CAPÍTULO 10
El Syllabus
(Tercera parte)
La moral natural y cristiana
El capítulo VII se refiere a los “Errores sobre la moral natural y
cristiana”, en donde se denuncian ideas según las cuales los mandamientos de Dios
están a disposición del Estado.
Proposición 56:
«Las leyes morales no
tienen necesidad alguna de sanción divina; ni es tampoco necesario que las
leyes humanas se conformen con el derecho natural o reciban de Dios su fuerza
obligatoria».
Eso significa prácticamente que la ley será completamente
independiente. Desde el momento en que el gobierno hace una ley, ésta
implicaría un derecho y fuerza obligatoria. ¡Pues no! Todas las leyes actuales
contrarias a la moral que imponen los Estados no valen nada porque son
contrarias a la ley natural y a los mandamientos, y no pueden obligar a nadie a
cumplirlas. En el capítulo VII está también todo lo que pretenden los
gobiernos laicos y masónicos:
Proposición 59:
Proposición condenada: «El
derecho consiste en el hecho material; todos los deberes del hombre son
palabras vacías de sentido, y todos los hechos humanos tienen fuerza jurídica».
Errores sobre el matrimonio cristiano
El capítulo VIII condena los errores sobre el matrimonio
cristiano, que aún hoy en día son muy frecuentes…
Proposición 65:
«No hay pruebas para
admitir que Jesucristo elevó el matrimonio a la dignidad de sacramento».
En los sacramentos, muchas cosas nos vienen de la Tradición y no
están explícitamente en la Escritura, pero la Iglesia siempre ha interpretado
la presencia de Nuestro Señor en su primera manifestación en la vida pública en
las bodas de Caná como la consagración del matrimonio y su institución como
sacramento; están también las palabras que pronunció Nuestro Señor mismo. Pero
¿quién puede interpretar todas estas cosas? La Iglesia y la Tradición. Tomemos otro ejemplo, el del sacramento de la penitencia. En la Escritura
hay alusiones al pecado y a la confesión. Hay que reconocerlas. Pero ¿quién
puede determinar el sacramento de la penitencia y decir que fue realmente
instituido por Nuestro Señor? La Tradición, es decir, lo que fue instituido
por los Apóstoles y la Iglesia ha transmitido de generación en generación…
Proposición 67:
«El vínculo del matrimonio
no es indisoluble por derecho natural, y en ciertos y determinados casos el
poder civil puede sancionar el divorcio propiamente dicho».
Esta proposición va aún más lejos:
Proposición 71:
«La forma del concilio
Tridentino no obliga bajo pena de nulidad en los territorios en que la ley
civil prescriba otra forma y quiera que la validez del matrimonio dependa de
ésta».
Recordemos que antes del Concilio de Trento bastaba la presencia
de los testigos y para que el contrato entre los esposos fuera válido no se requería la
presencia de un sacerdote. Hubo abusos y motivos de discusión, y por esto el
Concilio de Trento prescribió que en adelante sólo serían válidos los
matrimonios celebrados ante un delegado de la Iglesia, un sacerdote, que a su
vez tendría facultad para delegar a otros sacerdotes. Sólo había una excepción
a esta obligación: el caso en que los contrayentes no encontraran sacerdotes en
su país. Esto es lo que ocurre hoy cuando los novios no encuentran sacerdotes
que aceptan celebrar según el rito tradicional. Después de un mes, pueden casarse
ante los testigos; y si algún sacerdote se encuentra cerca, aunque no tenga
delegación, tiene que asistir al matrimonio. Es un caso parecido al de unos
novios que estuvieran en un desierto a donde no pudiera ir ningún sacerdote: el
derecho canónico prevé que si es probable que esa condición va a durar más de
un mes, elijan a los testigos y se casen. Será válido, pero sólo en ese caso. Hoy
se difunde la idea de que el matrimonio no es definitivo… En este caso se
plantean muchos interrogantes. Antes del Concilio, en las diócesis a los novios
se les hacía llenar unos cuestionarios para que reconocieran las propiedades
del matrimonio católico y, en particular, la indisolubilidad. Ahora nos topamos
con jóvenes católicos que no tienen instrucción religiosa o sólo muy precaria,
y que están dispuestos a contraer matrimonio, pero no necesariamente
indisoluble. Se separarán si los dos se ponen de acuerdo para hacerlo: cada uno
volverá a casarse por su lado. Un matrimonio así es inválido. Lo mismo el de
los novios que dicen: “No queremos tener hijos, o sólo uno o dos, y luego
usaremos medios anticonceptivos…” El matrimonio está hecho para tener hijos. Rechazarlos
es un caso de nulidad matrimonial. En ese caso, ¿cuántos matrimonios hay aún
que sean válidos? Eso es algo esencial y es una pregunta que los sacerdotes
tienen que hacer a los contrayentes.
