EL SABADO SANTO
JESÚS EN LA TUMBA. — La noche ha pasado sobre el sepulcro en que
descansa el cuerpo del Hombre-Dios. Pero si la muerte triunfa en el fondo de
esta gruta silenciosa; si tiene entre sus lazos a Aquel que da la vida a todos
los seres, su triunfo será muy corto; en vano velan los soldados a la entrada
de la tumba; no podrá retener al divino cautivo cuando emprenda su vuelo. Los
santos ángeles adoran con profundo respeto el cuerpo inanimado de aquel cuya
sangre va a "purificar al cielo y a la tierra". Este cuerpo separado
del alma durante un corto instante ha permanecido unido al Verbo; el alma que
momentáneamente cesó de animarle, no perdió tampoco su unión con la persona del
Hijo de Dios. La divinidad permanece unida incluso con la sangre derramada en
el Calvario y que debe entrar de nuevo en las venas del Hombre- Dios, en el
momento de su próxima resurrección.
EL EXCESO DEL AMOR DIVINO. — Acerquémonos a esa tumba y
veneremos nosotros también los restos del Hijo de Dios. Ahora conoceremos los efectos
del pecado. "Por el pecado ha entrado la muerte en el mundo, y se ha
comunicado a todos los hombres." Jesucristo, "que no conoció el
pecado “permitió sin embargo a la muerte extender sobre El su dominio, con el
fin de disminuir en nosotros la repugnancia que hacia ella profesamos y de devolvernos,
una vez resucitado, la inmortalidad que el pecado nos había arrebatado. En su
Encarnación se había dignado tomar "La forma de esclavo"; en este misterio
se ha humillado todavía más. ¡Vedle muerto en una tumba! Si este espectáculo
nos revela el afrentoso poder de la muerte, nos muestra aún en mayor grado el
inmenso e incomprensible amor que Dios tiene para con el hombre. Este amor no
ha retrocedido ante ningún exceso; y por esto podemos decir que, si el Hijo de Dios
se ha bajado fuera de toda medida, nosotros hemos sido tanto más glorificados por
sus humillaciones. Que esto nos lleve a amar esa tumba en la cual debemos
nosotros nacer a la vida; y después de haberle dado gracias por haber querido morir
por nosotros en la cruz, agradezcamos asimismo el haber aceptado por nosotros
la humillación del sepulcro.
LA VIRGEN DE LOS DOLORES. — Bajemos ahora a Jerusalén y
visitemos a la Madre de los dolores. La noche ha pasado también por su corazón,
y las escenas de la jornada no han cesado de asaltar su memoria. Su Hijo ha
sido pisoteado por los hombres, mientras ella veía correr su sangre. ¡Cuántas
lágrimas no ha derramado ella durante estas largas horas; y, sin embargo, Jesús
no le ha sido aún devuelto! Junto a ella Magdalena, completamente desecha por
las sacudidas y empujones recibidos en las calles de Jerusalén y en el
Calvario, está muda de dolor. Espera que amanezca el día siguiente para volver
al sepulcro y contemplar de nuevo los restos de su querido maestro. Las otras
mujeres, menos amadas que la Magdalena, mas, sin embargo, estimadas por Jesús
que han desafiado las burlas de los judíos y de los soldados, por asistir a
Jesús hasta* su muerte, rodean ahora cuidadosas a la Virgen, y piensan aliviar
su propio - dolor, yendo con Magdalena, una vez pasado el Sábado, a depositar en
el sepulcro el tributo de su amor.
LOS DISCÍPULOS. — Juan, el hijo adoptivo, el amado de Jesús, llora
por el Hijo y por la Madre. Los demás Apóstoles, los discípulos José de Arimatea
y Nicodemus, van visitando uno a uno esta mansión de dolor. Pedro, con la
humildad de su arrepentimiento, no tiene miedo de presentarse en la presencia de
la Madre de la misericordia. Se comenta en voz baja de una parte el suplicio de
Jesús, y de otra, la ingratitud de Jerusalén. La Santa Iglesia, en el oficio de
esta noche, nos sugiere algunas ideas de lo que debieron ser las conversaciones
de estos hombres que han sido tan atrozmente conmovidos por tan terrible
catástrofe. "Así muere el justo, dicen pilos, y nadie se conmueve; es
arrebatado de en medio de la iniquidad; semejante a un cordero no ha abierto su
boca; ha muerto rodeado de angustia; mas su memoria se conserva en paz"
LA ESPERA DE LA RESURRECCIÓN. — De este modo conversan
estos hombres fieles, mientras que las santas mujeres, víctimas de su dolor, piensan
en los cuidados de los funerales. La santidad, la bondad, el poder, los dolores
y la muerte de Jesús están presentes en su pensamiento; mas no se acuerdan de
su Resurrección que anunció y que sin duda no tardará en suceder. Solamente María
vive con esta espera cierta. El Espíritu Santo, dice hablando de la mujer fuerte:
"Durante la noche su lámpara no se extingue"; este pensamiento se
cumple hoy de modo especial en la. Madre de Jesús. Su corazón no sucumbe,
porque sabe que la tumba ha de devolver a. la vida a su Hijo, La fe en la
Resurrección del: Salvador, esta fe sin la cual, como dice el Apóstol:
"Nuestra religión será vana", está, por decirlo así, concentrada en
el aliña de María. La Madre de la Sabiduría conserva este depósito precioso; y
del mismo modo que ella llevó en su seno a aquel que no pueden contener el
cielo y la tierra, así en este día, a causa de su firme creencia en las
palabras de su Hijo, está concentrada en sí misma toda la Iglesia. ¡Sublime
jornada la del Sábado Santo que, en medio de todas sus tristezas, viene a
enaltecer todavía a la Madre de Dios! La Santa Iglesia guardará siempre su recuerdo;
y por esto, queriendo consagrar a su Reina un día especial en cada semana, le
ha dedicado el Sábado. Ha llegado la hora de dirigirse a la casa de Dios. Las
campanas no se oyen todavía; pero los misterios de la Liturgia que se van a
desarrollar en esta mañana no llaman menos a los fieles a concurrir a las más
tiernas emociones. Conservemos el recuerdo de los que acabamos de sentir en el
sepulcro así como a los pies de la Madre de los dolores y dispongamos nuestras
almas a las alegrías que la fe nos ha de preparar.
EL OFICIO
DE ESTE DIA RITOS DEL OFICIO. — Desde la antigüedad, tanto el día de hoy,
como el de Viernes Santo se pasó sin la ofrenda del divino Sacrificio. Ayer
la Iglesia no lo celebraba porque el
aniversario de la muerte de
Cristo parecía cubrir con sus
negras sombras el día entero. La misma razón la conduce a privarse también hoy de la celebración del Sacrificio. La sepultura de Cristo
es la| continuación de su Pasión; y
mientras su cuerpo reposa
inanimado en la tumba, no conviene renovar el divino misterio en que aparece glorioso y resucitado. La misma Iglesia griega que durante el curso de la Cuaresma, tiene a
gala no ayunar el Sábado, imita a la
Iglesia Latina reservando para
este día más austeras disciplinas. Este día es, en efecto, un día de profundo duelo, durante el cual la Iglesia se detiene junto al sepulcro del Señor, meditando su
Pasión y Muerte, hasta el
momento en que, habiendo celebrado
la Vigilia solemne, nocturna espera
de la Resurrección, recibirá la alegría pascual cuya plenitud desbordará durante los días siguientes. Pero la Esposa de Cristo no puede menos de
permanecer hoy sentada junto a la tumba
en que reposa su Señor y sólo
romperá el silencio por el canto
o por la recitación de las diversas horas del Oficio, como en los dos días anteriores, Antes de salir el sol comienza por el canto
de las Tinieblas; Prima, Tercia,
Sexta y Nona, se sucederán luego
para recordarla lo que Jesús sufrió
la víspera a estas mismas horas. Ya
no padece más, descansa y la Iglesia lo sabe; descansa como vencedor cuyo triunfo está cercano. Por eso en el Oficio, después de haber
cantado: "Cristo se hizo obediente
hasta la muerte y muerte de
Cruz", añade en seguida: "y
así Dios le ha exaltado y le ha dado un nombre sobre todo nombre". Y concluye con la oración: "Suplicámoste, oh Dios todopoderoso, que
los que nos preparamos con devota expectación
a la resurrección de tu Hijo,
alcancemos la gloria de su misma
resurrección. Por el mismo Jesucristo."
Las Vísperas terminan este día.
Mas la Iglesia suprime las Completas. No nos impone la celebración de este Oficio, que normalmente precede al reposo, puesto que nos convida a todos
a estar en vela en esta noche hasta el
dichoso instante en que
proclamará llena de alegría la Resurrección
del Señor.
PARA LA
TARDE
Útil nos será meditar algunos
instantes todavía sobre el misterio de los tres días, durante los cuales el
alma del Redentor permaneció separada de su cuerpo. Esta mañana visitamos el sepulcro
y adoramos el sagrado cuerpo, que Magdalena y sus compañeros se preparan para
rendirle mañana muy temprano nuevos honores. En este momento conviene ofrecer
nuestros homenajes al alma santa de Jesús. No está en el sepulcro; busquémosla
en los lugares en que habita esperando que venga a reanimar los miembros de los
que la muerte le ha separado por un tiempo.
EL INFIERNO. — Hay cuatro vastas regiones donde ningún viviente
entrará jamás; la revelación divina solamente nos ha enseñado su existencia. La
primera es el infierno de los condenados, lugar espantoso, donde Satanás y sus ángeles
están destinados, con los réprobos de la raza humana, a las llamas vengadoras
de la eternidad. Es la corte del príncipe de las tinieblas, donde no cesa de
formar contra Dios y su obra, planes perversos y continuamente frustrados.
EL LIMBO DE LOS NIÑOS. — El segundo es el Limbo donde están detenidas las
almas de los niños que salieron de este mundo antes de ser bautizados. Según la
doctrina más autorizada de la Iglesia, los huéspedes de esta mansión no sufren
ningún daño y aunque no están llamados a ver la Esencia divina, son capaces de
una felicidad natural y proporcionada a sus deseos.
EL PURGATORIO. — La tercera región es el lugar de las expiaciones
donde las almas salidas de este mundo con el don de la gracia acaban de
purificar sus manchas para ser admitidas y recompensadas eternamente.
