Carta Pastoral nº 9
NORMAS MISIONERAS
Hace
casi 7 años que colaboramos con la obra de evangelización del Senegal; me ha
parecido oportuno confiarles por escrito directivas, consejos, estímulos que
parecen tan urgentes cuando por todos lados se organizan, tanto contra la
Iglesia como lejos de ella, quienes se esfuerzan, si no por amenguar el rebaño
que nos ha sido confiado, por lo menos por impedirle su crecimiento.
Entonces
la hora ha llegado también para nosotros, de unirnos más en nuestra acción,
hacer desaparecer un cierto egoísmo apostólico que vive envenenado sobre sí
mismo, siendo negligente por principio, o peor, una cierta pereza en considerar
la tarea que nos ha sido confiada con un corazón amplio y un sentido
esclarecido acerca de las realidades en las cuales vivimos.
Los invito a hacer un doble esfuerzo:
Esfuerzo
de
comprensión, de inteligencia profunda de su sacerdocio y de su unión. Es
necesario recordarse sin cesar estas palabras de Nuestro Señor: “Ego elegi et
posui vos ut eatis, et fructum afferatis: et fructus vester maneat”. Está muy
en el pensamiento de Nuestro Señor el que vayamos adelante, que evitemos el
acantonarnos en costumbres rutinarias, tener como única consigna copiar
servilmente a nuestros predecesores. Ellos han ido para adelante en su tiempo;
para continuar su obra y parecernos a ellos es que nosotros tenemos que ir
también para adelante.
Es
necesario, entonces, que nuestro apostolado no sea hecho de a priori. El celo
de un San Pablo, de un San Agustín, de un San Francisco de Asís, de un San Juan
Bosco, han venido de la misma fuente, pero se ejerció diferentemente. Estamos
en el Senegal del siglo XX, en un ambiente y una época determinadas, con los
medios de nuestra época, con los errores y los enemigos de la Iglesia de
nuestra época: debemos estar constantemente escuchando, despiertos y en guardia
para el crecimiento del rebaño a nosotros confiado. Tengamos este “sentido de
Cristo”, hecho de un amor paternal y maternal que por instinto entiende lo que
es necesario para hacer avanzar el reino de Nuestro Señor en las almas, que
adivina y previene el peligro de la ceguera espiritual, de la corrupción de los
corazones.
El
amor verdadero y psicólogo, ¿no es visible en el corazón de una madre? Debemos
tener para con nuestras ovejas, y todos los que nos son confiados, el amor
materno de la Iglesia. Adivinaremos entonces las necesidades de sus almas y
trataremos de satisfacerlas con la ingeniosidad del verdadero celo. Si el celo
de Dios nos devora, comprenderemos a las almas y este celo nos inspirará
inquebrantables sentimientos de humildad y confianza. Tendremos entonces la
íntima convicción de que todo hombre está llamado por Dios, que en todo ser
humano hay una posibilidad religiosa que se ignora muchas veces, que se puede
desarrollar de manera inesperada -¡es el secreto de Dios!- que no debemos nunca
a priori ni a posteriori elevar un juicio definitivo sobre el estado de un
alma. Mientras haya un soplo de vida, hay esperanza. Tendremos igualmente la
convicción de que los medios para hacer brotar la fuente de vida en un alma son
innumerables y que los que hemos tratado en vano, tendrán éxito en las manos de
otro: “Otro aquel que siembra, otro aquel que cosecha”.
El
verdadero pastor es humilde. Sabe que todo es de Dios, que sólo Dios decide. El
verdadero pastor trabaja sin relajarse, lanza la red sin desanimarse jamás.
Dios hará el resto… Se evitará, por una parte, la estrechez de espíritu, un
tradicionalismo anticuado y esclerótico que cierra los ojos al materialismo, al
ateísmo que invade la juventud, se encierra en su iglesia y se satisface con
algunas buenas feligresas y algunos hijos que las rodeen; y por otra parte, un
espíritu de innovación que tiene un olor a herejía, herejía del activismo que
descuida la oración, la predicación, la Misa dominical de la parroquia, la
enseñanza religiosa.
