El rosario de los monjes orientales
(el
rosario de mi Staretz» no equivale plenamente al rosario que nosotros conocemos
en Occidente. Consiste en un cordón, normalmente de lana (alguna vez de seda),
en el que los nudos sustituyen a nuestras cuentas. Los monjes suelen llevarlo
enrollado en sus manos.)
Peregrino ruso
Capitulo II (Continuación)
Vasos de
aguardiente, ¡que nos dan toda la fuerza que se quiera! y diciendo esto se
dirigió hacia el «buffer» en busca de vodka.
-Esto es cosa tuya
-concluyó brevemente el maestro-, pero, por favor, deja que nos instruya. Como
me habían gustado sus palabras, le conté el sueño de la aparición de mi staret:
y la señal de carbón que había marcado en el margen. El escribano, tendido en
un banco, murmuró entre dientes: -No cabe duda: quien lee continuamente la Biblia
pierde la chaveta. ¿Quién diablos puede
venir de noche a hacer señales en un libro? He conocido viejos zorros como tú.
Te entregaste al sueño y manchaste de carbón tu libro. En esto consiste todo el
milagro. Finalmente se durmió y yo saqué de mi alforja el libro y enseñé al
maestro la señal de carbón: lo que no me explico es cómo puede un espíritu sin
cuerpo manejar un trozo de carbón y escribir -le dije.
-Puedo explicártelo
-replicó el maestro-Cuando los espíritus se aparecen bajo la forma corporal,
toman del aire y del éter un cuerpo nuevo en los primitivos elementos. Y así
como el aire posee una fuerza de tensión que permite andar hacia adelante, y hacia
atrás, así el alma, revestida de esa fuerza, puede realizar diversos actos.
Luego examinó mi
libro y dijo que era una obra que desconocía. Le dije que contenía la doctrina sobre
la oración interior, expuesta por veinticinco Padres. Replicó que también él
sabía algo de esto. Me incliné casi hasta tierra delante de él y le pedí que me
dijese algo sobre la oración interior.
-¿No está escrito
en el Nuevo Testamento que el hombre y toda la creación obedecen instintivamente
al gobierno de Dios? Nuestros suspiros misteriosos, la aspiración natural de
todas las almas hacia Dios son precisamente la oración interior. No hay necesidad
de aprenderla: la poseemos innata.
Le pregunté:
-¿ y qué debemos
hacer para descubrirla en nosotros mismos, para sentida en el corazón, para
comprenderla con la inteligencia, abrazada con la voluntad, experimentar la
felicidad e iluminación que causa y llegar así a la eterna salvación?
-No sé si dirán
algo de esto tus libros de Teología.
-Aquí está explicado
todo esto -le dije, mostrándole nuevamente mi libro. El maestro tomó nota del
título y dijo que haría que le mandasen uno de Tobolsk. Luego nos separamos. Di
gracias a Dios por el coloquio sostenido con el maestro y le pedí por el
escribano para que también él pudiera leer la Filocalía, aunque nada más fuese
una vez y alcanzar así la salvación.
En otra ocasión, ya
en primavera, atravesé un pueblo donde me dio hospedaje un sacerdote. Era un
hombre bueno, sin familia Y pasé tres
días con él. Me invitó a quedarme, comprometiéndose a darme de comer. -Necesito
-me dijo- un hombre de confianza, porque vamos a empezar a construir, junto a
la vieja capilla de madera, una iglesia de piedra y necesitamos una persona de
conciencia que vigile la construcción Y se encargue de hacer colecta en la
capilla. A ti también te conviene; estarás solo en el cuartucho del sacristán,
cerca de la vieja capilla, hasta que se termine la construcción, y podrás
dedicarte cómodamente a la oración.
Rehusé repetidas
veces, pero finalmente tuve que ceder ante la insistencia del buen sacerdote y
me instalé en el pueblo hasta finales de otoño. Al principio lo encontré
tranquilo y apto para la oración, aunque venía mucha gente a la capilla,
especialmente en los días festivos: unos a rezar, otros por curiosidad y otros
a robar algo del cepillo de la colecta.