EL LIMBO DE LOS JUSTOS. — Por fin el limbo en cuyas sombras está detenida
la muchedumbre entera de los santos que murieron desde el justo Abel hasta el
momento en el que Cristo expiró en la Cruz. Allí están nuestros primeros padres,
Noé, Abrahán, Moisés, David, los profetas antiguos; Job y los demás justos de
la gentilidad; los santos personajes cuya vida está próxima a la de Cristo,
Joaquín, padre de María y Ana su madre; José, Esposo de la Virgen y padre
putativo de Jesús; Juan, su precursor con sus padres Zacarías e Isabel. Hasta
que la puerta del cielo no sea abierta por la sangre redentora, ningún justo
puede subir hasta Dios. Al salir de este mundo las almas más santas tienen que
bajar al limbo. Mil pasos del Antiguo Testamento señalan los
"infiernos" como la morada de los justos que han servido y honrado a
Dios; solamente en el Nuevo se habla del Reino de los cielos. Esta permanencia temporal
no lleva consigo otros castigos más que la detención y cautividad. Las almas que
moran allí están en gracia, aseguradas, con una felicidad eterna; soportan con
resignación este destierro, fruto del pecado, pero ven con alegría siempre
creciente acercarse el momento de su liberación.
JESÚS EN LOS INFIERNOS. — Habiendo aceptado el Hijo de Dios todas las
condiciones de la humanidad, no debía triunfar sino por su Resurrección y no debía
abrir las puertas del cielo más que por su Ascensión; su alma separada del cuerpo,
tenia que bajar a los "Infiernos" y compartir un momento la mansión
de los justos desterrados. "El Hijo del hombre, había dicho, estará tres
días en el corazón de la tierra" '. Pero en tanto su entrada en estos
lugares debía ser saludada por las aclamaciones del pueblo santo, en cuanto
debía desplegar su majestad y mostrar el poder y la gloria del Emmanuel. En
cuanto Jesús dió su último suspiro en la Cruz, el limbo de los justos se vió de
pronto iluminado de resplandores celestiales. El alma del Redentor unida a la
divinidad del Verbo, bajó en un instante a estas sombras y de un lugar de
destierro hizo un paraíso, es la promesa que al morir hizo Jesús al ladrón arrepentido:
"Hoy estarás conmigo en el paraíso."
LA FELICIDAD DE LOS JUSTOS. — ¿Quién podrá describir la
felicidad de los justos en este momento por tanto tiempo deseado? ¿Quién, su admiración
y amor al contemplar esta alma divina que viene a la vez a compartir y levantar
su destierro? ¡Qué miradas bondadosas dirige el alma de Jesús sobre este
inmenso ejército de elegidos que ha reunido en tantos siglos sobre esta parte
de su Iglesia que adquirió con su sangre y a quien los méritos de esta sangre
fueron aplicados por la misericordia del Padre antes de que fuese derramada! Nosotros
que tenemos la esperanza de subir, cuando abandonemos este mundo, hasta Aquel
que ha ido a prepararnos un lugar en los cielos, unámonos a las alegrías de
nuestros padres y adoremos el amor del Emmanuel que se dignó permanecer tres
días en estas mansiones subterráneas, para no dejar nada en los destinos de la
humanidad, aun pasajeros que no haya aceptado y santificado.
JESÚS VENCEDOR DE SATANÁS.'—Pero en esta visita a los
infiernos el Hijo de Dios viene también a manifestar su poder. Sin bajar
sustancialmente a las mazmorras de Satanás, le ha hecho sentir su presencia; es
necesario que el príncipe soberbio de este mundo doble la rodilla y se humille.
En este Jesús, a quien ha crucificado por medio de los judíos reconoce ahora al
propio Hijo de Dios. El hombre está libertado, destruida la muerte, borrado el
pecado, las almas de los justos ya no bajarán al seno de Abrahán; subirán al
cielo con los ángeles para reinar con Cristo, su Jefe divino. El reino de la
idolatría va a sucumbir; los altares sobre los cuales Satanás recibía el
incienso de la tierra han sido arrasados. La casa del fuerte armado ha sido
forzada por su adversario divino; le han sido arrebatados sus despojos ha sido
arrancada a la serpiente la cédula de nuestra condenación; y la Cruz que, con
tanta alegría había visto levantar para el Justo, ha sido para él, según
enérgica expresión de San Antonio, como anzuelo mortífero presentado bajo el
cebo al monstruo marino que muere despedazándose después de haberlo tragado. El
alma de Jesús hace sentir también su presencia entre los justos que suspiran en
los fuegos de la expiación. Su misericordia aligera sus sufrimientos, y abrevia
el tiempo de su prueba. Muchos de ellos ven acabar sus penas en estos tres días
y se unen a la muchedumbre de los santos para rodear con sus votos y su amor a Aquel
que abre las puertas del cielo. No es contrario a la fe cristiana pensar, con
algunos teólogos, que la estancia del Hombre-Dios en la región vecina del limbo
de los niños les llevó también consuelo; conocieron entonces que un día volverán
a tomar sus cuerpos y verán abrirse una morada menos sombría y más alegre que
aquella en la que la divina justicia les tiene cautivos hasta el día del gran
juicio.
ORACION
¡Oh alma del Redentor!; te
saludamos y adoramos durante estas horas que te dignaste pasar con nuestros
padres. Glorificamos tu bondad, admiramos tu ternura con tus elegidos. Te damos
gracias por haber humillado a nuestro temible enemigo; dígnate abatirle siempre
a nuestros pies, pero: ¡Oh Emmanuel! largo tiempo has estado en el sepulcro y
ya es hora de unir tu alma a tu cuerpo; el cielo y la tierra esperan tu Resurrección,
y, tú Iglesia, ya está impaciente por volver a ver a su Esposo. ¡Sal del
sepulcro, autor de la vida, triunfa de la muerte y reina para siempre!
LA
VIGILIA PASCUAL
Desde los primeros siglos
vigilaban los fieles en la iglesia toda la noche del sábado al domingo, en
recuerdo y en honra del momento en que Cristo, triunfante de la muerte, salió
del sepulcro. Pero, entre todas las vigilias sagradas del año, ninguna era
frecuentada con tanta asistencia y entusiasmo como ésta: los fieles que
celebraban el tránsito de Cristo de la muerte a la vida gloriosa, tomaban parte
al mismo tiempo, como testigos, en la administración solemne del bautismo a los
catecúmenos: función en la que se manifestaba el paso de la muerte espiritual a
la vida de la gracia. La Iglesia de Oriente ha conservado hasta nuestros días
la antigua tradición de esta gran Vigilia. En Occidente, desde la alta Edad Media,
el deseo de aligerar la austeridad del ayuno que duraba desde la tarde del
viernes santo hasta la Vigilia pascual, contribuyó a que se anticipase poco a poco
la hora de la misa nocturna de la Resurrección, primero a después del mediodía,
después a mediodía hacia el siglo XII, y en fin, hasta a la misma mañana del
sábado santo. Finalmente, Durando de Mende, que compuso su Racional de los
divinos Oficios, hacia el fin del siglo XIII, atestigua que en su tiempo apenas
algunas iglesias conservaban todavía la costumbre primitiva. Esta modificación
introdujo una especie de contradicción entre el misterio de este día y el Oficio
divino que en él se celebra. Cristo permanecía aún en la tumba, y ya se
celebraba su Resurrección. De ahí que los ritos venerables de esta Vigilia, tan
a propósito para hacer al alma entrar a participar de los misterios de Pascua,
habían perdido mucho de su sentido. Además, en nuestros días, esta ceremonia
matutina se desarrollaba durante las horas de trabajo y hacía difícil la
asistencia para la mayor parte del pueblo cristiano. Accediendo a las instantes
peticiones de pastores y fieles, el Papa Pío XII decretó en 1951 la restitución
de la Vigilia a su hora normal y la restauración de sus ritos, invitando al
pueblo cristiano a volver de este modo a las tradiciones de la antigua piedad
de nuestros padres. Vamos, pues, a trazar primero, el plan de la augusta
función que se va a ejecutar; luego expondremos todas sus partes. La
administración del bautismo a los catecúmenos, es el gran objeto de esta larga
ceremonia; es el punto central al que todo se dirige. Los fieles deben, por
tanto, tenerlo presente de continuo, si quieren seguir con inteligencia y provecho
este drama tan sagrado como imponente. Bendícese, en primer lugar, el fuego nuevo;
viene a continuación la inauguración del cirio pascual. A ésta siguen las
lecciones proféticas que forman un todo con lo que precede y lo que sigue.
Terminadas éstas, bendícese el agua. Preparada la materia del bautismo, los catecúmenos
reciben el sacramento dé la regeneración. Inmediatamente el Obispo les confería
la Confirmación. Luego los fieles que han sido testigos del nuevo nacimiento de
los neófitos, son invitados asimismo a renovar las promesas contraídas en su
propio bautismo. Finalmente, comienza el Santo Sacrificio en honor de la
Resurrección del Señor y los neófitos son admitidos por primera vez a
participar de los sagrados misterios.
LA ESTACIÓN. — En Roma, la Estación se celebra en San Juan de
Letrán, la iglesia madre; el sacramento de la regeneración se administra en el
Baptisterio de Constantino. Aún flotan sobre estos antiguos santuarios, los
grandes recuerdos del siglo iv; cada año va a celebrarse allí el Bautismo de
los adultos, y numerosa ordenación viene a unirse a los esplendores de este
día.
I. LA
BENDICION DEL FUEGO NUEVO
EL ÚLTIMO ESCRUTINIO. — El último Miércoles fueron citados todos los
catecúmenos para este día a la hora de tercia (nueve de la mañana). Va a tener
lugar el último escrutinio. Presiden los sacerdotes; y se va preguntando el
símbolo a aquellos que todavía no le han aprendido. Una vez repetida la Oración
Dominical y los atributos bíblicos de los cuatro Evangelistas, uno de los
sacerdotes despide a los aspirantes al Bautismo después de haberles recomendado
mantenerse en el recogimiento y la oración.
