Capítulo 11
Carta Notre
charge apostolique
del Papa San
Pío X
a los
obispos de Francia
sobre Le
Sillon
(25 de agosto de 1910)
(fin)
Los ejemplos vienen de los mayores
Han acusado a la Iglesia. Por desgracia, los ejemplos han venido
de los mayores: los obispos han escrito cartas en este sentido: todas las
comisiones de liturgia y todas las demás tenían una sola finalidad: ¡cambiar,
cambiar!
Cuando el Papa Juan XXIII leyó su carta al principio del Concilio
y, en definitiva, golpeando el pecho de la Iglesia al decir mea culpa, mea
culpa con relación a los protestantes, ¡fue inaudito! ¡Escandaloso! ¡Es
increíble que el Papa acuse, prácticamente, a sus predecesores de haber obrado
mal con los protestantes y añadir que si hubieran obrado de otro modo nunca se hubiera
separado de la Iglesia!
Al contrario, si los Papas hubiesen sido más estrictos y más
duros con los protestantes en el momento en que se manifestaron, quizás los Príncipes
hubieran luchado contra el protestantismo desde su aparición y lo hubieran
cortado de raíz. Pero al contrario, así, por bondad de alma, quisieron discutir
y discutir... Y una vez que los Príncipes empezaron a convertirse al
protestantismo, se convirtió en un asunto político. Se acabó. Empezaron las
matanzas, el saqueo y la destrucción de las iglesias y luego llegaron las
guerras de religión. Eso fue espantoso. Así que si puede formularse una
re-flexión, es la de comprobar que los Papas fueron demasiado buenos con los
protestantes, y no la de decir que tenían que haberlos comprendido aún más.
Desacreditar todo el pasado de la Iglesia
Este
es relativamente el espíritu de Juan Pablo II. No sé qué va a decir en Ginebra,
pero temo que va a hacer aún declaraciones del mismo estilo de las que hizo en
Alemania, pidiendo perdón a los protestantes por lo que pudieron haberles hecho
los católicos. ¡Ah no! Algunos
van a pensar que sólo se trata de palabras de cortesía, pero es así. Es algo
muy grave, porque es desacreditar a todo el pasado de la Iglesia y a todos los
Papas que les han precedido y que, según ellos, no supieron hacer lo que hacía
falta; la Iglesia no supo ejercer su apostolado como hacía falta. Emplear
semejante lenguaje supone una gran responsabilidad. Esto
coincide exactamente con lo que San Pío X decía sobre lo que Le Sillon enseñaba
a sus miembros, es decir:
«...después de diecinueve siglos, la
Iglesia no ha logrado todavía en el mundo constituir la sociedad sobre sus
verdaderas bases; ni ha comprendido las nociones sociales de la autoridad, de
la libertad, de la igualdad, de la fraternidad y de la dignidad humana...»
Ahora
los progresistas no sólo sostienen cosas parecidas en la política, sino más
grave aún, en el tema del apostolado. “La Iglesia no ha sabido dar una solución
al problema social; la Iglesia no ha sabido resolver los problemas del
apostolado...”
El
Papa concluye sobre la indisciplina, diciendo: «El soplo de la Revolución ha pasado
por aquí».
El soplo de la Revolución
Puede decirse sin ninguna vacilación que el soplo de la
Revolución pasó por el concilio Vaticano II. Es la verdad. Cuando yo mismo
estuve en él lo sentía perfectamente bien. Yo diría que sentía físicamente el
soplo revolucionario contra el pasado, contra todo lo que había hecho la
Iglesia y contra la tradición. Fueron momentos espantosos: la autodemolición y
la autocrítica continúa de la Iglesia. Eso se sentía en las intervenciones.
Cada vez que una de ellas ridiculizaba a la Iglesia o a un cardenal tradicional,
ya fuera al cardenal Ottaviani u otro, o a la Curia romana, todos los obispos
jóvenes aplaudían. En el fondo, se revelaban contra la autoridad del Papa.
Desde luego, no lo decían claramente, pero en sus intervenciones contra la
Curia romana, contra el autoritarismo de Roma, contra algunos cardenales, o
contra tal o cual cosa, esos obispos atacaban indirectamente al Papa. Pues,
finalmente, ¿quién se ocupa de la Curia romana? ¿Quién la dirige? ¿Quién la
constituye? Es el Papa. Son los Papas. Había centenares de obispos jóvenes en
el fondo de la basílica que aplaudían. Yo estaba entre los antiguos arzobispos,
pues ya lo era desde hacía tiempo; si hubiera otro concilio y yo tuviera que
formar parte de él, yo sería quizás el arzobispo de más edad. En ese momento
tenía el número 64 entre los arzobispos. Estaban los cardenales, los arzobispos
y luego toda la multitud de obispos. Los obispos jóvenes aplaudían fuertemente
cuando había algo contra la Iglesia. ¡Espantoso! ¡La revolución en la Iglesia!
Eran espíritus revolucionarios que querían trastrocarlo todo, y “echar la casa
al suelo” como decían, y lo consiguieron. ¡Es espantoso! Ahora lo estamos
viendo; lo destruyeron todo. ¡En qué estado se encuentra ahora la Iglesia! Ya
decía el Papa San Pío X: «El soplo de la Revolución ha pasado
por aquí, y Nos podemos concluir que, si las doctrinas sociales de Le Sillon son erróneas, su espíritu
es peligroso, y su educación, funesta».
Después
de la formación, el Papa toca enseguida el tercer punto, el de la acción de Le
Sillon: su indisciplina con los obispos. ¿Cómo se sitúa Le Sillon con
relación a la Iglesia? «Pero, entonces, ¿qué debemos pensar de
la acción de Le Sillon en la
Iglesia, cuyo catolicismo es tan puntilloso que, si no se abraza su causa, se
sería a sus ojos un enemigo interior del catolicismo y no se comprendería para
nada ni el Evangelio ni a Jesucristo?» Si
ponemos éstos alegatos en el contexto de la Iglesia actual, nos damos cuenta
que los obispos y todo ese mundo progresista nos dicen exactamente lo mismo:
“No entendéis nada del evangelio de Nuestro Señor”. Según ellos, ¡somos
nosotros los que no tenemos nada del Evangelio de Nuestro Señor, ni tampoco de
Nuestro Señor mismo!
¿Cómo concreta San Pío X su juicio sobre Le Sillon?
«Juzgamos
necesario insistir sobre esta cuestión, porque es precisamente su ardor
católico el que ha valido a Le Sillon, hasta en estos últimos tiempos,
valiosos alientos e ilustres sufragios. Pues bien, ante las palabras y los
hechos, Nos estamos obligados a decir que, tanto en su acción como en su
doctrina, Le Sillon no satisface a la Iglesia». El
Papa no dice formalmente que Le Sillon es herético, sino que “no
satisface a la Iglesia”, y más adelante dice que ya no es católico. Algo
distinto sería calificarlo de herético. Acerca de esto, quisiera hacer una
advertencia a los que tienden a condenar y a calificar de hereje a cualquier
persona que dice algo que no es enteramente conforme con la fe: “¡Ah, es un
hereje!” ¡Cuidado! No nos adelantemos a los mismos Papas. San Pío X dice sólo
que “el espíritu de Le Sillon no satisface a la Iglesia”. Del mismo
modo, cuando dijo que el modernismo era “el conjunto de todas las herejías” no
añadió tampoco que todos los que son favorables al modernismo son herejes. Dijo
solamente: es “el conjunto de todas las herejías” en la doctrina. Si
profesaran abiertamente y con pertinencia esta doctrina, se podría decir que
son herejes. ¿Pero cuántos hay que profesan una doctrina modernista o sillonista
y que, con todo, no están enteramente de acuerdo con estas ideas? Hay que
tener cuidado y guardar los matices en nuestras apreciaciones, como hicieron
los Papas y San Pío X.