Como yo todas las
tardes leía la Biblia y la Filocalía, algunos hacían que la conversación recayese
sobre este tema y me rogaban que leyese en voz alta. Después de algún tiempo,
me di cuenta de que una muchacha del pueblo venía con frecuencia a la capilla a
rezar. Escuchando su siseo, noté que recitaba oraciones desconocidas Y que a las ordinarias las decía mal. Le pregunté. Me confió que su madre era ortodoxa,
pero que su padre pertenecía a una secta que niega el sacerdocio (14). La
enseñé a rezar rectamente al Señor y a la Virgen, y le aconsejé que repitiese
con la mayor frecuencia posible la oración a Jesús, porque la ayudaría grandemente
para conseguir la salvación. La joven obedeció y cumplió fielmente cuanto le
había enseñado. Pasado algún tiempo, me contó que se había acostumbrado de tal
manera a la oración, que se sentía habitualmente inclinada a ella y no podía
dejar de pronunciar el nombre de Jesús, que le producía una alegría y
satisfacción que le duraba mucho tiempo.
El verano estaba
para terminar. Muchos venían a mí, no sólo para orar y leer en común, sino
también para pedirme consejo en todas sus necesidades, aun en el caso de daño,
por ejemplo, si habían sido robados, [corno si yo fuese un adivino! También la
joven de que he hablado vino a mí un día hecha un mar de lágrimas, dominada por
un gran dolor y una gran incertidumbre. Su padre quería casarla con un
correligionario suyo, y el matrimonio había de ser celebrado no ante un
sacerdote, sino ante un simple campesino-Pero eso no sería matrimonio
-replicaba la muchacha-, eso no sería más que deshonestidad. Quería huir, pero
yo le dije: -¿Adónde vas a ir? Ciertamente, te hallarán; además, sin pasaporte
en ningún sitio se puede vivir. Mejor será pedir a Dios que aleje tal intención
de tu padre y que guarde tu alma del pecado. Mejor será esto que huir. Así se
iba pasando el tiempo. Tanto rumor comenzaba a aburrirme. Me decidí a abandonar
la capilla y continuar mi peregrinación. Confiándoselo al sacerdote, le dije:
-Acepté vuestra invitación y he pasado aquí todo el verano. Dejadme ahora
partir y bendecid mi solitario peregrinar. Pero el sacerdote me exhortaba a
quedarme.
_ ¿Qué es lo que
puede impedirte aquí rezar lo que quieras, día y noche? Tienes tu habitación,
tienes tu pan de cada día, nos eres muy útil, no mantienes inútiles charlas con
la gente que viene aquí, eres de provecho para la iglesia..., todo esto vale
más delante de Dios que la oración solitaria.
¿Por qué quieres
estar siempre solo? La oración en común es más agradable. Dios no creó al hombre
para que se preocupe sólo de sí mismo, sino para que todos se ayuden mutuamente
Y unidos avancen por el camino de la salvación, cada uno según sus fuerzas.
¡Piensa en los Santos Padres de la Iglesia! Trabajaron día y noche, tuvieron
cura de almas, se dedicaron a la predicación.
-Cada uno -repliqué-
tiene su propia vocación y para ella está dotado. Tenéis razón, reverendo
Padre; hay muchos predicadores, pero también muchos eremitas. Cada uno hace lo
que puede, pensando que Dios indica a cada uno el camino de su salvación.
-¿Cómo podéis explicarme el hecho de que
muchos santos renunciaron a su dignidad episcopal o sacerdotal, al gobierno de un
monasterio y se marcharon al desierto para evitar la tentación? San Isaac de
Siria abandonó su rebaño y el venerable Atanasio Azonita dejó su monasterio (15). ¿O
es que no creéis en las palabras de Jesús: De qué le sirve al hombre ganar
todas las cosas si luego pierde su alma? (Mt 16,26).
-¡Pero ellos eran
santos! -replicó el sacerdote.
-Pues si también
los santos temían que la compañía de los hombres pudiese perjudicar a su alma,
¿qué deberé hacer yo, pobre pecador? Así me despedí de mi buen sacerdote y él
me dejó partir. Andados diez kilómetros, me detuve a pasar la noche en una
aldea. Encontré en ella a un agonizante y aconsejé a los vecinos que llamasen a
un sacerdote para que le administrase los sacramentos. Ellos asintieron Y de
mañana enviaron a buscar al sacerdote. Me quedé en la casa, porque quería
asistir a la Comunión Y orar. Mientras, cerca de la puerta, esperaba al sacerdote,
vi improvisadamente que venía corriendo una joven: la que solía frecuentar la
capilla. El compromiso matrimonial se había fijado para el día siguiente y ella
había huido. Me suplicó:
-Déjame ir contigo
y condúceme a un convento. No quiero casarme; quiero tomar el velo y de dicar
mi vida a la oración. Si tú me llevas, me admitirán.