EL FUEGO NUEVO. — Hacia la hora de Nona (tres de la tarde), el
obispo se dirige con todo su clero a la iglesia. En este momento comienza la
Vigilia del Sábado Santo. El primer rito; que hay que cumplir es la bendición
del fuego nuevo, cuya luz debe alumbrar la ceremonia durante toda la noche. En
los primeros siglos existía la costumbre de sacar cada día, el fuego de un
pedernal para encender con él las lámparas y velas durante este oficio; y esta
luz ardía en la iglesia hasta las Vísperas del día siguiente. La iglesia de
Roma practicaba esta costumbre con mucha más solemnidad el Jueves Santo por la
mañana; y en este día el fuego nuevo recibía bendición especial. Según un dato
encontrado en carta que el Papa Zacarías dirigió al Arzobispo de Maguncia, San
Bonifacio (s. vin), se deduce que con ese fuego encendían tres lámparas que se
guardaban luego en lugar secreto, cuidando entre tanto de ellas con sumo
esmero. De estas lámparas se tomaba después la luz para la noche del Sábado
Santo. Más tarde, en el pontificado del Papa San León IV, en 847, la Iglesia de
Roma acabó por extender al Sábado Santo las costumbres de sacar el fuego de dos
pedernales como en los demás días del año.
CRISTO: PIEDRA Y LUZ. — El sentido de este uso simbólico, que en la
Iglesia latina no se practica más que en este día, es fácil de comprender. Cristo
ha dicho: "Yo soy la luz del mundo" '; la luz material es, pues, la
figura del Hijo de Dios; la piedra es también una de las figuras bajo la cual
el Salvador del mundo aparece en las SS. EE. "Cristo es la Piedra angular nos
dicen de común acuerdo San Pedro 2 y San Pablo 3 que no hacen más que aplicarle
las palabras de la profecía de Isaías Mas en este acto, la chispa viva que sale
de la piedra, representa un símbolo más completo todavía. Simboliza a Jesucristo
lanzándose fuera del sepulcro tallado en la roca, a través de la piedra que
cierra su entrada. Ahora bien, el sepulcro de Cristo se halla situado fuera de
las puertas de Jerusalén; las piadosas mujeres y los Apóstoles deberán salir de
la ciudad para llegar hasta él y constatar la Resurrección. Por eso el Obispo5 y
su cortejo acaban de salir de la iglesia para dirigirse al atrio donde flamea
en la noche el brasero del fuego nuevo. El Pontífice lo bendice con la oración siguiente:
V*. El Señor sea con vosotros..
Y con tu espíritu.
OREMOS
Oh Dios, que, por medio de tu
Hijo, que es la piedra angular, diste a tus fieles el fuego de tu claridad: santifica
este nuevo fuego, producido de la piedra, y que ha de servir para nuestros
usos: y haz qué, por medio de estas fiestas pascuales, nos inflamemos de tal modo
en celestiales deseos, que podamos llegar con almas puras a las fiestas de la
perpetua claridad. Por el mismo Cristo, Nuestro Señor. R'. Amén. Luego asperja
el fuego con el agua bendita, y habiendo puesto incienso sobre las brasas
tomadas del brasero, inciensa el fuego. Es por tanto justo que este fuego
misterioso, destinado a suministrar la luz al cirio pascual y más tarde al altar
mismo," reciba una bendición especial, y sea acogido por el pueblo
cristiano con muestras de júbilo.
II. LA
BENDICION DEL CIRIO PASCUAL
Preséntase entonces delante del
Obispo el cirio que la santa Iglesia tiene preparado para que luzca con esplendor
durante la larga Vigilia que ya comienza; un cirio superior en peso y en grosor
a todos los otros que se usa en las demás fiestas. Este cirio es único; tiene
forma de columna y está llamado a representar a Cristo. Antes de ser encendido,
su figura está representada en la columna de nube que cubrió la marcha de los
Hebreos a su salida de Egipto; bajo esta primera forma es figura de Cristo en
la tumba, inanimado, sin vida. Después de encendido, veremos en él a la columna
de fuego que alumbra los pasos de su pueblo elegido; y asimismo la figura de
Cristo, toda brillante por los esplendores de su Resurrección. El Obispo traza
entonces con un punzón una cruz entre los agujeros extremos destinados a recibir
los granos de incienso. En la parte de arriba de esta cruz traza en seguida la
letra griega Alfa, y en la parte de abajo la letra Omega y en los ángulos de la
cruz traza cuatro números que son el milenio del año en curso. Al mismo tiempo
pronuncia las palabras siguientes:
A
Q
1 Jesucristo, ayer y hoy
2 Es el principio y el fin
3 El Alfa
4 y la Omega
5 Suyos son los tiempos
6 y los siglos
7 A El sea dada la gloria
y el imperio
8 Por todos los siglos. Amén.
Grabados estos signos, el
Obispo toma cinco granos de incienso, los asperja e inciensa tres veces, y
luego los clava en los agujeros de la cruz: uno arriba, otro en el centro, otro
a los pies y uno en cada brazo, diciendo: El número de estos granos de
incienso, clavados de ese modo en la masa del Cirio, representa las cinco llagas
de Cristo en la cruz, al mismo tiempo que su empleo significa el de los perfumes
que Magdalena y sus compañeras habían preparado mientras Cristo reposaba en el
sepulcro. Entonces el diácono enciende en el fuego nuevo una velita o pábilo en
el fuego nuevo, lo ofrece al Obispo y éste enciende el cirio pascual diciendo:
La luz de Cristo que resucita
glorioso, disipe las tinieblas del corazón y de la mente.
A continuación bendice el cirio
recitando la
oración siguiente:
OREMOS
Suplicárnoste, oh Dios
omnipotente, venga sobre este incienso una larga infusión de tu bentdición: y enciende,
oh invisible Regenerador, este resplandor nocturno; para que, no sólo refluya
con la arcana mezcla de tu luz el sacrificio que ha de celebrarse esta noche,, sino
que, en cualquier lugar a donde fuere llevado algo del misterio de esta
santificación, expulsada la maldad de las astucia diabólica, reine la virtud de
tu claridad. Por Cristo, Nuestro Señor. R. Amén.
4—2—5
1
3
1 Por sus sagradas
2 y gloriosas llagas
3 nos proteja
4 y nos guarde
5 Cristo, Señor nuestro. Amén.
Durante este tiempo en la
iglesia todas las lámparas han sido apagadas; antiguamente los fieles, antes de
ir a la iglesia, apagaban el fuego de sus casas; y no se volvía a encender en
toda la ciudad más que por la comunicación del fuego que había sido bendito y
que era entregado después a los fieles como un don de la Resurrección divina.
No olvidemos de hacer resaltar aquí un nuevo símbolo más expresivo que los
otros. La extinción de toda luz en este momento figura la abrogación de la ley
antigua, que terminó una vez que el velo del templo se hubo rasgado; y la aparición
del fuego nuevo representa la publicación misericordiosa de la ley nueva que,
Jesucristo, Luz del mundo, viene a traer, disipando todas las sombras de la
primera alianza.
III. LA
PROCESION SOLEMNE Y EL PREGON PASCUAL
El diácono se reviste ahora de
la estola y dalmática blancas, toma el cirio pascual bendecido y penetra en la
iglesia a oscuras, a la cabeza del cortejo. Después de haber dado algunos
pasos, la procesión se detiene, todos se vuelven hacia el cirio que el diácono
eleva en alto, diciendo: "Luz de Cristo". Todos a una voz le
responden: "Demos gracias a Dios." Esta primera ostensión de la luz
proclama la divinidad del Padre que se nos ha manifestado por Jesucristo:
"Nadie conoce al Padre, nos dice, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo ha
tenido a bien revelárselo" '. Todos se levantan y el Obispo que ha
bendecido el cirio pascual, enciende en él su propia vela, luego la procesión
prosigue por la iglesia. Hacia el medio de la iglesia de nuevo se detiene la
procesión y todos nuevamente se arrodillan mientras el diácono canta en un tono
más elevado que la primera vez:
"Luz de Cristo".
Y todos le responden:
"Demos gracias a Dios".
Esta segunda ostentación
anuncia la divinidad del Hijo que se ha aparecido a los hombres en la
Encarnación y les ha mostrado su igualdad de naturaleza con el Padre. El clero
y los demás ministros del altar encienden sus velas en el cirio pascual, y la
procesión avanza hasta que el diácono ha llegado cerca del altar. Por tercera
vez levanta el cirio y, mientras todos se arrodillan, vuelve a cantar:
"Luz de Cristo".
Y la respuesta es la misma:
"Demos gracias a
Dios."
Todos entonces se levantan y reciben
la luz del cirio pascual. Esta tercera manifestación de la luz proclama la
divinidad del Espíritu Santo que nos ha sido manifestado por Jesucristo al dar
a los apóstoles el mandato solemne que la Iglesia va a cumplir en esta noche:
"Enseñad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo" '. Por medio del Hijo, que es "La luz del
mundo", los hombres han conocido a la Santísima Trinidad cuya confesión va
a pedir el pontífice a los catecúmenos antes de bautizarlos, mientras el cirio
de tres brazos debe recordar durante toda la noche este misterio al pueblo
presente. Tal es el primer uso del fuego nuevo; anunciar los esplendores de la
Santísima Trinidad. Ahora va a servir para la gloria del Verbo Encarnado, completando
el magnífico símbolo que debe atraer nuestras miradas. El Pontífice subido a su
trono y dejada la caña por el diácono, va éste a ponerse de rodillas ante el Pontífice
pidiendo su bendición para la solemne ceremonia. El Pontífice les dirige estas
palabras: "El Señor esté en tus labios y en tu corazón para que ensalces
dignamente la Pascua." Colocado el cirio pascual sobre un candelero en
medio del presbiterio, el diácono inciensa el libro puesto sobre el atril,
rodea al cirio incensándolo por todas partes, vuelve al atril y, teniendo todos
en sus manos las velas encendidas,^ entona el "Exsultet". Y El anuncio de la Pascua resuena en medio de los
elogios que el diácono prodiga a este cirio glorioso; y celebrando a la divina
antorcha, cuyo emblema es él mismo, cumple su cargo de heraldo de la
Resurrección del Hombre-Dios. Solamente él revestido de blanco, mientras el Pontífice
mismo lleva todavía los colores propios de la Cuaresma, hace oír su voz en la
bendición del cirio con una libertad que de ordinario no les es concedida al
diácono delante del sacerdote y menos delante de obispo. Los intérpretes de la
Liturgia nos enseñan que el diácono representa aquí a Magdalena y a las otras santas
mujeres, a quienes cupo el honor de ser iniciadas las primeras por el mismo
Cristo, en el misterio de su Resurrección y fueron por El encargadas de anunciar
a los Apóstoles, que habla ya salido de la tumba y que les precedería a
Galilea'. Mas ya es hora de escuchar los acentos melodiosos de este canto
sagrado, que conmueve nuestros corazones y nos dá al mismo tiempo una
anticipación de las alegrías que nos reserva esta noche maravillosa. El diácono
comienza por este exordio lírico: Alborócese la multitud ingente de los ángeles
en el cielo, alborócense, sí, los ministros de Dios1, resuene la trompeta de la
salvación por la victoria del Rey tan excelso. Salte de gozo también la tierra,
radiante de tanta luz, y, alumbrada con el esplendor del Rey eterno, advierta
desvanecida la oscuridad en toda su redondez. Alégrese igualmente nuestra madre
la Iglesia, adornada con tantos rayos de luz, y resuene este ámbito con las aclamaciones
de los fieles. Y vosotros, hermanos carísimos, los que presenciáis la admirable
claridad de esta luz santa, implorad, os ruego, juntamente conmigo la misericordia
de Dios todopoderoso. El, que sin ningún mérito mío se ha dignado agregarme al
número de los diáconos, me infunda la claridad de su luz, y así él mismo será
quien haga la loa en honor de este cirio. Por Jesucristo, Señor nuestro e Hijo
suyo, que, como Dios, vive y reina con él en unidad con el Espíritu Santo.
