ROBERTO PRO
INDULTADO
(Julio
Scherer García. Roberto Cruz en la Época de la Violencia. Serie de artículos
publicados en Excélsior, en octubre de 1961.)
A Calles le
constaba que los Hermanos Pro eran inocentes-. Al mismo Obregón igualmente. Y a
Roberto Cruz, que condujo las averiguaciones. Como quedó comprobado por el acta
levantada en la Inspección de Policía el 19 de noviembre. Entonces, ¿por qué Calles
determina que sean fusilados? Quia nominor leo. Porque me llamo león. El
General Cruz, sabiendo que eran inocentes, se atrevió a sugerirle que convenía
consignarlos - tal vez- a las autoridades judiciales. Replicó Calles, con gesto
enfático y dramático "No, Ejecútelos y cuando esté cumplida la orden venga
adarme cuenta de ella". (Excélsior, octubre 1961).
Mentiras de Cruz y
de Morrow. - Aún no cumplido un mes de su estancia en México, el embajador de
los Estados Unidos, Dwight D. Morrow, llegado a la Ciudad de México el 23 de
octubre de 1927 (presentó sus credenciales el 29 del mismo mes), envió al Departamento
de Estado de los E.U. su despacho 123, fechado el 25 de noviembre de 1927, en
donde comunica: "La prensa de ayer pública una declaración oficial del
General Roberto Cruz, Inspector General de Policía, en los términos siguientes:
Comprobada la responsabilidad de las personas que participaron en el atentado,
la superioridad ordenó su fusilamiento.
Esta
responsabilidad quedó comprobada en las declaraciones explícitas que rindieron
ante las autoridades policíacas: declaraciones que vinieron a confirmar la investigación
que sobre el particular efectuó la policía y de cuyo asunto la prensa
metropolitana dio amplia y veraz información. Por lo tanto, esta Inspección General
de Policía, no tiene que agregar nada sobre el particular, desde el momento en
que el resultado de sus trabajos fueron [sic] ya dados a conocer."
¿Cómo se atreve
Morrow a solidarizarse con Cruz proclamando estas mentiras, tan grandes como
montañas? Y continúa Morrow su despacho 123 informando del fusilamiento de las
cuatro víctimas, Miguel, Humberto, Luis y Antonio Tirado, dudando ahora de la
realidad como la pintó Cruz. Dice: "La actitud de las autoridades en este
caso ha causado gran indignación en la Ciudad de México ... apartándose de los
principios legales y violando lo dispuesto por la Constitución Mexicana y el
Código de Procedimientos Penales ... ". y termina con las siguientes
vacilaciones: "Es igualmente difícil definir la verdad sobre la
complicidad que se pretende de las cuatro personas ajusticiadas el 23 de los
corrientes con relación al atentado contra el General Obregón. A este respecto
se presentan contradicciones entre las declaraciones oficiales y las numerosas
opiniones expresadas por el elemento católico. Sean o no culpables los prisioneros
ejecutados el día mencionado, muchos consideran que esto es de menor
importancia, frente a los procedimientos extralegales empleados para llegar a
estas ejecuciones" (Vasconcelos Visto por la Casa Blanca. Obra citada,
páginas 39-40).
Espectacular
Matanza. El martes 22 por la tarde comenzaron los preparativos de la
terrorífica hecatombe, vergüenza del siglo XX. A media noche bajaron a los sótanos
inhóspitos, donde los prisioneros tiritaban de frío, sobre las asperezas del
cemento, sin camas, ni colchones, ni almohadas, los Generales Roberto Cruz, el
terrible; y Jesús Palomera López, "hombre' de pésima reputación, anormal y
sanguinario", según el Padre Antonio Dragón, S.J., para revisar, de pies a
cabeza, a los prisioneros y tomarles docenas de fotos con la chispa luminosa y
deslumbradora del molesto "flash".
En la mañana
siguiente, desde como a las seis, empezó en la Inspección un inusitado
movimiento de tropas. Tres ambulancias, militares uniformados de gala y un
ejército de fotógrafos penetraron en los patios. A las 10 de la mañana, José
Mazcorro, el que se ufanaba y vanagloriaba de ser "la Ley", Jefe de
Comisiones de Seguridad, bajó al sótano número uno, donde el Padre Pro y su
hermano Roberto oraban de rodillas, y en voz altisonante y ostentosa gritó:
"¡Miguel Agustín Pro!". Salió el Padre Pro de su estrecha y obscura
celda, estrechando la mano de su hermano Roberto, sin decir palabra. Sólo dijo:
"Nos veremos en el Cielo". Tenía la seguridad de volar del suplicio a
la gloria. Frente a un muro del jardín
de la Inspección hay unas siluetas metálicas para la práctica del tiro al
blanco. Un pelotón de la policía montada, en traje de gala, como en día de
fiesta nacional, se situó a unos cuantos metros de distancia. Había más
soldados, oficiales y curiosos. El General Cruz, de uniforme dominguero, saborea
un aromático puro. Al aparecer el Padre se produjo un repentino silencio.
