DOCUMENTOS PONTIFICIOS
SOBRE LA MASONERIA
CAPÍTULO 2
Encíclica Quo graviora
del Papa León XII
sobre la Masonería
(13 de marzo de 1826)
(Continuación)
Y que eso no quiere decir que siempre sean malas—,
pero el Papa se apoya en los príncipes seculares católicos que creen que no
pueden tolerar estas asociaciones que se esconden y obran en secreto. Luego da
la sexta razón: «Estas sociedades gozan de mal concepto entre las
personas prudentes y honradas, y alistarse en ellas es ensuciarse con las
manchas de la perversión y la malignidad». El Papa se apoya en la opinión de personas prudentes y
honradas, y luego insiste, como su predecesor, ante los prelados, obispos,
ordinarios del lugar, superiores eclesiásticos y también ante los príncipes y
jefes de Estado para pedirles que luchen contra esas sociedades secretas. Este es, pues, el segundo documento de Benedicto XIV.
León XII añade una reflexión: reprocha a los gobiernos y jefes de Estado que no
hayan tenido en cuenta los avisos de los Papas, de modo que las sociedades
secretas siguieron expandiéndose y difundiendo el mal. Citemos:
«Ojalá los gobernantes de entonces hubiesen tenido en
cuenta esos decretos que exigía la salvación de la Iglesia y del Estado.
Ojalá se hubiesen creído obligados a reconocer en los
romanos Pontífices, sucesores de San Pedro, no sólo los pastores y jefes de
toda la Iglesia, sino también los infatigables defensores de la dignidad y los
diligentes descubridores de los peligros de los príncipes.
Ojalá hubiesen empleado su poder en destruir las
sectas cuyos pestilenciales designios les había descubierto la Santa Sede
Apostólica. Habrían acabado con ellas desde entonces. Pero fuese por el fraude
de los sectarios, que ocultan con mucho cuidado sus secretos, fuese por las
imprudentes convicciones de algunos soberanos que pensaron que no había en ello
cosa que mereciese su atención ni debiesen perseguir; no tuvieron temor alguno
de las sectas masónicas, y de ahí resultó que naciera gran número de otras más
audaces y más malvadas. Pareció entonces que en cierto modo, la secta de los Carbonarios
las encerraba todas en su seno. Pasaba ésta por ser la principal en Italia
y otros países; estaba dividida en muchas ramas que solo se diferencian en el
nombre, y le dio por atacar a la religión católica y a toda soberanía
legítima».Como vemos, el Papa no vacila en señalar esta nueva
secta, que ataca abiertamente a la religión católica y autoridad legítima del
Estado.
Pío VII: contra el sacrilegio
En ese momento León XII presenta un tercer documento: «Nuestro predecesor Pío VII, de feliz memoria… publicó
la Constitución del 13 de septiembre de 1821 que empieza: Ecclesiam a JesuChristo
». Este documento trata de la condena de la secta de los
Carbonarios con graves penas. Ya había pasado la Revolución Francesa y estaba
materialmente pacificada, pero desde 1821 se podía ver que la actividad de las
sectas no había hecho mas que aumentar para propagar la revolución en toda Europa. «La Iglesia que Nuestro Señor Jesucristo fundó sobre
una piedra sólida, y contra la que el mismo Cristo dijo que no habían jamás de
prevalecer las puertas del infierno, ha sido asaltada por tan gran número de
enemigos que, si no lo hubiese prometido la palabra divina, que no puede
faltar, se habría creído que, subyugada por su fuerza, por su astucia o
malicia, iba ya a desaparecer».