El catolicismo no se somete a una forma particular de
gobierno
En
primer lugar, Le Sillon somete su religión a un partido político y, en
segundo lugar, se esfuerza por unir todas las religiones. Son dos críticas que
el Papa va a formular ahora sobre la actitud de Le Sillon con relación a
la Iglesia. En
primer lugar, somete su religión a un partido político.«Su catolicismo no se acomoda más que a
la forma de gobierno democrática, que juzga ser la más favorable a la Iglesia e
identificarse por así decirlo con ella; enfeuda, pues, su religión a un partido
político. Nos no tenemos que demostrar que el advenimiento de la democracia
universal no significa nada para la acción de la Iglesia en el mundo; hemos
recordado ya que la Iglesia ha dejado siempre a las naciones la preocupación de
darse el gobierno que juzguen más ventajoso para sus intereses. Lo que Nos
queremos afirmar una vez más, siguiendo a nuestro predecesor, es que hay un
error y un peligro en atar, por principio, el catolicismo a una forma de
gobierno; error y peligro que son aún más grandes puesto que identifica la
religión con un género de democracia cuyas doctrinas son erróneas». Con una democracia falsa, basada en principios erróneos,
pues no se puede decir que toda democracia esté basada en un principio erróneo. El Papa dijo:
si, por ejemplo, el pueblo sólo designa a los sujetos de la autoridad pero sin
dársela, la Iglesia no condena el sistema que puede suponer un gobierno
democrático. Es el caso de Suiza, por ejemplo, que es democrática desde hace
mucho tiempo y donde el pueblo designa a los sujetos de la autoridad. Lo que en
cambio es falso, y es lo que afirmaban los sillonistas, es que la autoridad
sigue estando en el pueblo, y que es él quien se lo confiere y no Dios. Luego,
ese igualitarismo absoluto y esa libertad exagerada son principios erróneos, a
los que quisieran que la Iglesia adhiriera y que se vinculara con esa
democracia. San
Pío X se levanta, pues, contra las falsas concepciones de la democracia que sueñan
establecer los sillonistas y que se oponen a los principios de la Iglesia.
Le Sillon se ha
cruzado de brazos frente a la Iglesia atacada
Después
de levantarse contra la sumisión del catolicismo a una forma de gobierno, como
desea Le Sillon, el Papa explica los motivos de su determinación:
«Este es el caso de Le Sillon, el cual, comprometiendo de
hecho a la Iglesia en favor de una forma política especial, divide a los
católicos, arranca a la juventud, e incluso a los sacerdotes y a los
seminaristas, de la acción simplemente católica y malgasta, a fondo perdido,
las fuerzas vivas de una parte de la nación (...)».
Deberían
defender a la Iglesia y venir en su ayuda cuando la atacan en Francia de todas
maneras. No. Se cruzan de brazos ante los ataques de que es objeto. Fue la
época en la que, durante su pontificado, San Pío X fue testigo de la separación
de la Iglesia y del Estado en Francia, y de la persecución que de ahí resultó
contra la Iglesia desencadenada por Emile Combes, y la toma a la fuerza de
todas las iglesias, la expoliación de los bienes religiosos, etc... Habría sido
necesario que Le Sillon, por ejemplo, saliera a defender a la Iglesia
frente al Estado, pero no hizo nada.
«Frente a la Iglesia así violentada
—prosigue el Papa—, se tiene con frecuencia el dolor de ver a los sillonistas cruzarse de brazos, a no
ser que la defensa de la Iglesia redunde en ventaja de Le Sillon; se les ve dictar o sostener un programa que ni en
parte alguna ni en grado alguno revela al católico. (...) Hay dos hombres en el
sillonista: el individuo que es
católico; y el sillonista, hombre
de acción, que es neutral».
Fue,
una vez más, la demostración de lo que caracteriza al liberalismo: dos caras y
dos modos de ser, como ya hemos visto varias veces. El cardenal Billot definía
así el liberalismo: el católico liberal está en plena incoherencia. Lo que
caracteriza al católico liberal es la contradicción, una contra-dicción viva.
Además, el solo término de “católico liberal” basta, porque si se es católico
no se pue-de ser liberal en el sentido del liberalismo condenado por los Papas.
Eso no puede ser. Hay una in-compatibilidad hasta en las mismas palabras:
“católico liberal”. El Papa Pablo VI fue una demostración viva de esto.
Pablo VI profundamente liberal y símbolo de contradicción
El
Papa Pablo VI era una contradicción viva. Era profundamente liberal, así como
un poco lo es el Papa actual. Son personas que se han formado con doctrinas
falsas y que no han querido oír las enseñanzas de sus predecesores. Formados de
ese modo, se llenaron de todas las ideas falsas de universalismo, dignidad
humana, acercamiento con los enemigos de la Iglesia, etc. De modo que se
comprometen a esto y de golpe se dan cuenta de que algo no funciona. El Papa
Pablo VI lo dijo: “Creíamos y esperábamos que el Concilio iba a dar muchos
buenos frutos (...) y Nos tenemos que comprobar que...” Cuando experimentan
esos sentimientos se sienten un poco llenos de miedo y hacen algunos discursos más tradicionales. Es el caso del Papa Juan Pablo II,
que ha hecho homilías relativamente tradicionales cuando se dirige a los
seminaristas, religiosos o religiosas y que podrían ponerse en boca de sus
predecesores un tanto lejanos, del Papa Pío XII, etc. Pero
en otras circunstancias hace discursos que, como sus encíclicas, emplean un
lenguaje tan nebuloso y palabras tan increíbles, que es ilegible e
incomprensible. No tienen la doctrina clara de la Iglesia como en los
documentos de los Papas que hemos estudiado y que siempre se expresaban de un
modo preciso. Era siempre la misma doctrina, clara y luminosa.