A
fin de tener el verdadero espíritu apostólico de la Iglesia, se necesitaría
leer de nuevo, con amor, los admirables textos del catecismo del Concilio de
Trento, de la encíclica “Acerbo nimis” de San Pío X, de la bula de
Urbano VIII para el misal, de la bula “Divino Afflante” de San Pío X, de
la encíclica “Menti Nostræ” de Nuestro Santo Padre el Papa Pío XII, del
primer capítulo del ritual. No quiero
extenderme demasiado largamente sobre estos medios que conocen particularmente
y que son esenciales para el crecimiento de la Iglesia, según la palabra de los
Apóstoles: “En cuanto a nosotros, nos aplicaremos enteramente a la oración y
dispensación de la palabra” (Act. VI, 4).
Dispensar
los misterios de Cristo en la oración y anunciar el Evangelio de Cristo por la
palabra, he aquí lo que nos pide la Esposa de Cristo, la Iglesia. Hablar para
edificar, hablar para atraer a los misterios divinos, tal es nuestra sublime
misión. como lo expresa San Pablo: “La
virtud de la gracia que me ha sido dada por Dios de ser ministro de Jesucristo
ante los Gentiles, sacerdote del Evangelio de Dios para que la ofrenda de los
Gentiles, santificada por el Espíritu Santo sea agradable a Dios” (Romanos,
XV,16).
Pero
si la Iglesia precisó algunas obligaciones a los pastores, a los que enseñan en
las escuelas, si expresó netamente en el Derecho Canónico sus directivas
respecto del ministerio, abre largamente a las iniciativas del celo esclarecido
de los obispos y de los sacerdotes las posibilidades de hacer alcanzar el
mensaje del Evangelio por los medios más diversos. Ya en el tiempo del Concilio
de Trento, los Padres del Concilio, espantados por los progresos de la herejía, por los medios
empleados por los falsos profetas, se esforzaron por publicar el catecismo para
contestar a los ataques de los herejes.
En el capítulo
IV del primero del libro, se lee esto: “y
cierto, la impiedad de estos hombres, armados de todos los artificios de
Satanás ha hecho tantos progresos que parece casi imposible parar el
transcurso. Y si no estuviéramos apoyados sobre esta brillante promesa de
Jesucristo que establecería su Iglesia sobre un fundamento sólido y que las puertas
del infierno no prevalecerían sobre ella, temeríamos con mucha razón que
sucumbiese bajo los asaltos de tantos enemigos que la atacan hoy con toda clase
de astucias y de esfuerzos… En efecto, los que tenían como el designio
de corromper a los fieles, se han apercibido de que sería imposible predicar
públicamente y hacer entender a todo el mundo su lenguaje envenenado. Pero, han
tomado otros medios… Han difundido una infinidad de pequeños libros que,
bajo apariencia de piedad, han seducido a una multitud de almas sencillas y sin
desconfianza… He aquí por qué los Padres del Concilio, etc…“
Por eso, sus obispos, preocupados por contestar a las necesidades actuales
del apostolado han buscado en el curso de sus reuniones los medios para
difundir el Evangelio y profundizar la fe y la caridad de los fieles, aquí en
el África Occidental francesa. Han organizado
servicios especiales para la enseñanza, las Obras, la prensa, etc…
1. LA
ENSEÑANZA mira particularmente a la escuela y a la formación cristiana
de los niños; es también un medio de atraer al conocimiento de Nuestro Señor a
las almas que no habían llegado a ella. Se comprueba que, en demasiadas
escuelas, a los hijos les falta el sentido cristiano, el deseo de comulgar. Los
niños no comulgan suficientemente, y es un daño irreparable causado a su vida
cristiana. Algunas de nuestras escuelas todavía no han dado vocaciones -o muy
pocas- ya se trate de chicas como de varones; no es normal. Hay que agregar a
lo que concierne la enseñanza, la acción que debemos llevar a todo precio sobre
los niños de las escuelas públicas. Busquemos todos los medios para atraer a
los niños al catecismo y a la Misión. Ubiquen catequistas cerca de las escuelas
públicas, mantengan buenas relaciones con los maestros, visítenlos a fin de
atraer su benevolencia. Cuántos niños podrían ser alcanzados y hacerse
cristianos, si llegásemos a atraerlos. Dejo de lado deliberadamente las
escuelas superiores para las cuales trataremos de realizar algo nosotros
mismos. Pero les toca vigilar a todos estos estudiantes de los colegios
secundarios o técnicos, de las escuelas o cursos normales. Piensen en el bien que
pueden hacer y en la responsabilidad que tienen respecto al porvenir espiritual
del país. Si no hablé explícitamente de la enseñanza del catecismo a los niños
en general, es que esa ocupación sacerdotal por excelencia está incluida en los
medios tradicionales de los que hemos hablado más arriba. Deseo y los animo
vivamente a la continuación de las sesiones pedagógicas en el punto de vista de
la enseñanza en general y del catecismo para los sacerdotes o religiosas que
enseñen, así como para los catequistas y monitores.