Hay que suponer que Pío VII veía entonces todos los
efectos de la Revolución Francesa: el asesinato del rey de Francia, el
exterminio de sacerdotes y religiosos, la destrucción de iglesias, y ruinas y
persecuciones en todas partes: «Lo que sucedió en los tiempos antiguos ha sucedido
también en nuestra deplorable edad y con síntomas parecidos a los que antes se
observaron y que anunciaron los Apóstoles diciendo: Han de venir unos
impostores que seguirán los caminos de impiedad ( Jud. 18). Nadie ignora el
prodigioso número de hombres culpables que se ha unido, en estos tiempos tan difíciles,
contra el Señor y contra su Cristo, y han puesto todo lo necesario para engañar
a los fieles por la sutilidad de una falsa y vana filosofía, y arrancarlos del
seno de la Iglesia, con la loca esperanza de arruinar y dar vuelta a esta misma
Iglesia. Para alcanzar más fácilmente este fin, la mayor parte
de ellos han formado las sociedades ocultas, las sectas clandestinas,
jactándose por este medio de asociar más libremente a un mayor número para su
conjuración y perversos designios. Hace ya mucho tiempo que la Iglesia, habiendo descubierto
estas sectas, se levantó contra ellas con fuerza y valor poniendo de manifiesto
los tenebrosos designios que ellas formaban contra la religión y contra la
sociedad civil. Hace ya tiempo que Ella llama la atención general sobre este
punto y mueve a velar para que las sectas no puedan intentar la ejecución de
sus culpables proyectos. Pe-ro es necesario lamentarse de que el celo de la
Santa Sede no ha obtenido los efectos que Ella esperaba…»
Los mismos Papas reconocían que sus esfuerzos habían
sido en vano. San Pío X solía decir: “Nos esforzamos por luchar contra el
liberalismo, el modernismo, el progresismo… y no se nos escucha. Por eso
vendrán las peores desgracias sobre la humanidad. Los hombres quieren que todo
se les permita: libertad para todas las sectas, libertad de asociación, de
prensa, de palabra… El mal no hará sino difundirse cada vez más y llegaremos a
una sociedad en la que ya no se pueda vivir, como la del comunismo”. Pío VII gime también porque ve: «… que estos hombres perversos no han desistido de su
empresa, de la que han resultado todos los males que hemos visto».Está muy claro. Las desgracias de la Revolución
Francesa se deben a estas sectas.
«Aún más —añade el Papa—, estos hombres se han atrevido
a formar nuevas sociedades secretas. En este aspecto, es necesario señalar aquí
una nueva sociedad formada recientemente y que se propaga a lo largo de toda
Italia y de otros países, la cual, aunque dividida en diversas ramas y llevando
diversos nombres, según las circunstancias, es sin embargo, una, tanto por la
comunidad de opiniones y de puntos de vista, como por su constitución. La mayoría
de las veces, aparece designada bajo el nombre de Carbonari. Aparenta un
respeto singular y un celo maravilloso por la doctrina y la persona del
Salvador Jesucristo que algunas veces tiene la audacia culpable de llamarlo el
Gran Maestro y jefe de esa sociedad. Pero este discurso, que parece más suave que el
aceite, no es más que una trampa de la que se sirven estos pérfidos hombres
para herir con mayor seguridad a aquellos que no están advertidos, a quienes se
acercan con el exterior de las ovejas, mientras por dentro son lobos
carniceros ».Aquí se anuncian de nuevo los motivos de acusación
contra esos grupos: «Juran que en ningún tiempo y en ninguna circunstancia
revelarán cualquier cosa que fuera de lo que concierne a su sociedad a hombres
que no sean allí admitidos, o que no tratarán jamás con aquellos de los grados
inferiores las cosas relativas a los grados superiores».
En la Masonería no sólo hay un secreto, sino también
grados, y a los miembros de un grado superior se les impone el juramento de no
revelar nada a los de los grados inferiores, así que todo inspira desconfianza: «También esas reuniones clandestinas que ellos tienen
a ejemplo de muchos otros heresiarcas, y la agregación de hombres de todas las
sectas y religiones, muestran suficientemente, aunque no se agreguen otros
elementos, que es necesario no prestar ninguna confianza en sus discursos».
Poco a poco los Papas fueron recopilando
informaciones, sobre todo de los que se convertían. Pío VII conocía algunos
libros en los que se revelaban algunas cosas: «Sus libros impresos, en los que se encuentra lo que
se observa en sus reuniones, y sobre todo en aquellas de los grados superiores,
sus catecismos, sus estatutos, todo prueba que los Carbonarios tienen
por fin principalmente propagar el indiferentismo en materia religiosa, el más
peligroso de todos los sistemas, concediendo a todos la libertad absoluta de
hacerse una religión según su propia inclinación e ideas, y de profanar y
manchar la Pasión del Salvador con algunos de sus ritos culpables».Todas las cosas que se relatan no pueden ser inventos.
Se habla, por ejemplo, de las misas negras —que son sacrilegios espantosos—
para las cuales los Masones necesitan Hostias, y Hostias consagradas. No las
van a buscar en cualquier lugar, porque quieren estar seguros de que están
consagra-das, y si es necesario, destruyen un sagrario. Su intención es la de
cometer un sacrilegio realmente abominable.
