EL
GOLPE MAESTRO DE SATANÁS
“El golpe maestro de
Satanás”, el cual es, en realidad, una serie de charlas, sermones, y escritos
varios en donde notamos la caridad y la prudencia con que se manejó Monseñor en
sus primeros tratos con Roma. Escritos entre los años 1975 y 1977, denuncian ya
la gravedad de los dichos y hechos realizados por las más altas jerarquías de
Roma, a partir del Concilio Vaticano II, los cuales fueron minando y
destruyendo la Doctrina milenaria de la Iglesia Católica hasta llegar al punto
en donde nos hallamos hoy: una nueva religión que insiste en seguir llamándose
Católica pero que reúne en sí todas las herejías ya condenadas por todos los
Papas anteriores. En este combate por la fidelidad a la Tradición y al depósito
de la Fe, Monseñor Lefebvre irá reafirmando su posición inicial al chocar con
el endurecimiento y la obcecación de los que ocupan Roma. Como el título lo
indica, Monseñor nos dice en dónde está la verdadera obediencia y en qué
consiste realmente. El Concilio Vaticano II se valió
de la “obediencia” para imponer sus nefastos cambios: Golpe maestro de Satanás.
Creemos no es redundar el repetir y recalcar el tener en cuenta la fecha, la
oportunidad y el auditorio al que fueron dirigidas estas reflexiones y
afirmaciones de Monseñor Marcel Lefebvre
pues, pasando el tiempo… muchas cosas fueron clarificándose más y la
actitud de Monseñor… fue resolviéndose en otra actitud más firme y decidida.
Hasta llegar, antes de su muerte, a la conclusión de que, con la Roma actual,
no era ya posible entendimiento alguno y solo cabía esperar, de ésta, con la
Gracia de Dios, una conversión de Roma a la Tradición, al depósito inmutable
del Evangelio de Cristo.
I
EL
GOLPE MAESTRO DE SATANÁS
Sabemos por el Génesis y
mejor aún por Nuestro Señor mismo que Satanás es el padre de la mentira. En el
versículo 44, capítulo 8 del Evangelio de San Juan, Nuestro Señor apostrofa a
los judíos diciéndoles: "El diablo es vuestro padre y vosotros queréis
cumplir sus deseos. Desde siempre él es homicida y permanece fuera de la
Verdad, puesto que no hay verdad en él, su palabra es mentirosa porque miente
por naturaleza, ya que es mentiroso y padre de la mentira..." Satanás es
homicida en las persecuciones sangrientas, padre de la mentira en las herejías,
en todas las falsas filosofías y en las palabras equívocas que están en la base
de las revoluciones, de las guerras mundiales, de las guerras civiles. No cesa de atacar a Nuestro Señor en su cuerpo
místico: la Iglesia. En el curso de la Historia ha empleado todos los medios,
de los cuales uno de los últimos y más terribles ha sido la apostasía oficial
de las sociedades civiles. El laicismo de los Estados ha sido y es siempre un
escándalo inmenso para las almas de los ciudadanos. Y es por ese subterfugio que
ha logrado laicizar poco a poco y hacer perder la fe a numerosos miembros de la
Iglesia, a tal punto que esos falsos principios de separación de la Iglesia y
el Estado, de la libertad de las religiones, del ateísmo político, de la
autoridad que toma su origen de los individuos, han terminado por invadir los
seminarios, los presbiterios, los obispados y hasta el Concilio Vaticano II.
Para hacer eso, Satanás ha inventado palabras claves que han permitido que los
errores modernos y modernistas penetraran en el Concilio: la libertad se ha
introducido mediante la Libertad religiosa o Libertad de las religiones; la
igualdad, mediante la Colegialidad, que introduce los principios del igualitarismo
democrático en la Iglesia y, finalmente, la fraternidad mediante el Ecumenismo
que abraza todas las herejías y errores y tiende la mano a todos los enemigos
de la Iglesia. El golpe maestro de Satanás será, por consiguiente, difundir los
principios revolucionarios introducidos en la
Iglesia por la autoridad de la misma Iglesia, poniendo a esta autoridad
en una situación de incoherencia y de contradicción permanente; mientras que
este equívoco no sea disipado, los desastres se multiplicarán en la Iglesia. Al
tomarse equívoca la liturgia, se torna equívoco el sacerdocio, y habiendo ocurrido
lo mismo con el catecismo, la Fe, que no puede mantenerse sino en la verdad, se
disipa. La jerarquía de la Iglesia misma vive en un equívoco permanente entre
la autoridad personal, recibida por el sacramento del Orden y la Misión de
Pedro o del Obispo y los principios democráticos. Es preciso reconocer que la
jugarreta ha sido bien hecha y que la mentira de Satanás ha sido utilizada
maravillosamente.