2. LAS
OBRAS: están particularmente destinadas a proseguir con el trabajo
empezado en la escuela y la infancia, es decir: completar la formación
cristiana, atraer al conocimiento del Evangelio a las almas alejadas, ayudar a
la práctica de la vida cristiana en el deber de estado y, en definitiva, atraer
a las almas a la unión con Jesucristo en el sacrificio de la Misa y en la
comunión. Sin ninguna duda el método del cual Nuestro Señor nos ha dado ejemplo
para la formación de sus discípulos es un modelo para nosotros. El contacto
individual en pequeños grupos, contacto frecuente hecho de confianza, contacto
sacerdotal, tendrá una muy fuerte influencia. La formación de una élite, la
formación de catequistas, de militantes o responsables, es, en definitiva, la
formación de nuestros próximos auxiliares. Es extremadamente importante. Debe
estar basado sobre una muy fuerte instrucción religiosa y una vida sacramental
muy asidua. Sin embargo, no debe hacernos omitir medios de acción más extendidos
dirigidos a todos los ambientes y todas las edades… Pero
esforcémonos por no olvidarnos nunca del principio fundamental: que todo esté
orientado hacia una vida interior alumbrada por los sacramentos en el cuadro
parroquial. Hay que evitar a toda costa el dispersar las parroquias. Por el
contrario, la Misa cantada del domingo tendría que ser la cita de todos
alrededor del altar: del clero, de los fieles, para la ofrenda dominical… Así
nuestras miras serán más vivas y apuntarán verdaderamente al acto vital por
excelencia de la parroquia.
3. LA
PRENSA: ese medio podría ser estimado como despreciable en aquellos
tiempos en donde nuestros fieles no sabían leer. Esto es cada vez menos
frecuente, y el progreso rápido de la instrucción nos obliga a inquietarnos
muchos por el empleo de ese medio para el apostolado. Pedimos a todos aquellos
que deseen informar a sus ovejas o resolver objeciones hechas contra la
Iglesia, que las anoten y nos las hagan llegar; se las expondrá y refutará bajo
la forma de un diálogo o de otra manera. Estas hojas serán, entonces, impresas
y difundidas en todos los lugares donde puedan hacer algún bien, esclarecer sin
herir, enderezar sin lastimar la susceptibilidad y el amor propio. Para
completar esta enumeración de los medios de apostolado adaptados a nuestra
época y nuestro vicariato, hay que agregar las obras sociales: los
agrupamientos sindicales, profesionales, etc… Hay, es cierto, aprensiones
legítimas en sostener sin reservas a los sindicatos, debido a ese espíritu que
los anima demasiado a menudo, ese espíritu de lucha, de reivindicaciones
continuas. Pero establecer por eso que no tenemos nada que hacer con ellos,
sería un gran error. Debemos ciertamente animarlos a su existencia y
precisamente darles un fin instructivo, inspirando soluciones cristianas.
Graves problemas se plantean ante los ojos de nuestra juventud: ¿la
abandonaremos? Nuestro papel es guiarla, inspirarla,
suscitar en
ella iniciativas felices que le muestren que el sindicato no es únicamente un
instrumento de combate. Pronto los sindicatos rurales van a multiplicarse.