El falso ecumenismo
Ahora,
en cambio, hay una confusión total de las nociones y el uso de palabras en
sentidos equívocos. El falso ecumenismo que Juan Pablo II practica con los
enemigos de la Iglesia es espantoso. Su espíritu es ecuménico y está perdido. El
Papa Pío XII nunca habría hecho declaraciones parecidas a las suyas. Ni
siquiera Juan XXIII las habría dicho. No cabe duda de que el Papa Juan XXIII se
dejó llevar, por debilidad de alma y a causa de los que le empujaban, a esas
palabras audaces o sorprendentes que no eran el lenguaje habitual de la
Iglesia. Pero en su espíritu aún tenía la doctrina tradicional. Mientras que al
llegar el Papa Pablo VI y el Papa Juan Pablo II, todo lo que pueden declarar es
extremadamente grave, por-que están imbuidos de liberalismo. El Papa Juan Pablo
II hizo quizás buenos estudios en la época en que estuvo en Roma, pero ¿qué
aprovechó de ellos? Frecuentó tanto a los liberales que acabó adoptando su
espíritu. Por eso dice palabras increíbles con relación a los enemigos de la
Iglesia. En él hay dos hombres: el ecumenista y el católico. El Papa Pablo VI
me dijo: “Usted dice que soy mitad protestante y mitad católico”. Por desgracia
es realmente cierto; él mismo lo pensaba sin decirlo e hizo el gesto de separar
en dos su propio rostro. ¡Es bastante impresionante de parte de un Papa! Yo
creo que a él le torturaba esta dualidad que tenía. Pablo VI era un hombre
angustiado, un hombre desgarrado interiormente a causa de la contradicción que
tenía en sí mismo. Cuando me hizo esta reflexión, en el fondo, se daba
claramente cuenta de que tenía una doble conducta y de que había algo cierto
cuando le acusaban de ser mitad católico y mitad protestante. En esa terrible
situación había algo terrible, sobre todo para un Papa. Juan Pablo II no tiene
ese aspecto angustiado. No tiene ni el mismo temperamento ni el mismo carácter
que Pablo VI, pero temo que no ha visto las cosas claras. No soy profeta, pero
creo que si no nos devuelve la misa y no regresa a la tradición, sucederán
cosas graves. No puede ser de otro modo. Dios no puede tolerar esta situación;
no puede ser. Estamos quizás a pocos días de la invasión de Polonia. Si
realmente Polonia fuera invadida otra vez, sería un acontecimiento muy grave
que podría tener consecuencias incalculables y espantosas para ese pobre país.
Como
nos señalaban los checoslovacos, cuando fueron aplastados brutalmente por los
rusos después de la “primavera de Praga”... Nos enviaron cartas fotocopiadas en
las que nos decían: “Si no venís a ayudarnos, la piedra que cubre el pozo en
que estamos se cerrará sobre nosotros y, ¿durante cuántos años nos vamos a
quedar así encerrados?” Creo que será lo mismo para Polonia. Están como en un
pozo. Los checos esperan que Europa venga a ayudarlos... Los polacos, por su
parte, intentan levantar la piedra que tienen encima, pero seguramente
intervendrán los rusos... y, ¿quién irá a ayudarlos? ¡Nadie! Evidentemente, yo
no sé nada, pero presumo que se dejará actuar a los rusos, lo mismo que en
Afganistán. Hasta ahora Eu-ropa ha dejado hacer todo lo que los rusos han
emprendido hasta por la fuerza. “Mientras no haya peligro para nosotros”, se
oye decir ahora. Después llegaremos a oír: “¡Más vale rojos que muertos!” Ahora
recogemos el fruto de estas falsas ideas que invadieron los seminarios y
llegaron al Concilio.
La unión de las religiones
En segundo lugar, otra consecuencia de las ideas propuestas
por Le Sillon y que invadieron el Concilio es la unión de las
religiones.
«Hubo un tiempo —prosigue San Pío X— en
que Le Sillon, como tal, era
formalmente católico. (...) Vino un momento en que se operó una revisión. Dejó
a cada uno su religión o su filosofía. Cesó de llamarse católico, y a la
fórmula “La democracia será católica”, substituyó esta otra: “La democracia no
será anticatólica”, de la misma manera que no será antijudía o antibudista.
Esta fue la época del “Le Sillon más
grande”. Se llamó para la construcción de la ciudad futura a todos los
obreros de todas las religiones y de todas las sectas. Sólo se les exigió
abrazar el mismo ideal social, respetar todas las creencias y aportar una
cierta cantidad de fuerzas morales. Es cierto, se proclamaba, “los jefes de Le Sillon ponen su fe religiosa por
encima de todo. Pero ¿pueden negar a los demás el derecho de beber su energía
moral allí donde les es posible? En compensación, quieren que los demás
respeten a ellos su derecho de beberla en la fe católica. Exigen, por
consiguiente, a todos aquellos que quieren transformar la sociedad presente en
el sentido de la democracia, no re-chazarse mutuamente a causa de las
convicciones filosóficas o religiosas que pueden separarlos, si-no marchar
unidos, sin renunciar a sus convicciones, pero intentando hacer sobre el
terreno de las realidades prácticas la prueba de la excelencia de sus
convicciones personales. Tal vez sobre este terreno de la emulación entre almas
adheridas a diferentes convicciones religiosas o filosóficas podrá realizarse
la unión”. Y se declara al mismo tiempo (...) que el pequeño Sillon católico sería el alma del
gran Sillon cosmopolita».
Ese
mismo espíritu es el que reina hoy en el ecumenismo... A esto se le llama
ecumenismo, pero es una palabra equívoca y que comprende una especie de unión
de todas las religiones. Todas tienen que colaborar a la construcción del
mundo.
Es
lo que sugiere Gaudium et spes, sobre todo en su último capítulo, que
refleja claramente esa consonancia. En la Conclusión (nº 91) que sigue
al capítulo consagrado a Edificar la comunidad internacional, se lee:
«Todo lo que, extraído del tesoro
doctrinal de la Iglesia, ha propuesto el Concilio, pretende ayudar a todos los
hombres de nuestros días, a los que creen en Dios y a los que no creen en El de
forma explícita [por consiguiente, todas las religiones, incluso los que son
ateos], a fin de que, con la más clara percepción de su entera vocación,
ajusten mejor el mundo a la superior dignidad del hombre, tiendan a una
fraternidad universal basada en fundamentos más profundos...»
¿Cuáles
son esos fundamentos más profundos? No lo detallan. Lo que tendrían que decir
es: “...basada en Nuestro Señor Jesucristo, en la fe en Nuestro Señor Jesucristo”.
¡Este es el fundamento de la unidad universal! «...y, bajo el
impulso del amor, con esfuerzo generoso y unido, respondan a las urgentes exigencias
de nuestra edad».
¡Qué
vago es todo eso! ¿Cuáles pueden ser los fundamentos sobre los que tiene que
edificarse una comunidad universal entre los que creen y los que no creen? Pues
éstas son exactamente las tesis que sostenía Le Sillon. ¡Es horrible! La
última parte de la Conclusión, titulada: Edificación del mundo y
orientación de éste a Dios (nº 93), es aún, si pudiera ser, más espantosa:
«Los cristianos, recordando la palabra
del Señor: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en el amor mutuo
que os tengáis” (Jn. 13,35), no pueden tener otro anhelo mayor que el de servir
con creciente generosidad y con suma eficacia a los hombres de hoy. (...) No
todos los que dicen: “¡Señor, Señor!”, entrarán en el reino de los cielos, sino
aquellos que hacen la voluntad del Padre y ponen manos a la obra».
¿Qué
quiere decir eso? No se sabe hacia dónde hay que cobrar, ni en qué dirección
hay que ir, ni por qué motivo.
«Quiere el Padre que reconozcamos y
amemos efectivamente a Cristo, nuestro hermano, en todos los hombres...»
Si
son pecadores, ¿cómo se puede reconocer a Cristo en todo hombre? Nosotros
queremos llevar-los a Cristo, precisamente para que crean en Dios...