La
Iglesia va a destruirse a sí misma por vía de la obediencia.
La Iglesia va a convertirse
al mundo hereje, judío, pagano, por obediencia, mediante una Liturgia equívoca,
un catecismo ambiguo y lleno de omisiones y de instituciones nuevas basadas
sobre princi- pios democráticos. Las órdenes, las contraórdenes, las
circulares, las constituciones, las cartas
pastorales serán tan bien manipuladas, tan bien orquestadas, sostenidas
por la omnipotencia de los medios de comunicación social, por lo que queda de
los movimientos de Acción Católica, todos marxistizados, que todos los fieles
honrados y los buenos sacerdotes repetirán con el corazón roto pero
consintiendo: ¡Hay que obedecer! ¿A quién, a qué? No se sabe exactamente: ¿a la
Santa Sede, al Concilio, a las Comisiones, a las Conferencias Episcopales? Uno
aquí se pierde como en los libros litúrgicos, en los ordos diocesanos, en la
inextricable maraña de los catecismos, de las oraciones del tiempo actual,
etcétera. Hay que obedecer, con peligro de volverse protestante, marxista,
ateo, budista, indiferente, ¡poco importa! hay que obedecer a través de las
negaciones de los sacerdotes, la inoperancia de los obispos, salvo para
condenar a quienes quieren conservar la Fe, a través del matrimonio de los
consagrados a Dios, de la comunión a los divorciados, de la intercomunión con
los herejes, etc. ¡hay que obedecer! ¡Los seminarios se vacían y se venden
igual que los noviciados, las casas religiosas y las escuelas; se saquean los
te-soros de la Iglesia, los sacerdotes se secularizan y se profanan en su
vestimenta, en su lenguaje, en su alma!... hay que obedecer. Roma, las
Conferencias Episcopales, el Sínodo presbiteral lo quieren. Es lo que todos los
ecos de las Iglesias, de los diarios, de las revistas repiten: aggiornamento,
apertura al mundo. Desgraciado sea él que no consiente. Tiene derecho a ser
pisoteado, calumniado, privado de todo lo que le permitía vivir. Es un hereje,
es un cismático, que merece únicamente la muerte. Satanás ha logrado
verdaderamente un golpe maestro: logra hacer condenar a quienes
conservan la fe católica por aquéllos mismos que debieran
defenderla y propagarla. Ya es tiempo de encontrar de nuevo el sentido
común de la fe, de reencontrarla verdadera obediencia a la verdadera Iglesia,
oculta bajo esa falsa máscara del equívoco y la mentira. La verdadera Iglesia,
la Santa Sede verdadera, el Sucesor de Pedro, los Obispos en cuanto sometidos a
la Tradición de la Iglesia, no nos piden y no pueden pedirnos que nos volvamos protestantes,
marxistas o comunistas. Ahora bien, se podría creer al leer ciertos documentos,
ciertas constituciones, ciertas circulares, ciertos catecismos que se nos pide
que abandonemos la verdadera Fe en nombre del Concilio, de Roma, etcétera.
Debemos negarnos a volvernos protestantes, a perder la Fe y
a apostatar como lo hizo la sociedad política después de los errores
difundidos por Satanás en la Revolución de 1789. Nos rehusamos a
apostatar, aunque fuera en nombre del Concilio, de Roma, de
las Conferencias Episcopales. Permanecemos adheridos, por sobre todo, a
todos los Concilios dogmáticos que han definido a perpetuidad nuestra Fe. Todo
católico digno de este nombre debe rechazar todo relativismo, toda evolución de
su fe en el sentido de que lo que ha sido definido solemnemente por los Concilios
en otros tiempos dejaría de ser válido hoy y podría ser modificado por otro
Concilio, con mayor razón si es tan sólo pastoral .La confusión, la
imprecisión, las modificaciones de los documentos sobre la Liturgia, la
precipitación en la aplicación, demuestran bien a las claras que no se trata de
una reforma inspirada por el Espíritu Santo. Esta manera de obrares de tal modo
contraria a las costumbres romanas que obran siempre "cumconsilio et
sapientia".