Tengamos cuidado en no boicotearlos, sino, por el contrario, interesémonos en
ellos, ayudémolos de todas formas. Por ese sindicalismo podemos tener una
influencia considerable en el país y hacer reinar una atmósfera cristiana en
los ámbitos donde reinaban el materialismo y el marxismo. No podemos estar
ausentes de organismos que influyen sobre la vida social, sobre el ambiente de
vida. Estos tienen una relación estrecha con la vida cristiana. Esforcémonos en
inculcar a nuestros catequistas, a nuestros cristianos, el verdadero fin del
sindicalismo, sino veremos a todos los sindicatos dirigidos por no cristianos. Hay
que decir lo mismo de las cooperativas que los institutos laicos se esfuerzan en
crear para sus escuelas, sostenidos por el servicio de la enseñanza. Sepamos
mantener despierta la atención y no dejarnos sobrepasar en el dominio social
... Hay también consejos de notables, los consejos municipales que se instauran
más y más. ¿Estaremos ausentes? ¿Nuestros cristianos estarían excluídos? No
debe ser. Hagan campaña para tener lugares reservados a los cristianos.
Adviértanles que no dejen que los traten injustamente. Asimismo para los
paganos, a menudo engañados por los musulmanes y una administración favorable
al Islam. Sean vigilantes, sino los lobos harán decaer al rebaño. Si no piensan
que deben ocuparse de estas cosas, que parece estar fuera del ministerio
sacerdotal, es que se han forjado una idea del pastor demasiado estrecha y falsa.
Nada de lo que toque a la práctica de la vida cristiana en cualquier lugar o
circunstancia, nada que acerque o aleje a las almas de Nuestro Señor, debe
serles indiferente.
Pero, dirán,
¡no estamos al tanto de todas esas nuevas organizaciones! Por el amor de su
apostolado, sepan iniciarse invitando al Padre encargado, o aún a un
especialista en estas cuestiones, designado por aquél, en sus reuniones de
distrito, a fin de conocer las líneas esenciales de lo que otros organizan a
menudo con intenciones que están lejos de ser cristianas. No se dejen
sorprender. Estén íntimamente persuadidos que la extensión del Evangelio, que
el resplandecimiento de Nuestro Señor, se cumplen también por estos medios que
transforman la vida social. Hay numerosos ejemplos de que allí donde hay un
sacerdote celoso y esclarecido ha sabido llevar a cabo esta transformación,
guiarla, la Iglesia por la Misión goza de un gran prestigio. En algunos lugares
que podría contarles, los jefes polígamos y tiránicos han sido reemplazados por
cristianos ejemplares, quienes, aunque minoritarios, tienen todo a mano para el
mayor bien de la población. Pues, si nosotros debemos obrar, debemos sobre todo
hacerlo por intermediarios, por los laicos mismos. Lo que acabo de decir para
las zonas rurales es verdadero también para las ciudades. Los párrocos tendrían
interés en trabajar más en concierto, por reunir a sus fieles responsables de
obras, de los sindicatos. Que un vicario sea encargado como capellán, para
seguir tal o cual movimiento, o esté encargado de las obras, está bien, pero no
es suficiente. El párroco no debe estimar que ha satisfecho sus obligaciones
por esta nominación. Es él quien debe agrupar todas las fuerzas vivas de la
parroquia para animarlas al apostolado. Muchos fieles no desean más que eso:
verse unidos a sus pastores para obrar de una manera apostólica. Los vicarios
tienen necesidad de sentirse sosteni-dos efectivamente por el responsable de la
parroquia.
