CAPÍTULO 1
Encíclica
E supremi apostolatus
del Papa
San Pío X
(4 de octubre de 1903)
La primera
encíclica de San Pío X se titula E supremi apostolatus. Su fecha es el 4
de octubre de 1903. El Papa había sido coronado el 4 de agosto, así que tan
sólo dos meses después de haberse convertido en Papa publicó esta encíclica,
relativamente corta y sencilla en su estructura. Tras el prólogo, expone el
programa que pretende realizar durante su pontificado, no sin dar una visión
del mundo actual. Luego exhorta a los obispos a que le ayuden, insistiendo
sobre todo en la formación de los seminaristas, y su desvelo por el clero y la
acción católica.
El Papa
empieza, pues, con algunas consideraciones sobre su elección. De hecho él nunca
había pensado, ni siquiera imaginado, que sería elegido por el cónclave;
incluso había prometido a sus fie-les de Venecia que volvería, pero no fue así…
Dice: «Al dirigirnos
por primera vez a vosotros desde la Cátedra apostólica a la que hemos sido
eleva-dos por el inescrutable designio de Dios, no es necesario recordar con
cuántas lágrimas y oraciones hemos intentado rechazar esta enorme carga del
pontificado».Hace suyas las
palabras de San Anselmo cuando fue elevado al episcopado:«Porque Nos
tenemos que recurrir a las mismas muestras de desconsuelo que él [San Anselmo]
profirió para exponer con qué ánimo y con qué actitud hemos aceptado la
pesadísima carga del oficio de apacentar la grey de Cristo. Mis lágrimas son
testimonio —esto dice—, así como mis quejas y los suspiros de lamento de
mi corazón, cuales en ninguna ocasión y por ningún dolor recuerdo haber
derramado hasta el día en que cayó sobre mí la pesada suerte del arzobispado de
Canterbury. No pudieron dejar de advertirlo todos aquellos que en aquel día
contemplaron mi rostro...»
«Efectivamente
—dice entonces San Pío X— no Nos faltaron múltiples y graves motivos para
rehusar el pontificado... Dejando aparte otros motivos, Nos llenaba de temor
sobre todo la tristísima situación en que se encuentra la humanidad. ¿Quién
ignora, efectivamente, que la sociedad actual, más que en épocas anteriores,
está afligida por un íntimo y gravísimo mal que, agravándose por días, la
devora hasta la raíz y la lleva a la muerte? Comprendéis, Venerables Hermanos,
cuál es el mal: el abandono de Dios y la apostasía». El abandono de
Dios Así pues, para
San Pío X la gran enfermedad de su época y de la sociedad era el abandono de
Dios y la apostasía. El abandono de Dios: hoy lo podemos lamentar más que
nunca. Si San Pío X viviese aún, creo que estaría mucho más asustado que en su
época, porque entonces había todavía muchos seminarios, sacerdotes, religiosos
y religiosas animados por la fe viva, y las iglesias aún estaban llenas.
Sigamos la lectura:
«Detrás de la
misión pontificia que se Nos ofrecía, veíamos el deber de salir al paso de tan
gran mal».
«Instaurarlo
todo en Cristo»
¿Qué remedio
va a proponer?
«Nos parecía
que recaía en Nos el mandato del Señor: Hoy te doy sobre pueblos y reinos
poder de destruir y arrancar, de edificar y plantar (Jer. 1, 10); pero, conocedor
de Nuestra propia debilidad, Nos espantaba tener que hacer frente a un problema
que no admitía ninguna dilación y sí tenía muchas dificultades. Sin embargo,
puesto que agradó a la divina voluntad elevar nuestra humildad a este supremo
poder, descansamos el espíritu en aquel que nos conforta y poniendo
manos a la obra, apoyados en la fuerza de Dios, declaramos…»
Esta es una
declaración oficial corta y fuerte:
«...que en la
gestión de Nuestro pontificado tenemos un sólo propósito, instaurarlo todo
en Cris-to (Efes. 1, 10), para que efectivamente todo y en todos
sea Cristo (Col. 3, 11)».(«Declaramus
propositum esse Nobis: instaurare omnia in Christo ut… sit omnia et
in omni-bus Christus»).
Este es el
programa de San Pío X.
Esta divisa es
admirable, porque si leemos a San Pablo en sus cartas tanto a los Efesios como
a los Colosenses, y los párrafos y versículos que siguen y que completan las
afirmaciones de San Pío X, nos daremos cuenta de que éste fue también el fin
principal del apostolado de San Pablo. El les dice a los Efesios y a los
Colosenses que había sido elegido como apóstol para anunciar un gran misterio
escondido desde el principio del mundo, escondido incluso en cierta medida a
los ángeles, un miste-rio extraordinario. ¿Qué va a anunciar el Papa San Pío X?
Su misterio, de eso se trata precisamente: «Instaurare omnia in Christo». Yo
diría: «Recapitulare omnia in Christo», hacer de Cristo la síntesis de
toda la humanidad y al mismo tiempo la solución de todos sus problemas. Así
pues, no sólo “instaurare” sino también “recapitulare” (de la
palabra griega cefalos, cabeza). Nuestro Señor Jesucristo es la cabeza,
de la cual proviene todo. Es el gran misterio anunciado por San Pablo a los
gentiles. San Pío X lo toma como programa de su pontificado. «Habrá
indudablemente —añade el Papa— quienes, porque miden a Dios con categorías humanas,
intentarán escudriñar Nuestras intenciones y achacarlas a intereses y afanes de
parte… De ahí que si alguno Nos pide una frase simbólica, que exprese Nuestro
propósito, siempre le daremos só-lo esta: ¡instaurar todas las cosas en
Cristo!» Está claro.
