Capitulo Primero (continuación)
III. Es un estorbo para la oración.
1. La esperanza es el manantial del que nace
toda oración cristiana; pero el riachuelo no puede correr a proporción de la
abundancia y plenitud del manantial. Una esperanza tímida y trémula, hacen las
oraciones que de ella nacen tímidas y trémulas, y por consiguiente incapaces de
alcanzar mucho. El apóstol Santiago nos manda, que pidamos a Dios las virtudes
que necesitamos, sin dudar nada ni titubear: “El que duda y titubea ,añade, es
semejante a la ola del mar, que es agitada
y llevada de aquí para allá por los vientos. Luego, concluye este santo
apóstol, no tiene que imaginarse que conseguirá alguna cosa del Señor.” Al
parecer todo se espera de Dios, pues se le pide y se le ruega; y parece que
nada se espera o casi nada, pues se titubea con la desconfianza.
2. También se ve gran número de
cristianos que establecen como una obligación capital orar, y aún orar mucho.
¡Pero cuán pocos se hallan que oren y supliquen con aquella fe y confianza a la
cual Jesucristo lo ha prometido todo, y que recomienda a todos! “Cualquier cosa
que pidáis en la oración, creed que la conseguisteis y se os dará.” Nosotros
oramos muchas veces, hacemos oraciones largas; pero mil pensamientos nos vienen
a intimidar. Hacemos débiles esfuerzos para salir de nosotros mismos, en donde
no encontramos sino toda especie de miserias, y elevarnos hasta el origen de
todo bien; pero inmediatamente volvemos a caer dentro de nosotros mismos por el
peso de nuestra flaqueza, y mucho mas por el de nuestra desconfianza. Y aunque
la mayor bondad de la criatura comparada con la de Dios solo sea malicia puede
ser que nos dirijamos en las necesidades temporales a un amigo rico, poderoso y
experimentado, con mas confianza que aquella que acostumbramos dirigirnos a
Dios, aún en las necesidades espirituales, no obstante que nos manda y nos
convida Él mismo a que vayamos a Él como a nuestro Padre. Tanto como esto son
indignas de Dios nuestras oraciones, y nuestra confianza injuriosa a la ternura
del Padre.
IV. Es un estorbo para el espíritu de recogimiento.
1. El recogimiento a las gracias que se han
recibido, es obligación esencial de la devoción. Pero este reconocimiento
supone necesariamente el conocimiento de las gracias y misericordias de Dios; y
no puede ser vivo y activo, sino a proporción de lo que lo es el sentimiento
que tiene de las gracias y misericordias recibidas: y este sentimiento nunca es
vivo en un alma que tiene poca confianza en Dios. No se atreve a prometerse que
recibirá mucho en adelante: y aún no se atreve a creer que ha recibido mucho en
el pasado. Y con semejante disposición, ¿cómo los afectos de reconocimiento
podrán ser vivos y capaces de hacer sobre su corazón profundas impresiones?
2. Si se le presenta algunas veces
lo grande de las misericordias que Dios le ha hecho, y se le obliga a que las
confiese, no por eso su reconocimiento se hace mas vivo y mas activo. Su
esperanza, siempre débil y trémula, apenas le permite creer que es mas dichosa,
o esta mas favorecida de Dios. SE siente como movida a creer, que todas estas
grandes gracias no servirán sino para hacerla mas desgraciada, y para traer
sobre sí mas rigurosa condenación: y estas reflexiones casi destruyen en ella
la experiencia de las misericordias de Dios y el espíritu de reconocimiento; lo
cual es un nuevo estorbo para el espíritu de oración, y para otras nuevas
gracias que Dios le hubiera comunicado; “porque la ingratitud, dice san
Bernardo, es un viento abrazador, que seca el manantial de las gracias, e
impide que corran asía nosotros”
V. Es un estorbo para el amor de Dios.
1. Lo que disminuye tan fuertemente el
sentimiento de las gracias y misericordias de Dios, enflaquece necesariamente
el amor a este Señor. No se puede amar a Dios sino mientras nos parece amable;
y no nos parece amable, sino a proporción de los que loa bienes que hemos
recibido y esperamos recibir, nos parecen grandes, y hacen mayor impresión en
nuestro corazón. No hay ningún cristiano tan desesperado que rehuse el amar a
Dios; si pudiere persuadirse de que Dios lo ama y que le ama tanto, que quiere
llegar a hacerlo eternamente participante del trono y reino de su Unigénito
Hijo. Pero nadie puede amar sino se cree amado, si se cree desechado, sino
tiene consuelo de agradar con su amor. Todo el fundamento de la virtud depende
del amor; pero el mismo amor depende absolutamente de una viva persuasión de
que Dios nos ama. Con que es menester ante todas estas cosas establecer en
nuestro corazón esta viva persuasión, como el fundamento inmutable de toda
devosión. Así el apóstol san Juan nos representa a todos los cristianos como
unas personas convencidas de que Dios nos ama. “Nosotros hemos reconocido, dice
en nombre de todos, y creemos el amor que Dios nos tiene.”
