NUESTRA
VOCACIÓN Y NUESTRA RAZA.
Un vuelo de pájaros pone José Enrique Rodó[1]
en la base de toda esa inmensa cordillera de destinos que, sobre todo en estos
momentos de ansiedad internacional, ha hecho olvidar las mismas vértebras de
piedra de Los Andes, porque las ha sobrepasado, con su talla de titán. Esto
significa que hay un signo más o menos luminoso o más o menos oscuro que
señalaba el punto de arranque de la dirección de los destinos de hombres, de
patria y de raza. Y fuera de nosotros todos los días se oyen pasar rumores
múltiples que no pocas veces traen el mensaje inesperado y profundo que penetra
hasta lo hondo de los huesos y pone en marcha toda nuestra personalidad hacia
el límite distante del porvenir. Pero lo que Rodó no ha dejado vislumbrar al
volver los ojos hacia las señales trazadas por las alas abiertas de los pájaros
que de lejos saludaron a las tres carabelas inmortales en que navegaban, lleno
de insomnio, el Genovés, es un fenómeno fácilmente perceptible a lo largo no ya
del desenvolvimiento de un hecho determinado, sino a lo largo de las corrientes
históricas más distantes y al parecer más extrañas y desligadas entre sí; se
trata, si así la podemos llamar, de la persistencia de la dirección de las
corrientes históricas que fijan al mismo tiempo la vocación y el paso de las
razas. Se trata de una cosa parecida a la fijeza inalterable de las especies,
de la comunidad de los destinos y de los caracteres y aun de las vocaciones.
Roma conservará su vocación permanente de índice en la Historia del
mundo; primero la punta de su espada la hizo capital del viejo continente; al
día siguiente de que los bárbaros le apretaron el cuello y estrangulada entre
sus dedos, rudos como los robles nudosos de las montañas, la alzaron examine y
decapitada, los esclavos redimidos con el baño de sangre de los mártires
llegaron con la Cruz sobre sus hombros y fijaron allí para siempre el centro de
un imperio más alto, más fuerte que el de Augusto[2]
y Diocleciano[3].
“Yo -decía Julio César[4]
a uno de sus más robustos capitanes-, llevo en mis venas sangre de dioses y
sangre de reyes”. En estas pocas palabras está expresada toda la vocación de
Roma: se le encontró ayer, se le encontrará siempre vestida con la púrpura de
los reyes. Su vocación es reinar: y reinará o perecerá, pero amortajada con el
sudario de los reyes. Y esto sucede con las demás razas: parecería que en los
subterráneos de la Historia se sumergirán un día los destinos y las direcciones
de los pueblos; pero bien pronto salen a flor de realidad y vuelven a perfilar
sus tendencias, sus fisonomías y sus caracteres. España llegó, bajo el reinado
de Felipe II,[5]
a la total robustez de su propia personalidad y a adquirir el sentido pleno de
su vocación. Fue entonces cuando intentó fundir, con un matrimonio desgraciado
e inútil, los destinos de su patria con Inglaterra. Y tras el fracaso de su
intento que le dio a Hugo Benson[6]
trama para La Tragedia de la Reina,
se vio en la necesidad de armar sus barcos para combatir al país que en ese
tiempo, con Isabel[7]
a la cabeza del protestantismo, logró comenzar a ser dominador del Océano. La Invencible que fue la escuadra en que
concentró Felipe II todo el poder marítimo de España se puso en marcha para
chocar con la vocación de Inglaterra, vieja y permanente señora del mar: la
armada no logró ni siquiera saludar las brumas que coronan la frente de ese
gigante defendido por el cólera del mar. El rey de España no recogió, del
desastre, más que unos cuantos leños rotos y la historia pareció cerrar con un
punto final la página de uno y de otro pueblo. Sin embargo, el vuelo de pájaros
evocado por Rodó comenzó a ser, de pronto oscuramente, veladamente, la
aparición de las dos corrientes históricas, huellas hondas e imborrables, de la
vocación de dos razas. Y tras del viaje de las tres carabelas, allá, hacia el
Norte, llegaron venidos de Inglaterra, los emigrados echaron los cimientos al
país más fuerte, de América y acá hacia el sur, toda la España forjada en ocho
siglos de batallas, vino en escuadrón cerrado sobre el maderamen roto de La Invencible, coronado con el leño de
la Cruz. Sus capitanes hechos de hierro y sus misioneros amasados en el hervor
místico de Teresa[8]
y Juan de la Cruz,[9]
se acercaron a la arcilla oscura de la virgen América y en un rapto, que duró
varios siglos, la alta la imborrable figura de don Quijote, seco, enjuto y
contraído, de ensueño excitante, pero real semejanza del Cristo, como lo ha
hecho notar Unamuno,[10]
se unió, se fundió, no se superpuso, no se mezcló, se fundó para siempre en la
carne, en la sustancia viva de Cuauhtémoc[11]
y de Atahualpa.[12]
Y la esterilidad del matrimonio de Felipe II con María Estuardo, reina
de Inglaterra, se tornó en las nupcias con el alma genuinamente americana, en
la ostentosa fecundidad que hoy hace que España escoltada por las banderas que
se empinan de El Bravo al norte, a Los Andes el sur, vuelva a afirmar su
vocación en presencia de la Inglaterra caída de las manos de Enrique VIII[13]
a las manos de su hija. Felipe II e Isabel han vuelto a encontrarse: apenas se
advierte, en sus rasgos fundamentales, una ligera modificación. Podría decirse
que la persistencia de vocaciones y de caracteres, único elemento permanente en
la historia y que la puede reducir a fórmula de rigidez casi algebraica, nos
hace experimentar un retorno de tres siglos y nos hace pensar en la repetición.
