SABADO DE PASCUA
EL DESCANSO DEL
SEÑOR. — Ha
llegado el día séptimo de la más alegre de las semanas trayéndonos el recuerdo del
descanso del Señor, después= de sus seis días de trabajo. Nos recuerda al mismo
tiempo el segundo descanso que el mismo Señor quiso tomar, como soldado seguro
de la victoria, antes de dar el combate decisivo a su adversario. Descanso en
un sepulcro, sueño de un Dios que no se había dejado vencer de la muerte sino
para que su despertar fuera más funesto a este cruel enemigo. Hoy que este
sepulcro no tiene más que devolver, que ha visto salir al vencedor a quien no
podía retener, convenía que nos detuviésemos a contemplarle, a rendirle nuestros
homenajes; pues este sepulcro es santo y su vista no puede más que acrecentar
nuestro amor hacia aquel que se dignó dormir algunas horas a su sombra. Isaías
había dicho: "El retoño de Jesé será como el estandarte a cuyo alrededor
se congregarán los pueblos; las naciones le colmarán de honores; y su sepulcro
será glorioso." (Isaías, XI, 10.) El oráculo se ha
cumplido; ya no hay nación sobre la tierra que no posea adoradores de Jesús; y
mientras las tumbas de los otros hombres, cuando el tiempo no las ha destruido
o arrasado, son como trofeo de la muerte, el sepulcro de Jesús subsiste todavía
y proclama la vida.
JOSÉ DE ARIMATEA. — ¡Qué tumba aquella que despierta
pensamientos de gloria y cuyas grandezas habían sido predichas tantos siglos
antes! Cuando los tiempos se cumplían, Dios suscitó en Jerusalén un hombre
piadoso, José de Arimatea, que secretamente, pero con sincero corazón, se hace
discípulo de Jesús. Este magistrado piensa hacerse cavar una tumba; y en las
sombras de la muralla de la villa, sobre la vertiente de la colina del Calvario,
en viva roca, labra dos cámaras sepulcrales, una de las cuales sirve de vestíbulo
a la otra. José pensaba cavarla para sí mismo; mas preparaba para los despojos
de un Dios este asilo; creía en el fin común de toda criatura humana después
del pecado; mas los decretos divinos habían determinado que José no descansaría
en aquella tumba y que ella llegaría a ser para los hombres prenda de la
inmortalidad. Jesús expira en la cruz en medio de los insultos de su pueblo;
toda la ciudad, que le había acogido pocos días antes al grito del Hosanna, está
sublevada contra el Hijo de David; y en el mismo momento, desafiando las iras
de la ciudad deicida, José se dirige a casa del gobernador romano para reclamar
el honor de enterrar el cuerpo del ajusticiado. No tarda en llegar al Calvario
con Nicodemus; y cuando ha desclavado de la cruz los miembros de la divina víctima,
tiene la gloria de colocar aquel cuerpo sagrado sobre la mesa de piedra que
había hecho preparar para sí mismo: dichoso de rendir homenaje al maestro por
el que acababa de confesar su adhesión hasta en el Pretorio de Poncio Pilatos.
¡Oh hombre verdaderamente digno del respeto de todos los hombres, cuya
representación llevas en estos augustos funerales, no dudamos que una mirada de
reconocimiento de la Madre dolorosa te ha recompensado el sacrificio que hiciste
tan voluntariamente por su Hijo!
EL SANTO
SEPULCRO. — Los
evangelistas insisten con marcada intención sobre las condiciones del sepulcro.
