VIII
Entre los
católicos a menudo he oído
y continúo oyendo esta observación: “Se nos quiere imponer una religión nueva". ¿Es exagerada esta expresión? Los modernistas, que se han
infiltrado abundantemente en la Iglesia y que llevan la voz cantante, trataron
primero de tranquilizar a los católicos
diciéndoles: "Pero no, ustedes tienen esa impresión porque las formas caducas fueron reemplazadas por
otras, por razones que se imponían: ya no se puede rezar exactamente
como se hacía
antes, había que
quitar el polvo,
adoptar una lengua comprensible para
los hombres de
nuestro tiempo, practicar
la apertura en
dirección de nuestros hermanos
separados... Pero, desde luego, nada ha cambiado" .Luego esos
modernistas tomaron menos
precauciones y los
más audaces hicieron declaraciones ya en pequeños grupos
frente a gente convertida a su causa, ya públicamente.
Un padre Cardonnel se ufanaba mucho al
anunciar un nuevo cristianismo en
el que estaría controvertida "la famosa trascendencia que hace de Dios el
monarca universal" y se remitía abiertamente al
modernismo de Loisy:
"Si usted nació
en una familia
cristiana, los catecismos que
aprendió son esqueletos de la fe". Y luego proclamaba: "Nuestro
cristianismo se manifiesta mejor en la forma neocapitalista". El cardonal
Suénens, después de haber reconstruido la iglesia a su manera, exhortaba a “abrirse
al pluralismo teológico
más amplio ” y
reclamaba el establecimiento de una
"jerarquía de las verdades para establecer aquello que
había que creer mucho, aquello
que había que creer un poco y aquello que no tenía importancia.”En 1973 en
locales del arzobispado de París, el padre Bernard Feillet daba un curso de manera
oficial dentro del marco de la "Formación cristiana de los adultos"
en el cual afirmaba una y otra vez:"Cristo no venció la muerte. Sucumbió a la muerte por
la muerte...En el plano de la
vida, Cristo fue
vencido y todos
nosotros seremos vencidos.
Y la fe
no está justificada por nada, la
fe va a ser ese grito de protesta contra este universo que termina, como lo
decíamos hace un instante, con la percepción de lo absurdo, con la conciencia
de la condenación y con la realidad de la nada". Podría citar un número
importante de este género de declaraciones que levantaron más o menos escándalo, que fueron
más o menos desaprobadas y que a
veces no lo
fueron en modo alguno. Pero el pueblo cristiano en su gran mayoría huía
de estas manifestaciones; si se enteraba de ellas por los diarios pensaba que
se trataba de abusos sin ningún carácter general y no ponía en tela de juicio
su propia fe. Ahora el pueblo cristiano ha comenzado a interrogarse al
encontrar en manos de sus hijos libros
de catecismo que ya no exponen
la doctrina católica tal como era enseñada de manera inmemorial. Todos los nuevos catecismos están inspirados en mayor
o menor grado en el Catecismo holandés, publicado por primera vez en 1966. Las proposiciones contenidas
en esta obra parecían tan fraguadas
y controvertidas, que el Papa encargo a una comisión de cardenales que
la examinara; ésta se verificó en Gazzada, Lombardía, en abril de 1967.Ahora bien,
esta comisión señaló
diez puntos sobre
los cuales aconsejaba
que la Santa Sede reclamara
modificaciones. Era una manera de decir, de conformidad con los usos posconciliares,
que esos puntos estaban en desacuerdo
con la doctrina de la Iglesia -,unos años antes los habrían
condenado rotundamente y el Catecismo
holandés habría sido puesto en el Index.
En efecto, los
errores u omisiones
señalados tocan a
lo esencial de
la fe. ¿Qué encontramos en este catecismo?
El Catecismo holandés:
* ignora a los ángeles y no define a las almas humanas como
creadas
inmediatamente por Dios.
* Da a entender
que el pecado
original no fue
transmitido por nuestros primeros
padres a todos
sus descendientes, sino
que es algo
que contraen los hombres por el hecho de vi vir en la comunidad humana,
en la que reina el mal; el pecado original tendría en cierto modo carácter
epidémico.