Hay claridad en las ideas y nitidez en la palabra, lo contrario de lo que
escuchamos hoy en día en los documentos pontificios, que abundan en ambigüedades,
equívocos y expresiones de moda. Aquí todo es sencillo, no se puede dudar qué
piensa el Santo Padre.
El laicismo
Después, echa
una mirada sobre el mundo: «Ciertamente,
al hacernos cargo de una empresa de tal envergadura y al intentar sacarla
adelante Nos proporciona, Venerables Hermanos, una extraordinaria alegría el
hecho de tener la certeza de que todos vosotros seréis unos esforzados aliados
para llevarla a cabo». Cuenta con el
apoyo de los obispos para que lo ayuden. «Verdaderamente contra su Autor se han amotinado las gentes y traman las
naciones planes va-nos (Sal 2, 1); parece que de todas partes se eleva la
voz de quienes atacan a Dios: Apártate de nosotros (Job 22, 14). Por
eso, en la mayoría se ha extinguido el temor al Dios eterno y no se tiene en
cuenta la ley de su poder supremo en las costumbres, ni en público ni en
privado».
Aquí se hace
notar la introducción del laicismo, de lo que hoy quizás se llamaría de modo
más corriente la secularización, es decir, que la religión ya no influye en la
vida pública, que únicamente el hombre organiza la sociedad y todas las cosas
como si Dios no existiera para nada. Es el laicismo puro.El Papa
prosigue: «Aún más, se lucha con denodado esfuerzo y con todo tipo de maquinaciones
para arrancar de raíz incluso el mismo recuerdo y noción de Dios». ¡Qué habría
dicho si hubiese vivido en los tiempos del comunismo y de las escuelas del
ateísmo!
La venida del Anticristo
Después, algo
curioso, el Papa hace alusión al Anticristo: «Es indudable
que quien considera todo esto tendrá que admitir sin más que esta perversión de
las almas es como una muestra, como el prólogo de los males que debemos esperar
al fin de los tiempos, o incluso pensará que ya habita en este mundo el hijo
de la perdición (2 Tes. 2, 3) de quien habla el Apóstol». No cabe duda
de que San Pío X estaba inspirado al hablar así desde el principio de su
pontificado, como si le pareciera que el Anticristo ya estaba viviendo en la
sociedad de su época. El Papa santo continúa: «Por el
contrario —esta es la señal propia del Anticristo según el mismo
Apóstol—, el hombre mismo con temeridad extrema ha invadido el campo de Dios,
exaltándose por encima de todo aquello que recibe el nombre de Dios». Sabemos que la
venida del Anticristo será cuando los hombres rechacen a Dios en todas partes.
Esta lucha abierta ha empezado ya desde hace mucho tiempo (desde la caída de
Satanás y después del pecado original), pero en el transcurso de la historia de
la Iglesia hemos vivido un tiempo en que Dios ha sido conocido, amado y
respetado por la mayoría de las naciones.
El culto del hombre
Con el
Renacimiento y el protestantismo aparecieron pensadores que deseaban transformar
la sociedad y volverla laica, o más bien atea, pero mientras había reyes y
príncipes católicos no podían conseguir lo que pretendían. Por eso, levantaron
la Revolución, matando a los reyes y exterminando a los príncipes, y después de
haber destruido el antiguo orden, consiguieron poco a poco establecer una
sociedad realmente laica en todas partes, el mayor o menor grado de los
diferentes países. Hoy los legisladores ya no tienen en cuenta los derechos de
Dios ni el decálogo, sino sólo los derechos del hombre. Es algo que ya veía San
Pío X: «Hasta tal
punto que —aunque no es capaz de borrar dentro de sí la noción que de Dios
tiene— tras el rechazo de Su majestad, se ha consagrado a sí mismo este mundo
visible como si fuera su templo para que todos lo adoren».
Todo esto ha
sido profetizado. Hablando sobre su tiempo, el Papa dirige sus pensamientos
hacia el futuro. Siente que van a llegar tiempos terribles en que la
persecución contra Nuestro Señor será abierta. ¿Presentía acaso la llegada del
comunismo ateo? En todo caso, veía al Anticristo en obra. Dios será el
vencedor Sigamos la
lectura:«Nadie en su
sano juicio puede dudar de cuál es la batalla que está librando la humanidad
contra Dios. Se permite ciertamente al hombre, en abuso de su libertad, violar
el derecho y el poder del Creador; sin embargo, la victoria siempre será de
Dios…»Por lo tanto,
es evidente que Dios vencerá. ¿Cuándo? «Incluso tanto
más inminente es la derrota, cuanto con mayor osadía se alza el hombre
esperando el triunfo. Estas advertencias nos hace el mismo Dios en las
Escrituras Santas. Pasa por alto, en efecto, los pecados de los
hombres (Sab. 11, 24) como olvidado de su poder y majestad; pero luego,
tras simulada indiferencia, despertado como un hombre al que el vino ha aumentado
su fuerza (Sal. 77, 65), romperá la cabeza de sus enemigos (Sal. 67,
22)».