_ ¿Cómo puedo
permitir te que vengas conmigo? No conozco ningún convento y sin pasaporte no
serás recibida en ninguna parte. Dondequiera que vayas te hallarán y te harán
volver a casa; además, te castigarán severamente por haber huido. ¡Vuelve a
casa y encomiéndate al Señor! Si no quieres casarte, hazte la enferma. Es una
disimulación que salva del peligro. Así lo hizo la Santa Madre Clemente Y Santa
Marina cuando se refugió en un convento de varones (16), Y muchas otras (17).
Aún no habíamos
terminado nuestra conversación cuando vimos llegar cuatro hombres sobre un
carruaje tirado por dos caballos. Se adueñaron de la joven y uno de ellos se la
llevó en el carro con los caballos al galope. Los otros tres me ataron las
manos y me obligaron a volver con ellos al pueblo donde había pasado el verano.
Cuando me rebelé y quise dar mis explicaciones, me lo impidieron gritando: -¡Ya
te enseñaremos nosotros, sinvergüenza, cómo se seduce a las muchachas! Me
llevaron al puesto de policía del pueblo, me pusieron las esposas y así me
dejaron, hasta la mañana siguiente, en una barraca donde se proponían juzgarme.
El sacerdote, enterado de que me habían arrestado, vino a visitarme, me trajo
una sopa, me consoló y me prometió interceder por mí. Pero el juez del pueblo
no llegó hasta ya avanzada la tarde del día siguiente. Hizo que se reuniesen
los habitantes del pueblo y que me condujesen ante él. Estaba visiblemente
acalorado. Sin tomarse siquiera la molestia de quitarse el sombrero, sentado
tras su escribanía, gritó al padre de la joven: -Vamos a ver: tu hija, al huir,
¿ha robado algo?
-No, señor; nada
-respondió el otro.
-¿Ha cometido algún
acto malo con aquel loco?
-No, señor.
-Entonces, toma a
tu hija y haz lo que quieras. En cuanto a este hombre, mañana lo haré castigar
y le expulsaré, recomendándole absolutamente que no vuelva a poner sus pies en
este pueblo. ¿Estamos? El se alzó para ir a dormir y yo fui conducido de nuevo
a la prisión. Al amanecer llegaron dos números de la policía rural. Me
apalearon Y me expulsaron del lugar. Salí dando gracias a Dios porque me había
permitido sufrir algo en su nombre. Me sentí consolado y mi oración interior se
hizo aún más ardiente. Tenía la impresión de que todos estos sucesos casi no
tenían ninguna relación conmigo; los contemplaba desde lejos. Incluso cuando
los golpes eran más fuertes, podía soportarlos con valor porque la oración no
cesaba de rebosar en mi corazón, haciéndome insensible a todo lo demás.
Cuando había andado
cuatro kilómetros, me encontré con la madre de la joven, que volvía del mercado
con las compras. Apenas me vio me gritó: _ ¿Sabes que el novio ha renunciado a
su petición? Se ha dado por ofendido, por el hecho de que nuestra hija haya querido
huir lejos de él. Me dio pan y galletas y continué mi camino.
Como el tiempo era
bueno, no quise pasar la noche en un pueblo. Me acerqué a un montón de heno y
en él me tumbé. Soñé que seguía mi camino, leyendo en la Filocalía un capítulo
de San Antonio (18).
De pronto, me alcanza de nuevo mi staret: y me dice: «No lees lo que debes
leer.» Y me indicó, en el capítulo 35 de Juan de Kárpatos (19), estas palabras: «Un maestro
debe algunas veces soportar ignominias y sufrimientos por amor de sus discípulos.»