San Mateo, San Lucas, San Juan, nos dicen que era nuevo y que no había aún
acogido a ningún cadáver. Los Santos Padres nos han explicado posteriormente el
misterio para gloria del Santo Sepulcro. Nos han enseñado la relación de este
sepulcro con el seno virginal; y han sacado esta consecuencia, que Dios,
nuestro Señor, cuando escoge un asilo en su criatura, quiere encontrarle libre
y digno de su infinita santidad. Honor, pues, al sepulcro de nuestro Redentor, por
haber presentado en su ser material, una misteriosa relación con la
incomparable y viva pureza de la madre de Jesús. Durante las horas que conservó
su precioso depósito, ¿qué gloria igualaba entonces la suya sobre la tierra? ¡Qué
tesoro fué confiado a su custodia! Debajo de su bóveda silenciosa reposaba en
los lienzos, mojados con las lágrimas de María, el cuerpo que había sido el rescate
del mundo. En su estrecho recinto los ángeles se apiñaban, haciendo guardia a
los despojos de su cadáver, adorando su divino descanso, y esperando la hora en
que el cordero degollado se levantase como león temible. Pero qué inaudito
prodigio resplandeció bajo de la bóveda de la humilde caverna cuando habiendo
llegado el instante decretado desde toda la eternidad, Jesús perforó, lleno de
vida, más rápido que el rayo, las venas de la roca y se lanzó al espacio. Al
instante la mano del ángel viene a separar la piedra de la entrada para manifestar
la salida del celestial prisionero; luego los otros ángeles esperan a Magdalena
y a sus compañeras. Llegan ellas, y hacen resonar aquella bóveda con sus
sollozos; Pedro y Juan penetran a su vez. Verdaderamente, este lugar es santo
entre todos. El Hijo de Dios se ha dignado habitarle; su Madre ha llorado allí;
ha sido el lugar de cita de los espíritus celestiales; las almas más santas de
la tierra lo han consagrado con sus fervorosas visitas, le han ofrecido el
homenaje de sus más devotos sentimientos. ¡Oh sepulcro del Hijo de Jesé, eres
verdaderamente glorioso!
LA DESOLACIÓN
DEL LUGAR SANTO. — El Infierno ve esta gloria y quisiera
borrarla de la tierra. Este sepulcro humilla su orgullo; pues recuerda de una
manera demasiado ruidosa la derrota que experimentó la muerte, hija del pecado.
Satanás cree haber cumplido su odioso designio cuando, habiendo sucumbido
Jerusalén a los golpes de los romanos, una nueva ciudad, completamente pagana, se
levanta sobre sus ruinas con= el nombre de Elia. Pero el nombre de Jerusalén no
perecerá, como tampoco la gloria del santo sepulcro. En vano órdenes impías
prescriben amontonar la tierra alrededor del monumento, y erigir sobre este
montículo un templo a Júpiter, al mismo tiempo que sobre el mismo Calvario un santuario
a la impúdica Venus, y sobre la gruta de la Natividad un altar a Adonis; estas
contrucciones sacrílegas no harán más que señalar de modo más preciso los
lugares sagrados a la curiosidad de los cristianos. Se quiso tender un lazo y
volver en provecho de los falsos dioses los homenajes con que los discípulos de
Cristo tenían costumbre de rodear estos lugares: ¡vana esperanza! Los
cristianos no los visitarán en tanto que estén manchados con la presencia de
los ídolos; pero tendrán la vista fija sobre esas huellas de un Dios, huellas indelebles
para ellos: y esperarán, pacientes, que el Padre se complazca en glorificar
todavía a su Hijo.
LA RESTAURACIÓN. — Cuando sonó la hora, Dios envía a Jerusalén una
emperatriz cristiana, madre de un emperador cristiano, para hacer visibles de
nuevo las huellas del paso de nuestro Redentor. Emula de Magdalena y de sus
compañeras, Elena avanza hacia el lugar en que estuvo el sepulcro. Era
necesaria una mujer para continuar las escenas de la mañana de la Resurrección.
Magdalena y sus compañeras buscaban a Jesús; Elena, que le adora resucitado, no
busca más que su tumba; pero un mismo amor las anima. Por orden de la
emperatriz, es derribado el santuario de Júpiter; se retira la tierra
amontonada; y pronto el sol ilumina de nuevo el trofeo de la victoria de Jesús.
La derrota de la muerte era proclamada segunda vez por esta reaparición del
sepulcro glorioso. Pronto, a expensas del tesoro imperial, se levanta un templo
que lleva el nombre de Basílica de la Resurrección. El mundo entero se conmueve
con la noticia de tal triunfo; el paganismo, resquebrajado ya, se estremece
incontenible; y las piadosas peregrinaciones de los cristianos hacia el sepulcro
glorificado comienzan para no detenerse hasta el último día del mundo.