Caminaba lentamente junto a Mazcorro. El agente-detective que
"confesó" a Nahúm, Antonio Quintana, se atraviesa en su dirección al
patíbulo y le pide que lo perdone. "Perdóneme, Padre", le dijo. Con
la mayor naturalidad del mundo le contestó: "No sólo te perdono, hermano,
sino que te lo agradezco". Ya de cara al pelotón, el Mayor Torres, jefe
del piquete de la ejecución, le preguntó se deseaba algo. Le respondió sencillamente:
"Rezar". Se arrodilló, bajó la cabeza y se santiguó, besando el
pequeño crucifijo que llevaba en la mano derecha y el rosario que traía en la
izquierda. Ora unos instantes. Se levantó, se colocó en el lugar de la muerte y
esperó con los ojos semicerrados. Abrió los brazos en cruz y gritó: [Viva
Cristo Rey! El silencio es total. Una descarga rubrica su exclamación. Una
descarga y se desploma. Un soldado se aproxima y dispara su arma en la sien del
mártir. Eran las 10 y 30 minutos de la mañana.
Casi idénticamente
se produjo la segunda escena. Bajó Mazcorro al sótano y apareció nuevamente en
el jardín junto a Luis Segura Vilchis, quien de una mirada abarca la tragedia
que se cierne sobre su cabeza. Pero no se abatió. Erguido, con el rostro
sereno, avanza hasta el sitio de su sacrificio. Al llegar frente al cadáver del
Padre Pro se detuvo un instante y lo miró sin desmayos. Luego se inclinó ante
él y después se colocó a su derecha. Contestó
con voz clara a las preguntas que se le hicieron de si deseaba alguna cosa y si
quería ser vendado. Respondió que no. A pie firme y frente al cuadro de ejecución,
dijo: "Estoy dispuesto, señores". Sus manos las llevó, instintivamente,
a los bolsillos del pantalón. Pero luego las sacó y echó los brazos hacia
atrás, presentando el pecho levantado para recibir la descarga. Se hizo un
silencio angustioso que se quebró con la voz de mando: ¡Firmes!... ¡Tercien!...
¡Preparen!... ¡Apunten!... ¡Fuego! Cayó sobre su costado derecho, cerca del
cuerpo del Padre Pro. Humberto fue el tercero sacrificado. Con idéntico valor
caminó al Patíbulo y recibió la muerte. Juan Tirado Arias fue el cuarto.
Temblaba de fiebre y no se le concedió ver por último a su mamá, como lo
anhelaba. Tenía 20 años. Iban a dar las 11 de la mañana.
Loas al Ing.
Vilchis. Escribió el primer Obispo de Huejutla, Mons. José de Jesús Manríquez y
Zárate: "Segura Vilchis, por ejemplo, aseguró ante el representante de la
tiranía que veinte veces daría muerte al General Obregón, si fuera necesario,
por creerlo en gran manera nocivo a la Patria. Y después de esta enérgica afirmación,
se encaminó serenamente al lugar del suplicio. ¿Quién no ve en este atleta de
Cristo la encarnación del valor cívico en su más alta expresión, junto con el
valor cristiano en la más sublime de las manifestaciones? ¿O este joven
gallardo, orgullo de la Iglesia y ornamento de la Patria, dejará de ser mártir
por haber sido excelente ciudadano?" y el Padre Antonio de Viú, S.J.,
haciendo alusión a su porte y manera de recibir la descarga, con tanto valor y
entereza, escribió estos inspirados versos, como un epitafio glorioso:
Fijos
los ojos en la azul esfera,
erguido
el pecho, la cabeza alzada,
atrás
los brazos, y la faz bañada
del
sol eterno con la luz primera.
De su
vida en la alegre primavera
por
Cristo Rey cual víctima inmolada,
a Pie
firme la muerte despiadada
al
Congregante de María espera.