El Papa es jefe de Estado
Ahora
llegamos al capítulo IX, que se titula: “Errores sobre el poder civil del
Romano Pontífice”. Trata de la posibilidad de que el Papa posea un Estado y sea
jefe de Estado.
Proposición 75:
«Los hijos de la Iglesia cristiana y
católica no están de acuerdo entre sí acerca de la compatibilidad del poder
temporal con el poder espiritual».
Pío
IX condena esta proposición porque este tema no se discute. Si los Papas
aceptaron ese gobierno (y lo hicieron durante siglos), era para ser libres en
el ejercicio del poder espiritual. Eso no significa que desearan presentarse
como jefes de Estado, sino tener más libertad. Ahora, después del tratado de
Letrán entre Pío XI y Mussolini, el Estado pontificio ha sido reducido a la
Ciudad del Vaticano, pero, con todo, sigue vigente el principio, reconocido por
todos los Estados incluso laicos o masónicos, de que el Papa es jefe de Estado.
Hay embajadores y nuncios que tienen prelación ante los demás embajadores. Este
honor es poca cosa pero es extraordinario que los Estados reconozcan a los nuncios.
Hasta ahora, a pesar del liberalismo y de las ideas de separación entre la
Iglesia y el Estado, el Vaticano no ha querido suprimir nunca las nunciaturas.
Nos damos cuenta de lo importante que es en las relaciones con los gobiernos
tener una representación ante los Estados, para la libertad de los católicos y
para la continuación de la obra de la Iglesia Muchos creen que esto tendría que suprimirse. Con algo de
ese espíritu, los Papas actuales han renunciado a llevar la tiara. Han
suprimido lo que destacaba su rango de jefe de Estado: el decoro, la guardia
palatina, los gendarmes… Sólo queda la guardia suiza. Es un poco ridículo,
porque o el Papa es realmente jefe de Estado y puede tener sus atributos; o ya no
lo es, y entonces hay que suprimir las nunciaturas y sólo es un jefe religioso.Podemos afirmar que si el liberalismo pudo entrar en la
Iglesia con tanta facilidad fue precisamente porque ya no tenía poder civil y
no pudo defenderse. Como muchas oficinas, secretarías, y la mayor parte de las Congregaciones
y embajadas están situadas fuera de la Ciudad del Vaticano, la infiltración
fue mucho más fácil, pues la administración vaticana siempre está en contacto
con personas del exterior. ¡Cuando pensamos que Roma tiene un alcalde comunista
y que las logias masónicas tienen sedes en ella! Si Roma hubiera seguido siendo la
ciudad del Sumo Pontífice, las logias y los comunistas no se hubieran
infiltrado tanto en el interior de la Iglesia.
La libertad favorece el error
El
último capítulo, que lleva por título «Errores referentes al liberalismo
moderno», es de gran actualidad:
Proposición 77:
«En la época actual no es necesario ya
que la religión católica sea considerada como la única religión del Estado, con
exclusión de todos los demás cultos».
Sin
embargo esto es lo que se ha pedido a los Estados después del Vaticano
II. La Declaración sobre la libertad
religiosa dice prácticamente lo mismo. El
cardenal Seper me reprochó la carta que escribí en Cor Unum y que
también se publicó en Fideliter, en donde decía: “Estamos obligados a
reconocer que el Papa Pablo VI era liberal”. Esto lo dije citando al cardenal
Daniélou, que era su amigo íntimo y que lo escribió explícitamente en sus Memorias,
libro que publicó su hermana: “Sí, hay que reconocer que el Papa Pablo VI
era un liberal”. El
cardenal Seper me lo reprochó en su última audiencia. “¿Cómo puede Vd. decir
que Pablo VI fue un liberal?” Yo le respondí: “Sí, claro que sí. Esta era la
actitud del Papa Pablo VI en lo que se refiere a la separación de la Iglesia y
del Estado, y a la libertad religiosa”. “Pero
¿qué quiere Vd. que se haga ahora?” —me respondió—. “No se trata de la práctica
ni de saber qué hay que hacer” —le dije. “¿El Papa estaba a favor de la
separación de la Iglesia y del Estado, sí o no?” No quiso responderme. —“¿Cómo
quiere Ud. que se haga de otro modo?” Pero
mientras, ellos mismos son los que piden la separación de la Iglesia y del
Estado, precisa-mente en razón de la Declaración sobre la libertad
religiosa, para que se admita a todos los demás cultos y aceptando,
finalmente, que no hay ningún interés en que se considere a la religión
católica como la única religión del Estado con exclusión de todos los demás
cultos (proposición 77) . Precisamente
ahora, después de Vaticano II, se profesa y se practica lo que condenó Pío IX.