LA INVASIÓN
ISLÁMICA. — Durante
tres siglos Jerusalén fue la ciudad santa y libre, iluminada por los esplendores
del santo sepulcro; pero los decretos de la justicia divina habían acordado que
el Oriente, hoguera inextinguible de todas las herejías, fuese castigado y
sometido a esclavitud. El sarraceno invadió con sus hordas la tierra de los
prodigios; y las aguas de este diluvio degradante no han retrocedido un momento
sino para derramarse con nuevo ímpetu sobre esta tierra. Pero no temamos por el
sagrado sepulcro; permanecerá siempre en pie. El sarraceno también lo
reverencia; pues, a sus ojos, es el sepulcro de un gran profeta. Para acercarse
a él, el cristiano tendrá que pagar un tributo; pero está en seguro; aún se
verá a un califa ofrecer como homenaje a nuestro Carlomagno las llaves de este
augusto santuario, demostrando con este acto de cortesía la veneración que a él
mismo le infunde la gruta sagrada, asi como el respeto de que estaba penetrado
hacia el más grande de los príncipes cristianos. Así el sepulcro continuaba
pareciendo glorioso, aun a través de las tribulaciones que, humanamente pensando,
debían haberle hecho desaparecer de la tierra.
LAS CRUZADAS. — La gloria del santo sepulcro
brilló con más fulgor aún, a la voz del Padre común de los fieles, el Occidente
se levantó de repente en armas y marchó, a la sombra del estandarte de la Cruz,
a librar a Jerusalén. El amor al santo sepulcro bullía en todos los corazones y
su nombre le pronunciaba todos los labios. El sarraceno tuvo que retroceder y
entregar la plaza a los Cruzados. Entonces contempló se en la basílica de Santa
Elena un espectáculo sublime: consagrado con el óleo santo, Godofredo de
Bouillon, rey de Jerusalén, junto al sepulcro de Cristo, empezaron a celebrarse
los divinos misterios debajo de aquellas bóvedas orientales de la basílica
constantiniana, en la lengua y los ritos de Roma. Este reinado fué efímero: por
un lado la política miope de nuestros príncipes occidentales no supo
justipreciar tal conquista; por otro, la perfidia del imperio griego no cejó
hasta que, por sus traiciones, volvió el sarraceno a cercar los muros
indefensos de la ciudad santa. Este periodo fué, con todo, una de las glorias
profetizadas por Isaías sobre el santo sepulcro y no será la postrera.
EL SANTO SEPULCRO
ACTUALMENTE. — Hoy,
profanado con los sacrificios ofrecidos en su recinto por las manos sacrilegas
de los cismáticos y de los herejes, confiado breves y contadas horas para el
culto legítimo de la única Esposa del que se dignó descansar en él, el santo
sepulcro aguarda el día en que se vengue una vez más su honor ultrajado. ¿Será
el Occidente, dócil ya a la fe, el que vaya a renovar en aquella tierra los
grandes recuerdos que dejaron en ella sus caballeros? ¿Será el Oriente mismo el
que, renunciando a una separación que sólo le ha valido la esclavitud, tienda
la mano a la Madre y Señora de todas las Iglesias y selle en la roca inmortal
de la Resurrección una reconciliación para ruina del islamismo? Sólo Dios lo
sabe; pero sabemos nosotros por su boca divina e infalible, que antes de la
consumación del mundo, Israel volverá a Dios, a quien despreció y crucificó, y
que Jerusalén será levantada por el poder de los judíos convertidos a la fe
cristiana. Entonces el glorioso sepulcro del Hijo de Jesé brillará por encima
de todo; y el Hijo de Jesé no tardará en aparecer; será la hora en que la
tierra devuelva los cuerpos a la Resurrección general; y cuando la Pascua se
celebre por= última vez, entonces se tributará al santo sepulcro el honor
supremo y último. Al despertarnos de nuestras tumbas, y al echarle la última
mirada, nos será dulce contemplar nuestros sepulcros como el punto de partida y
comienzo de la inmortalidad de la que ya disfrutaremos. Mientras esta hora
llega y hasta que entremos en la morada transitoria, custodia de nuestros
cuerpos, vivamos amando el sepulcro de Cristo. Sea su honor el nuestro, pues
somos herederos de aquella fe sincera y ferviente que animó a nuestros padres y
los armó para vengar su injuria. Cumplamos nuestro deber de Pascua, que
consiste en comprender y gustar las magnificencias del sepulcro glorioso.