«...y amemos
efectivamente a Cristo, nuestro hermano, en todos los hombres...»
Ese
estilo es increíble. Hay que amar al prójimo en la medida en que está unido a
Nuestro Señor, y por consiguiente, hay que intentar llevarlo a Nuestro Señor.
«...en todos los hombres, con la
palabra y con las obras, dando así testimonio de la Verdad (...). Por esta vía,
en todo el mundo los hombres se sentirán despertados a una viva esperanza, que
es don del Espíritu Santo, para que, por fin, llegada la hora, sean recibidos
en la paz y en la suma bienaventuranza en la patria que brillará con la gloria
del Señor».
¿Pero
cómo? ¡Todo eso sin conversión, ni bautismo, ni predicación del Evangelio!
«...Todos estamos llamados a ser
hermanos. En consecuencia, con esta común vocación humana y divina, podemos y
debemos cooperar, sin violencias, sin engaños, en verdadera paz, a la edificación
del mundo».
«Todos
hermanos», los que creen y los que no, tenemos que construir juntos el mundo
para llegar a la verdadera paz. ¿Qué quiere decir eso? ¿De qué mundo se trata?
¿Qué mundo se quiere construir? ¡Y todo está escrito en un texto oficial del
concilio Vaticano II, es decir de un concilio católico y promulgado por un
Papa! ¡Ah no! Esa no es la enseñanza católica, sino que corresponde exactamente
al lenguaje de los sillonistas. A
continuación, en su carta, el Papa San Pío X, juzga la acción de los
sillonistas:
«Estas declaraciones y esta nueva
organización de la acción sillonista provocan graves reflexiones. He aquí,
fundada por católicos, una asociación interconfesional para trabajar en la
reforma de la civilización, obra religiosa de primera clase».
No hay verdadera civilización sin verdadera religión
Respondiendo
por adelantado a la definición de la construcción de ese mundo y de esa civilización
a la que se refiere Vaticano II, San Pío X declara: «Es una obra religiosa de
primera clase».
«...porque no hay verdadera
civilización sin la civilización moral, y no hay verdadera civilización moral
sin la verdadera religión: es una verdad demostrada, es un hecho histórico».
Menos
mal que los Papas como San Pío X levantaron la voz antes del concilio Vaticano
II, pues dándonos la verdad, nos permiten entender mejor la situación en que
estamos. El Papa San Pío X es claro en sus afirmaciones. No emplea ese lenguaje
moderno en el que no se entiende nada y que es equívoco. No se sabe qué
significa exactamente, pero ¿no es algo hecho a propósito? San Pío X define la
civilización como «una obra religiosa de primera clase», y explica por qué:
«Porque no hay verdadera civilización sin civilización moral». Las costumbres
forman parte de la civilización. No hay verdadera civilización moral sin
verdadera religión. Es algo sencillo y claro, y es también una afirmación contundente:
«Es una verdad demostrada, es un hecho histórico». Todos los que pretenden
buscar una civilización fuera de la Iglesia, fuera de la verdad y fuera de
Nuestro Señor Jesucristo se equivocan completamente de camino. Como dice el
Papa: «es un hecho histórico». Para persuadirse de ello, basta con leer la
historia.
«Y los nuevos sillonistas no podrán
pretextar que ellos trabajarán solamente “en el terreno de las realidades
prácticas”, en el que la diversidad de las creencias no importa. Su jefe siente
tan claramente esta influencia de la convicciones del espíritu sobre el
resultado de la acción, que les invita, sea la que sea la religión a que
pertenecen, a “hacer en el terreno de las realidades prácticas la prueba de la
excelencia de sus convicciones personales”».
Estamos
asistiendo y viendo también ahora estas cosas. Por ejemplo, ahora se nos suele
hablar de las “tres grandes religiones monoteístas”, de modo que todas
ellas tendrían que unirse para crear un mundo mejor. Eso no sólo es una utopía
total, sino que tal lenguaje en la boca de los católicos, de los obispos e
incluso del Vaticano, supone un verdadero insulto a Nuestro Señor Jesucristo.
Es increíble poner así a los musulmanes, a los judíos y a los cristianos en
pie de igualdad. Además de lo blasfemas que son semejantes palabras, esta
actitud sostenida por el Vaticano es una ilusión total. Con todo, los errores
que difunde el Vaticano no ponen en tela de juicio las promesas de Nuestro
Señor Jesucristo sobre la infalibilidad, ni su asistencia a la Santa Sede y al
Papa. En el transcurso de los siglos hubo claramente algunos errores que fueron
cometidos en la práctica por los Papas.
No se puede ser al mismo tiempo judío y católico
Todos
esos utópicos que traicionan los deberes de su cargo tienen bien merecida la
bofetada que recibieron cuando un cardenal, con pretexto de crear una especie
de unión católico-islámica, se fue a una reunión con los musulmanes, en donde
fue realmente despreciado y tratado por ellos de un modo realmente vergonzoso.
Fue una buena lección, y la había merecido, porque esos utópicos no creen en la
historia, ni en lo que siempre han enseñado los Papas; no creen en la verdad de
Nuestro Señor. Se
equivocan completamente si se imaginan que pueden avenirse con los musulmanes.
Los musulmanes odian a los católicos. Lo mismo sucede con los judíos, como hace
poco el rabino Kaplan le dijo al nuevo arzobispo de París, que decía ser al
mismo tiempo católico y judío: “No se puede ser judío y católico al mismo
tiempo”. Eso es un “círculo cuadrado”. Y claro, tiene razón. Los judíos son
herederos de los que crucificaron a Nuestro Señor y se jactan de ello, porque
para ellos Nuestro Señor no era el Mesías. Lo siguen esperando. Siendo los
herede-ros de los que crucificaron a Nuestro Señor, están esencialmente contra
la Iglesia. No se puede ser cristiano, es decir discípulo de Cristo, al mismo
tiempo que judío de hoy. Si se trata de judíos como lo era la Santísima Virgen,
San Pedro, San Pablo y todos los que se convirtieron y se hicieron discípulos
de Nuestro Señor, y si siguen siendo judíos porque lo son por naturaleza: de
acuerdo. Si este arzobispo de París hubiera dicho esto, nadie podría haberle
dicho nada. Incluso el gran rabino no podría haber dicho más que: “No puedo
impedirle a un judío que se convierta y se haga católico”. Pero siendo
católico, y además arzobispo de París y cardenal de la Santa Iglesia, y decir:
“Soy judío y solidario con la comunidad judía, la minoría perseguida”, eso no
puede ser.