Pero no hay ni la misma escena ni los mismos personajes, ni los mismos factores
en su firma concreta e individual; pero sí hay la continuidad, que es y ha sido
siempre el fondo sustancial del carácter y, sobre todo, la señal distintiva de
una vocación que muy lejos de ahogarse en el abismo de la inercia y de la
deserción se ha puesto en marcha en un día próximo lejano y ha sabido poner y
dejar huellas imborrables de su paso. Entre el desastre de La Invencible y nosotros hay no menos de tres siglos: entre España
de Felipe II, hecha de carne y espíritu en nosotros y la Inglaterra de Isabel
trasplantada al norte de América, no hay ni un minuto, ni un milímetro de
distancia. Porque la vocación, que supone la continuidad, nos ha atado
realmente a los de este lado del Bravo a la vocación de España y a los de aquel
lado del Bravo a la vocación de Inglaterra, que hemos llegado a ser parte
integrante de la personalidad histórica de España como ellos han venido a
formar parte de Inglaterra. Y la vocación, que es lo que nos separa, debe ser
también y seguirá siendo, a través de la distancia, lo único que podrá
conservar, robustecer y edificar nuestra personalidad total. Cuánto valga el
poder de la vocación, como principio y nervio de vitalidad, lo ha enseñado con
rara e inesperada profundidad Ibsen en Los
pretendientes de la Corona a través de Skule, derrotado, a pesar de su
poderoso ejército, por su contrincante que le disputa la corona. Entre la
vocación y la armadura interior de cada nombre y de cada raza, hay un
estrechísimo vínculo, hay una correlación viva y fuerte.
Las reservas de la propia personalidad robustecen y señalan la vocación
y la ocasión puesta en macha y convertida en movimiento, agiganta y robustece
la personalidad. De aquí que nadie puede hacerle traición a su propio destino
de ir a dar de bruces en el dislocamiento interior y acabar roído, agotado por
un empobrecimiento arrasador. La vocación de España empezó a ser un escuadrón
cerrado de ocho siglos de estar, espada en mano, en torno de Cristo para romper
la falange de Mahoma;[14]
continuó siendo en Carlos V[15]
la vanguardia contra Lutero[16]
y todos los príncipes que secundaron a Gustavo Adolfo[17];
en Felipe II, un poder vengador aunque derrotado en los mares y fue luego, en
sus colonias, una fuerza engendradora de pueblos y sigue siendo en Alfonso
XIII,[18]
ante Pío XI,[19]
lo que el primer día en que Pelayo[20]
hizo oír el primer grito de reconquista. Nuestra vocación tradicionalmente,
históricamente, espiritualmente, religiosamente, políticamente, es la vocación
de España, porque de tal manera se anudaron nuestra sangre y nuestro espíritu
con la carne, con la sangre, con el espíritu de España, que desde el día en que
se fundaron los pueblos hispanoamericanos, desde ese día quedaron para siempre
anudados nuestros destinos, con los de España. Y en seguir la ruta abierta de
la vocación de España, está el secreto de nuestra fuerza, de nuestras victorias
y de nuestra prosperidad como pueblo y como raza.