Terminando ese
capítulo, no puedo hacer nada mejor que recordar las palabras de nuestro Santo
Padre el Papa Pío XII en su encíclica “Menti Nostræ” de 1950: “De igual
manera se favorecerán todas las formas y métodos de apostolado que, hoy, por el
hecho de las necesidades particulares del pueblo cristiano toman tanta importancia
y tanta gravedad. Será necesario entonces vigilar con el más grande celo el que
la enseñanza del catecismo sea dada a todos, el que la Acción Católica y la
acción misionera sean largamente propagadas y animadas; y asimismo, lograr que
gracias a la colaboración de laicos bien instruidos y bien formados, se
desarrollen cada día las obras que se relacionan con la buena organización de
los asuntos sociales como lo pide nuestro tiempo”. Después de haberles dado
algunos avisos sobre los medios para realizar nuestro hermoso apostolado,
especialmente en el ámbito urbano, quisiera agregar algunas consideraciones
sobre el ministerio ejercido a través de nuestras comarcas rurales. Reconozco
que nuestros misioneros de las campiñas son poco numerosos en relación con el
inmenso trabajo por cumplir, que muchos de ellos se encuentran solos (no digo
“aislados” pues pueden ver a sus compañeros fácilmente) ante una población y un
territorio demasiado grandes. Conocemos también la pobreza real de estas
misiones, y ahí todavía, tenemos que agradecer a Dios por haber suscitado
benefactores admirables por su generosidad, pero más todavía por su espíritu de
fe y de caridad. Las cartas que recibimos nos llenan de confusión al comprobar
que un gran número de pobre gente, de enfermos, para ayudar a la evangelización
del severo país (Senegambia meridional) dan hasta privarse de sus vacaciones y
aún de lo necesario. Se conocen allí todas nuestras misiones, los nombres de
los Padres, se reza por ellos; enfermos ofrecen sus sufrimientos por las
conversiones. ¡Qué coraje! ¡Qué sostén! En estas misiones, es indispensable
tener un método de apostolado bien estudiado y bien desarrollado. Cuanto más
trabajo hay, más necesario es guardar un gran dominio de sí mismo, de proceder
por orden de urgencia, de ahorrar tiempo y salud, a fin de proveer a todas las
cosas con continuidad y paz. Enojarse, ir de un trabajo a otro sin previsión,
correr apresuradamente sin organización nos derrota y termina por vencer al
misionero y cansar la buena voluntad de los catequistas y de los fieles. Es
necesario, donde sea posible, tener una obra de formación al comienzo de la
escuela para niños y niñas; sesiones para los catequistas y los novios,
generalmente catecúmenos, y visitar regularmente a los cristianos y a los
catecúmenos. Si una misión vecina puede encargarse de la formación de sus
cristianos y catequistas, no hay que dudar en confiárselos provisoriamente, a
fin de poder por sí mismo seguir más a sus catecúmenos y su cristiandad. Como
de hecho será raramente realizable para todos aquellos que están por formar,
había que buscar tener consigo
un verdadero
auxiliar, ya sea un hermano, o un catequista piadoso y dedicado, alojarlo convenientemente,
retribuirlo de tal manera que las giras puedan realizarse sin demasiadas
preocupaciones para la obra central.
¿Cómo realizar
la obra de formación, cómo concebir ese programa, ver las giras de visita? En
el centro uno se esforzará por tener una escuela; si no puede ser reconocida,
sea por falta de diploma, sea por falta de instalación, se hará una escuela
catequística que servirá para la formación de futuros catequistas, además de
los enviados a la escuela catequística central. Para tener una escuela
reconocida, hay que estar seguros de tener lo necesario para que pueda
funcionar sin nuestra presencia continua, y, en consecuencia, alojar
convenientemente a los monitores y retribuirlos también. Si no, uno se arriesga
a que falte todo: la escuela, ya no sería una escuela y tendría mala fama entre
los padres, y sobre el ministerio, tendríamos penas para realizarlo con la
presencia necesaria en la escuela. Esperando
poder realizar una verdadera escuela, habría que pensar en atraer a los niños al
catecismo, aún los de la escuela pública, si hay una. En algunos vicariatos es
de esta manera que la influencia de la misión ha sido destacada por la acción
ejercida sobre la escuela pública. Es
evidente que cuando las circunstancias lo permiten, hay que abrir una escuela,
y en algunos sectores, puede ser más importante fundar una escuela, aún a
riesgo de hacer pocas visitas de inspección. De todas maneras en la obra de formación
central no hay que perder nunca de vista que el elemento esencial de formación
debe ser el de establecer entre las almas y Nuestro Señor un contacto vivo,
personal y que, para alcanzar ese fin, la frecuentación de los sacramentos es
el medio establecido por Nuestro Señor mismo.
¿Qué hacer en
nuestras visitas de inspección? Lo primero, es necesario preverlas, establecer
el programa de antemano, prevenir a nuestros cristianos por nuestros
catequistas a fin de que no se alejen de los pueblos, que aprovechen para tener
listos la capilla y el alojamiento del Padre y de los que lo acompañen, que
hagan algunas provisiones. El catequista y los catecúmenos estarán un poco en
estado de alerta, y se puede estar seguro que durante los días que preceden a
la visita, el catecismo habrá sido más seguido, las oraciones más regulares, la
escuela catequística más frecuentada.