Los judíos persiguieron siempre a los católicos y no al
revés
Cuando
habla de “minoría perseguida”, el cardenal no conoce muy bien la historia,
porque ¿quiénes son los que persiguieron a los cristianos? Son los judíos. Los
cristianos no persiguieron a los judíos, sino al revés. Si
había que ponerlos en los denominados guetos, como los había en Roma, en
Venecia, y en to-das partes en Italia y en todas las grandes ciudades
católicas, era para protegerlos. Pero gozaban de libertades muy grandes e
incluso de privilegios. Hacían sus comercios y asuntos con toda tranquilidad y
libertad. Y en esos guetos, es decir, en los lugares en que se ponía a los
judíos, estaban oficialmente protegidos por la Iglesia. Pero ellos, apenas
podían, trabajaban contra los católicos y cristianos. Siempre trabajaron contra
la Iglesia. Nunca quisieron aceptar la sumisión a ninguna ley de un Estado
cristiano. Siempre permanecieron fuera de él y esto en todos los ámbitos. Así
es como lograron apoderarse de todas las instituciones financieras sin admitir
las leyes de los países en los que vivían. ¡Es increíble! No existe ningún
pueblo, raza o extranjero que viva en un país y diga: “Yo vengo aquí pero no acepto las leyes de este país ni me someto a ellas”. ¡Los
judíos no aceptan la sumisión a las leyes del país, porque son judíos! “Soy
judío: no puedo someterme a las leyes de un Estado cristiano”. Ese es el motivo
por el que fueron perseguidos, por practicar la usura, no integrándose, ni
trabajan-do para el bien común. Así pues, es evidente que no podemos
entendernos con esa gente; no puede ser.
Los convertidos amenazados de muerte
Un proverbio musulmán dice: “Besa la mano que no puedes
cortar”. Sí; sólo puede intervenir la fuerza. Cuando está la fuerza, besan la
mano. Pero cuando son ellos los que disponen de la fuerza, cortan la mano.
Siempre ha sido así. Hace poco los periódicos relataron que las comunidades
musulmanas egipcias decretaron que to-do musulmán que se convirtiera al
catolicismo sería ejecutado. Los representantes de esas comunidades musulmanas
querían absolutamente que esto figurase en la constitución, o por lo menos, que
esa decisión fuera consagrada por acuerdos oficiales. Así la publicaron los
periódicos, porque era algo oficial: todo musulmán que se convierta a otra
religión sufrirá la pena de muerte. Claro, se olvida; pero el Islam es eso.
Para los musulmanes sólo existe el Islam y todo el mundo tendría que someterse
a él, ya sea haciéndose musulmán o esclavo del Islam; una de dos. Así es como
han actuado, reduciendo a la esclavitud a todos los que no han querido
someterse. Recordemos las órdenes religiosas: los Trinitarios y los
Mercedarios, que fueron fundadas para liberar a los cristianos cautivos que
estaban como esclavos entre los musulmanes. Hacían redadas en todas las costas
de Francia, de España y de todo el Mediterráneo, capturando a los cristianos y
haciéndolos esclavos. Esto es lo que tienen todavía en su pensamiento. Si
mañana pudieran hacerlo, continuarían estas prácticas tan viles. No hay que
imaginarse que su espíritu haya cambiado en absoluto.
El respeto al error impide la conversión de los infieles
El Papa considera, pues, imposible que se pueda trabajar con
esa gente y vuelve a afirmar que la única civilización que puede existir es la
cristiana, fundada sobre Nuestro Señor Jesucristo y, por el hecho mismo,
condena toda manifestación de unión con las falsas religiones.
«Esto supuesto, ¿qué pensar de la
promiscuidad en que se encontrarán colocados los jóvenes católicos con
heterodoxos e incrédulos de toda clase en una obra de esta naturaleza? ¿No es
ésta mil veces más peligrosa para ellos que una asociación neutra? ¿Qué pensar
de este llamamiento a todos los heterodoxos y a todos los incrédulos para
probar la excelencia de sus convicciones sobre el terreno social, en una
especie de concurso apologético, como si este concurso no durase ya hace diecinueve
siglos, en condiciones menos peligrosas para la fe de los fieles y con toda
honra de la Iglesia católica? ¿Qué pensar de este respeto a todos los errores y
de la extraña invitación, hecha por un católico, a todos los disidentes para
fortificar sus convicciones por el estudio y para hacer de ellas fuentes
siempre más abundantes de fuerzas nuevas?»
Este
es exactamente el lenguaje que emplean ahora los obispos. Si se le preguntara a
un obispo de Francia si hay que tratar de convertir a los musulmanes, ya sea en
Francia o en cualquier otro lugar, o si hay que convertir a los animistas,
hinduistas, etc., respondería: “¡Ah, no, no hay que convertir-los! Al
contrario, hay que asegurarlos en su religión, hacerles comprender la belleza
de su religión...” Es increíble, y sin embargo es la realidad.
El
R. P. Mauricio Avril, que está en Salerans, fue perseguido por los obispos y
tuvo un montón de problemas porque después de la guerra de Argelia, se había
ocupado de los “harkis” que tuvieron la suerte de poder escaparse y refugiarse
en Francia. Ahora bien, los harkis habían hecho la guerra para defender la
Argelia francesa y arrancarla al poder revolucionario. Varios miles de ellos
fueron exterminados cuando De Gaulle abandonó Argelia a los representantes del F.N.L. Estos últimos, evidentemente,
no podían soportar a los harkis que habían combatido con las tropas francesas
para liberar a la Argelia francesa del terrorismo y del poder revoluciona-rio.
Los que no pudieron huir en barcos a Francia, fueron torturados, exterminados,
enterrados o quemados vivos... ¡Qué crimen espantoso cargarán en su conciencia
los que tomaron semejante responsabilidad! Personas que se habían entregado,
dispuestas a morir para defender a la Argelia francesa, como algunos de ellos
que habían venido a luchar en Francia en 1939-1940; luego durante la
Liberación, desembarcando en Italia, en Córcega o en Provenza; y luego contra
el comunismo en Indochina; fueron abandonados en manos del enemigo cruel que
les hizo sufrir los más horribles tormentos. Un drama terrible. Muchos de sus
hijos se quedaron en Francia. Sólo se repatrió a los adultos. El Padre Avril,
que era sacerdote en Argelia francesa, recogió cerca de un centenar. Los educó,
crío y se ocupó bien de ellos. Los hijos de estos harkis estaban en manos de un
sacerdote que se ocupaba de su educación y que, poco a poco —sin obligarlos, por
supuesto— trataba de convertirlos con la persuasión. Ellos mismos, al ver la
dedicación de este sacerdote y de las personas que le ayudaban, acabaron
comprendiendo la belleza de la religión católica y la mayor parte de ellos se
convirtieron. Esto
no fue del agrado de varios obispos, y enviaron cartas de reprobación al Padre
Avril: “¡Hay que dejarlos así, como musulmanes; no hay que convertirlos!”
Esconden su bandera en el bolsillo
¿Qué
son esos obispos? ¿Creen aún en Nuestro Señor? ¿Creen en la única verdadera
religión fundada por Nuestro Señor? San
Pío X ya había previsto a dónde podían conducir las doctrinas erróneas de Le
Sillon:
«¿Qué pensar de una asociación en que
todas las religiones e incluso el librepensamiento pueden manifestarse en alta
voz, a su capricho? Porque los sillonistas, que en las conferencias públicas y
en otras partes proclaman enérgicamente su fe individual, no pretenden
ciertamente cerrar la boca a los demás e impedir al protestante afirmar su
protestantismo y al escéptico su escepticismo. ¿Qué, pensar, finalmente, de un
católico que al entrar en su círculo de estudios deja su catolicismo a la
puerta para no asustar a sus camaradas, que, “soñando en una acción social
desinteresada, rechazan subordinarla al triunfo de intereses, de grupos o
incluso de convicciones, sean las que sean”?»