Porque toda nuestra armadura interior y exterior ha sido forjada en la
fragua donde se forjó España: nuestra vocación está formada por la retaguardia
de cerca de trece siglos y así como el forjador, que ha pasado toda su vida
encorvado sobre el yunque, lleva sobre la carne de sus manos y de sus brazos y
en lo íntimo de la sustancia de su alma la armadura de forjador y al abandonar
el yunque para abrirse paso hacia otro rumbo tendría que comenzar, a trueque de
saquear su propio ser, así no es tan fácil volverle la espalda a toda una
larga, inmensa historia de sangramiento e inmolación por la Patria y la Cruz,
ni tampoco entrar dentro de nosotros mismos para escarbar hasta nuestros
huesos, para arrancarnos nuestra herencia vital. Nos mataríamos nosotros mismos
como nos estamos matando. Interrogado Roosvelt[21]
acerca de si se efectuaría muy pronto la absorción de los pueblos
hispanoamericanos por los Estados Unidos de América, contestó: “La creo larga
(la absorción) y muy difícil mientras esos países sean católicos”.
Nosotros diríamos más sintética y exactamente: mientras sean españoles.
Por desgracia, un poco de más de siglo de vida independiente, no es ni ha sido
otra cosa, por parte de nuestras revoluciones, pero especialmente de nuestros
ensayos de forma de gobierno y de reformas políticas y sociales, más que una
sublevación implacable contra la vocación de España y por tanto contra nuestra
propia vocación. Y no solamente ha habido un ciego empeño por volverle la
espada a nuestra vocación respaldada por una retaguardia de muchos siglos, sino
que se ha pactado con el enemigo. Y por encima de los leños rotos de La
Invencible, de la empuñadura de Cortés[22]
y del sayal de Bartolomé de las Casas,[23]
han podido pasar los que a través de la continuidad histórica vinieron a medir
sus fuerzas del lado de Lutero contra Carlos V y del lado de Isabel satisfecha
del desastre de la armada de Felipe II. Basta pronunciar los nombres de Gómez
Farías,[24]
de Benito Juárez,[25]
de Carranza[26]
y de los organizadora del cisma infeliz encabezado por el patriarca
Pérez[27],
para convencerse de que se ha capitulado o hecho capitular a la vocación de España,
que es la nuestra y que se ha dejado que “los otros” entren a saco nuestras
reservas y nuestro patrimonio. Juárez pactó con el protestantismo yanqui, otro
tanto hizo Carranza, lo mismo ha hecho el gobierno actual; estamos en plena
conjura contra nuestros destinos como pueblo y como raza y nos hallamos ante la
repetición del desastre de La Invencible.
Y las consecuencias las llevamos sobre nuestra frente, sobre nuestros brazos y
sobre nuestra vida: enflaquecidos, demacrados si la conjura continúa primero en
la tuberculosis para caer luego en las manos de los cazadores de indios de
Isabel de Inglaterra. Esto no impedirá que en los discursos dichos en el día de
la Raza se salude a las carabelas y se rinda homenaje a Colón, otro a Isabel la
Católica y otro a España.
El Conde de Saint Simón,[28]
célebre revolucionario de Francia, se presentó en Peronne y en una acta de
adhesión a los principios del 93, renunció expresamente a su título de Conde y
a su nombre. Saint Simón, como todos los revolucionarios, no era más que un
farsante. Y por esto a pesar de la renuncia que había hecho a su título de
Conde, poco después, en autobiografía se ufanaba de su título de nobleza y
decía: “desciendo de Carlomagno”. Saint Simón en esto sí tenía razón. De igual
manera no pocos de los identificados con la revolución y a pesar de que a
partir de Hidalgo hasta ahora se ha procurado pactar y se ha pactado con los
que descienden en línea recta de Isabel de Inglaterra y contra nuestra
vocación, que es la vocación de España, volverán sus ojos hacia el rumbo por
donde vinieron las carabelas y dirán que descienden de Pelayo, el Cid[29]
y de Hernán Cortés y un minuto después seguirán soplando a dos carrillos sobre
la hoguera, donde se extingue y agoniza nuestra única verdadera vocación como
pueblo y como raza.
Y en lo primero tendrán razón; pero en lo segundo, serán los asesinos de
nuestra vocación.
Octubre de 1925.
[1] RODÓ,
José Enrique (1872-1917). Escritor, periodista y político uruguayo, autor de Ariel,
obra dedicada a estimular a la juventud de Hispanoamérica.
[2] AUGUSTO,
Cayo Julio César Octavio (63 a.C.-14 d.C.). Primer emperador romano, sobrino de
Cesar. Bajó su reinado, el imperio alcanzó su apogeo.
[3] DIOCLECIANO (245.313). Emperador romano, dividió el poder en una tetrarquía.
Orillado por Galerio, persiguió a los cristianos.
[4] CESAR
Cayo Julio (101-44 a.C.). General, historiador y dictador romano, una de
las más altas figuras de la historia, fue asesinado en una conjura.
[5] FELIPE II (1527-1598). Rey de España (1556-1598), luchó contra los turcos
en la victoria de Lepanto y contra los protestantes en los Países Bajos.