J. Por
todos los siglos.
R\ Amén.
T. El
Señor sea con vosotros.
!!'. Y con
tu espíritu.
y. Arriba
los corazones.
l¡".
Los tenemos ya en el Señor.
V. Demos
gracias al Señor, Dios nuestro.
•I?. Eso
es cosa digna y justa.
Verdaderamente
es cosa digna y justa, cantar con
todos los
afectos del corazón y del alma, y con la misma
palabra, A
Dios invisible, Padre omnipotente, y a
su
unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo; el cual
pagó por
nosotros al Padre eterno la deuda de Adán
y borró la
escritura del antiguo pecado con su sangre
inocente.
Esta es la fiesta de Pascua, en la que
es
inmolado el verdadero Cordero, cuya sangre hace
sagradas
las casas de los fieles. Esta es la noche en
que por
vez primera hiciste pasar a pie enjuto el
mar Rojo a
nuestros padres, los hijos de Israel, liberados
de Egipto.
Esta es la noche que disipó las
tinieblas
del pecado con el resplandor de una columna.
Esta es la
noche que, separando de los vicios del
siglo y de
las tinieblas de los pecados a los que por
todo el
mundo creen en Jesucristo, los restituye hoy
a la
gracia y los asocia a los santos. Esta es la noche
en que,
rotos los lazos de la muerte, se levanta Jesucristo
triunfante
del sepulcro. De nada nos serviría
el haber
nacido si no nos valiese ser redimidos.
¡Oh
dignación admirable de tu misericordia con nosotros!
¡Oh amor
inapreciable el de tu caridad: redimir
al esclavo
entregando a tu Hijo! ¡Oh! Ciertamente
fué
necesario el pecado de Adán para que lo
destruyese
Cristo con su muerte. ¡Oh culpa dichosa,
la que fué
ocasión de tener tal y tan grande Redentor!
¿Oh noche
verdaderamente afortunada, que sola
mereció
saber el tiempo y la hora en que Cristo resucitó
de entre
los muertos! Esta es la noche de la que estaba escrito: "La noche
alumbrará como el día: la noche será mi luz para mis delicias". La
santidad,
pues, de
esta noche hace huir del pecado, purifica
de las
culpas, devuelve la inocencia a los caídos y la
alegría a
los tristes; apaga los odios, dispone a la
concordia,
y doma los imperios.
¡Oh Padre
santo! En atención a esta noche acepta
el
sacrificio vespertino de la llama encendida, que, con
la solemne
oblación del cirio elaborado por las abejas,
te ofrece
tu Iglesia santa. Mas ya conocemos las
excelencias
de esta columna, encendida en honra de
Dios con
el fuego rutilante, el cual, aunque se divida
en partes
comunicando su luz, no sufre mengua, porque
se
alimenta con la cera derretida que la madre
abeja
elaboró para sustento de esta preciosa antorcha.
¡Oh noche
verdaderamente afortunada, que despojó
a los
egipcios y enriqueció a los hebreos! Noche en
que se
abrazan los cielos y la tierra, Dios y los hombres.
Rogárnoste,
p'ues, Señor, que este cirio, bendecido
en honor
de tu nombre para disipar las tinieblas de
esta
noche, dure sin apagarse, y, aceptado en olor de
suavidad,
mezcle su luz con las luminarias de arriba.
Vea sus
llamas el lucero del alba, aquel lucero, digo,
que no
tiene ocaso; aquel, que, regresando de entre
los
muertos, amaneció brillante al género humano.
También te
suplicamos, Señor, que a nosotros tus siervos,
a todo el
clero y a tu devotísimo pueblo, en
unión con
nuestro santísimo Padre el Papa N., y nuestro
Prelado N.,
nos concedas tiempos de paz y te dignes
en estos
regocijos pascuales regirnos, gobernarnos
y
guardarnos con tu asidua protección. Mira, además,
a los que
nos gobiernan desde el poder y, con el don
inefable
de tu bondad y misericordia, dirige sus intentos
a la
justicia y la paz, para que, tras las fatigas
terrenas,
lleguen a la patria celeste con todo tu
pueblo.
Por el mismo Jesucristo, Señor nuestro e Hijo
tuyo, que,
como Dios, vive y reina contigo en unidad
con el
Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos.
Amén.
Habiendo terminado el diácono
esta oración,, se quita la dalmática blanca, y una vez que se: ha vuelto a
revestir de la de color violeta, vuelve al lugar donde está el Pontífice.
Entonces comienzan las Profecías sacadas de los libros del Antiguo Testamento.
IV. LAS
LECCIONES O PROFECIAS Después de tan solemne preludio, mientras la antorcha
de la resurrección iluminando toda la iglesia, alegra santamente el corazón de los fieles, comienza la cuarta parte de la
Vigilia pascual. Para completar el curso de la instrucción cuyo desarrollo hemos seguido
durante toda la Cuaresma, lóense aquí algunos pasajes de la Sagrada Escritura, especialmente
adaptados a esta solemne circunstancia. Como en las demás Vigilias antiguas de la Iglesia Romana, las Lecciones
de esta noche eran en número de doce. En tiempo de la dominación bizantina se las leía incluso
entonces en griego en favor de los oyentes que ignoraban el latín. Su número se redujo
luego a seis, número que todavía se conserva actualmente en uso para el sábado de las Cuatro
Témporas, e incluso también a cuatro, como se ve en el Sacramentarlo Gregoriano y en el primer Ordo
romano. Esta costumbre de no hacer más que cuatro Lecciones se conservó en ciertas
iglesias, mientras en otras, entre ellas la de Roma, habían vuelto antes del fin del siglo XII, al número de
doce.
Durante el
curso de esta Vigilia los sacerdotes cumplían con los catecúmenos los ritos preparatorios para el Bautismo. En este momento estaban
reunidos en el pórtico exterior de la iglesia, mientras los sacerdotes cumplían con ellos los ritos
preparatorios al Bautismo, llenos todos ellos de un sentido tan profundo. En primer lugar
trazaban sobre la frente de cada uno el signo de la cruz; después, imponiéndoles las manos sobre
su cabeza, conminaban a Satanás a salir de esta alma y cuerpo y a ceder el lugar a Cristo. Al
ejemplo del Salvador tocaban con su saliva los oídos y narices de los neófitos, diciendo a los
oídos:
"Abrios";
y a las narices: "Respirad la dulzura de los perfumes"; el neófito recibía en seguida la unción con el Óleo de los
Catecúmenos sobre el pecho y sobre las espaldas; mas antes de esta ceremonia que le hacía como un
atleta de Dios, el sacerdote le mandaba renunciar a Satanás, a sus pompas y a sus obras. Estos ritos se hacían en primer
lugar sobre los hombres; luego sobre las mujeres: sus hijos, aunque fuesen de menor edad,
eran admitidos también a esta ceremonia, según el sexo de cada uno, y, si entre los
catecúmenos había algunos que estuviesen enfermos, y con todo querían ser llevados a la iglesia, para
recibir en esta noche la gracia de la regeneración, los sacerdotes
pronunciaban sobre ellos una oración en la que se pedía a Dios que se dignase
socorrerles y confundir la malicia de Satanás. Este conjunto de ritos, que se denominaba la Catequización, exigía mucho tiempo por razón del gran número de aspirantes
al Bautismo. Por esta razón el Obispo se dirigía a la iglesia hacia la hora de Nona y comenzaba tan
pronto la
Vigilia.
Con el fin de tener atenta a la asamblea, durante el tiempo necesario al cumplimiento de este rito, se leían mientras
tanto, desde lo alto del ambón, los trozos de la Escritura más adaptados a estas solemnes
circunstancias. Este conjunto de lecciones completaba el curso de instrucción cuyo desarrollo hemos ido
siguiendo
durante
toda la Cuaresma. Los catecúmenos son hoy día menos numerosos que antes, y además con la
vuelta de la ceremonia a las horas nocturnas, estos ritos
preparatorios han podido hacerse por la tarde; por lo mismo, para aligerar esta
parte de la Vigilia, no se leen actualmente más de cuatro lecciones. Estas se cantan delante del
cirio pascual bendecido en medio del presbiterio, mientras todos sentados escuchan. Después de cada lección, el
diácono, instructor de la asamblea litúrgica, invita a hacer de rodillas, en silencio, una
oración en la que cada uno manifiesta a Dios los sentimientos que la lectura santa ha producido en
cada uno. Luego la ordena levantarse y el Obispo recoge,
"colecta" la oración de cada uno en la oración-colecta, en la que la santa Iglesia
misma es la que se expresa. Cánticos tomados del Antiguo Testamento e inspirados por las mismas
lecturas,
aúnan
todas las voces en el modo de los Tractos y a la vez que le instruyen ayudan a mantener más atento al auditorio. Con
todo eso, la asamblea de esta función ofrece un aspecto de austera
gravedad: la hora anhelada no ha sonado todavía, en que Cristo va a resucitar en sus neófitos.