De
modo que, ¡ni siquiera trabaja por su religión! ¡Es horrible! Es muy
interesante relacionar todo lo que dice este Papa santo con el texto de
Vaticano II sobre la libertad religiosa. San Pío X nunca hubiera aceptado
promulgar un texto como el de la libertad religiosa. Eso es imposible,
comparan-do lo que él afirmó con la declaración conciliar:«Forma también parte de la libertad
religiosa el que no se prohíba a las comunidades religiosas [es decir, todas
las religiones, como dicen los sillonistas] manifestar libremente el valor
peculiar de su doctrina para la ordenación de la sociedad [para la
civilización] y para la vitalización de toda la actividad humana».Es
exactamente lo contrario de lo que dijo San Pío X: «No hay verdadera
civilización moral sin la verdadera religión: ésta es una verdad demostrada,
éste es un hecho histórico». Entonces,
el Papa concluye: «Sí, por desgracia, el equívoco está
deshecho; la acción social de Le
Sillon ya no es católica; el sillonista,
como tal, no trabaja para un grupo, y “la Iglesia —dice— no podrá ser por
título alguno beneficiaria de las simpatías que su acción podrá suscitar”.
¡Insinuación verdaderamente extraña! Se teme que la Iglesia se aproveche de la
acción social de Le Sillon. (...)
Extraña inversión de ideas: es la Iglesia la que sería la beneficiaria de la
acción social, como si los más grandes economistas no hubieran reconocido y
demostrado que es esta acción social la que, para ser seria y fecunda, debe
beneficiarse de la Iglesia». Este
es el espíritu que reina también ahora: “Ningún privilegio para la Iglesia”.
Hablar de “privilegios” para la Iglesia es falso, porque no son privilegios
sino derechos. Como si la Iglesia no estuviese enteramente al servicio de los
pueblos y de las naciones, ella que da todo lo que es necesario para la
civilización, y para el fermento de la verdadera justicia y de la paz social.
Confusión verbal y quimera socialista
«Más extrañas
todavía, tremendas y dolorosas a la vez, son la audacia y la ligereza de
espíritu de los hombres que se llaman católicos, que sueñan con volver a fundar
la sociedad en tales condiciones, y con establecer sobre la tierra, por encima
de la Iglesia católica, “el reino de la justicia y del amor”, con obreros
venidos de todas partes, de todas las religiones o sin religión, con o sin
creencias, con tal que olviden lo que les divide: sus convicciones filosóficas
y religiosas, y que pongan en común lo que les une: un generoso idealismo y
fuerzas morales tomadas “donde les sea posible”. Cuando se piensa en todo lo
que ha sido necesario de fuerzas, de ciencia, de virtudes sobrenaturales para
establecer la sociedad cristiana, y los sufrimientos de millones de mártires, y
las luces de los Padres y de los doctores de la Iglesia, y la abnegación de
todos los héroes de la caridad, y una poderosa jerarquía nacida del cielo, y
los ríos de gracia divina y todo lo edificado, unido, compenetrado por la Vida
y el Espíritu de Jesucristo, Sabiduría de Dios, Verbo hecho hombre; cuando se
piensa, decimos, en todo esto, queda uno admirado de ver a los nuevos apóstoles
esforzarse por mejorarlo poniendo en común un vago idealismo y las virtudes
cívicas. ¿Qué van a producir? (...) Una construcción puramente verbal y
quimérica, en la que veremos reflejarse desordenadamente y en una confusión
seductora las palabras de libertad, justicia, fraternidad y amor, igualdad y
exaltación humana, todo basado sobre una dignidad humana mal entendida. Será
una agitación tumultuosa (...) Sí, verdaderamente se puede afirmar que Le Sillon se ha hecho compañero de
viaje del socialismo, puesta la mirada sobre una quimera».
¡El
Papa San Pío X aplasta esta quimera, y los hechos le dan la razón! Si volviera
a este mundo y viera la situación de ahora, se daría cuenta que sus ruegos no
fueron escuchados. Estamos en pleno socialismo. Toda Europa está en él, y
muchas veces eso ha sucedido con la cooperación de los católicos. Ahí es donde
estamos, a la espera de encontrarnos en el comunismo... con la cooperación de
los católicos. Enseguida el Papa va a descubrir cómo los sillonistas han podido
llegar a excesos, situaciones e ideas semejantes.
Hacia una religión mundial
«Nos,
tememos algo todavía peor —sigue diciendo el Papa—. El resultado de esta
promiscuidad en el trabajo, el beneficiario de esta acción social cosmopolita
no puede ser otro que una democracia que no será ni católica, ni protestante,
ni judía; una religión (...) más universal que la Iglesia católica, reuniendo a
todos los hombres, convertidos finalmente, en hermanos y camaradas, en “el reino
de Dios”. “No se trabaja para la Iglesia, se trabaja para la humanidad”». Tenemos
que darnos cuenta de que desde Pablo VI, los documentos que vienen de Roma usan
frecuentemente un lenguaje muy parecido al de Le Sillon y que denunció
San Pío X.
“Soy
experto en humanidad” dijo Pablo VI. ¿Qué quiere decir eso exactamente?
Parece,
en efecto, que ahora se deja un poco de lado la idea misma de Iglesia. Ya no se
la defiende. Ya no se trabaja para la Iglesia ni, por consiguiente, para el
reinado de Nuestro Señor, pues de eso se trata. La Iglesia es el Cuerpo místico
de Nuestro Señor. Si se trabaja para la Iglesia, se trabaja para la extensión
del Cuerpo místico de Nuestro Señor. Se trabaja para que El reine. Esta es la
función de todos los Papas, obispos, sacerdotes y cristianos. Todos tendríamos
que ser apóstoles para hacer crecer siempre el Cuerpo místico de Nuestro Señor,
que en este mundo es la Iglesia militante, en el purgatorio la Iglesia
sufriente y en el Cielo la Iglesia triunfante. Pero ahora no. Ahora pretenden
que la Iglesia se parece a una camarilla, en donde se trabaja para el propio
interés personal y (sólo para los católicos, como para una especie de
asociación particular); y que hay que trabajar para la humanidad. ¡Como si
trabajar para extender el Cuerpo místico de Nuestro Señor no fuera obrar para
la humanidad, para convertirla y hacer que llegue a ser miembro de Nuestro
Señor Jesucristo! Eso
es muy grave, porque los modernistas tienen una óptica totalmente distinta y,
cuando hablamos de la Iglesia, nos reprochan que ponemos fuera de ella a los
que no le pertenecen, y que los tratamos como extranjeros y como si no fueran
nuestros hermanos. Precisamente
con esto, los modernistas no les infunden a los protestantes ni a todos los que
no son católicos la idea de que tienen que venir o volver a la Iglesia católica
para ser realmente hermanos en Nuestro Señor Jesucristo. ¿Cuál será, entonces,
el resultado? Una especie de humanitarismo y filantropía que, finalmente,
servirá a la sociedad de las naciones masónicas, que está preparando lo que
vislumbró tan claramente el Papa San Pío X: «Una religión (...) más universal que
la Iglesia católica, reuniendo a todos los hombres, convertidos finalmente, en
hermanos y camaradas, en “el reino de Dios”». Podría
decirse: ¡en el reino del Gran Arquitecto!, porque éste es el objetivo de los
masones y, con ellos, de los judíos: la realización de una religión universal
que ejercerá su imperio sobre todos los hombres. Además,
el Papa San Pío X hizo alusión a ello: «Y ahora, penetrados de la más viva
tristeza, Nos preguntamos, venerables hermanos, en qué ha quedado convertido el
catolicismo de Le Sillon.