EL SÁBADO "
IN ALBIS". — Este día lleva en la Liturgia
el nombre de Sábado in albis, o mejor in albis deponendis, porque hoy los neófitos deponían as vestiduras
blancas que habían llevado durante toda la octava. La octava, en efecto, había comenzado
para ellos más pronto que para el resto de los fieles, pues en la noche del
Sábado Santo habían sido regenerados y se los había cubierto en seguida con
este vestido, símbolo de la pureza de sus almas. En la tarde del Sábado siguiente,
después del oficio de Vísperas se le quitaban, como luego diremos. Hoy la Estación,
en Roma, es en la Basílica de Letrán, Iglesia Madre y Maestra, contigua al
Bautisterio constantiniano, donde los neófitos hace ocho días recibieron la
gracia de la regeneración. El templo que los reúne hoy, es la misma iglesia de
la que salieron en la penumbra de la noche, camino de la fuente de la salud,
precedidos del misterioso cirio que alumbraba sus pasos; es el mismo en que,
envueltos en sus hábitos blancos, asistieron por vez primera a toda la
celebración del Sacrificio cristiano, en el que recibieron el Cuerpo y la
Sangre del Redentor. Ningún otro lugar más apto que éste para la reunión
litúrgica del presente dia, cuyas impresiones conservarían indelebles en el
corazón los neófitos que estaban a punto de entrar en la vida ordinaria de los
fieles. La santa Iglesia, en estas horas postreras, en que los recién nacidos
se agrupan en derredor de una Madre, los considera complacida, posa con amor su
mirada en estos frutos preciosos de su fecundidad que los días pasados la
sugerían cantos melodiosos y conmovedores. Unas veces se los presentaba
levantándose del Banquete divino, vivificados por la carne de aquel que es
sabiduría y dulzura a la vez, y entonces cantaba este responso: La boca del sabio
destila miel, aleluya; ¡cuan dulce es la miel en su lengua! aleluya; * Un panal
de miel destilan sus labios. Aleluya. V. La sabiduría descansa en su corazón; y
hay prudencia en las palabras de su boca. * Un panal de miel brota de sus
labios. Aleluya. Otras veces se enternecía al contemplar transformados en tiernos
corderitos a esos hombres que hasta entonces habían llevado la vida del siglo,
pero que volvían a empezar su carrera con la inocencia de los niños; y la
Iglesia los hablaba en este lenguaje paternal: He aquí los corderitos que nos
han anunciado el Aleluya; acaban de salir de la fuente; * Están bañados de luz.
Aleluya. T. Compañeros del Cordero, visten de blanco y llevan palmas en sus
manos. * Están bañados de luz. Aleluya, aleluya. Se ponía otras veces a mirar
con santo orgullo el resplandor de las virtudes que el santo Bautismo había
infundido en sus almas, la pureza sin mancilla que los hacia brillar como la luz,
y su voz, llena de gozo, cantaba así su belleza: ¡Cuán blancos son los
nazarenos de mi Cristo! aleluya; su resplandor da gloria a Dios; aleluya; * Su blancura
es como la leche más pura. Aleluya, aleluya. y. Más blancos que la nieve, más
puros que la leche, más rubios que el marfil antiguo, más hermosos que el
zafiro; * Su blancura es como la leche más pura. Aleluya, aleluya. Estos dos responsorios
todavía forman parte de los Oficios del Tiempo Pascual.
M I S A
El Introito está compuesto con
palabras del Salmo CIV; en él glorifica Israel al Señor por haber hecho volver
a su pueblo del destierro. Este pueblo son para nosotros nuestros neófitos, que
estaban desterrados del cielo a causa del pecado original y de sus pecados
personales; el Bautismo les ha devuelto todos sus derechos a esta dichosa
patria acogiéndoles en la Iglesia.
INTROITO
Sacó el Señor a su pueblo con
regocijo, aleluya: y a sus elegidos con alegría, aleluya, aleluya. — Salmo:
Confesad al Señor e invocad su nombre: anunciad entre las gentes sus obras. V.
Gloria al Padre.