* En ese catecismo
no se afirma la virginidad de
María- , no se dice que Nuestro Señor murió por nuestros pecados y fue enviado con ese
fin por su Padre,
ni que la
gracia divina nos
fue restituida a
ese precio. En consecuencia, se presenta la misa
como un banquete y no como un
sacrificio.
* No se afirma de manera clara ni la Presencia real de
Cristo, ni la
realidad de la transubstanciación.
* La
infalibilidad de la
Iglesia y el
hecho de que
ésta posee la verdad
desaparecieron de esta
enseñanza, lo mismo
que la posibilidad
del intelecto humano de "tener acceso a los misterios
revelados".
* Se llega así
al agnosticismo y al
relativismo. El ministerio sacerdotal queda rebajado. La
dignidad de los obispos es considerada como un mandato que le
habría confiado el "pueblo
de Dios", y el
magisterio de los obispos sería
como una sanción de lo que cree la comunidad de los fieles. El Sumo Pontífice pierde su poder
pleno, supremo y universal.
* La Santísima Trinidad, el misterio de las tres
Personas divinas, no es presentado de una manera satisfactoria.
La comisión critica
también
* La exposición que se hace en el catecismo de la eficacia de los sacramentos,
de la definición del milagro, de
la suerte reservada a las almas justas
después de la muerte.
* La
comisión señala las
oscuridades en la
explicación de las leyes morales y de las "soluciones de casos de
conciencia" en las que se hace poco caso de la indisolubilidad del
matrimonio. Aun cuando en
este libro el
resto sea "bueno
y laudable", lo
que nada tiene
de sorprendente pues los
modernistas siempre mezclaron
lo verdadero y
lo falso como
lo observa firmemente san Pío X,
ciertamente hay bastante para afirmar que se trata de una obra perversa y
eminentemente peligrosa para
la fe. Ahora
bien, sin esperar
el informe de la comisión y aun apresurando
los trabajos, los
promotores del libro
hacían publicar traducciones en
varias lenguas. Y posteriormente el texto nunca fue modificado. A veces se agregaba
el dictamen de la comisión, a veces no se lo hacía. Luego hablaré del problema de la obediencia. ¿Quién desobedece en este
asunto? ¿El que denuncia ese catecismo?
Los holandeses
rompieron la marcha, pero
nosotros los alcanzamos muy pronto. No consideraré la evolución
histórica de la catequesis francesa para detenerme más bien en su última manifestación, la
"colección católica de
documentos privilegiados de la
fe" titulada Fierres Vivantes
y el flujo
de "trayectos catequísticos". Para
respetar la definición
de la palabra catequesis
o catecismo ostensiblemente empleada
en todos los
documentos, esas obras deberían
estar desarrolladas en
preguntas y respuestas
pero se ha
abandonado esa construcción que
permitía un estudio sistemático del contenido de la fe y casi nunca se dan respuestas.
Pierres Vivantes se guarda de hacer
afirmaciones, salvo las de las proposiciones nuevas, insólitas, extrañas a la
tradición. Cuando se evocan los dogmas se lo hace como si fueran creencias
particulares de una parte de los hombres que el libro llama "los cristianos" y que los pone en competencia con los judíos,
los protestantes, los budistas y hasta los agnósticos y los ateos. En muchos
pasajes, los "animadores de
catequesis" son invitados
a proceder de manera que el niño abrace una religión, no
importa cuál. Hay además interés en prestar oídos a los incrédulos
que tienen mucho
que enseñar al
niño. Lo importante
es "hacer equipo", prestarse servicios entre
camaradas de clase y preparar para mañana las luchas sociales en las que habrá
que comprometerse hasta con los comunistas, como lo explica la edificante historia
de Madeleine Delbrél,
esbozada en Pierres
Vivantes y contada
por entero en
ciertos "trayectos". Otro
"santo" que se
propone como ejemplo
a los niños
es Martin Luther
King, en tanto que
se alaba a
Marx y a
Proudhon, "grandes defensores
de la clase
obrera" que "parecen
proceder de fuera de la Iglesia".