Desgraciadamente, el que daba en otro tiempo tan bellas esperanzas, este río
límpido e impetuoso, ha sido captado en su marcha por los enemigos modernos de
la Iglesia».
Las doctrinas deletéreas
Aquí es a donde hemos llegado. Los católicos que querían
hacer algo distinto de lo que la Iglesia había hecho hasta entonces, se dejaron
embaucar por los socialistas y por los masones. El Papa habla claramente de
esto.
«Nos conocemos muy bien los sombríos
talleres en que se elaboran estas doctrinas deletéreas, que no deberían seducir
a los espíritus clarividentes. Los jefes de Le Sillon (...) los han arrastrado hacía un nuevo evangelio
(...); no temen hacer entre el Evangelio y la Revolución aproximaciones
blasfemas, que no tienen la excusa de haber brotado de cierta improvisación
apresurada».
San
Pío X pone el dedo en la llaga: los sombríos talleres son sencillamente las
sectas masónicas. Prácticamente dice que son las sectas masónicas las que se
aprovechan de la corriente del sillonismo para lograr su objetivo, que
es la destrucción de la civilización católica y cristiana. Eso es exactamente
lo que indicaron todos los Papas, y en particular León XIII, de un modo muy
claro. El objetivo de la Masonería es la destrucción de todas las instituciones
cristianas, es decir, hacer desaparecer del mundo todo lo que hay de cristiano
y de Cristo, o que tenga relación con Nuestro Señor y a su influencia. Este es
el objetivo de los masones. Utilizan todas las corrientes liberales y
falsamente católicas, a los sillonistas y a los modernistas, para
conseguirlo, porque cooperan a la lucha que han emprendido para la destrucción
de la Iglesia. Así es como se sirvieron del concilio Vaticano II. Gracias a su
carácter “pastoral” y no doctrinal, pudieron ejercer una influencia en su
desarrollo. Todo esto tenía como objetivo destruir a la Iglesia. Antes de dar
su juicio, el Papa San Pío X hace una última observación, precisamente acerca
de la relación entre el Evangelio y la revolución que pretende hacer Le
Sillon: «Nos queremos llamar vuestra atención,
venerables hermanos, sobre esta deformación del Evangelio y del carácter
sagrado de Nuestro Señor Jesucristo, Dios y hombre, practicada en Le Sillon». En
las teorías desarrolladas por Le Sillon, hay cosas absolutamente
horrorosas. Le Sillon pretende que la democracia es la igualdad, y que
Nuestro Señor Jesucristo es de algún modo el profeta de la igualdad. Le Sillon va más lejos aún afirmando que no
sólo Nuestro Señor es el símbolo de la igual-dad sino que también lo es la
Santísima Trinidad, ¡porque en la Trinidad las Personas son iguales! Y los sillonistas
añaden que Nuestro Señor fue enviado precisamente por la Santísima Trinidad
¡para hacer que todos los hombres fueran iguales y se asociaran, convirtiéndose
en hermanos de Nuestro Señor Jesucristo, y volviéndose también iguales a las
Personas de la Santísima Trinidad! ¡Son cosas horribles! Es verdad que Dios
quiere que participemos a la Santísima Trinidad, pero es increíble pretender de
ahí que somos iguales a Nuestro Señor y a las Divinas Personas... ¡Es algo
blasfemo!
El misterio de la Santísima Trinidad
Aunque
es cierto que las Personas de la Santísima Trinidad son iguales en todo, son
sin embargo distintas. Esto es un gran misterio, el gran misterio. Se puede
insistir tanto sobre la igualdad de las Personas divinas como sobre su
distinción, pues son claramente distintas. Si no, no habría tres Personas en la
Trinidad. Ahora bien, está el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y como dijo
el Hijo: todo lo recibió del Padre, y a tal punto que en El no hay nada que no
sea igual al Padre. Es el gran misterio, evidentemente: este traspaso, diría
yo, de todo lo que hay en el Padre al Hijo y al Espíritu Santo, y del Espíritu
Santo volviendo al Padre, y es-to desde toda la eternidad: es Dios, un solo
Dios. Está lo que se llama la “circumincesión”, como dicen los teólogos: el
flujo continuo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que hace que estas
Personas son iguales y que al mismo tiempo reciben todo; que el Hijo recibe
todo del Padre, y que junto con el Padre le da todo al Espíritu Santo, y que el
Espíritu Santo da todo en el seno del Padre y del Hijo. Efectivamente es un
gran misterio. Pero es realmente una blasfemia expresar semejantes opiniones
sobre la igualdad, como si no hubiese en realidad distinción entre las Personas
de la Santísima Trinidad. Podemos decir, precisamente, que la imagen de la
Santísima Trinidad se encuentra en la Creación, porque también hay paternidades
espirituales y paternidades físicas. Es realmente la imagen de la Trinidad;
ésta es la distinción fundamental de las Personas, y se encuentra también en la
distinción fundamental en la sociedad: los padres y los hijos, que es una
desigualdad radical. Ahora los partidarios de la teología de la liberación
emplean el mismo razonamiento. Se apoyan también en el Evangelio para decir que
Nuestro Señor Jesucristo, ¡fue el primer revolucionario! Difundir semejantes
infamias es algo abominable.
Instruir, convertir y salvar a las almas
«Ciertamente —escribe el Papa—, Jesús
nos ha amado con un amor inmenso, infinito, y ha venido a la tierra a sufrir y
morir para que, reunidos alrededor de El en la justicia y en el amor, anima-dos
de los mismos sentimientos de caridad mutua, todos los hombres vivan en la paz
y en la felicidad. (...) Pero no ha respetado sus convicciones erróneas, por
muy sinceras que pareciesen; los ha amado a todos para instruirlos,
convertirlos y salvarlos. Si ha llamado hacia sí, para aliviarlos, a los que
padecen y sufren, no ha sido para predicarles el celo por una igualdad
quimérica. Si ha levantado a los humildes, no ha sido para inspirarles el
sentimiento de una dignidad independiente y rebelde a la obediencia. Si su
corazón desbordaba mansedumbre para las almas de buena voluntad, ha sabido
igualmente armarse de una santa indignación contra los profanadores de la casa
de Dios (...) Ha sido tan enérgico como dulce; ha reprendido, amenazado,
castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia el temor es el comienzo
de la sabiduría (...) Ha trazado el camino de la felicidad posible en la tierra
y de la felicidad perfecta en el cielo: el camino de la cruz. Estas son
enseñanzas que se intentaría equivocadamente aplicar solamente a la vida
individual con vistas a la salvación eterna; son enseñanzas eminentemente
sociales, y nos demuestran en Nuestro Señor Jesucristo algo muy distinto de un
humanitarismo sin consistencia y sin autoridad».