V. LA
PRIMERA PARTE DE LAS LETANIAS DE LOS
SANTOS Y
LA BENDICION DEL AGUA BAUTISMAL
Terminadas las lecciones, dos
cantores, arrodillados en medio del coro, entonan las letanías de los Santos a
las que todos, de rodillas, responden hasta llegar a la invocación Propitius
esto. En este momento se interrumpe el canto; un recipiente con el agua
bautismal que se ha de bendecir, y todo lo requerido para la bendición, está
preparado en medio del coro, al lado de la Epístola; entonces el Obispo, o
celebrante, de pie cara al pueblo, comienza la bendición en presencia de los
fieles. El Obispo dice: El Señor
sea con vosotros. Los
fieles le responden: Y con tu espíritu.
OREMOS
Omnipotente y sempiterno Dios,
mira propicio la devoción de tu pueblo renaciente, que, como un ciervo, se
dirige a la fuente de tus aguas: y haz propicio que la sed de su fe santifique,
por el sacramento del Bautismo, su cuerpo y su alma. Por el Señor. Amén.
La bendición del agua para el
Bautismo es de institución apostólica'; y su antigüedad está atestiguada por el testimonio de los más
grandes doctores, tales como San
Cipriano, San Ambrosio, San
Cirilo de Jerusalén y San Basilio. Es justo, en efecto, que esta agua, destinada a ser el instrumento de las más grandes de las
maravillas divinas, esté rodeada
de todo aquello que pueda
ensalzarla a la faz del cielo y de la tierra, glorificando al mismo tiempo a Dios que se ha dignado asociarla a su designio misericordioso
para con la humanidad. Los cristianos
han salido ya del agua; son,
como decían nuestros padres de
los primeros siglos, los felices peces de Cristo; nada, pues, de extraño que salten de gozo en presencia del elemento al que deben la
vida, y que le rindan los
honores que se refieren de modo
especial al Autor de este prodigio de la bendición de agua parece
remontarse al fin del siglo ii.
San Basilio la coloca entre las cosas no escritas más trasmitida por "una
tradición tácita y secreta" gracia.
La oración que el Pontífice va a asai para la bendición del agua, nos lleva a la cuna de nuestra fe, por la nobleza y energía de su
estilo, por la autoridad de su
lenguaje, y por los ritos
antiguos y primitivos de que está acompañada. Está hecha a imitación de un prefacio solemne y rodeado de un lirismo inspirado. El
Pontífice preludia por medio de
una simple oración, después de
la cual estalla el entusiasmo de la iglesia, que a fin de asegurarse la atención de todos sus hijos, les invita a responder
advirtiéndoles cómo deben tener
sus corazones en alto:
Sursum
Corda. Omnipotente y sempiterno Dios, asiste a estos misterios
de tu gran
piedad, asiste a esos sacramentos: y.
para
reengendrar los nuevos pueblos que te va a dar la
fuente
bautismal, envía el Espíritu de adopción; a fln
de que, lo
que se va a realizar por ministerio nuestro,
se
complete con la eficacia de tu poder. Por Nuestro
Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo...
V. Por
todos los siglos de los siglos.
lf. Amén.
T. El
Señor sea con vosotros.
li:. Y con
tu espíritu.
Y. ¡Arriba
los corazones!
Iy'. Los
tenemos (elevados) al Señor.
Y. Demos
gracias al Señor, nuestro Dios.
H-. Es
digno y justo.
Verdaderamente,
es digno y justo, equitativo y saludable
el que,
siempre y en todo lugar, te demos gracias
a ti,
Señor santo, Padre Omnipotente, eterno Dios.
Que, con
poder invisible, obras maravillosamente el
efecto de
tus Sacramentos. Y, aunque seamos indignos
de
realizar tan grandes Misterios, tú, sin embargo,
no
abandonando los dones de tu gracia, inclinas también
a nuestras
¡preces los oídos de tu piedad. Oh Dios,
cuyo
Espíritu era llevado sobre las aguas en los orígenes
mismos del
mundo; para imprimir desde entonces
en la
naturaleza del agua la virtud de santificar.
Oh Dios,
qüe, lavando con las aguas los crímenes
del mundo
pecador, mostraste en el mismo diluvio un
símbolo de
la regeneración: para que un mismo elemento
fuese
misteriosamente fin de los vicios y origen
de las
virtudes. Mira, Señor, a tu Iglesia, y multiplica
en ella
tus regeneraciones, tú que, con el torrente
de tu
gracia, alegras tu ciudad, y abres la fuente
del
Bautismo a todo el orbe de las tierras, para renovar
las
gentes; a fin de que, con el imperio de tu Majestad,
reciba la
gracia de tu unigénito Hijo por el
Espíritu
Santo.
Aquí el Pontífice se para un
momento y metiendo sus manos en el agua las divide en forma de cruz, mostrando
con esto que por la virtud de la cruz han adquirido el poder de regenerar a las
almas. Hasta la muerte de Cristo en la cruz este poder maravilloso, sólo les estaba
prometido; para que fuera conferido se necesitaba la efusión de la sangre
divina. Esa sangre, que obra en las almas por medio del agua con la virtud del Espíritu
Santo que el Pontífice va a invocar más adelante. El cual fecunde, con la
secreta infusión de su luz, esta agua, preparada para regenerar a los hombres: a
fin de que, alcanzada la santificación, salga del seno inmaculado de esta divina
fuente una prole celestial, renacida a 'una nueva creatura; y, a los que el
sexo distingue en el cuerpo, o la edad distingue en el tiempo, a todos les
alumbre la madre gracia a una misma infancia. Marche, pues, lejos de aquí,
mandándolo tú, Señor, todo espíritu inmundo: aléjese toda maldad de diabólica
astucia. No haya en este lugar el menor asomo del poder contrario: no vuele en
torno, poniendo asechanzas: no se oculte agazapado: no corrompa, inficionando. Después
de estas palabras, por las cuales el Obispo pide a Dios que se digne alejar de
estas aguas la influencia de los malos espíritus, que tratan de infectar toda
la creación, extiende las manos sobre ellas al mismo tiempo que las toca. El
carácter augusto del Pontífice y sacerdote es una fuente de santificación; y el
contacto de su mano consagrada obra ya de por sí con propia virtud sobre las
criaturas, cuando lo hace en virtud del sacerdocio de Cristo que reside en él. Sea
esta (agua) una criatura santa e inocente, libre de todo asalto del enemigo, y
purificada con la huida de toda maldad. Sea una fuente viva, una agua
regeneradora, una ola purificante: para que, todos los que van a ser lavados en
este saludable baño, alcancen, por obra del Espíritu Santo, la gracia de la
purificación perfecta. Al mismo tiempo que pronuncia las palabras siguientes el
Obispo bendice por tres veces las aguas de la fuente haciendo sobre ellas la
señal de la cruz. Por eso, te bendigo, criatura agua, por el Dios! vivo, por el
Dios y verdadero, por el Dios santo:
por el Dios que, en el principio, te separó con su palabra de la tierra, y cuyo
Espíritu era llevado sobre ti. Al llegar aquí el Obispo, mostrándonos las aguas
llamadas a fecundar al paraíso terrenal al cual rodean los cuatro ríos, los
divide ahora con su mano y los extiende hacia las cuatro partes del mundo, que
más tarde deben recibir la predicación de este Bautismo. Realiza este rito tan expresivo
al mismo tiempo que pronuncia las palabras siguientes:
El cual te hizo manar de la
fuente del Paraíso, y, dividida en cuatro ríos, te ordenó regar toda la tierra.
El cual, siendo amarga en el desierto, dándote suavidad, te hizo potable, y te
sacó de la roca para el pueblo sediento, Bendígote también por Jesucristo, su
único Hijo, Nuestro Señor, el cual, con un milagro admirable, te convirtió con
su potencia en vino, en Cana de Galilea. El cual anduvo sobre ti con sus pies:
y fue bautizado por Juan en el Jordán. El cual te produjo de su costado, junto
con sangre: y mandó a sus discípulos que fueran bautizados en ti los creyentes,
diciendo: Id, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre
y del Hijo, y del Espíritu Santo. En este momento el Obispo interrumpe el tono de
prefacio, en el que hasta ahora había cantado y pronuncia lo siguiente en tono
sencillo. Después de haber sellado las aguas con la señal de la cruz invoca sobre
ellas la acción fecundante del Espíritu Santo. A los que observamos estos
preceptos, asístenos clemente, oh Dios omnipotente: y aspíranos benigno. El
Espíritu Santo lleva un nombre que significa Soplo; pues El es el soplo divino
ese viento huracanado que se extiende por el Cenáculo. El Pontífice manifiesta
este carácter de la tercera Persona Divina, soplando sobre las aguas tres veces
en forma de cruz; después continúa sin tomar todavía el tono del Prefacio. Bendice
con tu boca estas aguas simples: para que, además de la natural virtud que tienen
para lavar los cuerpos, sean también eficaces para purificar las almas. Tomando
después el Cirio pascual sumerge en el agua su parte inferior. Este rito, que
data del siglo xi, es un símbolo del Bautismo de Cristo en el Jordán, el día en
que las aguas recibieron las arras de su poder divino. El Hijo de Dios había descendido
al río, mientras el Espíritu Santo permanecía sobre su cabeza en forma de
paloma. En el día de hoy no solamente se entrega las arras, sino que el agua recibe
verdaderamente la virtud prometida, por la acción de las dos divinas personas. Por
esta razón el Obispo, volviendo a tomar el tono del Prefacio, canta lo
siguiente al mismo tiempo que sumerge un poco el Cirio pascual en el agua,
símbolo de Cristo sobre el cual se cierne la celestial Paloma. Descienda sobre
la plenitud de esta fuente la virtud del Espíritu Santo. Una vez cantadas estas
palabras, el Pontífice retira el Cirio del agua, metiéndole de nuevo un poco
más. Y repitiendo en un tono más elevado: Descienda sobre la plenitud de esta
fuente la virtud del Espíritu Santo. Por tercera vez vuelve a sacar el Cirio
metiéndole de nuevo hasta el fondo de la fuente, cantando lo mismo que las dos
veces anteriores en un tono todavía más elevado: Descienda sobre la plenitud de
esta fuente, la virtud del Espíritu Santo. Esta vez antes de sacar el Cirio del
agua el Obispo se inclina sobre la fuente para unir en un símbolo visible el poder
del Espíritu Santo con la virtud de Cristo, vuelve a soplar sobre las aguas, no
en forma de cruz como antes, sino trazando con su aliento esta letra del
alfabeto griego: ip que es, la primera de la palabra Espíritu en esta lengua:
ijjuxi]: después continúa la oración con estas palabras: Y fecunde toda la
substancia de esta agua con el poder de regenerar. Entonces se saca el Cirio
por completo del agua y el Obispo continúa: Bórrense aquí las manchas de todos
los pecados: limpiase aquí de todo rastro de vejez la naturaleza creada a
imagen tuya, y restaurada en el honor de su principio: para que todo hombre,
que reciba este Sacramento de regeneración, renazca a la infancia de la
verdadera inocencia. Luego el Obispo pronuncia lo siguiente en tono llano: Por
Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos, y al mundo por el fuego. I?. Amén. Después que el pueblo ha respondido
Amén, uno de los sacerdotes aspergea al pueblo con el agua de la fuente
mientras uno de los clérigos llena un recipiente con el agua bendita, la cual está
destinada para el servicio de la iglesia y la bendición de las casas de los
fieles. Las oraciones de la bendición del agua han terminado; y, sin embargo,
la Iglesia no ha cumplido todavía con ello toda la ceremonia. El Jueves
anterior, usando de los poderes que el Espíritu Santo la ha concedido, consagró
los Santos Oleos y quiere ahora honrar el agua bautismal extendiendo estos
Oleos cuya renovación ha sido acogida con tanta alegría. El pueblo cristiano aprenderá
de este modo a venerar siempre la fuente que confiere la salvación a los
hombres, y en la cual se hallan incluidos todos los símbolos de la adopción
divina. El Obispo, tomando la ampolla que contiene el Óleo de los Catecúmenos, lo
derrama en el agua, diciendo juntamente estas palabras: "Sea esta fuente
santificada y se haga fecunda por la infusión del óleo de salvación, para dar
vida eterna a los que renazcan de su seno." Amén. Después tomando
el vaso del santo Crisma lo derrama en la fuente, diciendo: "La infusión
del crisma de Nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu Consolador óbrese en
nombre de la Santa Trinidad." Amén. Teniendo en su mano derecha el Crisma,
y en su izquierda el Oleo de los Catecúmenos, derrama en las aguas los dos
frascos, a la vez, y acabando esta libación sagrada que manifiesta la superabundancia
de la gracia bautismal, dice: "La mezcla del Crisma de la santificación y
del Oleo de la unción con el agua bautismal, óbrese en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo." Amén. El Obispo extiende con la mano los
Santos Oleos sobre la superficie del agua para que toda entera participe de
este último grado de santificación.