No estoy inventando nada. Las misas negras se dicen
incluso en diferentes lugares de Roma. En Ginebra, según una encuesta publicada
en la prensa, hay más de 50 sociedades secretas, con más de 2000 miembros; lo
mismo se puede decir de Basilea y Zurich. No hay que hacerse ilusiones; Suiza
está particularmente atacada por la Masonería, incluso en los lugares católicos
como el Valais. Muchos cantones suizos son como verdadero terreno suyo. Se han
introducido en el gobierno federal de Berna. Por eso, Suiza es uno de los
primeros países que cierra los ojos ante el aborto y que atrae a las mujeres de
los países vecinos para que puedan abortar.
Son cosas que suceden realmente y que revelan una
voluntad muy determinada de profanar la Pasión del Salvador y, como decía
también Pío VII, de:«...despreciar los Sacramentos de la Iglesia, a los
que parecen sustituir, por un horrible sacrilegio, unos que ellos mismos han
inventado».Tuve la oportunidad de ver unos folletos publicados
por la Masonería. Estaban muy bien hechos; había uno sobre la Santísima Virgen;
blasfemos desde la primera a la última página, llegando incluso a compararla
con todas las divinidades paganas femeninas y obscenas de la antigüedad.
Su ceremonia de iniciación se parece a la del
bautismo, porque ridiculizan en todo a la Iglesia católica, lo cual es una
señal patente de Satanás. Tienen su culto, santuarios… hay un verdadero altar,
pero despojado de todo, sin ni siquiera un mantel, y detrás, un sillón para el
presidente. El nuevo di-seño de las iglesias desde el Concilio se parece mucho
a éste: ¡altares en los que ya no hay ni siquiera un crucifijo! ¡los
sacerdotes, que se llaman a sí mismos presidentes, de cara a los fieles, exponiéndoles
sus discursos! Hay una auténtica semejanza, por lo menos en lo exterior. Los Masones, dice Pío VII:«Desprecian los Sacramentos de la Iglesia… para
destruir la Sede Apostólica contra la cual, animados de un odio muy particular
a causa de esta Cátedra, traman las conjuraciones más negras y detestables». Eso sucedía en 1821. Unos 50 años después, como
resultado de las conjuraciones de las sociedades secretas, la Santa Sede iba a
ser despojada de sus Estados.
«Los preceptos de moral dados por la sociedad de los
Carbonarios no son menos culpables, como lo prueban esos mismos documentos,
aunque ella altivamente se jacte de exigir de sus sectarios que amen y
practiquen la caridad y las otras virtudes, y se abstengan de todo vicio. Así, ella
favorece abiertamente el placer de los sentidos; así, enseña que está permitido
matar a aquéllos que revelen el secreto del que Nos hemos hablado más arriba». El Papa se atreve a afirmarlo. Hay asesinatos que no
se acaban de explicar. Pensemos en la muerte de un ministro francés ; se habló
de suicidio. Luego los periódicos insinuaron que podría tratarse de un
asesinato y de que la Masonería estará quizás de por medio. No sería la primera
vez. De repente desaparecen personas sencillas, masones sin mucha influencia,
porque han revelado un secreto o simplemente actuado de manera incorrecta.
Pensemos en todos los atentados que suceden hoy. Los encargados de la seguridad de los Estados, o no lo
saben o no lo quieren decir, pero es muy probable que haya una mano que mande o
guíe a distancia sus acciones y que puede muy bien encontrarse en las
sociedades secretas.Volvamos a las condenaciones que recuerda y reitera
Pío VII: «Esos son los dogmas y los preceptos de esta sociedad,
y tantos otros de igual tenor. De allí los atentados ocurridos últimamente en
Italia por los Carbonarios, atentados que han afligido a los hombres honestos y
piadosos…En consecuencia, Nos que estamos constituidos
centinela de la casa de Israel, que es la Santa Iglesia; Nos, que en virtud de
nuestro ministerio pastoral, tenemos obligación de impedir que padezca pérdida
alguna la grey del Señor que por divina disposición Nos ha sido confiada,
juzgamos que en una causa tan grave nos está prescrito reprimir los impuros
esfuerzos de esos perversos».El Papa reitera finalmente la sentencia: excomunión.
León XII: el infame proyecto de las sociedades
secretas
Sacando las conclusiones de estos tres documentos, el
Papa León XII declara su pensamiento res-pecto a estas sociedades e incluso
cita otra nueva: «Hacía poco tiempo que esta Bula había sido publicada por Pío
VII, cuando fuimos llamados… a sucederle en el cargo de la Sede Apostólica.