2. Pero no puede fijar en el
entendimiento una verdad de tanto consuelo como esta, tan esencial para la
devosión. Nos entretenemos en discurrir en lugar de creer. Todos, cuando les
preguntan, dicen con la boca que creen; y hay mucho menos de lo que se piensa
que estén íntimamente persuadidos de esto. Traemos en el fondo de nuestro
corazón un principio íntimo de incredulidad, de perplejidad, de timidez, de
desconfianza; y aún no hay persona alguna que se purifique enteramente de esta
levadura.
3. Nos dejamos seducir con este
discurso tan ordinario: ¿Cómo hemos de creer ser tan participantes de la
caridad y misericordia de Dios, cuando no vemos en nosotros mismos sino
tinieblas, insensibilidad y una miseria tan universal y profunda que no podemos
sufrir nosotros mismos? Pero los que así hablan, ¿reflexionan que contradicen
públicamente a la Escritura, la cual nos enseña, que Dios nos amó primero antes
que encontrase en nosotros nada que fuese digno de su amor? “El amor de Dios
asía nosotros, dice san Juan, consiste en que no somos nosotros los que hemos
amado a Dios, sino que Él mismo nos amo primero” San Pablo tiene gran cuidado
de hacernos reparar, que Dios hizo brillar su misericordia con nosotros en el
tiempo mismo en que éramos pecadores e impíos. El amor de Dios no supone nada
amable en lo que ama; porque su amor es del todo gratuito y no tiene otro
origen ni otro fundamento que una purísima misericordia.
4. El amor de las criaturas es débil e
indigente: siempre supone bondad en el objeto que ama y no lo produce; busca en
las criaturas algún bien y con esto procura suplir alguna cortísima parte de su
indigencia y de sus urgencias. Mas como este amor es impotente, no puede mudar
la naturaleza y calidades de los objetos: pero el amor de Dios es infinitamente
rico e independiente de sus criaturas. Voz sois mi Dios, dice el profeta,
porque no necesitas de mis bienes. Nuestro amor no puede hacerle más dichoso.
Encuentra en la infinita plenitud de su ser y sus perfecciones una soberana
felicidad, que no puede tener aumento alguno, así como no puede padecer ninguna
disminución. Dios nos ama porque quiere amarnos, porque es caridad, porque es
la bondad y la misericordia misma; y no es necesario buscar otra razón de su
amor. Como este amor omnipotente, no supone bondad en el objeto que ama sino
que la produce en nosotros y con nosotros en el grado que quiere.
5. Creemos, pues, que Dios es todo amor; que
nos amo no obstante nuestra corrupción y nuestra indignidad. Reconozcamos y
creamos, como san Juan nos lo ordena, la caridad que Dios nos tiene y
empezaremos a estar penetrados de reconocimiento, de confianza y amor. No
opongamos nuestra insensibilidad a nuestra confianza; contrapongamos, si,
nuestra confianza a nuestra insensibilidad. Nuestra dureza nos hace dudar que
somos amados. Creámoslo y no seremos ya duros e incrédulos. Trabajemos sin
cesar en destruir en nosotros estas raíces secretas que han infectado a los
hombres; las que jamás enteramente se arrancan del corazón de los fieles; que
hacen la fe mas lenta y menos viva; que suspenden las actividades de la
esperanza y que son un preparado venenoso contra la caridad, la cual saca toda
su fortaleza y su vida de aquella persuasión en que estamos de que Dios nos ama
y quiere ser amado de nosotros. Conozcamos bien cuanto perjudica a nuestro amor
para con Dios una esperanza débil y tímida; que no adelantaremos en este amor
sino cuanto aumentemos la confianza de ser amados del Señor. No opongamos
nuestras indisposiciones a nuestra esperanza, como si fuera preciso tener
disposiciones perfectas para esperar, y como si estuviera en poder del hombre
darle primero una cosa a Dios, y ofrecerle lo que no se haya recibido de su
bondad enteramente gratuita. Siempre se ha empezar afirmándose en esta
esperanza; y con ella empiezan las disposiciones necesarias, mas grandes en
unos, mas imperfectas en otros. Y muy distante de oponerse la necesidad de
estas disposiciones a la esperanza; por el contrario, con la esperanza se ha de
procurar alcanzarlas.
CONTINUA...
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