En el momento de acabar la
semana pascual, la Iglesia pide al Señor, en la Colecta, que las alegrías que
sus hijos han gustado en estos días les abran el camino a las alegrías todavía
mayores de la Pascua eterna.
COLECTA
Suplicámoste, oh Dios
omnipotente, hagas que. Los que hemos celebrado con veneración las fiestas
pascuales, merezcamos alcanzar por ellas los gozas eternos. Por Jesucristo,
nuestro Señor. Amén.
EPISTOLA
Lección de la Epístola
del Ap. S. Pedro (1 Pe. II 1 - 10).
Carísimos: Dejando, pues, toda
malicia y todo dolo, y los fingimientos y las envidias y toda detracción, como
niños recién nacidos, ansiad la leche espiritual, sin engaño, para que con ella
crezcáis en salud si es que gustáis cuán dulce es el Señor. Acercaos a él,
piedra viva, reprobada por los hombres, pero elegida y honrada por Dios, y edificaos
también vosotros sobre ella, cual piedras vivas, como una casa espiritual, como
un sacerdocio santo, para ofrecer por Jesucristo hostias espirituales, gratas a
Dios. Por eso dice la Escritura: He aquí que pongo en Sión una piedra
principal, angular, escogida, preciosa: y, el que creyere en ella, no será
confundido. Para vosotros, los que creéis, es honor; mas, para los que no
creen, la piedra que reprobaron los constructores, se ha hecho cabeza angular,
y piedra de tropiezo, y piedra de escándalo para los que tropiezan en la
palabra y no creen en aquello para lo que han sido destinados. Mas vosotros
sois una raza escogida, un sacerdocio real, una gente santa, un pueblo de
conquista: para que anunciéis las maravillas del que os llamó de las tinieblas
a su admirable luz. Los que antes no erais pueblo, ahora sois el pueblo de Dios:
los que no habíais conseguido misericordia. Ahora la habéis conseguido.
CONSEJOS DE SAN
PEDRO A LOS NEÓFITOS. — Los neófitos
no podían escuchar, en este día, una exhortación mejor apropiada a su situación
que la del príncipe de los Apóstoles, en este pasaje de su primera Epístola.
San Pedro dirigió esta carta a nuevos bautizados; por eso ¡con qué dulce paternidad
explayaba también los sentimientos de su corazón sobre estos "hijos recién
nacidos"! La virtud que él les recomienda, es la sencillez, que tan bien cuadra
en esta primera edad; la doctrina con la que han sido instruidos, es leche que
los alimentará y los hará crecer; al Señor es a quien hay que saborear; y el
Señor está lleno de dulzura. El Apóstol insiste en seguida sobre uno de los principales
caracteres de Cristo: es la piedra fundamental y angular del edificio de Dios.
Sobre él solo deben establecerse los fieles, que son las piedras vivas del
templo eterno. El solo les da la solidez y la resistencia; y por eso, antes de volver
a su Padre, ha recogido y establecido sobre la tierra otra Piedra, una Piedra
siempre visible que está unida a él mismo y a la cual ha comunicado su propia
solidez. La modestia del Apóstol le impide insistir sobre lo que el santo Evangelio
encierra de glorioso para él a este propósito; pero quién conoce las palabras de
Cristo a Pedro, comprende toda la doctrina. Si el Apóstol no se glorifica a sí
mismo, ¡qué títulos magníficos nos da en cambio a nosotros los bautizados! Nosotros
somos "la raza escogida y santa, el pueblo que Dios ha conquistado, un pueblo
de Reyes y de sacerdotes". En efecto, ¡qué diferencia del bautizado con el
que no lo está! El cielo, abierto para uno, está cerrado para el otro; uno es
esclavo del demonio, y el otro, rey en Jesucristo Rey, de quien ha llegado a
ser hermano; el uno, tristemente aislado de Dios, y el otro, ofreciéndole el
sacrificio supremo por las manos de Jesucristo Sacerdote. Y todos esos dones nos
han sido conferidos por una misericordia enteramente gratuita; no han sido en
modo alguno, merecidos por nosotros. Ofrezcamos, pues, a nuestro Padre adoptivo
humildes acciones de gracias; trasladándonos al día en que también nosotros
fuimos neófitos, renovemos las promesas hechas en nuestro nombre, como la
condición absoluta con la cual nos eran concedidos tan grandes bienes. A partir
de este día, la Iglesia deja de emplear hasta el fin del Tiempo Pascual, entre
la Epístola y el Evangelio, el Responso llamado Gradual. Le sustituye por el
canto repetido del "Alleluiá", que presenta menos gravedad pero
expresa un sentimiento más vivo de alegría. En los seis primeros días de la
solemnidad pascual, no ha querido aminorar la majestad de sus cantos; ahora se
entrega más de lleno a la santa libertad que la transporta.
