Templanza |
CAPÍTULO
II
Continencia del corazón o verbo interior.
3. El Señor mostró en el pasaje citado que se
refería a la boca interior. En efecto, al decir: coloca, Señor, una guarda a
mi boca y una puerta de continencia a mis labios, añadió: para que no dejes que
mi corazón se incline a palabras malignas. ¿Qué significa inclinar el
corazón sino consentir? Nada dice quien no consiente, quien no rinde el corazón
a las sugestiones con que le solicita el ambiente. Pero, si consintió, ya sonó
algo en su corazón, aunque nada haya resonado en sus labios. Ni la mano ni
miembro alguno del cuerpo se decidió a mover, y ya se da por hecho todo aquello
que tiene determinado de hacer. Reo es ante las divinas leyes, aunque no lo
descubran los humanos sentidos. Reo es por el fallo que en su corazón
pronunció, aunque nada el cuerpo ejecutó. Cierto, no puede moverse un miembro
para consumar una acción si no precede el fallo íntimo como principio de la
ejecución. Atinadamente se escribió que por el verbo comienza toda obra.
Hartas cosas hacen los hombres con la boca cerrada, quieta la lengua, muda la
voz. Pero no comienza la corporal ejecución si no lo decreta primero el
corazón. Así hay en los pronunciamientos interiores muchos pecados que no se
revelan en hechos consumados. Pero ningún pecado hay en las obras exteriores que no tenga su precedente
en los pronunciamientos interiores. Por lo tanto, cuando se coloca en los
labios interiores la puerta de la continencia, en ambas zonas se guarda la
pureza de la inocencia.
Doctrina evangélica sobre continencia
4. Dijo también el Señor por su propia boca: purificad
lo que está dentro y quedará purificado lo que está fuera. Refutó las
palabras necias de los escribas, que calumniaban a sus discípulos por comer sin
lavarse las manos, y añadió: no contamina al hombre lo que entra por la
boca; sino lo que sale por la boca, eso contamina al hombre. Tal sentencia
es ininteligible si la aplicamos exclusivamente a la boca sensible. A quien no
mancha la comida, tampoco le mancha el vómito. Si la comida es lo que entra en
la boca, el vómito es lo que sale de ella. A la boca del cuerpo se refiere, sin
duda, la primera parte, que dice: no contamina al hombre lo que entra por la
boca. Pero se refiere a la boca del corazón la segunda parte, que dice: lo
que sale por la boca, eso es lo que contamina al hombre. Cuando el apóstol
Pedro pidió a Jesús que explicase esta parábola, Él respondió: ¿también
vosotros estáis todavía sin entender? ¿O no veis que todo lo que entra por la
boca pasa al vientre y se expulsa al retrete? Aquí, sin duda alguna, se trata de la boca del
cuerpo, ya que entra en ella el alimento. La torpeza de nuestro corazón apenas
podría descubrir que se refiere a la boca cordial lo que sigue, si la Verdad
misma no se hubiese dignado caminar con los torpes. Dice, pues, a continuación:
lo que sale por la boca brota del corazón. Es como si dijera:
"Cuando oyes decir por la boca, entiende del corazón. A
ambas me refiero, pero explico la una por la otra. El hombre interior tiene su
boca interior, y el oído interior la descubre. Lo que procede de esa boca, del
corazón sale, y eso es lo que mancilla al hombre". Y, dejando a un lado el
término boca, que pudiera aplicarse a la corporal, nos expone con mayor
claridad el sentido: porque del corazón salen pensamientos malvados,
asesinatos, adulterios, fornicaciones, hurtos, perjurios, blasfemias; esto es
lo que contamina al hombre. Tales crímenes pueden perpetrarse también con
los miembros del cuerpo, pero ninguno de ellos deja de ir precedido por el
pensamiento. Éste mancha al hombre, aunque por interponerse un obstáculo no se
siga la actividad criminal y torpe de los miembros. ¿Quedará libre de culpa el
corazón del asesino porque sus manos no ejecutaron el asesinato cuando no
pudieron? ¿Dejará alguien de ser ladrón en su intención porque no todos los que
quieran robar pueden lograrlo? ¿O dejará alguien de ser fornicario cuando fue
en busca de la ramera y ella no se encontraba dentro del lupanar? ¿No habrá
pronunciado con su boca interior un perjurio el que pretendió dañar a su
prójimo con mentira porque le faltó tiempo o lugar para ello? Y el que en su corazón
dice no hay Dios , ¿acaso dejará de ser blasfemo porque temió a los
hombres y se abstuvo de pronunciar con la lengua su blasfemia? A esos tales los
mancilla el mero consentimiento mental, es decir, el fallo maligno de la boca
interior. Por eso, el salmista, temiendo que su corazón se rebajase a tales
vicios, pide a Dios que ponga una puerta de continencia en la boca íntima, una
puerta que contenga al corazón para que no se rebaje a pronunciar fallos
malignos. El vocablo contener significa que del pensamiento no se pasa
al consentimiento, pues de ese modo, en conformidad con el precepto apostólico,
no reina el pecado en nuestro cuerpo mortal, ni exhibimos nuestros miembros
como armas de iniquidad en manos del pecado. No cumplen ese precepto los que no
movilizan sus miembros para pecar cuando no pueden; los que, cuando pueden, al
punto manifiestan con el movimiento de sus miembros, a semejanza de un
movimiento de armas, quién es el que reina en su interior. En cuanto de ellos
depende, ofrecen al pecado sus miembros como armas de iniquidad, pues pretenden
el mal, y si no lo ejecutan es porque no encuentran oportunidad.
Continencia interior y conducta exterior
5. Suele denominarse continencia la castidad que refrena los
movimientos sexuales. Pues bien, no podrá violarla ninguna violencia mientras
se mantenga en el corazón esa superior continencia de la que venimos hablando.
Por eso, al decir el Señor que del corazón salen los malos pensamientos,
añadió cuáles son esos malos pensamientos, a saber, asesinatos, adulterios 15,
etc. No los mencionó todos; mencionó algunos a modo de ejemplo, y nos invitó a
entenderlos todos. Ninguno de ellos puede realizarse si no va precedido por el
mal pensamiento, que dentro autoriza lo que fuera se realiza. Al salir el
decreto de la boca del corazón, mancilla ya al hombre, aunque no lo ejecuten
exteriormente los miembros del cuerpo por falta de poder para ello. Colocada,
pues, la puerta de la continencia en la boca del corazón, de la que sale todo
lo que mancilla al hombre, nada impuro podrá salir de allí. De ese modo se
logra la pureza de que puede gozar la conciencia, si bien no se logra una
perfecta continencia que no tenga que luchar con la concupiscencia. Ahora, mientras
la carne apetece contra el espíritu y el espíritu apetece contra la carne 16,
harto es no consentir con el mal que sentimos. Cuando se otorga el
consentimiento, sale de la boca del corazón lo que mancilla al hombre. Mas
cuando por obra de la conciencia se deniega el consentimiento, no podrá
dañarnos la malicia de la carnal concupiscencia, pues lucha contra ella la
continencia espiritual.
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