CAPITULO XIV
DE COMO ARREBATARON LA
CORONA A JESUCRISTO
“En el juicio final,
Jesucristo acusará a quienes lo expulsaron de la vida pública y, en razón de
semejante ultraje, aplicará la más terrible venganza.” Pío XI, Quas Primas Pese
al riesgo de repetir lo dicho, vuelvo sobre el tema de la Realeza Social de
Nuestro Señor Jesucristo, ese dogma de fe católica, que nadie puede poner en
duda sin ser hereje, sí, ¡perfectamente hereje! ¿Tienen ellos aún la fe?
Juzgad pues, la fe agonizante del
Nuncio Apostólico de Berna, Mons. Marchioni, con el que sostuve la siguiente
conversación el 31 de marzo de 1976 en Berna:
– Mons. Lefebvre: “Se pueden ver
claramente cosas peligrosas en el Concilio (...) En la Declaración sobre la
libertad religiosa hay cosas contrarias a la enseñanza de los Papas: ¡se decide
que ya no puede haber Estados católicos!”
– El Nuncio: “¡Pero sí, es evidente!”
– Mons. Lefebvre: “¿Cree usted que esta
supresión de los Estados católicos va a ser un bien para la Iglesia?”
– El Nuncio: “Ah, pero, usted
comprende, si se hace eso, ¡se obtendrá una mayor libertad religiosa entre los
soviéticos!”
– Mons. Lefebvre: “Pero, ¿qué pasa con
el Reino Social de Nuestro Señor Jesucristo?”
– El Nuncio: “Usted sabe, ahora es
imposible; ¿quizás en un futuro lejano?... Actualmente ese reino está en los
individuos; hay que abrirse a la masa.”
– Mons. Lefebvre: “Pero, ¿qué hace de
la encíclica Quas Primas?”
– El Nuncio: “¡Ah, hoy día el Papa ya
no la escribiría!”
– Mons. Lefebvre: “¿Sabe que en
Colombia fue la Santa Sede quien pidió la supresión de la constitución
cristiana del Estado?”
– El Nuncio: “Sí, aquí también.”
– Mons. Lefebvre: “¿En Valais?”
– El Nuncio: “Sí, en Valais. Y ahora,
vea, me invitan a todas las reuniones.”
– Mons. Lefebvre: “Entonces, ¿usted
aprueba la carta que Mons. Adam (Obispo de Sion en Valais) escribió a sus
diocesanos para explicarles por qué debían votar por la ley de separación de la
Iglesia y el Estado?”
– El Nuncio: “Vea usted, el Reino
Social de Nuestro Señor, es algo difícil actualmente...”
Consta que ya no creen pues: es un
dogma “imposible”, “bastante difícil” o “que no se escribiría más hoy”. ¡Y
cuantos piensan así actualmente! Cuantos son incapaces de en-tender que la
Redención de Nuestro Señor Jesucristo debe realizarse con la ayuda de la sociedad
civil, y que el Estado debe volverse de esta manera, en los límites del orden
temporal, el instrumento de la aplicación de la obra de la Redención. Le
contestaran: “¡son dos cosas diferentes, están mezclando la política y la
religión!”
Y sin embargo, todo ha sido creado para
Nuestro Señor Jesucristo, para el cumplimiento de la obra de la Redención.
¡Todo!, ¡Incluida la sociedad civil que también, como ya dije, es una creatura
de Dios. La sociedad civil no es una pura creación de la voluntad de los
hombres, ella resulta ante todo de la naturaleza social del hombre y de que
Dios ha creado a los hombres para que vivan en sociedad; esto está inscrito en
la naturaleza por el Creador. Por lo tanto y lo mismo que los individuos, la
sociedad civil debe rendir homenaje a Dios, su Autor y su fin, y servir al
designio redentor de Jesucristo.
En septiembre de 1977 di una
conferencia en Roma, en casa de la Princesa Palaviccini y leí entonces un
escrito del Card. Colombo, arzobispo de Milán, en que afirmaba que el Estado no
debe tener religión, que debe ser “sin ideología”. Ahora bien, lejos de desmentirme,
el cardenal respondió a mi ataque en el Avvenire d'Italia, repitiendo lo mismo,
reiterándolo aún con mas fuerza a lo largo de todo su artículo, tanto que éste
se titulaba Lo Stato non puo essere altro
che laico. ¡El Estado no puede ser más que laico, por lo tanto, sin religión!
¡Un cardenal dice eso! ¿Qué idea se hace de la Redención de Nuestro Señor
Jesucristo? ¡Es inaudito! Ved cuanto había penetrado en la Iglesia el
liberalismo. Si hubiera dicho
esto veinte años antes, habría sido una
bomba en Roma, todo el mundo habría protestado, el Papa Pío XII lo habría
refutado y tomado medidas... Pero ahora es normal, la cosa parece normal. Es
necesario, pues, que estemos convencidos de esta verdad de fe: todo, incluso la
sociedad civil, ha sido concebido para servir directa o indirectamente al plan
redentor de Nuestro Señor Jesucristo. Condena
de la separación de la Iglesia y el Estado Señalo ante todo que los Papas han
condenado la separación de la Iglesia y el Estado sólo en cuanto doctrina y en
su aplicación a las naciones de mayoría católica. Es evidente que no se condena
la tolerancia eventual de otros cultos en una ciudad por lo demás católica, y
con más razón, tampoco el hecho de que exista una pluralidad de cultos en
numerosos países ajenos a lo que no hace mucho se llamaba: la Cristiandad.