ALELUYA
Aleluya, aleluya. X. Este es el
día que hizo el Señor: gocémonos y alegrémonos en él. Aleluya. V. Alabad, niños,
al Señor, alabad el nombre del Señor.
Se canta en seguida la Secuencia de la Misa del día de
Pascua, Victimae pascJiali.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan «XX,
1-9).
En aquel tiempo, pasado el
Sábado, María Magdalena fué al sepulcro por la mañana, cuando todavía reinaban las
tinieblas: y vió la piedra quitada del sepulcro. Corrió entonces, y fué a Simón
Pedro y al otro discípulo a quien amaba Jesús, y díjoles: Han llevado al Señor
del sepulcro, y no sabemos dónde le han puesto. Salió entonces Simón, y el otro
discípulo, y fueron al sepulcro. Y corrían los dos juntos, y el otro discípulo corrió
más que Pedro y llegó antes al sepulcro. Y, habiéndose inclinado, vió los lienzos
puestos, pero no entró. Llegó entonces Simón Pedro siguiéndole, y entró en el
sepulcro, y vió los lienzos puestos, y el sudario que había cubierto su cabeza
no estaba puesto con los lienzos, sino doblado en otro sitio. Entonces entró
también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro: y vió y
creyó: porque aún no habían entendido la Escritura, según la cual era necesario
que él resucitara de entre los muertos.
EL RESPETO
DEBIDO A PEDRO. — Este episodio de la mañana
del día de Pascua le ha reservado para hoy la Santa Iglesia, porque en él
figura San Pedro, cuya voz se ha dejado oír ya en la Epístola. Este es el
último día en que asisten los neófitos al Sacrificio revestidos de blanco;
mañana su exterior no les distinguirá en nada de los otros fieles. Importa,
pues, insistir con ellos sobre el fundamento de la Iglesia, fundamento sin el
que la Iglesia no podría subsistir y sobre el que deben ellos establecerse, si
quieren conservar la fe en la que han sido bautizados y que han de guardar pura
hasta el fin para obtener la salud eterna. Ahora bien, esta fe se mantiene
firme en todos aquellos que son dóciles a las enseñanzas de Pedro y veneran la
dignidad de este Apóstol. Aprendamos de otro Apóstol, en este pasaje del santo
Evangelio, el respeto y la deferencia que son debidas al que Jesús encargó de
apacentar todo el rebaño, corderos y ovejas. Pedro y Juan corren juntos a la tumba
de su maestro; Juan, más joven, llega el primero. Contempla el sepulcro: pero
no entra. ¿Por qué esta humilde reserva en el que es el discípulo amado del
Maestro? ¿Qué espera? Espera al que Jesús ha antepuesto a todos ellos, al que
es su Jefe, y a quien pertenece obrar como jefe. Pedro llega; entra en el
sepulcro; comprueba todo y en seguida Juan penetra, a su vez, en la gruta. Admirable
enseñanza que Juan mismo quiso darnos, escribiendo con su propia mano este relato
misterioso. Toca a Pedro el preceder, el juzgar, el obrar como maestro; y toca
al cristiano seguirle, escucharle, rendirle honor y obediencia. Y ¿cómo no iba
a ser así cuando vemos incluso a un Apóstol y tal Apóstol, obrar de este modo
con Pedro, y cuando éste no había aún recibido más que la promesa de las llaves
del Reino de los Cielos, que no le fueron dadas de hecho, sino en los días
siguientes? Las palabras del Ofertorio están sacadas del Salmo CXVII, que es
por excelencia el Salmo de la Resurrección. Saludan al divino triunfador que se
eleva como un astro luminoso, y viene a derramar sobre nosotros sus
bendiciones.
OFERTORIO
Bendito el que viene en nombre
del Señor: os bendecimos desde la casa del Señor: el Señor es Dios y nos ha
iluminado. Aleluya, aleluya.
En la Secreta la Iglesia nos
enseña que la acción de los divinos misterios celebrados en el curso del año,
es continua sobre los fieles. Llevan consigo ora una nueva vida, ora una nueva
alegría, y por su sucesión anual en la santa Liturgia la Iglesia mantiene en sí
la vitalidad que ellos la confieren cumpliéndose a su tiempo.
SECRETA
Suplicámoste, Señor, hagas que
nos felicitemos siempre de estos misterios pascuales: para que, la continua obra
de nuestra reparación, sea para nosotros causa de perpetua alegría. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Los neófitos deben, en este
mismo día, deponer sus hábitos blancos; ¿cuál será, pues, en adelante su
vestido? El mismo Cristo, que se ha incorporado a ellos por el Bautismo. El
Doctor de los gentiles les da esta esperanza en la Antífona de la Comunión.
COMUNION
Todos los que habéis sido
bautizados en Cristo, os habéis vestido de Cristo. Aleluya.
En la Poscomunión, la Iglesia
insiste aún sobre el don de la fe. Sin la fe, el cristianismo deja de existir;
pero la Eucaristía, que es el misterio de la fe, tiene la virtud de alimentarla
y desarrollarla en las almas.
POSCOMUNION
Sustentados con el don de
nuestra redención, suplicámoste, Señor, hagas que, con este auxilio de la
perpetua salud, crezca siempre la verdadera fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
DEPOSICION DE LOS HABITOS BLANCOS
Cada uno de los días de esta
semana, el Oficio de Vísperas se tenía con la misma solemnidad de que hemos
sido testigos el Domingo. El pueblo fiel llenaba la Basílica, y acompañaba con
sus miradas y con su interés fraternal al grupo blanco de neófitos que
avanzaba, cada tarde, en pos del Pontífice, para volver a ver la fuente que da
nueva, vida a los que son sumergidos en ella. Hoy la concurrencia es mayor aún;
pues se va a cumplir un nuevo rito. Los neófitos, quitándose el hábito que
recuerda al exterior la pureza de sus almas, van a aceptar el compromiso, de
conservar interiormente esta inocencia cuyo símbolo no les es ya necesario. Por
este cambio que se opera a los ojos de los fieles, se da a entender que la Iglesia
devuelve estos nuevos hijos a sus familias, a la solicitud y deberes de la vida
ordinaria, a ellos les toca ahora mostrar en adelante lo que son para siempre:
cristianos, discípulos de Cristo. Al
regreso del Baptisterio, y después de haber terminado el Oficio de Vísperas por
la estación ante la Cruz del arco triunfal, los neófitos son conducidos a una
de las salas contiguas de la Basílica; allí se ha preparado un amplio recipiente
lleno de agua. El Obispo, sentado en silla de honor y viendo a su alrededor a
esos corderos de Cristo, les dirige un discurso en el que expresa la alegría del
Pastor, al ver el feliz aumento del rebaño que le está confiado. Los felicita
por su dicha y, viniendo en seguida al objeto de su reunión en este lugar, es
decir a la deposición de las vestiduras que recibieron de sus manos al salir de
la fuente de la salud, les advierte paternalmente la obligación de velar- sobre
sí mismos y de no manchar nunca la blancura del alma de que la de los vestidos
no ha sido más que una débil imagen. Los
vestidos blancos de los neófitos fueron suministrados por la Iglesia, como lo
vimos en el Sábado santo: Por esta razón deben ponerse en manos de la Iglesia.
El agua de la pila está destinada a lavarlos. Después de la alocución, el Pontífice
bendice el agua, recitando sobre ella una Oración en la cual recuerda la virtud
que el Espíritu Santo ha dado a este elemento para purificar las manchas mismas
del alma. Volviéndose luego hacia los neófitos, después de haber expresado a
Dios sus acciones de gracias recitando el Salmo CXVI, pronuncia esta bella
plegaria: "Visita. Señor, con tus propósitos salvadores, a tu pueblo,
resplandeciente en medio de la alegrías pascuales; pero dígnate conservar en
vuestros neófitos, para que sean salvados, lo que tú mismo has obrado en ellos.