Y de nuevo me hizo notar en el capítulo 41: «Los que oran más serán visitados
con tentaciones más terribles y crueles.» Luego me dijo: «Persevera, no te
aflijas y acuérdate de las palabras del Apóstol: Vosotros, hijitos míos, las
habéis vencido (las tentaciones), porque el que está en vosotros es más grande
que el que está en el mundo (1 Jn 4,4), Ya has experimentado en ti mismo que no
puede sobrevenirte ninguna tentación que supere las fuerzas del hombre,
conforme a la palabra divina: Dios hará de modo que podáis vencer la tentación»
(1 Co io. 13). Ya que Dios fortificaba e iluminaba no sólo a los que pasaban su
vida en incesante oración, sino también, por amor de ellos, a sus discípulos. San;
Gregorio de Tesalónica dice: «No debemos
contamos con cum precepto de Dios de rezar incesantemente, sino también enseñar
a rezar de la misma manera a todos aquellos que conocemos: monjes y laicos,
doctos e ignorantes, mujeres Y niños.» Lo mismo dice San Calixto Telicoudas (20):
«El ejercicio espiritual, la oración interior, el conocimiento de la contemplación
y todos los medios de elevar nuestra alma no debemos reservárnoslos para
nosotros solos, sino ponerlo s por escrito para conservar su memoria y
anunciarlos de viva voz, por amor de todos, para la salvación de todos. La
palabra de Dios dice: Es necesario hacer todo lo posible para preservarles de
la vanidad y por no sembrar al viento la doctrina divina.» Cuando me desperté,
sentí en mi corazón una gran alegría y en mi alma una gran decisión. y proseguí
mi camino.
* * *
Quiero citar
también un hecho que me acaeció mucho más tarde. Un día, era el 24 de marzo,
sentí un vivo deseo de comulgar al día siguiente, fiesta de la Anunciación.
Pregunté si la iglesia estaba muy lejos. Había una iglesia a treinta kilómetros
de distancia. Para llegar al rezo de Maitines, tuve que andar durante el resto
del día y toda la noche. El tiempo era horrible; se alter-No puedo darte nada
_respondí.
_¿ Cómo? ¿Y lo que
tienes en la alforja?
-Sólo hay pan, sal
y dos libros.
_¿podrás trabajar
para mí, después de curado, durante un verano?
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14 - Téngase en cuenta que los sacerdotes
orientales puden contraer matrimonio.
15- Las reformas litúrgicas propuestas por el
famoso Patriarca Nicón a mediados del siglo XVII dieron origen al cisma ruso
(Rascol). Los partidarios de Nicón y los seguidores de su enemigo Avakum
(tachado de ignorante .Y tradicionalista obtuso) consumaron el cisma, del que salieron
diversas sectas. Dos importantes serían la de los Popovtsi (que conservó la
jerarquía eclesiástica) y la de los Bezpopovtsi (o asacerdotales, que abolieron
la jerarquía).
16 - La vida de este monje fue más agitada de
lo que hace sospechar el texto. Nacido
en Trebisonda hacia el año 920, huye de
su primer monasterio para no cargar con
el puesto de superior. Se refugia en el Monte Athos (de ahí el apellido), donde vive con nombre
falso, a fin de no ser conocido. Su
amigo Nicéforo Focas le reconoce y el
monje tiene que aceptar una suma de dinero, con la que construirá el primer monasterio sobre
dicho Monte (monasterio de la Gran Laura). Proclamado emperador su amigo
Nicéforo (año 963), huye de nuevo para no tener que aceptar los honores que se
le venían encima. Vuelto al final de sus días al Monte Athos, muere en accidente.
de trabajo (colocando una viga en la iglesia) el año 1003.
17 En realidad no puede decirse que se
refugiase. Fue su padre, viudo, quien no pudiendo soportar el estar separado de
su hija, hizo creer al abad que la que tenía en el mundo era un hijo. El abad
le permitió tenerlo consigo. Le cambió la ropa Y el nombre (Marino) Y con él
vivió. Muerto el padre, siguió viviendo en el monasterio. Sólo después de su
muerte se descubriría su identidad. Vivió en el siglo VIII.
18 Efectivamente, la historia cuenta de otras
mujeres
que hicieron la
misma «trampa».
19 Se trata de los primeros capítulos de la
Filocalía,
Falsamente se
atribuyen a san Antonio el Grande, padre de los monjes.
20 Leyendo las palabras de este texto citado
podría sospecharse que
estábamos ante un prolífico autor. En realidad no ha dejado más que unas
páginas Sobre la práctica hesicasta. Al menos no conocemos más de él. Pertenece
a la escuela de Calixto e Ignacio.
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