La Iglesia, vea usted, habría querido emprender ese comba te,
pero no se dio maña para hacerlo. Se contentó con "denunciar la injusticia".
Eso es lo que se les enseña a los niños. Pero
más grave aún
es la manera
de desacreditar las
sagradas Escrituras, obra
del Espíritu Santo. Cuando uno esperaría que la colección de textos de
la Biblia comenzara por los relativos a la creación del mundo y del hombre,
Pierres Vivantes empieza con el libro del Éxodo y con este título "Dios crea a su
pueblo". ¿Cómo no van a sentirse los católicos más que perplejos,
desconcertados y sublevados por semejante desvío? Hay que llegar al primer
libro de Samuel para encontrar un retorno en dirección del libro del
Génesis y enterarse
de que Dios
no creó el
mundo. Tampoco esta
vez estoy inventando; eso está
escrito: "El autor de este relato
de la creación se pregunta, lo mismo que muchas personas, cómo comenzó el
mundo.Unos creyentes reflexionaron y uno de ellos compuso un poema..." Luego, en la corte
de Salomón, otros
sabios reflexionan sobre el problema del mal. Para explicarlo escriben un "relato con
imágenes" y entonces tenemos así explicada la tentación por obra de la
serpiente y la caída de Adán y Eva. Pero no se habla del castigo, el
texto aquí se
interrumpe. Dios no
castiga, así como
la Nueva iglesia
ya no condena, salvo a quienes permanecen fieles a
la tradición. El pecado original, citado entre comillas, es
una "enfermedad de
nacimiento", una "imperfección que
se remonta a los orígenes
de la humanidad", algo muy vago, inexplicable.Por supuesto, así toda la religión se desmorona. Si ya
no se puede dar una respuesta en lo relativo al problema del mal, ya no vale la
pena predicar más, ni decir misas, ni confesar.
¿Quién habrá de escucharlo a uno? El Nuevo Testamento
comienza con Pentecostés. Se pone el acento en esta primera comunidad que
lanza un grito
de fe. Luego
esos cristianos "recuerdan" y
la historia de Nuestro
Señor se dibuja
poco a poco
saliendo de las
brumas de la
memoria de aquellos cristianos. Se comienza por el
final, la cena, el Gólgota; luego se expone la vida pública y, por fin,
la niñez de Jesucristo con este título ambiguo: “Los primeros
discípulos narran la niñez de Jesús. Sobre estas bases, los
"trayectos" da n a entender fácilmente que los Evangelios de la niñez
de Jesús son una piadosa leyenda como
las leyendas que los pueblos antiguos tenían costumbre de
elaborar cuando componían la biografía de sus grandes hombres. Por lo demás, Pierres
Vivantes da una fech a tardía de los Evangelios, lo cual reduce la credibilidad
de éstos, y en un cuadro tendencioso muestra a los apóstoles y a sus sucesores
predicando, celebrando y enseñado, antes de "descifrar la vida de Jesús a
partir de sus propias vidas".
Éste es un vuelco completo: las experiencias personales
de los apóstoles se convierten en el origen de la Revelación en lugar de ser la
Revelación la que modela sus pensamientos y sus vidas. Sobre el fin último, Pierres Vivantes mantiene una inquietante confusión. ¿Qué es el alma? "Para correr es necesario el
aliento; el aliento es necesario para llegar al fin de las cosas difíciles.
Cuando alguien muere se dice: 'Rindió su último aliento'. El aliento es la
vida, la vida íntima de cada uno. También se dice 'el alma'." En otro
capítulo, el alma es asimilada al corazón, al corazón que late, al corazón que ama. El
corazón es también
el asiento de la conciencia.
¿Cómo entender esto?