Entonces, también Nos hemos aplicado a examinar el estado, el número y las
fuerzas de esas asociaciones secretas, y hemos comprobado fácilmente que su
audacia se ha acrecentado con las nuevas sectas que se les han incorporado.
Particularmente es aquella designada bajo el nombre de Universitaria sobre
la que Nos ponemos nuestra atención; ella se ha instalado en numerosas
Universidades donde los jóvenes, en lugar de ser instruidos, son pervertidos y
moldeados en todos los crímenes por algunos profesores, iniciados no sólo en
estos misterios que podríamos llamar misterios de iniquidad, sino también en
todo género de maldades. De ahí que las sectas secretas, desde que fueron
toleradas, han encendido la antorcha de la rebelión. Se esperaba que al cabo de
tantas victorias alcanzadas en Europa por príncipes poderosos serían reprimidos
los esfuerzos de los malvados, mas no lo fueron; antes por el contrario, en las
regiones donde se calmaron las primeras tempestades, ¡cuánto no se temen ya
nuevos disturbios y sediciones, que estas sectas provocan con su audacia o su
astucia! ¡Qué espanto no inspiran esos impíos puñales que se clavan en el pecho
de los que están destinados a la muerte y caen sin saber quién les ha herido!»
El Papa reitera lo
que ya había visto su predecesor:
«De ahí los atroces males que carcomen a la Iglesia…
Se ataca a los dogmas y preceptos más santos; se le quita su dignidad, y se
perturba y destruye la poca calma y tranquilidad que tendría la Iglesia tanto
derecho a gozar. Y no se crea que todos estos males, y otros que no
mencionamos, se imputen sin razón y calumniosamente a esas sectas secretas. Los
libros que esos sectarios han tenido la osadía de escribir sobre la Religión y
los gobiernos, mofándose de la autoridad, blasfemando de la majestad, diciendo
que Cristo es un escándalo o una necedad; enseñando frecuentemente que no hay
Dios, y que el alma del hombre se acaba juntamente con su cuerpo; las reglas y
los estatutos con que explican sus designios e instituciones declaran sin
embozos que debemos atribuir a ellos los delitos ya mencionados y cuantos
tienden a derribar las soberanías legítimas y destruir la Iglesia casi en sus
cimientos. Se ha de tener también por cierto e indudable que, aunque diversas
estas sectas en el nombre, se hallan no obstante unidas entre sí por un vínculo
culpable de los más impuros designios».Existe, pues, una organización real, tal como lo
recuerda el Papa: «Nos pensamos que es obligación nuestra volver a
condenar estas sociedades secretas».
Obligación de los jefes de Estado
León XII da aquí la cuarta condenación en menos de un
siglo. Antes de concluir, se dirige a los príncipes católicos: «Príncipes católicos, muy queridos hijos en
Jesucristo, a quienes tenemos un particular afecto. Os pedimos con insistencia
que acudáis en nuestra ayuda. Nos os recordamos las palabras de San León Magno,
nuestro predecesor, cuyo nombre tenemos, aunque siendo indigno de serle
comparado: Tenéis que recordar siempre que el poder real no os ha sido
conferido sólo para gobernar el mundo sino también para, y principalmente para
ayudar con mano fuerte a la Iglesia, reprimiendo a los malos con valor,
protegiendo las buenas leyes, y restableciendo el orden y todo lo que ha sido
alterado». Es algo que hoy mucha gente no comprende: el poder no
se les ha concedido a los príncipes para ejercerlo sólo para lo temporal sino
también para defender a la Iglesia. Los príncipes tienen que ayudar a la
propagación del bien que la Iglesia difunde en la sociedad, reprimiendo con
valor a los malos.
Hoy en día se escucha el grito de: “¡Libertad,
libertad!” Cuando un jefe de Estado limita, por ejemplo, la libertad de la
religión protestante, se levantan gritos y abucheos en todo el mundo progresista.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que la doctrina de la libertad que predica
el protestantismo, muy pronto se convierte en una doctrina revolucionaria (la
misma moral se disuelve), contraria a la moral católica.Si a los musulmanes, por ejemplo, se les concediese
todas las libertades, en los Estados habría que admitir incluso la poligamia.
La religión musulmana no consiste únicamente en postrarse como lo hacen en
todas las calles en el momento de la oración, sino también en la amenaza de la
esclavitud, es decir, en “dhimmi” para todos los que no son como ellos.
¿Se puede admitir esto en Estados católicos? ¿Se puede
admitir que los Estados no se defiendan contra todo esto?.
CONTINUA...
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