Hoy sucede lo mismo. Se pretende fundar la libertad
religiosa —esa famosa libertad religiosa— ¡en el Evangelio! Eso es blasfemo,
como ya tuve oportunidad de decírselo al cardenal Oddi. De
este modo, se lee en la Declaración sobre la libertad religiosa, en el
párrafo dedicado al Comportamiento de Cristo y de los Apóstoles (D.H.
11), el texto siguiente: «Dios llama ciertamente a los hombres a
servirle en espíritu y en verdad, y por eso éstos quedan obligados en
conciencia, pero no coaccionados. Porque Dios tiene en cuenta la dignidad de la
persona humana que El mismo ha creado, que debe regirse por su propia
determinación y gozar de libertad». Aunque
Dios no fuerza físicamente al hombre a que Le sirva, lo fuerza moralmente.
Según el texto, ¡el hombre tiene la libertad de adherirse o no a Dios!
Textos que no están inspirados por el Espíritu Santo
Un poco más adelante, se lee (D.H. 11):
«...al
mismo tiempo [los Apóstoles] respetaban a los débiles, aunque estuvieran en el
error, manifestando de este modo cómo “cada cual dará a Dios cuenta de sí” (Rom.,
14, 12), debiendo obedecer entretanto a su conciencia». Sin
embargo, ¿qué predicaron los Apóstoles en sus primeros discursos, sino esto:
“Habéis crucificado a Nuestro Señor”? —“¿Qué tenemos que hacer?” —“Tenéis que
hacer penitencia, recibir el bautismo y obedecer a sus mandamientos”. Según
esto, añadieron: “Ahora sois libres. Que cada uno siga su propia conciencia...”
¡Es increíble! Si los que oían a los Apóstoles hubieran dicho: “Si hago caso a
mi propia conciencia, no puedo obedecer; así que no obedezco”, los Apóstoles
los hubieran amenazado con el infierno y con los castigos de Dios. No hubieran
dicho: “Tenéis toda la libertad de creer o no. Tenéis que seguir vuestra propia
conciencia. Es evidente que también obráis bien siguiendo vuestra conciencia y
no obedeciendo al escucharnos”. Sin embargo, esto es lo que está escrito tal
cual en la Declaración sobre la libertad religiosa. No puede ser que
este documento esté inspirado por el Espíritu Santo. Menos mal que quiso que
este Concilio fuera pastoral y no dogmático. Es la primera vez en la historia
en que la Iglesia ha reunido un concilio pastoral. Los concilios eran siempre
dogmáticos. Un concilio pastoral no es más que una gran predicación, y no vale
sino lo que vale, como además dijeron.
Autoridad de los textos del Vaticano II
¿Qué
tenemos que seguir de este Concilio? ¿Cómo hay que entenderlo? Cuando se le
preguntó a la Secretaría para saber cómo se resolvía esto, la respuesta fue que
no se podía precisar nada; que había que comparar los textos del Concilio con
los que nos obligan en cuanto a la fe, y apreciarlos según las diferentes notas
teológicas. De modo que los textos conciliares no son necesariamente
infalibles. Por consiguiente, no hay ninguna obligación moral de darles una
adhesión firme, salvo en la medida en que recogen de nuevo textos que ya han
sido definidos por la Iglesia. Así que se pueden discutir los textos del
concilio Vaticano II sin estar contra la Iglesia u oponerse a su fe. Cuando yo
era miembro de la Comisión central preparatoria del Concilio, había propuesto
que cada comisión presentara dos documentos, uno más dogmático, para uso de los
teólogos y de algunos fieles más instruidos sobre la religión y que, en dado
caso, habría podido tener la nota de la infalibilidad de la Iglesia. Y luego,
otro texto, más pastoral, para uso de las demás personas: católicos, no
católicos o infieles. Los documentos dogmáticos elaborados con tanto esmero y tan
útiles para presentar la verdad a los sacerdotes y sobre todo a los profesores
y a los teólogos, seguirían siendo siempre la regla de la fe. Los documentos
pastorales, aptos para ser traducidos más fácilmente en las lenguas nacionales,
podrían presentar la verdad a todos los hombres, tal vez versados en las
ciencias profanas pero sin ser teólogos, en un lenguaje que les sería más
accesible. De carácter pastoral, estos textos se presentarían en forma de una
invitación a los fieles, de una predicación o de una disposición más amplia,
pero no obligarían, puesto que no sería dogmática. Esta propuesta fue bien
recibida en la Comisión central. Prácticamente más de la mitad de sus miembros
se habían mostrado favorables a ella. Al principio del Concilio, renové esta
sugerencia y recibí el apoyo de varios cardenales, entre los cuales los
cardenales Ruffini y Roy, que dijeron: “Estamos de acuerdo con la propuesta que
hace Mons. Lefebvre de que se redacten dos textos”. Y el cardenal Roy, dos
minutos después de que yo terminé mi intervención, vino y me puso delante el
texto que él quería hacer en el mismo sentido: “Estoy completamente de acuerdo
con usted. Será mucho mejor. Por lo menos habrá unos textos claros y
definitivos, y otros que podrán contribuir a esclarecer algunas cuestiones.
Mientras que de otro modo, nos vamos a quedar en una especie de imprecisión y
nada será realmente definitivo. No sabremos a qué atenernos...”
El Espíritu Santo no tuvo por qué intervenir
Pero
entonces los progresistas se pusieron furiosos. Tuvieron miedo cuando oyeron
que el cardenal Ruffini, que era uno de los presidentes del Concilio, afirmaba
lo mismo: “Sí, estoy de acuerdo con Mons. Lefebvre para que se proceda como él
propone”. Viendo que esta idea empezaba a progresar y a tomar un poco de
amplitud, pasaron inmediata-mente al contraataque y al día siguiente se volvió
a afirmar: “El Concilio no es un concilio dogmático y tiene que ser pastoral.
No se trata en absoluto de definir algo, sino de exponer la verdad pastoralmente”. Así
que se podía concluir fácilmente: si no se procede a ninguna definición, no
vale nada o casi nada. Es una gran predicación, eso es todo. En el fondo, no
estuvo mal que los progresistas volvieran a afirmar el carácter pastoral del
Concilio. Por lo menos sabíamos a qué atenernos. El Espíritu Santo no tuvo por
qué intervenir para impedir que se cometieran errores, mientras que si el
Concilio hubiera sido dogmático, el Espíritu Santo hubiera tenido que
intervenir; no hubiera permitido que la Iglesia se equivocara. Puede darse por
hecho que el Espíritu Santo no intervino durante este concilio pastoral. Los
modernistas hicieron, pues, algo pastoral, y hoy nos vemos forzados a reconocer
los desastrosos resultados de este concilio. El Papa San Pío X termina su carta
sobre Le Sillon con una apremiante invitación dirigida a los obispos: «Por lo que a vosotros toca, venerables
hermanos, continuad activamente la obra del Salvador de los hombres por medio
de la imitación de su dulzura y de su energía. (...) Predicad enérgicamente sus
deberes a los grandes y a los poderes públicos». Por
menos él no decía que hay que dejar que la conciencia aprecie, sino que hay que
formar las conciencias.
Finalmente,
el Papa pidió, por supuesto, que se pensara, e hizo un último llamamiento a los
miembros de Le Sillon para que dejaran sus errores y escucharan su
enseñanza.
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