Veamos
la siguiente proposición:
Proposición 78:
«Por esto es de alabar la legislación
promulgada en algunas naciones católicas, en virtud de la cual los extranjeros
que a ellas emigran pueden ejercer lícitamente el ejercicio público de su
propio culto».
Aunque
la condenación de esta proposición es muy clara, esto es lo que se hace ahora.
Los “cultos particulares” siempre han sido considerados por la Iglesia como
errores y doctrinas falsas que difunden una falsa moral, pues eso supone no
sólo la libertad de cultos sino también de la moral que les acompaña: divorcio,
anti concepción, pornografía y hasta poligamia, y el desprecio de la mujer. Todo
esto es absolutamente contrario a los principios de la Iglesia. Ahora nos explican que se trata de un derecho de la persona
humana y, por consiguiente, de un derecho natural. Eso es falso. El Papa León
XIII dijo que en algunos casos, cuando el Estado no puede actuar de otro modo,
puede reglamentar la libertad de cultos con un decreto o una ley, pero en esta
eventualidad, reglamenta, diría yo, en virtud del principio de tolerancia que
la Iglesia siempre ha aceptado. La Iglesia acepta que el Estado promulgue una
ley de tolerancia cuando no puede obrar de otro modo, pero el Papa León XIII
afirmó formalmente que nunca que puede decir que el hombre puede alegar un
derecho natural de practicar una religión falsa. Eso es absolutamente imposible.
Esa fue la posición intangible de la Iglesia hasta el Concilio.
La
proposición siguiente se refiere a la “peste del indiferentismo”:
Proposición 79:
«Porque es falso que la libertad civil
de cultos y la facultad plena, otorgada a todos, de manifestar abierta y
públicamente sus opiniones y pensamientos sin excepción alguna conduzcan con
mayor facilidad a los pueblos a la corrupción de las costumbres y de las inteligencias,
y propaguen la peste del indiferentismo».
Hay
algunos que sostienen: “Si se deja la libertad, finalmente será la verdad la
que triunfe”. Pero en nuestra época el error y el vicio son más atractivos que
la verdad. ¡La verdad es exigente! Por es-to no suele ser deseable participar
en conferencias en que se oponen los católicos y los enemigos del catolicismo.
Es difícil defender la verdad y ponerla en práctica. La verdadera moral es
exigente; es más fácil defender la libertad. El pueblo prefiere oír ese
lenguaje. Pero es evidente que dar libertad al bien y al mal es lo mismo que
hacer que domine el mal. Es lo que pasa ya en nosotros mismos, y si no
hiciéramos esfuerzos para impedir que crezca el mal en nosotros y dejáramos
libres todos nuestros instintos, ¿qué sería de nosotros? Lo mismo sucede en la
familia y en la sociedad.
El catolicismo americano, carcomido por el liberalismo
Se
nos suele presentar, y en nuestra época fue un escándalo, a los Estados Unidos
como modelo. En los Estados Unidos hay libertad total para todos los cultos.
Cada uno hace lo que quiere y puede ponerse donde quiera. En algunas calles,
cada cincuenta metros hay tal o cual secta con su templo, y la Iglesia católica
está en pleno auge. Pero
bastaría prácticamente muy poca cosa para que desaparezca y se venga
completamente abajo, porque precisamente se ha fundado sobre ese espíritu
liberal que otorga libertad a todos los cultos. En la mentalidad americana era
casi imposible hallar la convicción de que la Verdad de la Iglesia católica es
la única y de que la religión católica es la única religión verdadera. Los
obispos americanos contribuyeron mucho en la preparación del texto sobre la
libertad religiosa que adoptó el Concilio y que, como ya he dicho, presentó el
Padre Murray. Ahora los católicos americanos pagan las consecuencias de esta
libertad religiosa, que ha traído una libertad total y que ha infiltrado en la
religión católica una libertad de costumbres. La libertad de fe lleva fatalmente
a la libertad de costumbres. Estos elementos están tan vinculados que es
inevitable; no pueden separarse. No se puede decir: “Vamos a dar la libertad de
doctrina pero no la de costumbres”. Eso no puede ser, porque a cada fe y
doctrina le corresponde una moral. La corrupción se ha convertido en un mal
frecuente, se multiplican las atrocidades y ocurren cosas inimaginables. Por
supuesto, antes del Concilio hubo un tiempo en que se tuvo la impresión de un
admirable desarrollo del catolicismo americano. Tenía organizaciones materiales
extraordinarias, seminarios enormes, universidades y administraciones
diocesanas muy estructuradas; se construían iglesias y catedrales; las
congregaciones religiosas tenían grandes dimensiones; había muchos noviciados y
escuelas católicas… Descubrir todo ese desarrollo de la Iglesia católica, era
para quedarse asombrado y casi pasmado. Se convertía mucha gente y muchos
protestantes, lo mismo que en Europa. Sin
embargo, la doctrina que animaba ese desarrollo se basaba en un principio
radicalmente liberal que acabó arruinando a la Iglesia en los Estados Unidos.