Cuando el
programa está listo, hay que cumplirlo absolutamente día por día, evitando a
toda costa las promesas incumplibles, los horarios imposibles, las visitas
relámpago, las modificaciones en mitad del camino… Es faltar a la palabra
empeñada y, a su vez, es faltar a la consideración de la gente de los pueblos
que son muy sensibles. Se han alegrado por recibirnos durante los días que han
precedido; si se nos ocurre frustrar su espera 2 ó 3 veces, será inútil a
partir de ese momento exigirles la puntualidad y aún una real estima. Si bien
es bueno hacerse acompañar, hay que evitar llegar a los pueblitos con
acompañantes inútiles. Pesan sobre el pueblo, aprovechan para hacerse servir y
terminan por molestar para la acción pastoral.
¿Qué hacer en
el pueblo? Aquí también es absolutamente necesario tener un programa, y si bien
varía según los lugares y las costumbres de cada uno, hay un cierto número de
ocupaciones pastorales y personales necesarias que hay que ordenar teniendo en
cuenta las necesidades impuestas por la vida del pueblo, en particular la hora
en que las mujeres preparan la comida y a qué hora comen los hombres. Después de haber saludado a la población y
tomado contacto con ella, tengamos cuidado en saludar primero a los hombres, y
entre ellos a los notables; se acuerda con el catequista el programa del tiempo
a pasar en el pueblo, y antes de la dispersión de la gente venida al encuentro
de ustedes, publicarlo y repetirlo para que nadie lo ignore. Con los años, la gente
conocerá rápidamente sus costumbres.
Nosotros
debemos pensar y ordenar: los ejercicios personales, el breviario, la hora de
las comidas, etc… y la actividad pastoral: revista de los cristianos, de los
catecúmenos, haciéndolos llamar por categoría, y tanto como sea posible, que un
cierto número de ellos estén presentes como testigos de las pláticas sobre
observaciones y los reglamentos. ¡Cuántos consejos, estímulos y reproches
propios para edificar! Es el momento en el cual el misionero más se parece al
Divino Maestro en el curso de su vida pública. Aquí tendrá que mostrarse como
un verdadero pastor de las almas, y manifestar el don de consejo. Entonces lo
apreciarán todos quienes lo rodean y lo escuchan, pues bastante gente que no
asiste a la iglesia irá para escuchar al Padre sentado en medio de la gente del
pueblo. Esta revista, en efecto, no se debe hacer en la iglesia. Interrogación de los catecúmenos: se puede
hacer en la capilla o afuera: es todavía una excelente ocasión de hacer obra
pastoral.
CONFESIONES: exhortar a
todos los penitentes juntos si se ha reunido un grupo bastante numeroso, a fin
de disponerlos bien. Tener cuidado de confesar siempre en un lugar donde se nos
vea, y jamás en la oscuridad; elegir la hora según la conveniencia de los fieles,
en lugar de exigirle a quienes desean confesarse que vengan en otro horario.
Hacer en común la oración de la noche.
Visitar a los enfermos.
Inspección de la escuela catequística, si la hay.
En la mañana: Misa con instrucción y después de la Misa,
catecismo para todos, si es posible.
Tales son,
esquematizadas, las grandes líneas de estas visitas de inspección,
absolutamente indispensables y fructíferas en la medida en que sean hechas con
cuidado, con regularidad, con celo. Tal es la misión que nos está confiada, la
viña que tenemos que hacer fructificar.
Quiera Dios que
estas líneas puedan dirigir nuestro celo, aumentarlo todavía más. Que el
pabellón de oraciones, sacrificios, ofrecimientos de nuestros enfermos, de
nuestras religiosas… de todos aquellos que obran con nosotros, y por fin, de
nosotros mismos, emocionen a los Corazones de Jesús y de María y los incline a
difundir gracias de elección sobre nuestro querido vicariato.
Monseñor Marcel Lefebvre
Carta Circular nº38 dirigida a los Sacerdotes,
Dakar, 15 de Abril de 1954
CONTINUA...