Novus Ordo Missae en una Logia Masónica
Alfredo
Cardenal Ottaviani
Antonio
Cardenal Bacci
BREVE
EXAMEN CRITICO
DEL
NOVUS ORDO MISSAE
III
Vayamos
ahora a los fines de la Misa.
1) FIN ÚLTIMO. El fin
último del sacrificio de la Misa es la alabanza que debe tributarse a la
Santísima Trinidad, según la explícita intención de Jesucristo en el mismo
misterio de su Encarnación: "Al entrar al mundo dice: 'No quisiste hostia
ni ofrenda: en cambio a mí me preparaste un cuerpo' " (Heb. 10, 5; cfr.
Ps. 39, 7-9).
Por cierto, este fin
buscado ha desaparecido completamente en el Novus Ordo: desapareció ciertamente
del Ofertorio, pues la plegaria "Recibe, oh Trinidad Santa" ha sido
eliminada; desapareció de la conclusión de la Misa, ya no se dirá más
"Seate agradable, oh Trinidad Santa"; también fue suprimida del
Prefacio, ya que el Prefacio de la Santísima Trinidad, que hasta ahora se
recitaba oportunísimamente todos los domingos, ahora en el Novus Ordo sólo se
dirá en la fiesta de la Santísima Trinidad, y por lo tanto solamente una vez al
año.
2) FIN ORDINARIO. El fin
ordinario del Sacrificio es el propiciatorio. En cambio, en el Novus Ordo, este
fin se aparta de su verdadera senda, pues ya no se pone más el acento en la
remisión de los pecados, sea de los vivos, sea de los difuntos, sino en la
nutrición y santificación de los presentes (nº 54). Por cierto, Cristo
instituyó el sacramento de la Eucaristía en la última Cena y se puso a Sí mismo
en estado de víctima para unirnos a Él, a ese estado victimal; pero este fin
antecede a la misma manducación y tiene un pleno valor redentor antecedente,
que se deriva de la inmolación cruenta de Cristo; de allí que el pueblo
asistente a Misa no esté obligado de suyo a recibir la comunión sacramental
(6).
3) FIN INMANENTE.
Cualquiera sea la naturaleza del sacrificio, pertenece a la esencia de la
finalidad de la Misa el que sea agradable a Dios, aceptable y aceptado por Él.
Por lo tanto, en la condición de los hombres que estaban inficionados por la
mancha original, ningún sacrificio hubiera sido aceptable a Dios; el único
sacrificio aceptado ahora con derecho por Dios es el Sacrificio de Cristo. Por
el contrario, en el Novus Ordo la naturaleza misma de la oblación es deformada
en un mero intercambio de dones entre Dios y el hombre: el hombre ofrece el pan
que Dios transmuta en "pan de vida"; el hombre lleva el vino que Dios
transmuta en "bebida espiritual": "Bendito eres, Señor Dios del
universo, porque de tu largueza recibimos el pan (o: el vino) que te ofrecemos,
fruto de la tierra (o: de la vid) y de la obra de las manos de los hombres, del
cual se hará para nosotros el pan de vida (o: la bebida espiritual)" (7).
Superfluo es advertir cuán
totalmente vagas e indefinidas son estas dos fórmulas "pan de vida" y
"bebida espiritual", que, de por sí, pueden significar cualquier
cosa. Hallamos aquí el mismo equívoco capital que examinamos en la definición
de la Misa: allí Cristo se hace presente entre los suyos únicamente de un modo
espiritual; aquí se dan el pan y el vino, que son cambiados
"espiritualmente" (pero no substancialmente!) (8).
Igualmente, en la
preparación de las ofrendas se descubre idéntico juego de equívocos, pues se
suprimen las dos maravillosas plegarias de la antigua Misa. La oración:
"Oh, Dios, que admirablemente formaste la dignidad de la naturaleza humana
y que más admirablemente aún la reformaste" recordaba a la vez la
primitiva condición de inocencia del hombre y su presente condición de
restauración, en la que fue redimido por la Sangre de Cristo. Era, por lo
tanto, una verdadera, sabia y rápida recapitulación de toda la Economía del
Sacrificio, desde Adán hasta la historia presente. En la otra plegaria, la
oblación propiciatoria del cáliz para que subiera "con olor de suavidad"
a la vista de la Divina Majestad, cuya clemencia se imploraba, repetía con suma
sabiduría esta Economía de la salvación. Mientras que suprimida esta continua
elevación hacia Dios por medio de la plegaria eucarística, no queda ya ninguna
distinción entre sacrificio divino y humano.
Eliminado el eje cardinal,
se inventan vacilantes estructuras; echados a pique los verdaderos fines de la
Misa, se mendigan fines ficticios. De aquí que aparecen los gestos que en la
nueva Misa deberían expresar la unión entre el sacerdote y los fieles, o entre
los mismos fieles; aparecen las oblaciones por los pobres y por la Iglesia que
ocupan el lugar de la Hostia que debe ser inmolada. Todo esto pronto caerá en
el ridículo, hasta que el sentido primigenio de la oblación de la Única Hostia
caiga poco a poco completamente en el olvido; así también las reuniones que se
hacen para celebrar la inmolación de la Hostia se convertirán en conventículos
de filántropos y en banquetes de beneficencia.
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