EL BAUTISMO. — Bendecida el agua, puede conferirse el Bautismo;
en este caso se hace señal a los catecúmenos para que se acerquen al Obispo en
medio del coro. En los primeros siglos el Bautismo se verificaba no en el coro
de la iglesia, sino en el bautisterio, distinto de la iglesia, y la ceremonia
se verificaba de este modo: el cortejo se dirigía hacia el lugar en que estaba
el agua; era un edificio separado de la iglesia y construido en redonda o en
forma octagonal. En el centro hay un gran pozo a donde se sube y baja por
escaleras. Unos canales conducen allí el agua pura, que un ciervo de metal
arroja por su boca. Encima de la fuente se levanta una cúpula; en cuyo centro campea
la imagen del Espíritu Santo; extendidas sus alas y como fecundando las aguas.
Una balaustrada rodea el pozo a fin de que el recinto permanezca libre para los
bautizados y sus padrinos y madrinas, que son los únicos que entran allí, junto
con el Obispo y los sacerdotes. A poca distancia se han erigido dos tiendas; la
una para los hombres y la otra para las mujeres; allí se retirarán los recién-bautizados
para secarse y cambiarse de vestiduras. He aquí el orden de la marcha hacia el
Baptisterio. El cirio pascual representando a la columna luminosa que dirigió
Israel a través de las sombras de la noche, hacia el mar Rojo, en cuyas aguas
debían encontrar la salvación, marcha ahora a la cabeza de los catecúmenos. A
su derecha van con los hombres su padrino, y con las mujeres su madrina; pues
han sido admitidos a la regeneración mediante la presentación de un cristiano
de cada sexo respectivamente. Dos acólitos llevan el uno el Santo Crisma y el
otro el Oleo de los catecúmenos; a continuación del clero viene el Obispo con
sus ministros. Esta procesión está iluminada con el resplandor de las
antorchas, mientras en los aires se oyen cánticos melodiosos. Se van repitiendo
las estrofas del Salmo en que David compara sus deseos a los del ciervo que suspira
por la fuente. El ciervo, cuya imagen ha sido colocada en el Baptisterio, es la
figura del fervoroso catecúmeno. Se acercaban uno a uno, conducidos los hombres
por el padrino y las mujeres por la madrina. El Obispo se coloca sobre un
estrado desde el cual domine la fuente. El catecúmeno, quitados los vestidos de
la parte superior, baja las gradas de la fuente, y entra en el agua, conducido por
la mano del Pontífice. Elevando la voz éste le pregunta: "¿Crees en Dios
Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra?—Creo, responde el Catecúmeno.
¿Crees en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que ha nacido y sufrido?— Creo.
¿Crees en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los
santos, la remisión de los pecados, la resurrección de la carne y la vida
eterna?—Creo." Hecha la confesión de la fe, vuelve a preguntarle el
Pontífice: "¿Quieres ser bautizado?—Quiero", responde el elegido. El
Pontífice, extendiendo la mano sobre la cabeza de catecúmeno, la sumerge tres
veces en las aguas de la fuente; diciendo: "Yo te bautizo en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo."
Tres veces ha desaparecido el
neófito bajo las aguas. El Apóstol nos explica esta parte del misterio. Las
aguas han sido para el elegido el sepulcro en el cual ha estado oculto con
Cristo, y como Cristo, sale con nueva vida. La muerte que acaba de sufrir es la
muerte al pecado; la vida que posee desde ahora es la vida de la gracia'. El
misterio completo de la resurrección del Hombre-Dios se reproduce en el
cristiano bautizado. Pero antes de salir del agua este neófito, una ceremonia
profunda, completa en él la semejanza con el Hijo de Dios. Aún estaba Jesús en
las aguas del Jordán, cuando descendió sobre su cabeza la Paloma divina; antes
que el neófito salga de la fuente un sacerdote derrama sobre su cabeza el
Crisma, don del Espíritu Santo. Esta unción indica en el elegido, al carácter
real y sacerdotal del cristiano que por su unión con Jesucristo, su jefe, participa,
en cierto grado, de su Realeza y de su Sacerdocio. Colmado de los favores del
Verbo Eterno y del Espíritu Santo, adoptado por el Padre que ve en él un
miembro de su propio Hijo, el neófito sale de la fuente por las gradas del lado
opuesto, semejándose a esas ovejas del divino Cántico, que suben de la piscina
donde han purificado su blanco vellón'. El padrino le aguarda junto al borde;
le da la mano para subir y cubriéndole con su lienzo le seca el agua que se
desliza por su cuerpo. El Obispo continúa su noble función; cuantas veces
sumerge un pecador en las aguas, otras tantas renace un justo de la fuente.
Pero no puede ejercer durante largo tiempo un ministerio en el cual los sacerdotes
pueden suplirle. Solamente él puede administrar a los neófitos el sacramento
que debe confirmarles por el don del Espíritu Santo; y si para ejercer este
poder divino, esperase el momento en el cual estuvieran regenerados ya, todos
los catecúmenos, llegaría el gran día sin haber efectuado todos los misterios de
esta santa noche. Se limita, pues, a administrar el Santo Bautismo a algunos
catecúmenos, hombres, mujeres y niños, y, deja a los sacerdotes el cuidado de
recoger el resto de la mies del Padre de familia. En el Baptisterio hay un
lugar especial llamado Chrismaríum, porque aquí el Pontífice debe
administrar el sacramento del Crisma; vuelve a este lugar y sube al trono que
le ha sido preparado. Se reviste de nuevo los ornamentos sagrados que había
dejado para bajar a la fuente; y en seguida se colocan a sus pies los neófitos
que acaba de bautizar, y después los que son regenerados por los sacerdotes.
Entrega a cada uno un vestido blanco que llevarán hasta el sábado siguiente y
les dice: "Recibid el vestido blanco, santo e inmaculado; y llevadlo al
tribunal de nuestro Señor Jesucristo para obtener la vida eterna."
Habiendo recibido este elocuente símbolo, los neófitos se retiran a las tiendas
que han sido preparadas en el Baptisterio; dejan sus vestidos mojados de agua,
tomando otros, y con la ayuda de sus padrinos o de sus madrinas se revisten por
encima con la ropa blanca, que han recibido del Obispo. Vuelven al Chrismaríum,
donde el Pontífice les va a administrar solemnemente el sacramento de la Confirmación.
LA CONFIRMACIÓN. — El Jueves, en medio de las solemnidades de la consagración
del Crisma, el Pontífice recordaba a Dios, que cuando las aguas hubieron cumplido
su ministerio, purificando la tierra, la Paloma apareció en el mundo renovado,
llevando en su pico el ramo de olivo que anunciaba la paz y el reino de aquel
que ha dado a la Unción el nombre sagrado que lleva para siempre. Nuestros
neófitos, purificados también en el agua, esperan ahora, a los pies del Pontífice,
los favores de la Paloma divina, la señal de la paz de la cual es símbolo la
oliva. El Santo Crisma ha sido ya derramado sobre su cabeza; pero no era más
que el signo de la dignidad a la cual han sido elevados. Desde este momento, no
significa solamente la gracia, sino que la obra en las almas; pero no está en
poder del sacerdote el administrar esta unción que confirma al cristiano; exige
la mano del Pontífice, de quien solamente, también procede la consagración del
Crisma. Delante de él están los neófitos, los hombres a un lado, las mujeres a
oti-o, los niños entre los brazos de sus padrinos y madrinas. Los adultos apoyan
su pie derecho sobre el pie derecho de los que han servido su padre o madre,
significando por esta unión la filiación de la gracia en la Iglesia. A la vista
de esta grey, reunida en derredor suyo, el Pastor se alegra en su corazón y
levantándose de su trono, exclama: "Que el Espíritu Santo descienda sobre
vosotros y que la virtud del Altísimo os guarde de todo pecado." Luego, imponiendo
las manos sobre ellos, invoca el Espíritu de los siete dones, a quien solamente
pertenece asegurar en los neófitos las gracias que han recibido en las aguas de
la divina fuente. Conducidos por sus padrinos, se acercan al Pontífice, unos
después de otros, ávidos de recibir la plenitud del carácter del Cristiano. El
Obispo, habiendo metido su dedo pulgar en el vaso que contiene el Crisma, les
marca a cada uno, en la frente con el sello indeleble, diciendo: "Yo os signo
con la señal de la Cruz y os confirmo con el Crisma de la salvación, en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo." Y dándole una palmada en
la mejilla, que era entre los antiguos la señal de la manumisión de un esclavo,
les concede la libertad completa de hijos de Dios, diciéndoles: "La paz sea
con vosotros'". Los ministros del Pontífice rodean la cabeza de los nuevos
confirmados con una cinta destinada a evitar todo contacto profano con la parte
de la frente que ha sido ungida con el Santo Crisma. El neófito debe guardar
durante siete días esta cinta, y ha de dejarla juntamente con el ropaje blanco
que acaba de revestir. Entre tanto, en medio de estos misterios, han pasado las
horas de la noche y se acerca el momento de celebrar, con un sacrificio de
alegría, el instante supremo en que Cristo va a salir del sepulcro. Es hora de
que el Pastor conduzca al templo santo su feliz rebaño que ha aumentado tan
gloriosamente. Es hora de dar a estas ovejas queridas el alimento divino a que
tienen derecho desde este día. Las puertas del Baptisterio se abren y la
procesión se pone en marcha hacia la Basílica. El Cirio pascual, columna de
fuego, precede la muchedumbre de los neófitos. El pueblo fiel sigue al Pontífice
y al clero, que penetran triunfantes en la Iglesia. Durante el camino se canta
el Cántico de Moisés, después del paso del mar Rojo.
VI.
RENOVACION DE LAS PROMESAS DEL
BAUTISMO
Y SEGUNDA PARTE DE LAS
LETANIAS
Terminada la bendición del
agua, llévasela a la fuente bautismal. La procesión se dirige allá entonando el
cántico "Sicut cervus".
TRACTO
Como el ciervo desea las
fuentes de las aguas: así mi alma te desea a ti, oh Dios. >'. Mi alma siente
sed del Dios vivo: ¿cuándo iré, y, apareceré ante la cara de Dios? T. Son las lágrimas
mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu
Dios? Puesta el agua en la pila bautismal, el celebrante, juntas las manos dice
en tono ferial:
V. El Señor sea con vosotros.
K . Y con tu espíritu.
Omnipotente y sempiterno Dios,
mira propicio la devoción de tu pueblo renaciente, que, corno un ciervo, se
dirige a la fuente de tus aguas: y haz propicio que la sed de su fe santifique,
por el sacramento del Bautismo, su cuerpo y su alma. Por el Señor, K\ Amén.
A continuación inciensa la
pila, que todos debemos mirar y respetar como algo muy sagrado y querido, como
el seno materno en el que fuimos reengendrados para la vida eterna, y luego todos
vuelven en silencio al coro. El Obispo toma entonces estola y capa blancas, inciensa
el cirio, y vuelto hacia el clero y los fieles, los cuales tienen todos sus
velas encendidas, les dirige una alocución invitándoles a renovar las promesas
que hicieron en su Bautismo. Todos están de pie y responden: Esta sacratísima
noche, amadísimos hermanos, la santa Madre Iglesia, recordando la muerte y
sepultura de Nuestro Señor Jesucristo, se mantiene en vela devolviendo amor por
amor, y, celebrando su gloriosa resurrección, llena de gozo se alboroza. Pero,
como, según enseña el Apóstol, fuimos sepultados juntamente con Cristo por el
bautismo para morir al pecado, de igual modo que Cristo resucitó de entre los
muertos, así conviene que también nosotros examinemos en una vida renovada,
sabiendo que nuestro hombre viejo ha quedado juntamente crucificado con Cristo
para que no sirvamos más al pecado. Consideremos; pues, que ciertamente estamos
nosotros muertos para el pecado, pero que vivimos para Dios en Jesucristo,
Señor nuestro. Por tanto, queridísimos hermanos, terminado el ejercicio de la Cuaresma,
renovemos las promesas del santo bautismo, con las que en otro tiempo
renunciamos a Satanás y a sus obras, así como al mundo, que es enemigo de Dios,
y dimos palabra de servir fielmente a Dios en la Santa Iglesia católica. Así,
pues:
El
celebrante: ¿Renunciáis
a Satanás?
Todos: Renunciamos.
El
celebrante: ¿Y a todas
sus obras?
Todos: Renunciamos.
El
celebrante: ¿Y a todas
sus pompas?
Todos: Renunciamos.
El
celebrante: ¿Créis en
Dios, Padre Todopoderoso,
Creador
del Cielo y de la tierra?
Todos: Creemos.
El
oelebrante: ¿Créis en
Jesucristo, su único Hijo,
Nuestro
Señor, que nació y padeció?
Todos: Creemos.
El
celebrante,: ¿Créis
también en el Espíritu Santo,
la Santa
Iglesia católica, la comunión de los Santos,
el perdón
de los pecados, la resurrección de la carne
y la vida
perdurable?
Todos: Creemos.
El
celebrante: Pues ahora
juntamente a una roguemos
a Dios
como Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó
a orar:
Todos: Padre nuestro que estás en los
cielos, santificado sea el tu nombre, venga a nos el tu reino, hágase tu
voluntad así en la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánosle
hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros
deudores. Y no nos dejes caer en la tentación. Mas líbranos de mal. Amén.
El celebrante: Y Dios Todopoderoso, Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que nos regeneró por medio del agua y del Espíritu
Santo, y que nos concedió el perdón de los pecados, El mismo nos conserve con
su gracia en el mismo Jesucristo, Señor Nuestro, para la vida eterna.
Todos: Amén. Y asperja al pueblo con el agua
bendita antes. En fin, para terminar se concluye el canto de las Letanías de los Santos
mientras el Obispo se dirige a la sacristía donde se reviste de los ornamentos
sagrados, todo refulgentes del esplendor pascual.
VII. LA
MISA SOLEMNE DE LA VIGILIA PASCUAL
La Letanía se acaba; y los
cantores han llegado ya a la invocación que la termina: Kyrie eleison!
El Pontífice avanza de la sacristía hacia el altar con la majestad de los
días más solemnes. A su vista los cantores prolongan la melodía de las palabras
de invocación, y las repiten tres veces; tres veces dirigen la invocación al
Hijo de Dios: Christe eleison!, y, en fin, la invocación al Espíritu
Santo: Kyrie eleison! Mientras se ejecutan estos cantos, el Obispo o
celebrante juntamente con los ministros, revestidos de ornamentos blancos, se
acerca al altar, y, hecha la debida reverencia y omitido el salmo y la confesión,
sube a él, lo besa en medio y le inciensa como de costumbre. De este modo se omite
la antífona llamada Introito. La Basílica comienza a iluminarse con las
primeras luces de la aurora. La asamblea de los fieles, dividida en varias
secciones, los hombres en la nave derecha, las mujeres en la izquierda, ha recibido
en sus filas los nuevos soldados. Cerca de las puertas, el lugar de los
Catecúmenos está vacío; y en las naves laterales, en los lugares de honor se
distingue a los neófitos con su banda y con el Cirio encendido que tienen en sus
manos. La incensación del altar ha terminado; de pronto, ¡oh triunfo del Hijo
de Dios resucitado! La voz del Pontífice entona el himno Angélico "Gloria a
Dios en lo más alto de los cielos, y en la tierra paz a los hombres de buena
voluntad." A estas palabras, las campanas, mudas desde hace tres días, tocan
alborozadas en el campanario de la Basílica; y el entusiasmo de nuestra santa fe hace palpitar todos
los corazones. El pueblo continúa con entusiasmo
el cántico celestial y una vez concluido el Obispo
resume en la siguiente oración los votos
de toda la Iglesia en favor de sus nuevos hijos.
COLECTA
Oh Dios, que ilustras esta
sacratísima noche con la gloria de la Resurrección dominical: conserva en la nueva
prole de tu familia el espíritu de adopción, que le has dado; para que,
renovados en cuerpo y alma, te presten un servicio puro. Por el mismo Señor.
Después de la Colecta el
subdiácono sube al ambón de la Epístola y lee el pasaje que el Apóstol dirige a
los neófitos en el momento mismo en que acaban de resucitar con Jesucristo.
EPISTOLA
Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los colosenses
(III, 1-4).
Hermanos: Si habéis resucitado
con Cristo, buscad lo que es de arriba, donde está Cristo, sentado a la diestra
de Dios: saboread lo que es de arriba, no lo que hay sobre la tierra. Porque
estáis muertos, y vuestra vida está escondida, con Cristo, en Dios. Cuando aparezca
Cristo, vuestra vida, entonces apareceréis también vosotros con El en la
gloria.
Acabada esta lectura tan breve,
pero cuyas palabras encierran sentido muy profundo, el subdiácono baja del
ambón y se coloca delante del trono del Obispo. Después de saludarle con profunda
inclinación, canta con voz jubilosa estas palabras que resuenan por la Basílica
y despiertan de nuevo la alegría en todas las almas: "Reverendísimo Padre;
os anuncio una gran alegría: es el Alleluia." El Obispo se levanta
y canta con alegría el Alleluia. El coro repite Alleluia y dos
veces se cambia este grito celestial entre el coro y el Pontífice. En este momento
se desvanecen todas las tristezas pasadas; se siente que las penitencias de la
Santa Cuaresma han sido aceptadas por la divina Majestad y que Padre de los
siglos, por los méritos de su Hijo resucitado, perdona al mundo, puesto que le
vuelve el derecho de oír el cántico de la eternidad. El coro añade este verso
del real Profeta que pregona la misericordia de Dios.
Confitemini
Confesad al Señor, porque es
bueno: porque su misericordia es eterna. Con todo eso falta todavía algo en las
alegrías de hoy. Jesús ha salido del sepulcro, pero en esta hora en que estamos,
no se ha manifestado aún a todos. Unicamente su Santa Madre, Magdalena y las
otras santas mujeres le han visto; esta tarde solamente se mostrará a sus apóstoles.
Estamos en la aurora deja resurrección, por eso la Iglesia canta por última vez
las alabanzas del Señor en la forma cuaresmal del Tracto.
TRACTO
Alabad al Señor, gentes todas:
y alabadle Juntos, pueblos todos. J. Porque se ha confirmado sobre nosotros su
misericordia: y la verdad del Señor permanece para siempre.