¿En qué consiste pues la muerte? Los autores del libro no se pronuncian sobre la
cuestión: “Para algunos, la muerte es la detención definitiva de la vida, otros
piensan que se puede vivir aun después de la muerte, pero no saben si eso es
seguro. Otros por fin tienen la firme seguridad de esa vida posterior; los
cristianos son de éstos". El
niño no tiene más que elegir, la
muerte es una cuestión de opciones.
Pero el que sigue los cursos de catecismo, ¿no es cristiano? En ese caso, ¿por
qué hablarle de los
cristianos en la
tercera persona del
plural en lugar de decirle
firmemente: "Nosotros, nosotros sabemos que existe una vida eterna
y que el alma no muere"? El paraíso es objeto de un tratamiento igualmente
equívoco; "Los cristianos hablan a veces del paraíso para designar la
alegría perfecta de estar con Dios para siempre después de la muerte; eso es el 'cielo', el Reino de Dios, la Vida
eterna, el reino de la Paz".
Esta explicación es muy hipotética. Parecería que se
trata de una manera de decir, de una
metáfora tranquilizadora empleada
por los cristianos.
Nuestro Señor nos
prometió, si observamos sus
mandamientos, el cielo
que la Iglesia
siempre definió como
"un lugar de felicidad perfecta en el que los ángeles y
los elegidos ven a Dios y lo poseen para siempre". Esta catequesis
representa un rebajamiento
seguro respecto de lo que se
afirmaba en los catecismos. De esto no puede seguirse otra cosa que una
falta de confianza en las verdades enseñadas y una desmovilización espiritual:
¿qué sentido tiene resistir a los instintos y seguir el camino estrecho si no
se sabe muy bien lo que le espera al cristiano después de la muerte? El
católico no va
a buscar en
sus sacerdotes o
en sus obispos
indicaciones que le permitan
hacerse una idea
sobre Dios, sobre
el mundo, sobre
el fin último,
sino que les pregunta lo que debe hacer y lo que debe
creer. Si los sacerdotes le responden con una serie de proposiciones y
proyectos de vida, a ese católico no le queda otro remedio que constituirse una
religión personal y entonces se convierte en protestante. Esta catequesis
convierte a los niños en pequeños protestantes.
La orden del día de
la reforma es la eliminación
de las
"certezas". Se critica a
los cristianos que poseen
certezas y que
las guardan como
un avaro guarda
su tesoro; se los
considera egoístas, bochornosos. Hoy uno debe abrirse a las opiniones
contrarias, admitir las diferencias,
respetar las ideas de
los francmasones, de los
marxistas, de los musulmanes
y hasta de los animistas. La marca de una vida santa es dialogar con el
error. Entonces todo es
lícito. Ya aludí a las consecuencias de
la nueva definición del matrimonio, y no son
consecuencias hipotéticas, algo que le podría ocurrir al cristiano que tomara al
pie de la letra esa definición. Esas consecuencias no tardaron en realizarse, como lo comprobamos por la licencia de las costumbres que se difunde día a día. Pero lo que más consterna es comprobar
que esta catequesis da apoyo a la definición. Consideremos un "material
catequético", como se dice ahora, publicado en Lyon en 1972 con el imprimatur
y destinado a los educadores. ¿El título? He aquí al hombre. La parte dedicada a la moral dice lo siguiente: "Jesús no tuvo la intención de dejar a la
posteridad una 'moral' política o sexual, o de cualquier otra índole... La
única exigencia que subsiste es el amor de los hombres entre sí... Según eso,
uno es libre, libre de elegir la mejor
manera, en cada
circunstancia, de expresar
ese amor que
uno siente por
sus semejantes".El capítulo sobre la "Pureza" da las
aplicaciones de esta ley general. Después de haber explicado, con menosprecio
del Génesis, que la vestimenta apareció sólo tardíamente, "como signo de
una posición social, de una dignidad" y para desempeñar un "papel de
disimulo", se define a la pureza del modo siguiente: "Ser puro es estar en el orden natural,
es ser fiel a la naturaleza... Ser puro es
estar en armonía, en paz, con la tierra y los hombres; es estar de acuerdo,
sin resistencia ni violencia, con las grandes fuerzas de la naturaleza" .