[6] BENSON,
Hugo (1871). Novelista inglés, siguió la carrera eclesiástica, abjurando
después del protestantismo, para hacerse católico. Es autor de The lord of the World.
[7] ISABEL
I (1533-1603). Reina de Inglaterra, hija de Enrique VIII y de Ana Bolena.
Soberana enérgica u autoritaria, mantuvo con ardor el protestantismo en su
nación.
[8] Santa
TERESA de Jesús (1515-1582). Monja española, carmelita descalza,
reformadora de su Orden, eximia escritora y gran mística. Es doctora de la
Iglesia.
[9] JUAN
de la Cruz, san (1542-1591). Místico Carmelita español, una de la figuras
máximas de la lírica castellana. Participó con santa Teresa de Jesús en la
reforma de su Orden.
[10] UNAMUNO,
Miguel de (1864-1936). Escritor pensador español, encuadrado en la generación
del 98 y situado entre los precursores del existencialismo.
[11] CUAUHTEMOC
(1495-1525). Último tlatoani mexica, era hijo de Ahuizotl y sucedió en
1520 a su tío Cuitláhuac. Vencido por Cortés y hecho prisionero, fue
ajusticiado.
[12] ATAHUALPA,
Juan Santos. Caudillo peruano del siglo XVIII, organizador de un levantamiento
contra los españoles. Murió en 1756.
[13] ENRIQUE
VIII. Rey de Inglaterra de 1509 a 1547. Se separó de la Iglesia Católica y
se declaró jefe de la iglesia anglicana.
[14] MAHOMA (570-632). Fundador del Islam y del imperio musulmán, proclamado
soberano temporal y espiritual de los árabes, predicó el monoteísmo y la guerra
santa.
[15] CARLOS V (I de España y V de Alemania.
1500-1556). Señor de inmensos dominios, fue paladín de la causa católica,
enfrentó a los musulmanes y a los luteranos.
[16] LUTERO,
Martín (1583-1546). Reformador alemán y padre de la prosa moderna de su país.
Sus tesis teológicas originaron el cisma de Occidente o protestantismo.
[17] GUSTAVO ADOLFO I (1496-1560).
Rey de Suecia, combatió a los daneses, hizo declarar hereditaria la corona
danesa y convirtió a su patria en un Estado moderno.
[18] ALFONSO
XIII (1886-1941). Rey de España, hijo póstumo de Alfonso XII, sufrió
destierro en 1931, al sobrevenir el triunfo de la República y murió en el
exilio.
[19] PIO XI (Aquiles Ratti. 1857-1939). Papa de 1922 a 1939, acordó con el estado
Italiano los pactos de Letrán, promovió la Acción Católica, reformó la
liturgia y condenó el Nazismo.
[20] PELAYO (murió el 737). Caudillo y rey de los estures, tras la invasión
musulmana de la península Ibérica, organizó un núcleo de resistencia. Derrotó a
Algama.
[21] ROOSVELT, Franklin
Delano (1882-1945). Político estadounidense, Presidente de su país en
1932, fue reelecto en 1936. Decidió la intervención de EE.UU. en la II Guerra
Mundial.
[22] CORTÉS, Hernán (1488-1547). Conquistador y expedicionario español, en 1519
inició una empresa que desembocó con la toma de la gran Tenochtitlán.
[23] LAS CASAS, fray Bartolomé de las (1474-1566). Prelado y polemista español,
fraile dominico, protector de los indios. Sus denuncias originaron las Leyes Nuevas.
[24] GÓMEZ
Farías, Valentín (1781-1858). Político liberal mexicano, Presidente de la
República de 1833 a 1834 y de 1846 a 1847.
[25] JUÁREZ,
Benito (1806-1872). Político mexicano, paladín del liberalismo, Presidente de
la República por ministerio de ley desde 1859, se mantuvo en tal oficio hasta
su muerte.
[26] CARRANZA, Venustiano (1859-1920). Político
mexicano, Gobernador de Coahuila, encabezó a los constitucionalistas.
Presidente de la República, murió de forma violenta.
[27] PÉREZ
y Budar, Joaquín (1851-1930). Clérigo católico mexicano, de agitadísima vida,
sirvió de comparsa al Presidente Calles, para promover la Iglesia Cismática
Mexicana.
[28] SAINT-SIMON, Claude,
Conde de (1760-1825). Pensador socialista francés, precursor de la
sociología, si bien no supo distinguir las contradicciones entre burguesía y
proletariado.
[29] CID,
el Rodrigo Díaz de Vivar (1043-1099). El héroe más famoso de la historia
de España y sin duda el más grande capitán de la Edad Media. Su vida se
describe en un poema.
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