colectiva no les favorece, por consiguiente, no les
asiste derecho alguno de presentarse como sus intérpretes.”Pascendi detuvo por
un tiempo la audacia de los modernistas, pero pronto recrudeció nuevamente la
ocupación metódica y progresiva de la Iglesia y de la jerarquía por la secta
modernista y liberal. Bien pronto, la “intelligentia”
teológica liberal estaría en primera fila en las revistas especializadas, en
los congresos, en las grandes editoriales, en los centros de pastoral
litúrgica, pervirtiendo de pies a cabeza a la jerarquía católica, despreciando
las últimas condenas del Papa Pío XII en la Humani
Generis. La Iglesia y el Papado bien pronto estarían maduros para formar
“Estados Generales”, para un golpe de mano liberal como el de 1789 en Francia,
con ocasión de un concilio ecuménico, predicho y esperado largamente por la
secta, como veremos en el siguiente capítulo.
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