Encontramos entonces una pregunta y una respuesta:
"¿Es esa pureza compatible con la
pureza de los
cristianos? No sólo
es compatible sino que
es necesaria a una pureza verdaderamente humana y cristiana. Jesucristo
no repudió ni
rechazó ninguno de
esos descubrimientos, de esas
adquisiciones que son
el fruto de
una larga indagación
de los pueblos; muy por el
contrario, Jesucristo vino a darles una prolongación extraordinaria: “Yo no vine
a abolir, sino a realizar”, En apoyo de
sus afirmaciones los autores
aducen el ejemplo de María Magdalena: "En esa asamblea, laque es pura es ella, porque amó mucho, porque amó profundamente". De esta manera
se ha desfigurado el Evangelio: no se
hace hincapié en el pecado de María Magdalena,
en su vida disoluta; el perdón que
Nuestro Señor le otorga es presentado
como una aprobación de su existencia pasada y no se tiene en cuenta la exhortación
divina- . " Ve y no peques más". Ni el firme propósito que conduce a
la ex pecadora hasta el Calvario, fiel a su Maestro por el resto de sus días.
Este libro repugnante no se detiene ante ningún límite: "¿Puede uno tener relaciones con una
muchacha, preguntan los autores, aun sabiendo perfectamente que se trata sólo
de una diversión o de ver lo que es una mujer?"
Y responden:
"Plantear así el problema de
las leyes de la pureza es
indigno de un verdadero
hombre, de un
hombre que ama, de un
cristiano. Significaría eso imponer
al hombre una picota,
un yugo intolerable:
Siendo así que
Cristo vino precisamente
para librarnos del yugo pesado de las leyes: 'Mi yugo es fácil y mi
carga liviana'". Véase cómo se interpretan las palabras más santas p ara
pervertir a las a l mas. De san Agustín retuvieron sólo una afirmación:
"Ama y haz lo que quieras".
He recibido unos libros innobles publicados en Canadá.
En ellos no se habla más que del
sexo: la sexualidad
vivida en la
fe, la promoción
sexual, etcétera . Las figuras son absolutamente
repugnantes, parecería que a toda costa se quisiera infundir en el niño el
deseo y la obsesión del sexo
y hacerle creer que en la
vida no hay otra cosa. Numerosos padres cristianos
protestaron y reclamaron, pero no hubo nada
que hacer y por una buena razón, en la
última página de
esos catecismos se
lee que han
sido aprobados por
la comisión de catequesis. ¡El presidente de la comisión
episcopal de enseñanza religiosa de
Quebec dio el permiso para imprimirlos! Otro catecismo aprobado por el
episcopado canadiense invita al niño a romper con todo, con sus padres, con la tradición, con la sociedad, a
fin de reencontrar su personalidad que
todos esos vínculos
ahogan, a fin
de liberarse de
los complejos que
proceden de la sociedad y de la
familia. Buscando siempre
una justificación en el Evangelio, quienes dan esta clase de consejos
pretenden que Jesucristo vivió esas rupturas y que así se reveló como el hijo
de Dios. De manera que es Cristo quien quiere que hagamos otro tanto. ¡Se puede
adoptar una concepción tan contraria a la religión católica bajo la cubierta de
la autoridad episcopal!
En lugar de hablar de ruptura se debería hablar de los
vínculos que debemos buscar, porque
ellos hacen nuestra
vida. ¿Qué es
el amor de
Dios sino un
lazo con Dios, una obediencia a Dios y a sus mandamientos? El
vínculo con los padres, el amor a los padres, son vínculos de vida y no de
muerte. ¡Pero se los presenta al niño como algo que lo ahoga y lo oprime, como
algo que disminuye
su personalidad, como
algo de lo
que es menester liberarse! No, no es posible
que los padres dejen corromper de
esta manera a sus hijos. Lo digo francamente: no pueden enviar
a sus hijos a esos catecismos que les hacen perder la fe.
CONTINUA...
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