El Papa cita
las palabras de la Escritura: «Para que
todos reconozcan que el rey de toda la tierra es Dios (Sal. 46, 7) y
sepan las gentes que no son más que hombres (Sal. 9, 20)».Lo que dice
San Pío X también lo podemos decir nosotros, hoy más que nunca. Dios “cierra
sus ojos”. Nos sentimos un poco abandonados de Dios. Los hombres cometen las
peores cosas, de las cuales nadie si hubiera atrevido a pensar siquiera en
tiempos de San Pío X. Pensemos en las leyes que permiten el aborto y que llevan
al exterminio a centenares de millones de niños en los países supuestamente
civilizados; la inmoralidad ha llegado a todas partes: ya no se puede abrir un
periódico sin que se hable de raptos, crímenes, violaciones… Podemos
preguntarnos: ¿qué espera Dios para sacudir al mundo y hacerle temblar un poco? Dios tiene
paciencia. El ha señalado su hora, aunque nosotros no podemos saber cuándo va a
actuar. Podría suceder de repente; viene “como un ladrón”, algo así como la
muerte.«Todo esto lo
mantenemos y lo esperamos con fe cierta. Lo cual, sin embargo, no es impedimento
para que cada uno por su parte, también procure hacer madurar la obra de Dios:
y eso no sólo pidiendo con asiduidad: Alzate, Señor, no prevalezca el hombre
(Sal. 9, 19), sino —lo que es más importante— con hechos y palabras,
abiertamente a la luz del día, afirmando y reivindicando para Dios el supremo
dominio sobre los hombres y las demás criaturas, de modo que Su derecho a gobernar
y Su poder reciba culto y sea fielmente observado por todos».
La salvación por medio
de Jesucristo
Este es el
programa: trabajar para el reinado de Nuestro Señor Jesucristo. Está claro.
Para San Pío X no cuentan para nada los derechos del hombre, ni el progreso, ni
los cambios de estructuras; no. Únicamente Nuestro Señor. Por El nos vendrá la
salvación, como dice luego: cumplamos nuestro deber, y si buscamos la paz no la
debemos buscar fuera de Dios:«Una vez
rechazado Dios, se busca la paz inútilmente, porque la justicia está desterrada
de allí donde Dios está ausente; y quitada la justicia, en vano se espera la
paz. La paz es obra de la justicia (Isa. 32, 17)».Dar a Dios lo
que es de Dios y al prójimo lo que es del prójimo: ésta es la virtud de
justicia. La paz reinará a través de ella.
Sin embargo,
dice entonces San Pío X: «Sabemos que
no son pocos los que, llevados por sus ansias de paz, de tranquilidad y
de orden, se unen en grupos y facciones que llaman “de orden”. ¡Oh,
esperanza y preocupaciones vanas!»Pero, ¿el
“partido del orden”, no es el de la Iglesia? Para San Pío X eso no basta:«El partido del
orden que realmente puede traer una situación de paz después del desorden
es uno sólo: el de los que están con Dios. Así pues, éste es necesario promover
y a él habrá que atraer a todos, si son impulsados por su amor a la paz».Son cosas que
ya no se escuchan ahora. El Papa actual, en su discurso en París en la UNESCO, dijo
que el gran medio para restablecer la paz en el mundo consiste en dar a la
conciencia el lugar que le corresponde y hacer que la gente “tome conciencia”
del peligro en que se halla el mundo si no se hacen esfuerzos para restablecer
la paz. De nada vale “concientizar” como se dice hoy, si no se da el remedio, y
el único remedio es la ley de Dios, el decálogo, que es la base de toda
civilización humana y cristiana.
San Pío X no
duda en decir:
«Esta vuelta
de todas las naciones del mundo a la majestad y el imperio de Dios, nunca se
producirá, sean cuales fueren nuestros esfuerzos, si no es por Jesucristo (nunquam
nisi per Jesum Chris-tum eveniet) ». Está muy
claro. «Pues advierte
el Apóstol: Nadie puede poner otro fundamento, fuera del que está ya puesto,
que es Cristo Jesús (1 Cor. 3, 11). Evidentemente es el mismo a quien el
Padre santificó y envió al mundo (Jn. 10, 36); el esplendor del Padre y
la imagen de su sustancia (Heb. 1, 3). Dios verdadero y verdadero hombre:
sin el cual nadie podría conocer a Dios como se debe; pues nadie conoce al Padre
sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiera revelárselo (Mat. 11, 27)». Cristo
es Dios Para San Pío X
la consecuencia es que: «...instaurar
todas las cosas en Cristo y hacer que los hombres vuelvan a someterse a
Dios es la misma cosa». Cristo es
Dios. Es algo que parece sencillo, y sin embargo es lo que siempre niegan
tantos adversarios de Nuestro Señor y católicos que no tienen una fe viva, pues
estos últimos no lo consideran en su vida ni en todos sus modos de obrar como
si fuera Dios. Evidentemente, el misterio de Dios encarnado es muy grande. Es
más fácil ver en Jesucristo lo que tiene de hombre, porque Dios se es-conde
tras su humanidad. Sin embargo, no hay dos personas en Nuestro Señor Jesucristo
sino una sola, la del Verbo: et Verbum caro factum est. El Verbo es Dios
que ha tomado carne. De modo que si El es realmente Dios, tenemos que honrarlo
como a Dios, obedecerle como a tal y procurar que venga a nosotros su reino. «Con El al
frente, pronto volverá la humanidad al mismo Dios. A un Dios, que no es aquél
despiadado, despectivo para los humanos que han imaginado en sus delirios los
materialistas, sino el Dios vivo y verdadero, uno en naturaleza, trino en
personas, Creador del mundo, que todo lo prevé con suma sabiduría, y también
Legislador justísimo que castiga a los pecadores y tiene dispuesto el premio a
los virtuosos».Así surge la
siguiente pregunta: «¿Cuál es el
camino para llegar a Cristo? Lo tenemos ante los ojos: la Iglesia. Por eso, con
razón, dice el Crisóstomo: Tu esperanza la Iglesia, tu salvación la Iglesia,
tu refugio la Iglesia. Pues para eso la ha fundado Cristo, y la ha
conquistado al precio de su sangre; y a ella encomendó su doctrina y los
preceptos de sus leyes, al tiempo que la enriquecía con los generosísimos dones
de su divina gracia para la santidad y la salvación de los hombres».