Mientras el coro canta este
cántico de David, el diácono se dirige hacia el ambón, desde el que hará oír
las palabras del Santo Evangelio. No le acompañan los ceroferarios, pero sí el turiferario
con el incienso. He aquí una alusión a los sucesos de esta gran mañana. Las
mujeres han ido al sepulcro con perfumes, pero la fe de la resurrección no brillaba
en sus almas. El incienso recuerda los perfumes, la ausencia de los ciriales significa
que no tenían fe.
EVANGELIO
Continuación del Santo Evangelio según San Mateo
(XVIII, 1-7).
Y en la noche del sábado, al
amanecer del día primero, fué María Magdalena, y la otra María, a ver el
sepulcro. Y he aqui que hubo un gran terremoto: porque el Angel del Señor descendió
del cielo: y, acercándose, separó la piedra, y se sentó sotare ella: y su cara
era como el relámpago: y sus vestidos, como la nieve. Y por temor a él se
aterraron los centinelas, y se quedaron como muertos. Y, hablando el Angel,
dijo a las mujeres: No temáis: sé que buscáis a Jesús, que fué crucificado: no
está aquí: ha resucitado, según lo dijo. Venid y ved, el lugar donde estuvo
sepultado el Señor. Y, yendo luego, decid a sus discípulos que ha resucitado: y
he aquí que El os precederá en Galilea: allí le veréis. Ya os lo he predicho.
Después de la lectura del
Evangelio el Pontífice no entona el Credo. La Iglesia lo reserva para la Misa
solemne que reunirá de nuevo al pueblo fiel. Sigue en cada uno de sus momentos
las fases del misterio divino y quiere recordar en este momento el intervalo
que sucedió antes de que los Apóstoles, que debían anunciar por todas partes la
fe de la resurrección, le hubiesen rendido homenaje. Después de saludar al
pueblo, el Pontífice se prepara para ofrecer a la divina Majestad el pan y el
vino que van a servir en el sacrificio; y por una derogación al uso observado
en todas las misas no se canta el Ofertorio. Cada día esta Antífona acompaña el
acercamiento de los fieles al altar, cuando presentan el pan y el vino que se
les volverá a entregar en la Comunión transformado en el cuerpo y sangre de
Jesucristo. Pero la función es muy larga; si el ardor de las almas es siempre
el mismo, se siente la fatiga del cuerpo, y los niños que están en ayunas para
la comunión dan a entender con sus gritos el sufrimiento que padecen. El pan y
el vino, materias del divino sacrificio, serán suministrados hoy por la Iglesia
y los neófitos no dejarán por eso de sentarse a la mesa del Señor, aunque no
hayan presentado el pan y el vino. Después de haber hecho la ofrenda e
incensado el pan y el vino, preparados y luego el altar, el Pontífice resume
los votos de los asistentes en la Secreta, a la que sigue el Prefacio Pascual.
SECRETA
Suplicámoste, Señor, recibas
las preces de tu pueblo, con las oblaciones de las hostias: para que, iniciadas
éstas con los misterios pascuales, nos sirvan, por obra tuya, de remedio
eterno. Por el Señor.
PREFACIO
Es verdaderamente digno y
justo, equitativo y saludable que en todo tiempo, Señor, te prediquemos
glorioso, pero sobre todo en esta noche, cuando Cristo, nuestra Pascua, fué
inmolado. Porque El es el verdadero Cordero que quita los pecados del mundo. El
cual, muriendo, destruyó nuestra muerte, y, resucitando, reparó la vida. Y, por
eso, con los Angeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con
toda la milicia del ejército celeste, cantamos el himno de tu gloria, diciendo
sin cesar: Santo, Santo, Santo, etc.
Comienza el Canon y se obra el
misterio divino. Ninguna ceremonia se cambia hasta el momento que precede a la
Comunión. Existe una costumbre, que se remonta a los tiempos Apostólicos, de
que los fieles, antes de participar del cuerpo y sangre del Señor se den el
beso fraternal, pronunciando al mismo tiempo estas palabras: "La paz sea
con vosotros." En esta primera Misa Pascual, se omite esta costumbre. La
tarde del día de su resurrección, Jesús dirigió estas mismas palabras a sus
discípulos reunidos. La Santa Iglesia, llena de respeto por las menores circunstancias
de la vida de su celestial Esposo, gusta recordarlas en sus ejercicios. Por
este mismo motivo omite hoy el canto del Agnus Del que por lo demás data
del siglo séptimo y que dice en su tercera repetición estas palabras: "Danos la paz."
Pero ha llegado el momento en que los neófitos por vez primera, van a gustar el
pan de vida y beber la bebida celestial que Cristo instituyó en la última Cena.
Iniciados por el agua del Espíritu Santo, tienen siempre derecho a sentarse en el
banquete sagrado; y la túnica blanca que les cubre muestra claramente que su
alma está adornada con el vestido nupcial exigido a los convidados al festín
del Cordero. Se acercan al altar alegres y respetuosos. El diácono les da el cuerpo
del Señor y les presenta en seguida el cáliz de la sangre divina. Son también
admitidos los niños y el diácono mojando su dedo en la copa sagrada deja caer
algunas gotas en su boca. En fin, para significar que en estas primeras horas de
su Bautismo todos son "semejantes a niños que acaban de nacer", como
dice el Príncipe de los Apóstoles, se da a todos después de la Comunión un poco
de leche y miel, símbolos de la infancia, y a la vez de la tierra prometida por
el Señor a su pueblo. Hechas todas las cosas, el Obispo termina las oraciones
de Sacrificio pidiendo al Señor el Espíritu de paz entre todos los hermanos a
quienes una misma Pascua ha reunido en la participación de los mismos
misterios. La misma Iglesia les ha llevado en su seno maternal y la misma
fuente les ha engendrado a la vida; son miembros de un mismo Jefe divino; el
mismo espíritu les ha marcado con su sello el mismo Padre celestial les ha
adoptado. Dada la señal por el diácono, en nombre del Pontífice, la asamblea se
separa, y los fieles saliendo de la Iglesia, se retiran a sus casas, esperando
que la hora del Santo Sacrificio les reúna de nuevo, para celebrar con más
esplendor aún la Fiesta de las fiestas, la Pascua de Resurrección.
LAUDES. — Mientras se mantuvo la costumbre de celebrar la
Vigilia Pascual por la noche, la Vigilia Pascual, que terminaba al amanecer del
domingo, no había otro Oficio nocturno o matutino. No fué sino más tarde, al
introducirse la costumbre de anticipar la Misa de la Noche de Pascua a la Mañana
del Sábado Santo, cuando se pensó en adaptar un Oficio de Vísperas. Estando ya
la mañana completamente llena con los grandiosos ritos que ya conocemos, la
Iglesia resolvió adoptar para este Oficio una forma brevísima, impregnada
además del carácter alegre que convenía después de haber vuelto a escuchar el
Aleluya. Dispusiéronse, pues, esas Vísperas de modo que formaran un cuerpo con
la Misa. Restaurada ahora la Vigilia Pascual, ésta reemplaza los Maitines y
Laudes de Pascua, y la Iglesia ha conservado tan sólo un resumen de los Laudes,
unidos a la Misa, cuya acción de gracias desarrollan, para terminar con la
oración de la Poscomunión. Así, pues, terminada la distribución de la sagrada comunión
en el altar, se cantan en el coro la Antífona y Salmo siguientes:
Aleluya, aleluya, aleluya.
Salmo 150 Alabad al Señor en su
santuario, * alabadle en el firmamento de su majestad. Alabadle por sus
hazañas, * alabdle según la muchedumbre de su grandeza. Alabadle
al son de las trompetas, * alabadle con el salterio y la cítara. Alabadle
con tímpanos y danzas, * alabadle con las cuerdas y el órgano. Alabadle
con címbalos resonantes, * alabadle con címbalos de júbilo; * todo
cuanto respira alabe al Señor. Gloria al Padre y al Hijo y al
Espíritu Santo,"...
Y se repite la Antífona: Aleluya,
aleluya, aleluya. No se cantan más salmos ni capitula ni himno ni versículo, sino el
celebrante entona enseguida, para el Benedictus, esta Antífona: Y muy de
mañana, * el primer día de la semana, van al sepulcro, nacido ya el sol,
aleluya. CANTICO (Le., 1. 68-79) Bendito el Señor, Dios de Israel, *
porque ha visitado y redimido a su pueblo, Y ha levantado en favor nuestro un
cuerno de salvación en casa de David, su siervo, Conforme lo dijo por boca de
sus santos profetas * que antaño fueron, Que nos había de librar de nuestros
enemigos, * y del poder de todos los que nos aborrecen. Para hacer misericordia
con nuestros padres,-* y acordarse de su alianza santa. El juramento que juró a
Abraham * nuestro padre: Darnos que sin temor, libres del poder de los
enemigos, y le sirvamos en santidad y justicia, 41 en su presencia todos
nuestros días. Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, * pues irás
delante del Señor para preparar sus caminos. Para dar ciencia de salud a su
pueblo, * con la remisión de sus pecados, Por las entrañas de misericordia de nuestro
Dios, en las cuales nos visitará
naciendo de lo alto, Para iluminar a los que están sentados en tinieblas y
sombras de muerte, * para enderezar nuestros pies por el camino de la paz. Gloria
al Padre y al Hijo * y al Espíritu Santo, ] Como era en un principio, y ahora y
siempre, * y * por los siglos de los siglos. Amén. •
Durante el cántico del Benedictus
inciensa el celebrante el altar, y luego, repetida la antífona Y muy de
mañana, canta en el altar la oración;
POSCOMUNION
Infúndenos, Señor el Espíritu
de tu caridad: para que, a los que has saciado con los Sacramentos pascuales, les
unifiques con tu piedad. Por el Señor... en la unidad del mismo Espíritu. Acabada
la oración, el diácono al dar a los fieles la señal para retirarse añade a la
forma ordinaria dos
ALLELUIA y esto mismo se observa al final de todas las misas
hasta el sábado siguiente inclusive.
J. Retiraos; la Misa ha
termina-do, Alleluia, Alleluia.
R". Demos gracias a Dios,
Alleluia, Alleluia.
La Misa concluye con la
bendición del Obispo o celebrante, omitiéndose la lectura del Evangelio Según San Juan. Tal es la
solemne función de esta venerable y sublime Vigilia Pascual, que no ha perdido
casi nada tocante a las oraciones y ceremonias, pero que tenía necesidad de
acercarse más, como lo hemos hecho notar, a los usos antiguos, para mejor recordar
toda su grandiosidad y todo su significado
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