Por eso ahí ha habido más sacerdotes y religiosas que han abandonado todo, en una enorme
proporción, mucho más importante aún que en otras partes. Los
americanos critican a Europa porque siempre está en plan de lucha, combate y
casi de guerras de religión, mientras que en América la atmósfera es tranquila;
es la de una gran libertad, cuyo símbolo es la estatua de Bartholdi que domina
en el puerto de Nueva York. “¡En América se es libre! Mientras que en Europa
siempre se tiene la impresión de prohibiciones y peligros: los protestantes,
los masones, el laicismo… un sentimiento de combate que hace que no se tiene
realmente la impresión de ser libre ni de gozar de una gran libertad…” Desgraciadamente,
todo esto se ha abandonado también en Europa y en todas partes es un desastre.
El aggiornamento conciliar condenado de antemano por
Pío IX
Veamos
la última proposición que describe bien todo el espíritu que animó al Concilio,
y que nos ha llevado al triunfo del modernismo y del liberalismo total.
Proposición 80:
«El Romano Pontífice puede y debe
reconciliarse y transigir con el progreso, el liberalismo y la civilización
moderna».
Es
decir, la civilización impregnada de todos esos principios de la Revolución de
1789: libertad, igualdad y fraternidad. El “progreso” se toma aquí en el
sentido modernista de evolución. La civilización moderna es el fruto de esa
evolución y liberalismo en todos los ámbitos. Al terminar el estudio del Syllabus
también terminamos el de las grandes encíclicas de los Papas del siglo XIX
contra los errores modernos. Más que nunca, ahora vemos qué útil y precioso es
volver a encontrar en nuestra época estas verdades de sentido común que recordaron
sin cesar los romanos Pontífices, que no dejaron de luchar por el triunfo de la
verdad. Con una visión premonitoria, inspirada sin lugar a duda por Dios, el
Papa Pío IX denunció y condenó los errores, cuyo programa habían levantado los
enemigos de la Iglesia para penetrarla y destruir con ellos la religión
católica, errores que los liberales, modernistas y progresistas lograron introducir
en los textos del Vaticano II. Habiéndose afirmado muchas veces que sólo era
“pastoral” y no dogmático, como habían sido todos los concilios anteriores,
seguro que no fue inspirado por el Espíritu Santo, porque es inimaginable y
hasta blasfemo pretender que el Espíritu Santo haya podido inspirar y cubrir
con su omnipotencia el error contra la verdad.
No hay que desanimarse, sino combatir por Cristo Rey
Hoy
vemos con mucho dolor los tristes resultados de las reformas conciliares y
pos conciliares: «El árbol se conoce por sus frutos». Pero ante la crisis más
grave que haya conocido jamás la Iglesia desde que fue instituida por Nuestro
Señor Jesucristo, nuestras oraciones, nuestra esperanza y nuestra confianza se
dirigen a Dios, que todo lo puede cuando todo parece perdido.
No
tenemos ni que ceder al desánimo ni frenar nuestro combate para contribuir, en
la medida de nuestras posibilidades y de nuestras fuerzas, al restablecimiento
del reinado de Nuestro Señor Jesucristo en los corazones, en las almas, en las
familias y en las naciones, de modo que así se restaure la civilización
cristiana, puesto que El mismo nos lo ha asegurado: «Las puertas del infierno
no prevalecerán contra ella» (S. Mat. 16, 18).
Finalmente
recordamos a la Virgen María, nuestra buena madre del Cielo, y pidamos su
intercesión para que nos alcance de su divino Hijo que nos conceda ver el término
de la pasión de la Iglesia.
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