Ir a Jesucristo por
medio de la Iglesia
De modo que
por la extensión de la Iglesia católica nos santificaremos, honraremos a
Nuestro Señor y su reino vendrá a nosotros. No hay otro medio. Para eso
precisamente luchamos nosotros. Queremos mantener la Iglesia como ha sido
siempre, para transmitir Nuestro Jesucristo a las almas, tal como ha querido
darse siempre, es decir, por la Iglesia, por la fe de la Iglesia y por su
gracia.
Sigamos la
lectura:
«Ya veis,
Venerables Hermanos, cuál es el oficio que en definitiva se confía tanto a Nos
como a vosotros: que hagamos volver a la sociedad humana, alejada de la
sabiduría de Cristo, a la doctrina de la Iglesia. Verdaderamente la Iglesia es
de Cristo y Cristo es de Dios». El orden que
Dios quiere«Ahora bien,
para que el éxito responda a los deseos, es preciso intentar por todos los
medios y con todo esfuerzo arrancar de raíz ese crimen cruel y detestable,
característico de esta época: el afán que el hombre tiene por colocarse en el
lugar de Dios». ¿Cómo no
pensar aquí en las novedades del Concilio Vaticano II? Lo que nos llama la
atención es precisamente el papel del hombre en relación con Dios. Es algo así
como la religión del hombre. La nueva misa destaca sobre todo al hombre; es una
misa democrática. Mientras que la Misa de la Tradición, la que nosotros decimos
todos los días, es una misa jerárquica: Dios, Cristo, la Iglesia, en la persona
del obispo y del sacerdote; luego los fieles, en los cuales también hay una
jerarquía. En otro tiempo se hacía una distinción entre los príncipes y
magistrados —que tienen una autoridad y, por lo tanto, comparten la autoridad
de Nuestro Señor, puesto que toda autoridad viene de Dios—, y el pueblo fiel. No son ideas
de la edad media, sino simplemente la jerarquía tal como será en el Cielo: allí
estará Dios y después la jerarquía de los ángeles, y lo mismo entre los santos.
Todo esto es normal; Dios ha querido que participemos en mayor o menor grado de
su gloria. Veamos en esto
una oportunidad para ejercitar la caridad, ya que como algunos tienen menos dones
y otros más, así nacen comunicaciones entre los hombres en este mundo, como
entre los ángeles y santos en el Cielo.En cambio,
según los errores modernos todos los hombres son iguales. Son una masa
uniforme, y quien da la autoridad es el hombre. El hombre reemplaza a Dios.
Dios ya no existe.
San Pío X recuerda
el orden que Dios quiere para la sociedad: «Habrá que
devolver su antigua dignidad a los preceptos y consejos evangélicos; habrá que
pro-clamar con más firmeza las verdades transmitidas por la Iglesia, toda su
doctrina sobre la santidad del matrimonio, la educación doctrinal de los niños,
la propiedad de bienes y su uso, los deberes para y con quienes administran el
Estado; en fin, deberá restablecerse el equilibrio entre los distintos órdenes
de la sociedad, la ley y las costumbres cristianas. Nos, por supuesto,
secundando la voluntad de Dios, nos proponemos intentarlo en nuestro
pontificado y lo seguiremos haciendo en la medida de nuestras fuerzas». Este es el
programa de San Pío X: instaurar todas las cosas en Cristo, volver a
colocar a Dios en la sociedad por medio de la Iglesia, restablecer el orden en
la sociedad por medio de las instituciones cristianas que la Iglesia ha
defendido y enseñado siempre.
Formar sacerdotes
Enseguida, el
Papa se dirige a los obispos. ¿Cuál es su oficio? ¿Qué tienen que hacer para
alcanzar este reinado de Nuestro Señor Jesucristo? ¿Qué medios conviene emplear
para conseguir un fin tan elevado? «Ya apenas es
necesario hablar de los medios que nos pueden ayudar en semejante empresa,
puesto que están tomados de la doctrina común. De vuestras preocupaciones, sea
la primera formar a Cristo en aquéllos que por razón de su oficio están
destinados a formar a Cristo en los demás. Pienso en los sacerdotes, Venerables
Hermanos. Que todos aquellos que se han iniciado en las órdenes sagradas sean
conscientes de que, en las gentes con quienes conviven, tienen asignada la misión
que Pablo declaró haber recibido con aquellas palabras llenas de cariño: Hijitos
míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en
vosotros (Gal. 4, 19)».
Así que es
necesario pensar en los seminarios:
«[Al
sacerdote] se le denomina otro Cristo no sólo por la participación de su
potestad, sino por-que imita sus hechos, y de este modo lleva impresa en sí mismo
la imagen de Cristo». San Pío X
exhorta a los obispos: “¿Cuál tiene que ser vuestra principal ocupación? Los
sacerdotes”. Es algo normal. ¿Qué sería la Iglesia sin sacerdotes, sin auténticos
y santos sacerdotes? Nosotros nos dirigimos hacia esa catástrofe mucho más que
en tiempos de San Pío X… Si él volviese, insistiría aún mucho más sobre este
punto. Ahora los sacerdotes ya no tienen el espíritu del sacerdocio, ni
predican el Evangelio ni el verdadero catecismo, o lo que es peor: se casan.
Casi no hay seminaristas, o no se los forma bien. ¿Qué puede producir esta
situación?
Multiplicar los
seminarios
Insisto: la
primera preocupación de los obispos tiene que ser la formación de verdaderos
sacerdotes. No hubiéramos podido elegir mejor Patrón para la Fraternidad que
San Pío X. Como la situación actual es peor que cuando vivía este Papa santo, a
mí, que siendo obispo y no teniendo oficial-mente ningún cargo, me pareció que
lo mejor que podía hacer por la Iglesia y para la restauración del reinado de
Nuestro Señor Jesucristo en la Iglesia y en la sociedad, era formar sacerdotes,
y por lo tanto, abrir seminarios y preparar formadores de sacerdotes. Hay que
multiplicar los seminarios. Esta es la primera finalidad de la Fraternidad
Sacerdotal San Pío X. Haría falta un seminario en Canadá, otro en Méjico, en
Colombia, en Australia y en Africa del Sur; lo mismo en Irlanda, en Inglaterra
y en todas partes… 2 Hacen falta sacerdotes, y no cualesquiera, para
renovar la Iglesia y restaurar el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo. A veces se oye
decir: “La situación está cambiando y el número de los seminaristas aumenta;
por ejemplo: en el seminario de Paderborn, acaban de entrar 39 seminaristas el
año pasado; en Habsburgo, en un seminario nuevo de Argentina, un obispo ha
procurado restablecer un poco la tradición y muchos jóvenes se sienten atraídos
por el uso del latín y por cierta disciplina”…Sin embargo,
hay que ver de cerca qué tipo de filosofía se les enseña, qué liturgia se
emplea e incluso qué disciplina general tienen. A esos jóvenes seminaristas no se
les enseña la filosofía escolástica, que sigue siendo la verdadera filosofía de
la Iglesia, sino una historia de la filosofía (es decir: todas las filosofías),
pero no se aprenden los verdaderos principios de la filosofía. Lo mismo su-cede
con la teología; se estudia sobre todo apologética y Sagrada Escritura. De modo
que esos sacerdotes no sólo no se forman sino que se deforman.
Hace poco vino
a vernos a nuestro seminario de Zaitzkofen un profesor de Paderborn, y nos
dijo: “Es verdad que tenemos seminaristas y que cuando llegan vienen con muy
buenas disposiciones y con deseos de aprender la Verdad, pero al cabo de uno o
dos años se dan cuenta de que se les deforma completamente y de que no se les
enseña lo que habían venido a aprender; entonces se des-animan, pierden la
noción de la verdad y se van a otras partes”. Otro ejemplo:
el seminario de Regensburg (Ratisbona) se consideraba hasta hace poco tiempo
como el seminario tradicionalista en Alemania y Mons. Graber era considerado
también como tradicionalista, pues había escrito un librito “reaccionario”
contra algunas posturas del Concilio. Yo lo fui a visitar y ¿qué me dijo? —“Sí,
tengo seminaristas; he ordenado a 18 sacerdotes este año y voy a tener aún más
vocaciones”… —“Entonces —le pregunté yo— ¿está Vd. contento?” —“No tanto —me
dijo— pues muchos seminaristas no asisten a la misa de la mañana y muchos de
ellos llevan el pelo largo hasta los hombros”…Con todo,
nosotros nos alegraríamos y daríamos gracias a Dios si hubiese seminarios que
empezasen a volver al buen camino, pero no sucede así. Conforme va pasando el
tiempo tardará aún menos profesores que conozcan la filosofía de santo Tomás o
la auténtica teología. Por esto, una buena parte de los seminaristas de la
Fraternidad San Pío X estarán destinados a su vez a ser profesores en nuestros
seminarios. Formar santos sacerdotes es algo absolutamente indispensable.
San Pío X nos
invita encarecidamente:
«En esta
situación, ¡qué cuidado debéis poner, Venerables Hermanos, en la formación del
clero para que sean santos! Es necesario que todas las demás tareas que se os
presentan, sean cuales fueren, cedan ante ésta. Por eso, la parte mejor de
vuestro celo debe emplearse en la organización y el régimen de los seminarios
sagrados, de modo que florezcan por la integridad de su doctrina y por la
santidad de sus costumbres. Cada uno de vosotros guarde para el Seminario las
delicias de su corazón, sin omitir para su buena marcha nada de lo que
estableció con suma prudencia el Concilio de Trento.Cuando llegue
el momento de tener que iniciar a los candidatos en las órdenes sagradas, por
favor no olvidéis la prescripción de Pablo a Timoteo: A nadie impongas las
manos precipitadamente (1 Tim. 5, 22). Considerad con atención que de
ordinario los fieles serán tal cual sean aquéllos a quienes destinéis al
Sacerdocio. Por tanto, no tengáis la mira puesta en vuestra propia utilidad;
mi-rad únicamente a Dios, a la Iglesia y la felicidad eterna de las almas, no
sea que, como advierte el Apóstol, tengáis parte en los pecados de otros (id.)».
Desvelo con
los jóvenes sacerdotes Tampoco no hay que descuidar a los nuevos sacerdotes
cuando salen del seminario:«Que los
sacerdotes principiantes y los recién salidos del seminario no echen de menos
vuestros cuidados. A éstos —os lo pedimos con toda el alma—, atraedlos con
frecuencia hasta vuestro corazón, que debe alimentarse del fuego celestial,
encendedlos, inflamadlos de manera que anhelen sólo a Dios y el bien de las
almas. Nos ciertamente, Venerables Hermanos, proveeremos con la mayor
diligencia para que estos hombres sagrados no sean atrapados por las insidias
de esta ciencia nueva y engañosa que no tiene el buen olor de Cristo y que, con
falsos y astutos argumentos, pretende impulsar los errores del racionalismo y
el semirracionalismo; contra esto ya el Apóstol precavía a Timoteo
cuando le escribía: Guarda el depósito que se te ha confiado, evitando las
novedades profanas y las contradicciones de la falsa ciencia que algunos
profesan extraviándose de la fe (1 Tim. 6, 20)».
Hay que cuidar a los sacerdotes recién
ordenados:
«Nos tenemos
una gran tristeza y un dolor continuo en el corazón (Rom. 92, 2) al
comprobar que es aplicable a nuestra época aquella lamentación de Jeremías: Los
pequeños pidieron pan y no había quien se lo partiera (Lam. 4, 4). No
faltan en el clero quienes, de acuerdo con sus propias cualidades, se afanan en
cosas de una utilidad quizá no muy definida, mientras, por el contrario, no son
tan numerosos los que, a ejemplo de Cristo, aceptan la voz del Profeta: El
Espíritu me ungió, me envió para evangelizar a los pobres, para sanar a los
contritos de corazón, para predicar a los cautivos la libertad y a los ciegos
la recuperación de la vista (Luc. 4, 18-19)»Supongo que el
Papa en ese momento, al decir que muchos sacerdotes empleaban su tiempo en
cosas muy ajenas al ejercicio de su ministerio, a la enseñanza del catecismo, a
la administración de los sacramentos, etc., se acordaba de su diócesis.¿Qué podría
decirse hoy? ¿Dónde hay una parroquia en que el sacerdote esté en el
confesionario esperando a los penitentes? Hay que ir a la casa parroquial; el
sacerdote ha salido o no tiene tiempo… y los fieles no se atreven a insistir y
no se confiesan. San Pío X
insistió siempre en que la primera ocupación del sacerdote es la de enseñar el
catecismo. Los sacerdotes de ahora dicen: “No; esa no es mi obligación, sino la
de los padres”… Por su-puesto que los padres tienen que enseñar a sus hijos los
rudimentos del catecismo y está muy bien. Pero el sacerdote es quien tiene la
ciencia para impartir la enseñanza religiosa, no para pronunciar grandes
discursos filosóficos a un grupito de gente selecta, sino para tener las
aptitudes para transmitir la ciencia religiosa a los niños y a las personas
sencillas. Existe el peligro de dejarse absorber por ciencias muy especulativas
y no adaptarse a toda gente. Hay que saber adaptar la ciencia que hemos
recibido a las personas a quienes nos corresponde enseñar.
Eso mismo es
lo que dice San Pío X:
«La enseñanza
de la religión es el camino más importante para replantar el reino de Dios en
las almas de los hombres».Y añade:«¡Cuántos son
los que odian a Cristo, los que aborrecen a la Iglesia y al Evangelio más por
igno-rancia que por maldad! De ellos podría decirse con razón: Blasfeman de
todo lo que desconocen (Jud. 10)… Precisamente de aquí procede la
falta de fe de muchos. Pues no hay que atribuir la falta de fe a los progresos
de la ciencia, sino más bien a la falta de ciencia; de manera que donde mayor
es la ignorancia, más evidente es la falta de fe. Por eso Cristo mandó a los
Apóstoles: Id y enseñad a todas las gentes (Mat. 28, 19)».
Una caridad
pacienteSan Pío X pide
luego a los obispos que procuren que los sacerdotes se ejerciten en la caridad:«Para que el
trabajo y los desvelos de la enseñanza produzcan los esperados frutos y en
todos se forme Cristo, quede bien grabado en la memoria, Venerables
Hermanos, que nada es más eficaz que la caridad». El consejo que
da aquí tiene mucha importancia. Consideremos las dificultades que han sufrido
los tradicionalistas en sus parroquias… Los sacerdotes que no tienen caridad
tienden a juzgar a los hombres tal como tendrían que ser y no tal como son, y
cierran sus ojos a la realidad. Si un joven sacerdote entra en contacto con las
almas habiendo establecido categorías en su mente, teniendo el prejuicio de que
los cristianos tienen que ser de tal o cual modo, no puede recibir al pecador
que acude a él —y todos somos pecadores— como médico —médico del alma — sino
como juez, y así condena, reprende y corrige al penitente. El resultado es que
la gente se aleja de él. ¡Imaginaos que en un hospital diga el médico: “Todos
estáis demasiado enfermos; no os puedo cuidar a todos; vues-tro único remedio
es morir”! O bien, otro médico que sólo adopta medios extremados: “¡Hay que
cortar la pierna!” Este último médico quizá sabe analizar pero no tiene sentido
para diagnosticar, ese sentido que tenían los médicos rurales, pues enseguida
sabían adivinar la enfermedad; ¡todo el mundo los quería!Así pues, los
sacerdotes tienen que mostrarse como médicos de almas. San Pío X lo dice y lo
explica:«Quede bien
grabado en la memoria, Venerables Hermanos, que nada es más eficaz que la
cari-dad. Pues el Señor no está en la agitación (3 Rey. 19, 11). Es un
error querer atraer a las almas a Dios con un celo amargo; es más, increpar con
acritud los errores, reprender con vehemencia los vicios, a veces es más dañoso
que útil. Ciertamente el Apóstol exhortaba a Timoteo: Arguye, exige,
increpa, pero añadía, con toda paciencia (in omni patientia) (2 Tim.
4, 2)». «También en
esto Cristo nos dio ejemplo: Venid, así leemos que El dijo, venid a
Mí todos los que trabajáis y estáis cargados y Yo os aliviaré (Mat. 11,
28). Entendía por los que trabajaban y estaban cargados no a otros, sino a
quienes están dominados por el pecado y el error. ¡Cuánta mansedumbre en aquel
Divino Maestro! ¡Qué suavidad, qué misericordia con los atormentados! Isaías
describió exactamente Su corazón con estas palabras: Pondré mi espíritu
sobre él; no gritará, no hablará fuerte; no romperá la caña cascada, ni apagará
la mecha que todavía humea (Is. 42, 1). Y es preciso que esta
caridad, paciente y benigna (1 Cor. 13, 4) se extienda tanto a aquellos
que nos son hostiles como a los que nos siguen con animosidad. Somos
maldecidos y bendecimos, así hablaba Pablo de sí mismo, padecemos
persecución y la soportamos; difamados, consolamos (1 Cor. 4, 12)».«Quizá parecen
peores de lo que son. Pues con el trato, los prejuicios, los consejos y
ejemplos de los demás, y en fin con el mal consejero del amor propio se han
pasado al campo de los impíos. Sin embargo, su voluntad quizás no es tan
depravada como pueden aparentar».
No hay que sacar
conclusiones precipitadas
La dureza es
mala consejera. Siempre saca conclusiones exageradas de cualquier cosa que se
dice. Siempre interpreta las palabras de los demás en su sentido más duro. Por
ejemplo, hay personas que dicen: “El Papa ha dicho tal cosa, por lo tanto es un
hereje, y por lo tanto ya no es Papa”… Ese es un razonamiento simplista; basta
sacar una frase de su contexto para concluir: “Es un hereje”.Para ser
hereje hay que ser pertinaz en el error y no basta con haber pronunciado
una frase herética. Por ejemplo, sobre el tema de la Santísima Trinidad —tema
que es muy difícil— todos nosotros podemos equivocarnos, expresándonos
incorrectamente y decir algo que no sea muy ortodoxo. Si alguien nos lo señala,
lo corregimos. ¡Pero qué horrible sería si alguien nos acusase enseguida de
herejía y excomunión! Algunos no
dudan en sacar conclusiones increíbles: “Ese ha dicho tal frase, así que es un
liberal, y si es un liberal, seguro que es un masón; por lo tanto está
excomulgado”… ¡Con semejantes razonamientos todo el mundo sería masón! Es muy
peligroso dejarse llevar por conclusiones precipitadas. Respecto al Papa, a
veces se oye decir: “Firmó el documento sobre la libertad religiosa y ese
decreto es herético, así que el Papa es un hereje y ya no es Papa”… En primer
lugar se tendría que estudiar de manera muy exacta si ese decreto es herético;
después preguntarse si el Papa era perfectamente consciente de lo que firmaba.
Se sabe que él mismo hizo añadir algunas frasecitas para decir: “El decreto de
la libertad religiosa es conforme a la Tradición”. Por supuesto que eso no es
cierto, pero él lo creía así en su pensamiento. Así que no se puede concluir
con demasiada rapidez, porque las consecuencias serían demasiado graves.Algunos dicen:
“No hay Papa”. De modo que los cardenales que ha nombrado no son tales, y
cuando estos mismo elijan un nuevo Papa, no lo será porque los cardenales no lo
son en realidad… ¿Hasta dónde van a parar? ¿Quién va a nombrar al próximo Papa?
¿La Providencia? Sí, pero la Pro-videncia emplea a los hombres. Es meterse en
un agujero negro. Ahí es donde vienen a parar las conclusiones precipitadas. Cómo no extrañarnos
de que los fieles vayan a otras partes: al Palmar de Troya —donde ahora
Clemente se ha hecho Papa, con toda su corte de cardenales— o a la iglesia
latina de Tolosa, o a otros lugares… Se les obliga a buscar una autoridad y
terminan en las sectas, rompiendo completa-mente con la Iglesia. Hay que tener
mucho cuidado y ser muy prudentes antes de afirmar algo. A los que hablan de
ese modo les falta el espíritu de caridad, y por consecuencia, el realismo. Son
idealistas y razonadores especulativos.
El sacerdote
es médico de almas
El sacerdote
es médico de almas. Cuando hay que examinar los pecados de alguien hay que considerar,
por supuesto, el pecado en sí mismo, es decir, si la acción cometida es un
pecado grave; pero puede ser que el penitente no sea culpable subjetivamente.
Por ejemplo: si quizás no sabía que lo que hacía era un pecado grave, o fue
presionado, condicionado, o estaba en un momento en que no era consciente de lo
que hacía. Hay que examinar todas estas circunstancias, porque juzgar las cosas
sin estudiarlas, no sería realista. Insisto otra vez en que el sacerdote es
médico de almas. Tiene que preguntar al penitente que le viene a pedir consejo
cómo sucedió eso, cómo pudo ponerse en tal situación, etc. Deje que primero se
explique, para poder darle luego el remedio. Es algo muy importante. Desde el
seminario hay que tratar de adquirir la virtud de prudencia, y no endurecerse
ni encerrarse en razonamientos en que uno mismo se extravía o puede extraviar a
los demás.
La
acción católica
San Pío X pasa
luego al tema de los medios que hay que emplear:«No es mi
intención que, en todo este esfuerzo tan arduo para restituir en Cristo a todas
las gentes, no contéis vosotros y vuestro clero con ninguna ayuda. Sabemos que
Dios ha dado mandatos a cada uno referentes al prójimo (Eclo. 17, 12)».El Papa pide
aquí que no se descuide la acción católica, es decir, las asociaciones de
fieles que ayudan al sacerdote a difundir la enseñanza que supone la vida
cristiana:«Así que
trabajar por los intereses de Dios y de las almas es propio no sólo de quienes
se han de-dicado a las funciones sagradas, sino también de todos los fieles: y
ciertamente cada uno, no de acuerdo con su iniciativa y su talante, sino
siempre bajo la guía y las indicaciones de los Obispos (…) Que los católicos
formen asociaciones, con diversos propósitos pero siempre para bien de la
religión, Nuestros Predecesores desde ya hace tiempo las aprobaron y las
sancionaron dándoles gran impulso. Y Nos no dudamos de honrar esa egregia
institución con nuestra alabanza y deseamos ardientemente que se difunda y
florezca en las ciudades y en los medios rurales».
«Sin embargo,
de semejantes asociaciones Nos esperamos ante todo y sobre todo que cuantos se
unen a ellas vivan siempre cristianamente». Para conocer
bien las ideas de San Pío X sobre la acción católica, hay que referirse a la
alocución que pronunció el 25 de septiembre de 1904, donde pide que la Acción
Católica esté presidida por tres principios: piedad, estudio y acción.
Conocemos grupos como la Juventud Estudiante Católica (JEC), la Juventud
Obrera Católica (JOC), la Juventud Agrícola Católica (JAC) que nacieron por
iniciativa de un sacerdote belga, el P. Cardijn, que luego fue cardenal. El
lema de éste sacerdote era: ver, juzgar y obrar.Es muy
distinto de lo que proponía San Pío X: piedad, estudio y acción. La
piedad, por decirlo de algún modo, provee al estudio, según los principios de
la religión católica; y luego la acción, a la que gobiernan la piedad y el
estudio. Mientras que en el lema ver, juzgar y obrar, primero se
pone ver, que es una acción, es decir, comportarse como una persona que
se dedica a cualquier otra cosa: empezar por ver y juzgar, y después obrar.
¿Cómo se pueden ver así las cosas? ¿Cómo se pueden juzgar? ¿Cómo vá a estar dirigida su acción? Cuando yo era
arzobispo de Dakar, me acuerdo que visité grupos de la JOC y les hice ver el
peli-gro de este lema. Por ejemplo: se ve que algo no funciona en el
trabajo, luego se juzga: ¿por qué hay algo que no funciona? ¿cuál es la
causa?: la autoridad, es decir, el jefe. Y entonces se obra: hay que
luchar contra él. Lo mismo en la parroquia: si algo no funciona bien, la culpa
es del párroco, así que hay que luchar contra él. De este modo se cae en el
principio revolucionario. Para los jóvenes, nunca sucede nada por culpa suya. ¡La culpa es siempre de la autoridad! Esto explica
cómo los movimientos de la acción católica, que en un principio tenían muy
buenas intenciones, acabaron convirtiéndose en asociaciones revolucionarias.
¿Qué puede haber de más revolucionario que la Acción Católica Obrera (ACO)?:
“Toda la culpa es de la sociedad”, así que hay una rebelión contra ella y un
deseo de cambiar sus estructuras. Es
la revolución generalizada…
En primer lugar la
piedad
Es muy
importante volver a los auténticos principios de la acción católica, en primer
lugar la piedad, y antes que nada, rezar y pedir la gracia a Dios. Luego,
estudiar las enseñanzas de la Iglesia para obrar según los principios de una
acción realmente católica. Este es el orden normal. San Pío X continúa: «Muchos
ejemplos luminosos de éstos por parte de los soldados de Cristo, tendrán más
valor pa-ra conmover y arrebatar las almas que las exquisitas disquisiciones
verbales: y será fácil que, re-chazado el miedo y libres de prejuicios y de
dudas, muchos vuelvan a Cristo y difundan por do-quier su doctrina y su amor;
todo esto es camino para una felicidad auténtica y sólida».
El resultado:
«Si se vive de
acuerdo con las normas de vida cristiana, Venerables Hermanos, ya no habrá que
hacer ningún esfuerzo para que todo se instaure en Cristo… También ayudará todo
ello, y en grado máximo, a los intereses públicos de las naciones. Pues, una
vez logrados esos objetivos, los próceres y los ricos asistirán a los más
débiles con justicia y con caridad, y éstos a su vez llevarán en calma y
pacientemente las angustias de su desigual fortuna; los ciudadanos no
obedecerán a su ambición sino a las leyes; se aceptará el respeto y el amor a
los príncipes y a cuantos gobiernan el Estado, cuyo poder no procede sino de
Dios (Rom. 13, 1). ¿Qué más? Entonces, finalmente, todos tendrán la
persuasión de que la Iglesia, por cuanto fue fundada por Cristo, su creador,
debe gozar de una libertad plena e íntegra». San Pío X,
antes de acabar, expresa un deseo:«Que Dios, rico
en misericordia (Efes. 2, 4), acelere benigno esta instauración de
la humanidad en Cristo Jesús; porque ésta es una tarea no del que quiere ni
del que corre sino de Dios que tiene misericordia (Rom. 9, 16). Y
nosotros, Venerables Hermanos, con espíritu humilde (Dan. 3, 39), con
una oración continua y apremiante, pidámoslo por los méritos de Jesucristo».Y después se
vuelve hacia la Santísima Virgen: «Utilicemos
ante todo la intercesión poderosísima de la Madre de Dios… y os animamos también
a tomar como intercesores al castísimo Esposo de la Madre de Dios, patrono de
la Iglesia católica, y a San Pedro y San Pablo, príncipes de los apóstoles».
Al final, el
Papa imparte su bendición apostólica.Esta es la
encíclica tan hermosa de San Pío X que resume un poco todas las encíclicas de
los Papas y todo lo que ellos enseñaron antes que él. Hace hincapié en lo más
importante: «Instaurare omnia in Christo». Hoy, lo mismo que en su tiempo,
ésta es la finalidad del sacerdocio.
CONTINUA...
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