Hecha esta precisión, afirmo con los
Papas que es una impiedad y un error próximo a la herejía pretender que el
Estado debe estar separado de la Iglesia y la Iglesia del Estado. El espíritu
de fe de un San Pío X, su profunda teología, su celo pastoral, se levanta con
vigor contra la empresa laicizante de la separación entre la Iglesia y el
Estado en Francia. He aquí lo que él declara en su encíclica Vehementer Nos del
11 de febrero de 1906, que os invito a meditar:
“Que sea necesario separar al Estado de
la Iglesia es una tesis absolutamente falsa y un error pernicioso, porque,
basada en el principio de que el Estado no debe reconocer culto religioso
alguno, es gravemente injuriosa a Dios, fundador y conservador de las
sociedades humanas, al cual debemos tributar culto público y social.
“La tesis de que hablamos constituye,
además, una verdadera negación del orden sobrenatural, porque limita la acción
del Estado al logro de la prosperidad pública en esta vida terrena, que es la
razón próxima de las sociedades políticas, y no se ocupa en modo alguno de su
razón última, que es la eterna bienaventuranza propuesta al hombre para cuando
haya terminado esta vida tan breve; pero como el orden presente de las cosas,
que se desarrolla en el tiempo, se encuentra subordinado a la conquista del
bien supremo y absoluto, es obligación del poder civil, no tan sólo apartar los
obstáculos que puedan oponerse a que el hombre alcance aquel bien para que fue
creado, sino también ayudarle a conseguirlo.
“Esta tesis es contraria igualmente al
orden sabiamente establecido por Dios en el mundo, orden que exige una
verdadera concordia y armonía entre las dos sociedades; porque la sociedad
religiosa y la civil se componen de unos mismos individuos, por más que cada
una ejerza, en su esfera propia, su autoridad sobre ellos, resultando de aquí
existen materias en las que deben concurrir una y otra, por ser de la
incumbencia de ambas. Roto el acuerdo entre el Estado y la Iglesia, surgirán
graves diferencias en la apreciación de las materias de que hablamos, se
obscurecerá la noción de lo verdadero y la duda y la ansiedad acabarán por
enseñorearse de todos los espíritus.
“A
los males que van señalados añádase que esta tesis inflige gravísimos daños a
la sociedad civil, que no puede prosperar ni vivir mucho tiempo, no concediendo
su lugar propio a la Religión, que es la regla suprema que define y señala los
derechos y los deberes del hombre.” Notable continuidad de esta doctrina Y el santo Papa se apoya luego sobre la
enseñanza de su predecesor León XIII, del cual cita el siguiente texto,
mostrando, por la continuidad de esta doctrina, la autoridad que ella reviste: “Por
lo cual los Romanos Pontífices no han cesado jamás, según pedían las circunstancias
y la ocasión, de refutar y condenar la doctrina de la separación de la Iglesia
y el Estado. Nuestro ilustre Predecesor León XIII señala, y repetida y
brillantemente tiene declarado, lo que deben ser, conforme a la doctrina
católica, las relaciones entre las dos sociedades...” Sigue el texto de
Immortale Dei que he citado en el capítulo precedente y también esta cita: “Y añade además: ‘Sin hacerse criminales las
sociedades humanas, no pueden pro-ceder como si Dios no existiera, o no cuidase
de la Religión, como si fuera cosa para ellas extraña o inútil... Grande y
pernicioso error es excluir a la Iglesia, obra de Dios mismo, de la vida
social, de las leyes, de la educación de la juventud y de la familia.”
Basta volver a leer aún este pasaje de
Immortale Dei para constatar que a su vez León XIII afirma, que no hace sino
retomar la doctrina de sus predecesores:
“Estas doctrinas que la razón humana no
puede probar y que repercuten poderosísimamente en el orden de la sociedad
civil, han sido siempre condenadas por los Romanos Pontífices, Nuestros
predecesores, plenamente conscientes de la responsabilidad de su cargo
apostólico. Así Gregorio XVI, en su carta encíclica que comienza Mirari Vos,
del 15 de agosto de 1832... Acerca de la separación de la Iglesia y el Estado,
decía el mismo Pontífice lo siguiente: ‘No podríamos augurar bienes más
favorables para la Religión y el Estado, si atendiéramos los deseos de aquellos
que ansían separar a la Iglesia del Estado y romper la concordia mutua entre
los gobiernos y el clero; pues, manifiesto es cuánto los amantes de una
libertad desenfrenada temen esa concordia, dado que ella siempre producía
frutos tan venturosos y saludables para la causa eclesiástica y civil.’
De la misma manera, Pío IX, siempre que
se le presentó la oportunidad, condenó los errores que mayor influjo comenzaban
a ejercer, mandando más tarde reunirlos en un catálogo, a fin de que, en
tal diluvio de errores, los católicos supieran a qué atenerse sin peligro de
equivocarse.”
Concluyo que una doctrina, que enseña
la unión que debe existir entre la Iglesia y el Estado y condena el error
opuesto de su separación, por su continuidad perfecta en cuatro Papas sucesivos
de 1832 a 1906, y por la declaración solemne hecha por San Pío X en el
Consistorio del 21 de febrero de 1906, está revestida de la máxima autoridad, y
aún sin duda, de la garantía de la infalibilidad.
¿Cómo llegan pues un Nuncio Marchioni o
un Card. Colombo a negar esta doctrina que deriva de la fe y probablemente es
infalible? Cómo ha llegado un concilio ecuménico a dejarla de lado, en el museo
de las curiosidades arcaicas, es lo que voy a explicar hablando de la
penetración del liberalismo en la Iglesia, gracias a un movimiento intelectual
deletéreo: el catolicismo liberal.
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