Es imposible que el Espíritu
Santo haya inspirado la definición de la Misa según el artículo VII de la
Constitución y aún más inaudito que se haya sentido la necesidad de corregirla
enseguida, lo que es una confesión de chapucería en la más importante realidad
de la Iglesia: el Santo Sacrificio de la Misa. La presencia de los protestantes
para la reforma litúrgica de la Misa, es preciso confesarlo, establece un
dilema al cual parece difícil escapar. Su presencia significaba o que estaban
invitados a reajustar su culto según los dogmas de la Santa Misa o que se les
preguntaba lo que les desagradaba en la Misa Católica para evitar que se dejara
presente una expresión dogmática que ellos no podían admitir. Es evidente que
esta segunda solución es la que fue adoptada, cosa inconcebible y ciertamente
no inspirada por el Espíritu Santo. Cuando se sabe que esta concepción de la
"Misa normativa" es la del Padre Bugnini y que él la impuso tanto al
Sínodo como a la Comisión de Liturgia, se
puede pensar que hay Roma y Roma, la Roma eterna con su fe, sus dogmas,
su concepción del Sacrificio de la Misa y la Roma temporal influenciada por las
ideas del mundo moderno, influencia a la que no ha escapado el propio Concilio
el cual, a propósito y por la gracia del Espíritu Santo quiso ser únicamente
pastoral. Santo Tomás se pregunta en la cuestión de la corrección fraterna si
conviene que se la practique a veces con los Superiores. Con todas las
distinciones útiles, el Ángel de la Escuela responde que se la debe practicar
cuando se trata de la Fe. Ahora bien, ¿quién puede con toda conciencia decir
que hoy en día la Fe de los fieles y de toda la Iglesia no está amenazada
gravemente en la Liturgia, en la enseñanza del catecismo y en las instituciones
de la Iglesia? Léase y reléase a San Francisco de Sales, San Roberto
Bellarmino, San Pedro Canisio y Bossuet y se hallará con asombro que tenían que
luchar contra los mismos falsos procedimientos. Pero esta vez el drama
extraordinario consiste en que estas desfiguraciones de la Tradición nos vienen
de Roma y de las Conferencias Episcopales; si uno quiere por consiguiente
guardar su Fe tenemos que admitir sí que algo anormal pasa en la administración
romana. Debemos, por cierto, sostener la infalibilidad de la Iglesia y del
Sucesor de Pedro, debemos también admitir la situación trágica en que se
encuentra nuestra Fe católica por las orientaciones y los documentos que nos
vienen de la Iglesia; la conclusión vuelve a lo que decíamos al comienzo:
Satanás reina por el
equívoco y la incoherencia, que son sus -medios de combate y que engañan a los
hombres de poca Fe. Este equívoco debe ser suprimido valientemente para
preparar el día elegido por la Providencia en que será suprimido oficialmente
por el Sucesor de Pedro. Que no se nos tache de rebeldes u orgullosos, porque
no somos nosotros los que juzgamos, sino es Pedro mismo quien como Sucesor de
Pedro condena lo que él por otro lado
fomenta, es la Roma eterna la que condena a la roma temporal. Nosotros
preferimos obedecer a la eterna. Pensamos con plena conciencia que toda la
legislación emitida desde el Concilio es, por lo menos, dudosa y, en
consecuencia, apelamos al Canon 23 que trata de este caso y nos pide atenernos
a la ley antigua. Estas palabras parecerán a algunas injuriosas para la
autoridad. Por el contrario, son las únicas que protejan a la autoridad y la
reconocen verdaderamente, porque la autoridad no puede existir sino para lo
Verdadero y lo Bueno y no para el error y el vicio.
El 13 de octubre de 1974, en el aniversario de
las apariciones de Fátima.
Que María se digne bendecir
estas líneas y haga que produzcan frutos de Verdad y Santidad. Mons. MARCEL
LEFEBVRE
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