Suenan
de la descarga los fragores,
y el
Plomo ardiente, que en el pecho se hunde,
traspasa
el corazón, ¡nido de amores! ...
y en
tanto que la sangre corre hirviente
la
aurora de mártir se difunde
de
Luis Segura por la hermosa frente.
El Indulto a
Roberto. Si eran tres los hermanos Pro y los tres fueron aprehendidos,
encarcelados y sentenciados a muerte, el lector se preguntará: ¿y qué fue de Roberto,
el menor de los tres? Pues al enterarse de la aprehensión de sus hermanos, Ana
María Pro movió todas las influencias a su alcance, entre otras la del Embajador
de Argentina en México, Emilio Labougle, quien visitó a Calles para pedirle que
no se hiciese daño alguno a los prisioneros. Y veamos lo que consiguió. Nos lo
informa el Padre Joaquín Cardoso, S.]., en la página 384 de su obra supra
citada: "Toda la zona que rodeaba a la Inspección estaba llena de una
silenciosa multitud. Asidas a los barrotes de las ventanas, trepadas en las
azoteas, donde cada quien podía, las gentes asistían de cerca a lo que estaba
por consumarse. Todo era patetismo y silencio. Nadie dudaba ya de que las cosas
no tenían remedio. Una llamada telefónica sonó en la residencia del Ministro
Argentino, comunicándole los serios temores que existían en el pueblo. El
diplomático subió a un automóvil y se presentó frente al General Calles. La escena
fue rápida.
-
Señor Presidente, ¿es verdad que van a fusilar a los Pro?
--
No puedo evitarlo, Señor Ministro, porque se trata de un compromiso político
con el General Obregón. Y vinieron las insistencias y las defensas, hasta que
el llamado a la justicia triunfó en el ánimo de Calles. Tomó el teléfono y
pidió con Cruz.
-
¿Fusilaron ya a los Pro?
-
Lo estamos haciendo.
-
Detengan las ejecuciones. - Imposible, ya han sonado varias
descargas, pero veré si algunos quedan vivos. Sí, en estos momentos va entrando
a cuadro Roberto Pro.
-No
lo maten, vuélvanlo a la celda y esperen órdenes."
“Paso al Mártir de
Cristo!" A bordo de ululantes ambulancias, dispuestas de antemano, fueron
conducidos los cadáveres de los mártires al Hospital Militar para hacerles la
inútil autopsia. Más tarde recogieron los cuerpos de sus hijos D. Miguel Pro,
el padre de los hermanos Pro, y la madre del Ingeniero Vilchis. También la
humilde madre del obrero queretano Juan Antonio Tirado Arias recogió, al día
siguiente, los destrozados despojos de su hijo. El pueblo, desafiando la ira
impotente de los asesinos, mostró públicamente su rencor acumulado. Una fila
interminable de dolientes desfilaron frente a los ataúdes y se llegaron a
besarlos. Abundaron las ofrendas florales. Más de 500 automóviles bloqueaban
las calles y más de 30 mil personas visitaron la capilla ardiente de los Pro,
instalada en Pánuco 58. Todos se apretujaban por entrar. Hasta que el Padre
Alfredo Méndez Medina, saliendo al balcón, gritó a las muchedumbres compactas:
"Paso al Mártir de Cristo!"
Automáticamente se
abrió una valla, al tiempo que el féretro del Padre Pro asomaba por la puerta,
en hombros de sacerdotes vestidos de civiles. De la casa del Padre Pro al
cementerio de Dolores hay unos seis kilómetros. El recorrido fue lento. Al
frente las dos carrozas, la del Padre Pro y la de Humberto. Iban los acompañantes
de cuatro en fondo. A sus lados dos filas de automóviles. Sobresalían en esta
singular apoteosis las caras encendidas, las palmas y los ramos y las coronas y
ramilletes de flores. Una gran muchedumbre triunfal también concurrió a la casa
número 6, de la Plaza Juárez, en la Villa de Guadalupe, para rendir devoto y
ferviente homenaje al heroico acejotaemero Luis Segura Vilchis. Cuando el 24 de
noviembre fueron conducidos los cuerpos de los Hermanos Pro a la Colina de
Dolores y el de Segura a la Colina del Tepeyac, una multitud compacta los
acompañó, rezando con delirante fervor el Santo Rosario y cantando el Himno de Cristo
Rey: "Que viva mi Cristo, que viva mi Rey". Yo pienso que las almas
de nuestros muertos contemplaron desde su Cielo esta marcha triunfal.
FIN
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