VII. La exaltación de Cristo
Todos éstos son los frutos de la pasión de Cristo en beneficio de los
hombres. Y para sí mismo, ¿no mereció nada? Recordemos que Jesucristo hombre,
en atención a su filiación divina, gozaba desde e1 primer instante de la visión
de Dios y con ella de la más alta gloria que puede tener una criatura. Esta era
la gloria, esencial. Pero ¿no habrá algo que reciba como premio de sus
penalidades y de su muerte? Leemos en Isaías que el Siervo de Yavé recibirá
muchedumbres por botín, por haberse entregado a la muerte y haber sido contado
entre las pecadores, cuando llevaba sobre sí los pecados de todos e intercedía por
los pecadores (Is. 53,12). San Pedro dice que Jesús, crucificado por los judíos, fue resucitado ¡por Dios y exaltado a
la diestra del Padre (A:ct. 2,32S; 5,31). San Pablo añade que el Padre le
colocó por encima de todo principado, ¡potestad, virtud y dominación, y de todo
cuanto tiene nombre, no solo en este siglo, sino también en el venidero;, que a
Él sujeto todas las casas bajo :Sus pies y le puso, Por cabeza de todas las
cosas en la Iglesia, que es su (cuerpo" la plenitud del que lo acaba todo
en todos (Eph. 1,20-23-; Hebr. 1,4SS). El mismo Apóstol nos declara mejor este
misterio de la exaltación de Cristo, diciendo: Cristo se humillo hasta la
muerte, y muerte de cruz, Por lo cual Dios lo ensalz6 y le otorgo un nombre
sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en
los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios
Padre (Phil. \2,8s-s). Jesucristo recibió, pues, como premio de su obediencia,
el título de Rey, de Soberano de los cielos, de la tierra y de los mismos
infiernos; todo le está sometido en beneficio de los rescatados con su sangre.
Cuando el número, de los predestinados se halle completo y termine con esto la
historia humana, vendrá la resurrección universal, y después será el fin,
cuando entregue a Dios Padre el reino, cuando haya reducido a la nada todo
principado, toda potestad y todo poder. Pues
preciso es que ÉL reine, hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies, el
último enemigo reducido a La nada será, La muerte, pues ha puesto todas las
cosas bajo sus pies. Cuando dice que todas las cosas están sometidas,
evidentemente no incluyo a Aquel que todas se le están sometidas, antes, cuando
le queden sometidas todas Las cosas, entonces el mismo Hijo se sujetará a quien
a El todo se lo sometió, para que sea Dios todo en todas las cosas (1 Cor.
I5,23-28). La resurrección universal, significa la victoria completa sobre la
muerte, el último enemigo y Jesucristo hará entrega de sus, poderes al Padre,
que será todo en todas las-cosas. Tal es la concepción escatológica de San
Pablo.
VIII.
La exaltación de María
Pues como en los planes del Padre Eterno se incluía la exaltación del
Hijo sobre las demás criaturas en premio de su obediencia hasta la muerte de
cruz, no de otro modo está incluida la exaltación de la Madre. 'En premio de su
compasión, es decir, de su íntima asociación a la obediencia del Hijo, fue
también ensalzada sobre las demás criaturas, y recibió el glorioso título de
Señora, acatada por los ángeles y santos del cielo, por los hombres de la
.tierra y por los demonios del infierno.
La Sagrada Escritura no nos dice nada de la vida de María después de la
venida del Espíritu Santo. Sin embargo, la piedad de la Iglesia, desde los
primeros siglos, ha reconocido la exaltación de la bienaventurada Virgen, o sea
su asunción a los cielos, como una consecuencia necesaria de su asociación a la
obra de su Hijo. Por esto S. S. Pío XII de- finió solemnemente corno dogma de
fe divina que María, «acabado el curso de su peregrinación terrestre, fue
llevada en cuerpo y alma al cielo». Si la Madre del Salvador, como
corredentora, tuvo, en virtud de la unión con su Hijo, tanta parte en la obra
de la salud y mereció de condigno lo que Jesucristo mereció de rigurosa
justicia para sí y para todos los hombres, sin excluir a su Madre, ahora María
tendrá el derecho, como Mediadora universal, de distribuir esa misma gracia
entre los hombres, no por vía de eficiencia ¡física, como Jesucristo, sino por
vía de eficiencia moral, mediante su intercesión. Y esto hasta el fin de los tiempos,
mientras haya una sola alma que aspire a la posesión de Dios en el cielo.
Cuando esto sea y el cuerpo místico de Jesucristo haya alcanzado su plenitud,
habrá llegado el momento de que Dios lo sea todo en todos. La obra del Redentor
y de la Mediadora estará consumada.
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