Haz que, al deponer sus vestidos blancos, el cambio en ellos no sea sino exterior;
que esté siempre adherida a sus almas la blancura invisible de Cristo; que no
la pierdan nunca: y que tu gracia los ayude a alcanzar mediante el ejercicio de
las buenas obras, la vida inmortal a la que nos invita el misterio de
Pascua." Después de esta oración, los neófitos ayudados, los hombres por
sus padrinos, y las mujeres por sus madrinas, se despojaban de las vestiduras blancas
y las entregaban a los servidores de la Iglesia encargados de lavarlas y de
conservarlas. Se revestían en seguida con sus hábitos ordinarios, ayudados
siempre por sus padrinos y madrinas; y por fin, vueltos a los pies del
Pontífice, recibían de su mano el símbolo pascual, la imagen de cera del
Cordero divino. El último vestigio de esta función conmovedora es la distribución
de los "Agnus Dei" que el Papa hace en este día, en Roma, el primero
y cada siete años de su pontificado. Vimos cómo fueron bendecidos por el
Pontífice el miércoles precedente, y cómo los ritos que el Papa emplea en esta
ocasión, recuerdan el Bautismo por inmersión de los neófitos. El Sábado
siguiente, en los años de que acabamos de hablar, hay Capilla papal en el palacio.
Después de la Misa solemne, estando el Sumo Pontífice en el trono, se traen en
cestillas los "Agnus Dei" en gran número. El Prelado que los presenta
canta estas palabras tomadas de uno de los Responsos que hemos citado: "Padre
Santo, he aquí estos nuevos corderos que nos han anunciado el Aleluya; salen al
instante de la fuente; están todos brillantes de luz." El Papa responde:
"Deo gratias." El pensa195 miento se traslada entonces a los tiempos
en que, en ese mismo día, los nuevos bautizados eran conducidos a los pies del
Pontífice como tiernos corderos de blanco vellón, objeto de las complacencias del
pastor. El Papa hace él mismo, desde su trono, la distribución de los
"Agnus Dei" a los Cardenales, a les Prelados y a los otros asistentes;
y así termina esta ceremonia tan interesante por los recuerdos que suscita y
por su objeto actual.
LA PASCUA
"ANNOTINA".—No
acabaremos los relatos que se relacionan con este último día de la Octava de
los nuevos bautizados, sin decir una palabra de la Pascua "annotina".
Se llamaba así al día del aniversario de la Pascua del año precedente; y ese
día era como la fiesta de los que contaban un año completo después de su
bautismo. La Iglesia celebraba solemnemente el Sacrificio en favor de esos
nuevos cristianos, a los cuales recordaba el inmenso beneficio con que Dios les
había favorecido ese día; y era ocasión de festines y regocijos en las familias
cuyos miembros habían sido, el año precedente, del número de los neófitos. Si
por la irregularidad de la Pascua, este aniversario caía, el año siguiente, en
alguna de las semanas de Cuaresma, debía abstenerse este año de celebrar la
Pascua "annotina", o trasladarla después del día de la Resurrección. Parece
que, en ciertas Iglesias, para evitar esas continuas variaciones, se había
fijado el aniversario del Bautismo en el Sábado de Pascua. La interrupción de
la costumbre de administrar el Bautismo en la fiesta de la Resurrección trajo poco
a poco la supresión de la Pascua "annotina"; con todo, se encuentran
huellas en algunos lugares hasta el siglo XIII, o quizás más allá. Esta costumbre de
festejar el aniversario del Bautismo, fundada en la grandeza del beneficio que cada
uno de nosotros recibimos ese día, no debió desaparecer nunca de las costumbres
cristianas; y en nuestros tiempos, como en la antigüedad, todos los que han sido
regenerados en Jesucristo, deben tener al día en que recibieron la vida
sobrenatural, siquiera el respeto que los paganos tenían a aquel que los había
puesto en posesión de la vida natural. San Luis solía firmar "Louis de
Poissy", porque fué en las fuentes de la humilde iglesia de Poissy donde
recibió el bautismo; nosotros podemos aprender de tan gran cristiano a recordar
el día y el lugar en que fuimos hechos hijos de Dios y de su Iglesia.
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