LA TRANSFIGURACION DEL SEÑOR – Según Santo Tomás de Aquino
Sermón del
R.P.
Arturo Vargas 21/02/2016.
Después de la confesión que Pedro hizo en nombre de todos los apóstoles,
que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios vivo, comenzó el Señor a declararles
cuál sería su destino; que en Jerusalén sería preso, entregado a los gentiles,
azotado, escarnecido y al fin crucificado, pero que luego resucitaría al tercer
día. Esto no entraba en la mente de los discípulos. Lo primero, lo de la
pasión, era para ellos inconcebible con a dignidad de Mesías e Hijo de Dios,
que acababan de confesar en su Maestro, y lo de la resurrección no lo
entendían. Tenían el entendimiento ocupado por muy diferentes ideas, para poder
captar pensamientos tan divinos. Por esto el Señor quiso dar a algunos de ellos
una prueba de, lo que sería la gloria que le esperaba con la resurrección, y
con esto no se escandalizaran de sus pronósticos de la pasión. Tal es el
sentido de la transfiguración, que los tres Sinópticos nos cuentan con alguna
pequeña diferencia de detalles. Desde el siglo IV, la tradición coloca este
suceso en el monte Tabor, que se destaca al principio de las montañas de Galilea,
al norte de la llanura de Esdrelón y enfrente del Carmelo lo, Una hermosa
iglesia ha venido a sustituir a las ruinas de la antigua, levantada por los
cruzados, así como ésta sustituía a la más antigua de la época bizantina. Pero
bueno será advertir, por si alguno tuviera algo que objetar a esta
localización, que los evangelistas sólo hablan de un monte alto y separado, sin
darle nombre alguno.
La suma del relato evangélico es como sigue: Una semana después de la
confesión de Pedro, tomó Jesús a tres de sus discípulos-Pedro, Juan y Santiago,
hermano de aquél-y los condujo a un monte alto y solitario. Son los mismos que
luego serán testigos del abatimiento del Maestro en Getsemaní. Llegados allí, Jesús
se puso en oración, mientras que los discípulos, cansados, sin duda, de la
subida, se sientan para descansar y se dejan vencer del sueño. Durante su
oración, Jesús se transfiguró; su rostro se volvió resplandeciente como el sol,
y sus vestidos, blancos como la nieve. La gloria de Dios, que habitualmente inundaba
su alma, se derrama por un momento sobre el cuerpo. Al mismo tiempo aparecieron
dos grandes personajes, Moisés y Elías, hablando con Jesús. El tema de su
conversación era lo que tanto habla escandalizado a Pedro, la pasión del
Maestro en Jerusalén. Qué dirían los dos profetas hablando con el Salvador de
tan importante suceso, no nos lo dicen los evangelistas. Tal vez no llegaran a
saberlo. En esto, alguno de los discípulos se despierta y se da cuenta del
misterio que cerca de ellos se desarrolla. Luego, los otros salen de su sopor,
y Pedro, tan espontáneo como siempre, se dirige al Maestro, diciéndole: Maestro,
bueno es quedarnos aquí. Si quieres, podemos levantar tres cabañas, una para
ti, otra para Moisés y otra para Ellas. No sabía lo que decía. Aun no había
acabado de hablar Pedro, cuando una nube los envuelve y de ella sale una voz
que dice: Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mi complacencia, escuchadle.
Semejante voz produjo en los discípulos el terror que había sentido Isaías al
contemplar la gloria de Yavé y oír las aclamaciones de los serafines. Muerto
soy, dijo, pues, siendo hombre impuro, he visto con mis ojos al Rey, Yavé Sabaot,
Así también los discípulos se sienten aterrados al oír la voz del Padre. Pero
Juego cambia todo el escenario, La nube desaparece, los profetas' se van y
queda solo Jesús en la misma forma en que los discípulos le veían todos los
días. Luego, dirigiéndose a ellos, los hace volver en sí y los tranquiliza
diciéndoles: Levantaos, no temáis. Se levantaron y vieron cómo todo había
desaparecido, fuera de la persona del Maestro. La impresión que la visión
habría causado en los tres discípulos se deja bien entender, y asimismo los
deseos que tendrían de desahogarse comunicando sus impresiones a sus com-
pañeros ; pero Jesús les dijo: A nadie digáis nada de esta visión hasta que el
Hijo del hombre resucite de, entre los muertos. En estas palabras entendieron
lo del silencio, pero no lo de la resurrección de entre los muertos. San Pedro
nos recuerda esta visión en su segunda epístola (2 Petr. 1,16-18).
Por otra parte, sobre las palabras i "Se transfiguró ante ellos", dice San Mt .. 17.2, Dice San Jerónimo: “Se apareció a los apóstoles tal
como se mostrara en el día del juicio”. Y sobre aquellas otras:”Hasta que vea
al Hijo del Hombre venir en su reino”, dice: Queriendo manifestarnos qué tal
será aquella gloria en que ha de venir, se lo reveló en la presente vida, como
a ellos era posible aprenderlo, a fin de que ni en la muerte del Señor se dejen
abatir por el dolor". La claridad aquella que Cristo tomó en su
transfiguración, fue la claridad de la gloria cuanto a su esencia, pero no
cuanto al modo de ser. Pues la claridad del cuerpo glorioso emana de la claridad
del alma, según dice San Agustín en la epístola a Díóscoro. Igualmente, la
claridad del cuerpo de Cristo en su transfiguración emana de su divinidad y de
la gloria de su alma, según dice el Damasceno. Que la gloria del alma no,
redundase en el cuerpo ya desde el principio de la concepción de Cristo, tenía
su razón en la economía divina, para que su cuerpo pasible realizase los
misterios de la redención, según atrás queda dicho. Pero con esto no se quitó a
Cristo el poder de derramar la gloria en su cuerpo. Y esto fue lo que hizo
cuanto a la claridad en su transfiguración, aunque de otro modo que en el
cuerpo glorificado. Por eso en el cuerpo glorificado redunda la claridad como
una cualidad permanente que afecta al cuerpo. De donde se sigue que el
resplandor corporal no es milagroso en el cuerpo glorificado. Pero en la transfiguración redundó la claridad en el cuerpo de Cristo
de su divinidad y de su alma, no como una cualidad inmanente y que afecta al
mismo cuerpo, sino como una pasión transeúnte, a la manera que el aire es
iluminado por el sol.
Así que el resplandor que apareció en el cuerpo de Cristo fue
milagroso, como el caminar sobre las olas del mar. Por esto dice Dionisio en su
epístola a Cayo: "Sobre el poder humano obra Cristo lo que es propio del
hombre, y esto lo demuestra la Virgen concibiendo sobrenaturalmente y el agua
inestable sosteniendo la gravedad de los pies materiales y terrenos". De
manera que no se ha de decir, corno Rugo de San Víctor, que tomó Cristo las
dotes gloriosas: la de claridad, en su transfiguración; la de agilidad, caminando sobre el
mar; la de sutileza, saliendo del seno virginal; porque la dote significa una
cualidad inmanente en el cuerpo glorioso. Antes se ha de decir que milagrosamente
poseyó entonces lo que es propio de las dotes gloriosas. Una cosa semejante
ocurrió en el alma de San Pablo en la visión en que vio a Dios, según se dijo
en la segunda parte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario