INTRODUCCIÓN
Palabra del Evangelio
Cuando decirnos que una afirmación es o
no es "palabra del Evangelio", queremos aseverar que es o no es una
verdad indiscutible. Para los cristianos Cristo es la
autoridad soberana, aquella ante la cual nos inclinamos, a la cual damos toda
nuestra fe y toda nuestra confianza, todo nuestro amor. Hasta para los mismos
incrédulos, Jesús es una de las personalidades más eminentes de la historia.
Es la rectitud y la sinceridad. Es aquel que dijo: Que tu discurso sea: ¡esto
es o esto no es! ¡Todo lo que este fuera de esto de nada sirve! Preguntémonos, pues, lo que Jesús ha
pensado y ha dicho de Satán. El Evangelio, sobre este punto, como sobre todos
los otros puntos que conciernen a la vida religiosa de los hombres, es
normativo y definitivo. Si no lo es ya para los que han perdido la fe, no es
menos cierto que no se puede comprender nada de la mentalidad religiosa de los
siglos que nos han precedido en Francia sin recurrir al Evangelio. Quienes han
tenido — o creído tener — contactos con el Demonio, quienes han sufrido sus
ataques como nuestro cura de Ars, quienes han sido tratados como
"poseídos" y han sido objeto de exorcismos más o menos eficaces,
habían extraído del Evangelio y de la tradición emanada del Evangelio sus
interpretaciones de los estados experimentados por ellos. Abramos pues el Evangelio. ¿Habla de
Satán? ¿Contiene historias de poseídos, de expulsiones de demonios? Jesús en
persona ¿ha creído en el Diablo y qué ha dicho sobre ello?
La tentación de Jesús
En primer lugar debe llamar nuestra
atención la tentación de Jesús en el desierto. Tres de nuestros Evangelios
hablan de ello. Nos muestran a Jesús y a Satán solos y frente a frente. Pero
prestemos atención a lo siguiente: nadie había sido testigo de este encuentro
memorable. Nuestros tres evangelistas no podían saber nada de lo ocurrido más
que por boca del mismo Jesús. Por consiguiente, El se tomó el trabajo de decir
a sus discípulos lo que había pasado entre E! y el Demonio. El quiso que se
supiera que lo había visto, lo que se llama verlo, por decirlo así, "cara
a cara"; que Satán le había hecho proposiciones, había tratado de
someterlo a su yugo, ¡tratado de desviarlo de su camino! En una palabra, Jesús
quiso ser tentado. Lo fué. Reveló a los suyos en qué había consistido esa
tentación: Satán le había mostrado el mundo, diciéndole: "Te daré toda
esta potencia y la gloria de esos reinos, puesto que a mí me ha sido entregada
y a quien quiero la doy; si, pues, tú te postrares delante de mí, será tuya
toda." (Lucas, IV, S-7.) No digamos que la tentación fué pequeña. Tenía
las dimensiones del planeta. Satán había adivinado, pues, que tenía las
dimensiones de Jesús. Y Jesús, por su parte, al llamar en dos oportunidades a
Satán "príncipe de este mundo" (Juan, XIV, 30; XVI, 11), está de
acuerdo con él para reconocerle una preponderancia en todos los reinos de la
tierra. Hablando de los relatos de la tentación en el desierto, el padre
Lagrange los compara a esos prólogos de las tragedias antiguas en los cuales todo
el drama que iba a desarrollarse estaba anunciado y como prefigurado. La
batalla entre Satán y Jesús en el desierto fué un prólogo de esta naturaleza.
Decía todo con respecto a la misión de Cristo. Este sólo venía para derribar la
dominación de Satán. San Juan iba a decir en su primera epístola: "Para
esto se manifestó el Hijo de Dios, para destruir las obras del Diablo."
(Juan, III, 8.) Todo el Evangelio, pues, tiene que estar lleno de acciones
dirigidas por Cristo contra Satán y por Satán contra Cristo. Y está bien que
así sea. No podemos leer nuestros Evangelios sin que esto nos llame la
atención. No comprenderíamos nada de los Evan¬gelios sin la certidumbre de la
existencia de Satán y de su acción entre nosotros.
Ejemplos
Sería demasiado largo enumerar aquí
todos los párrafos donde se habla de los demonios en el Evangelio. Citemos, sin
embargo, los principales. Jesús comienza a predicar en
Galilea, y San Marcos escribe que echa a los demonios (Marcos, I, 34). Antes
del Sermón de la Montaña las multitudes se reúnen alrededor de El, ¿por qué?
San Lucas nos lo dice: "Los cuales habían venido a oírle y a ser curados
de sus enfermedades; y los que eran vejados por espíritus inmundos eran
curados." (Lucas, VI, 17-18.) Porque, dice San Mateo, "le
pre¬sentaron todos los que se hallaban mal, aquejados de diferentes
en-fermedades y recios dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los
curó". (Mateo, IV, 24.) Cuando se habla de María Magdalena, se nos
puntualiza que Jesús había echado de dentro de ella "siete demonios"
(Lucas, VIII, 2), Cuando Jesús envía a sus apóstoles a predicar en Galilea, les
otorga poder sobre los demonios. Cuando regresan les dice con júbilo:
"Contemplaba yo a Satán caer del cielo como un rayo..." (Lucas, X,
17-20.) Cuando Jesús curó a la mujer "que tenía un espíritu de enfer¬medad
hacía dieciocho años" y el jefe de la sinagoga se indignó porque era día
sábado, Jesús responde: "Hipócritas, cualquiera de vosotros en sábado, ¿no
desata a su buey o su asno del pesebre y lo lleva a abrevar? Y a ésta, que es
hija de Abrahán, a quien ató Satán hac^ ya dieciocho años ¿no era razón
desatarla de esta cadena en día de sábado?" (Lucas, XIII, 10-16.) Y
recordemos la expulsión del demonio llamado Legión, porque era numeroso dentro
de los mismos poseídos. Legión pide que se los envíe a una piara de cerdos.
Jesús consiente y todos los cerdos se arrojan al mar y se ahogan. (Los tres
Evangelistas; ver sobre todo Marcos, V, 1-20.) Este episodio burlesco es
asombrosamente evocador. Los demonios están allí perfectamente representados.
Presentimos su naturaleza, su carácter. Presentimos su "psicología",
sobre la cual tendremos oportunidad de volver a hablar: ¿qué hacen en un ser
humano cuando lo tienen en su poder? "Introducen en él — escribe monseñor
Catherinet — y mantienen en él perturbaciones morbosas emparentadas con la
lo¬cura; tienen una ciencia penetrante y saben quién es Jesús; sin vergüenza
se prosternan ante El, le rezan, le hacen juramentos en nombre de Dios, temen
ser de nuevo lanzados por El al Abismo y para evitarlo piden entrar en los
cerdos y establecerse allí. No han terminado de instalarse cuando, con un poder
no menos asombroso que su versatilidad, provocan la destrucción cruel y malvada
de los seres en los cuales habían pedido refugiarse. Miedosos, obsequiosos,
poderosos, malignos, versátiles y hasta grotescos, todos estos rasgos,
fuertemente revelados aquí, vuelven a encontrarse en grados diversos en los
otros relatos evangélicos de expulsiones de demonios." En suma, es imposible, no sólo para
un católico sino para un historiador serio, dejar de comprobar que Jesús no se
limita a hablar como se acostumbra en sus tiempos, que no tiene la intención de
conciliar con la ignorancia y los prejuicios de su medio, pero que cree en la
existencia y en la acción de Satán, que nos pone en guardia contra Satán, que
no cesa de luchar contra Satán, tanto que Satán está presente en todo el
Evangelio, a tal punto que esto nos plantea un problema que debemos examinar
con la mayor atención.
Por qué tantos poseídos?
Los relatos demonológicos son tan numerosos en
el Evangelio, el Diablo ocupa en ellos tanto lugar, que debemos preguntarnos si
en todo esto no habrá algo de exageración. Es bien sabido que en la vida
corriente no encontramos a seres poseídos en la cantidad relativamente
considerable con que aparecen al paso de Jesús. Los críticos modernos — por lo
menos los que se complacen en llamarse "críticos independientes" — no
han dejado de proclamar que lo consideran inverosímil. Para ellos la mayor
parte de estos "poseídos" eran simplemente maniáticos, medio locos, o
dementes más o menos furiosos. Aun cuando así fuese, aun cuando Jesús al tratar
a esta categoría de enfermos se hubiera avenido a las ideas medicales de su
siglo, no dejaría de ser menos notable que hubiera tenido éxito, en la mayoría
de los casos, en liberar con una palabra de su invalidez a estos desgraciados y
devolverlos a su estado normal. Pero esta forma de resolver el problema, debe
tenerse por singularmente sumaria, si se considera lo que hemos dicho más
arriba. Los textos evangélicos dis¬tinguen muy claramente entre los enfermos y
los poseídos. Estos últimos manifiestan, mediante signos patentes, la presencia
de una inteligencia extraña que habita en ellos. Esta inteligencia es hostil a
Jesús, es lo que llamamos la inteligencia de un espíritu maligno. Si a
continuación de ese Prólogo, del cual hemos señalado la grandeza: la tentación
de Jesús en el desierto, Satán no hubiera intervenido en e! transcurso de la
carrera de Cristo, o no hubiera interpretado más que un papel secundario,
hubiésemos tenido, antes bien, la ocasión de habernos sorprendido. Pero no es
el caso. Jesús ha demostrado abiertamente que es "el fuerte" que ha
venido para reprimir el imperio de Satán sobre el mundo. A decir verdad, esta
lucha se desarrollaba principalmente en el terreno de lo invisible, en los
dominios de la gracia y del pecado. Y hasta el fin del mundo, esto
será así. Pero con el permiso de Dios,
esta lucha inmensa y secular presenta también signos visibles y nos ofrece
episodios espectaculares. Estos episodios no son lo esencial. No lo olvidemos.
Aun cuando en este libro insistimos sobre ellos, no cabe en nuestro espíritu el
extremar su importancia. Lo que está en juego son las almas, es la elección
entre el cielo y el infierno, entre el odio y el amor, ¡entre la felicidad y la
condenación! Entraba, pues, en los designios de la Providencia hacer conocer a
los hombres algo del poder de Satán y de humillar a éste ante el poder del
Redentor. No estamos de ningún modo obligados a creer que el número de poseídos
del cual se habla en el Evangelio corresponde a un término medio en el mundo de
entonces o en el mundo actual. Es muy posible y hasta verosímil que estos casos
se hayan producido con una frecuencia extraordinaria alrededor de Jesús. La
unión personal de la divinidad con la naturaleza humana en Jesús, Hijo del
Hombre e Hijo de Dios, todo junto, habría tenido como contragolpe, con el
permiso divino, manifestaciones repetidas y múltiples de diablismo. ¡La posesión
es, en cierto sentido, una réplica, una caricatura de la Encarnación del Verbo!
El paganismo y el mismo judaismo empezaban a estar roídos por esa incredulidad
con respecto a lo sobrenatural que es una de las señales del tiempo en que
vivimos. ¡La venida de Jesús a la tierra y los numerosos casos de posesión que
se produjeron alrededor de El constituyen una revelación sobrecogedora del
mundo sobrenatural en sus dos aspectos complementarios que son la Ciudad de
Dios y la Ciudad de Satán. En este sentido fue que dijimos que para nosotros el
Evangelio es normativo. Plantea principios, proporciona claridades, establece
leyes, arroja sobre todos los siglos por venir, luces que no deben apagarse
jamás. Todo lo que sabemos y creemos con respecto al Demonio está arraigado en
el Evangelio. La creencia en la existencia y en la malignidad del Demonio es un
dogma para los cristianos. Nuestro destino está emparentado con el de los Ángeles
o los Demonios. Veremos a Dios, como los ángeles, dice Jesús, o bien seremos malditos
con Sacan y todos sus demonios. Todo esto tenía que ser dicho o recordado antes
que llegáramos a los hechos contemporáneos. Y para conducirnos del Evangelio a
estos hechos contemporáneos será suficiente una rápida ojeada En conjunto
tendremos que cuidarnos de dos peligros: el de exagerar el satanismo y el de
reducirlo a la nada. En algunos siglos se ha visto al Diablo por todas partes y
en otros no se quería verlo por ninguna parte. Doble exageración igualmente
engañadora, igualmente falsa y por consiguiente igualmente salida de Satán,
padre de la mentira.
En la antigüedad
No podría decirse que los cristianos de los primeros tiempos tuvieran
obsesión por la acción de los demonios. Podríamos citar textos de San Pablo y
de San Pedro que permanecen siempre actuales y que deben ser considerados por
nosotros como la expresión de la estricta
realidad. Tenemos que luchar contra el Demonio. La vida moral no es más que una
lucha. Hay otra cosa más que la carne y la sangre. El Dragón se halla
constantemente en acción. San Juan en el Apocalipsis ha dicho todo cuanto había
que decir sobre las vicisitudes de la historia cristiana. Pero es indudable que
el Dragón interpreta en ella un papel de primer plano. Los períodos de persecución
tan abundantes en la historia de la Iglesia son eminentemente diabólicos. No
cabe duda, por otra parte, que los primeros cristianos consideraban diabólico
al culto rendido a los ídolos bajo el paganismo. Los dioses paganos, para
ellos, eran demonios Al hablar de todo esto, sin embargo, no se dirá que los
Padres de la Iglesia hayan exagerado jamás. Un Agustín ha visto muy bien las dos Ciudades. Las ha descrito con lucidez, con fuerza, con toda
la amplitud de visión de un genio espiritual. A veces lo consideramos
pesimista. Pero es por una razón muy distinta de la teología demonológica. No
relaciona solamente con el demonio todo lo que hay de tenebroso en las acciones
de los hombres. Nosotros tenemos en ello nuestra parte. El es quien afirma por
el contrario — volveremos a hablar de esto — que "ese perro está
encadenado". El Diablo no puede nada contra nosotros sin nosotros. De
nuestro consentimiento es de donde extrae su fuerza y de nuestra resistencia es
de donde procede su debilidad. Las historias más demoníacas llegadas hasta
nosotros desde las profundidades de la antigüedad cristiana son las de los
Padres del desierto. Un Antonio ha luchado frente a frente con el demonio. Los
ermitaños de la Tebaida y los monjes de todo origen y de toda época han tenido
que pelear con Satán. San Martín de Tours, en nuestro país, sabia bastante de
esto. Sin embargo, podemos atravesar rápidamente la Edad Media, podemos hojear
los infolios de los grandes teólogos escolásticos sin enloquecernos con
evocaciones demonológicas. Los autores que han hecho un estudio especial de la
literatura medieval que se refiere a la posesión demoniaca o la brujería,
opinan que los más grandes maestros — Alberto el Grande, Tomás de Aquino, Duns
Scot — se inclinaban antes bien a rechazar los pretendidos prodigios de las
brujas. En el siglo xv todavía, Gerson y Gabriel Bie!, el último de los
nominalistas, disentían porque el primero afirmaba y el segundo negaba el poder
de los demonios sobre el mundo terrestre.
Un viraje
peligroso
Se estaba
en esto cuando apareció en 1486
una obra destinada a tener una enorme repercusión, que iba a orientar todo un siglo
hacia las exageraciones más
manifiestas y más deplorables. Se trata del Malleus
maleficarum — El martillo de las brujas — de dos dominicanos alemanes:
Jacques Sprenger y Henri Institoris, el
primero profesor en la Universidad de Colonia, el segundo inquisidor en
Alemania del Norte. La obra se propagó en forma prodigiosa. Se conocen 28
ediciones en los siglos xv y xvi. Fué el manual de la cacería de las brujas, y
dio el impulso a toda una literatura demonológica. No terminaríamos nunca de
citar los títulos publicados para uso de los inquisidores o los confesores en
el siglo xvi y en los cuales sólo se habla de brujería o de pactos con el
Diablo. El siglo xvn, en pus comienzos, vio pulular este género de obras. Se
hablaba en ellos de la "posesión" con detalles rechazantes, de
monstruos, vampiros, diablillos caseros, espíritus familiares, etc. En 1603, un
autor, Jourdain Guibelet, publica un "Discurso filosófico", cuyo
título "anzuelo" sólo recubre un tratado de íncubos y súcubos, es
decir, de relaciones carnales con los demonios. La bibliografía de Yves de
Plessis, que sólo comprende las obras francesas sobre la acción demoníaca,
contiene alrededor de dos mil títulos, más O menos, La opinión general tiende,
a la sazón, a ver al demonio en todas las enfermedades que atacan al cuerpo
humano. Emile Brouette en el Satán de los Estudios carvielitanos (pág. 363),
transcribe estas líneas del ilustre Ambroise Paré, autor de esta frase citada
con tanta frecuencia: "¡Yo lo curé, Dios lo sanó!". "Diré con
Hipócrates, padre y autor de la medicina, que en las enferme-dades hay algo de
divino de lo cual el hombre no
sabría dar razón. Hay brujas, magos, envenenadores, seres maléficos,
malvados, astu¬tos, tramposos, que construyen su destino mediante el pacto que
han concertado con los demonios — que son sus esclavos y vasallos — quizá por
medios sutiles, diabólicos y desconocidos, corrompiendo el cuerpo, el
entendimiento, la vida y la salud de los hombres y otras criaturas."
Imaginaciones malsanas
Podemos decir que en el siglo
xvi va a producirse una orgía de imaginaciones malsanas desde el punto de vista
demonológico. Se verá al diablo por todas partes. Se inventarán, del principio
al fin, infestaciones diabólicas. La polémica anticatólica del protestantismo
na¬ciente estará dominada por el satanismo. La llamada Reforma protestante ha
hecho causa común desde el principio con la obsesión demoníaca. Si bien la
persecución de las brujas y los brujos había empezado mucho antes de Lutero y
Calvino, éstos no sólo se abstu¬vieron de hacer algo para detenerla, sino que
se apoyaron sobre la Biblia, el Antiguo y el Nuevo Testamento para autorizarla
y promoverla. "Lutero, Melancton, Calvino, escribe Brouette, creían en el
satanismo, y sus discípulos, predicadores fanáticos, no hicieron sino agravar
la credulidad natural de los pueblos convertidos al nuevo Evangelio."
{loe. cit., pág. 367.)
Cifras impresionantes
El mismo autor proporciona
cifras increíbles sobre el número de procesos por brujería. Es cierto que las
da "bajo la reserva más grande y con beneficio de inventario".
"N. Van Werveke — nos dice — estima en 30.000 el número de procesos
presentados ante los tribunales del ducado de Luxemburgo. L. Raiponce (Ensayo
sobre la brujería, pág. 64) calcula para Alemania, Bélgica y Francia, la cifra
más moderada de 5 0.000 ejecuciones. A. Louandre (La brujería, pág. 124)
escribe que en el siglo xvi durante 15 años, en Lorena, en 1515, 900 brujos
fueron enviados al suplicio, 5 00 en Ginebra en tres meses; 1.000 en la
diócesis de Come, en un año. En Estrasburgo, según J. Français, en tres años se
habrían encendido 2 5 hogueras por causa de la brujería. De acuerdo con G. Save
(La brujería en Saint-Dié), el total de procedimientos antisatánicos para el
distrito nombrado se eleva a 230, de 1530 a 1629. Para toda la Lorena, C. E.
Dumont (justicia criminal de los ducados de Lorena, pág. 48 del tomo II) estima
que hubo 740 procesos de 1 5 53 a 1669." Un catálogo completo de los
procesos por brujería sería, no cabe duda, una obra de largo aliento.
Contrariamente a la opinión corriente, acreditada por los mejores
historiadores, no es en las postrimerías del siglo xvi que culmina el furor de
la represión antisatánica. Los accesos de esta represión son raros en el siglo
xiv; más abundantes ya en el siglo xv, los procedimientos proliferan desde 1
530, es decir, en la primera mitad del siglo xvi. Esta primera mitad del siglo
será, en realidad, casi tan sangrienta como la segunda, es decir la de 1580 a
1620, que fué la más feroz. Nos parece que no cometemos un grande error al
atribuir en su mayor parte a Lutero y al protestantismo, la profusión de
literatura demonológica que se manifiesta después de 1530. Era ésta la opinión
de monseñor Janssen en su gran historia de La civilización en Alemania Vimos
entonces, escribe, desarrollarse una literatura satánica muy variada y muy
importante. En Alemania es casi exclusivamente de origen protestante y
concuerda en todo sentido con la enseñanza de Lutero y su imperio."
Lutero y el Diablo
No cabe duda que en todo el
conjunto de su doctrina Lutero atribuye al Demonio una acción mucho más
importante que la que se le acordaba antes. Pretendía tener pruebas personales
de esta acción, El, Lucero, había visto a Satán, naturalmente. Y lo afirmaba a
todo el que quería oírlo. "Satán, escribía, se presenta con frecuencia
bajo un disfraz: lo he visto con mis ojos bajo la forma de un cerdo, de un
manojo de paja en llamas, etc." Contaba a su amigo Myconius que en la
Wartburg, en 1521, el diablo habla ido a buscarlo con la intención de matarlo y
que lo había encontrado a menudo en el jardín bajo la forma de un jabalí negro.
En Coburgo, en 1530, lo había reconocido una noche en una estrella. "Se
pasea conmigo en el dormitorio — escribe —, y encarga a los demonios que me
vigilen; son demonios inquisidores." Relata en detalle sus conversaciones
con el Diablo. Cita casos "muy verídicos" de atentados satánicos que
le eran contados por sus amigos. En Sesscn tres sirvientes habían sido raptados
por el demonio; en la Marche, Satán había extrangulado a un posadero y llevado
por los aires a un lansquenete; en Mühlbcrg, un flautista ebrio había corrido
la misma suerte; en Eisenach, otro flautista había sido raptado por el Diablo,
por más que el pastor Justus Menius y varios otros mi¬nistros vigilaron
constantemente para cuidar las puertas y ventanas de la casa donde se
encontraba. El cadáver del primer flautista había sido hallado en un arroyo y
el del segundo en un bosquecillo de avellanos. Y Lutero da testimonio de estos
hechos con una especie de solemnidad: "No son — dice — cuentos en el aire,
inventados para inspirar miedo, sino hechos reales, verdaderamente aterradores
y no chiquilinadas como lo pretenden muchos que quieren pasar por sabios."
Dice también: "Los diablos vencidos, humillados y golpea¬dos se convierten
en duendes y en diablillos caseros, porque hay demonios degenerados y me
inclino a creer que los monos no son otra cosa." Esta última conjetura le
agrada porque insiste: "Las serpientes y los monos están sometidos al
demonio más que los otros animales. Satán está dentro de ellos: los posee y se
sirve de ellos para engañar a los hombres y hacerles mucho daño. Los demonios
viven en muchos países, pero más particularmente en Prusia. También los hay en
gran número en Laponia; demonios y magos. En Suiza, no lejos de Lucerna, sobre
una altísima montaña existe un lago que se llama «el estanque de Pilatos»; allí
el Diablo se libra de toda suerte de actos infames. En mi país, en una elevada
montaña llamada Polsterberg, montaña de los duendes, hay un estanque; cuando se
arroja dentro de él una piedra se desata en seguida una tormenta y todos los
alrededores son devastados. Este estanque se halla lleno de demonios: Satán los
tiene prisioneros allí... Pero
no era solamente en sus cartas privadas
o sus charlas durante las comidas que
Lutero hablaba así. La demonología ocupaba un lugar muy grande en su doctrina
misma. En 1520, cuando todavía no estaba completamente separado de la tradición
católica, había declarado que era un pecado contra el primer mandamiento
atribuir al demonio o a los malvados los fracasos en las empresas o las desgracias
del destino. Pero más tarde veía los designios del demonio por todas partes. En
su Gran Catecismo, que data de 1529 y contiene las ideas que le son más caras,
enseña expresamente que son los demonios quienes suscitan las querellas, los
asesinatos, las sediciones, las guerras, lo cual puede, como lo diremos más
adelante, sostenerse, pero ¡que sea él también la causa de los truenos, las
tormentas, la piedra que destruye la cosecha, y que mata los animales y reparte
veneno en el aire! ¡Qué hubiera dicho de los automóviles cuyas ex-halaciones
infectan nuestras ciudades! "El Demonio — escribe — amenaza sin cesar la
vida de los cris¬tianos; satisface su ira haciendo llover sobre ellos toda
clase de males y de calamidades. De ahí que tantos desgraciados mueran, los
unos estrangulados, los otros atacados de demencia; él es quien arroja a los
niños a los ríos, él es quien prepara las caídas mortales." De acuerdo con
Lutero los poderes del Demonio son inmensos: "El Diablo —dice— es tan
poderoso que con una hoja de árbol puede ocasionarnos la muerte. Posee más
drogas, más redomas llenas de veneno que todos los boticarios del universo. El
Diablo amenaza la vida humana con medios que le son propios, él es quien
envenena el aire." Y no son éstos textos aislados y raros en las obras de
Lutero. Encontramos en sus escritos las aseveraciones más increíbles. No duda,
por ejemplo, que Satán abusa algunas veces de las niñas, que éstas quedan
embarazadas por su acción y que los niños nacidos de esta unión atroz son hijos
del Diablo y que no tienen alma. No son más que un "montón" de carne,
según él, y nos da esta razón peren-toria: "El Diablo puede hacer un
cuerpo pero no sabría crear un espíritu: ¡Satán es, pues, el alma de sus
criaturas!" Y nos da esta conclusión dogmática: "¿No es horrible y
aterrador pensar que Satán pueda torturar de este modo a los seres y que tenga
el poder de engendrar hijos?"
Después de Lutero
No es menester señalar que tales
afirmaciones, tan repetidas, tan impresionantes y que provenían de un hombre
como él, no se perdieron para las iglesias protestantes y para los escritores
luteranos. En casi todos los sermones de
los ministros luteranos el diablo desempeña un papel de primer orden. La
literatura popular se halla invadida por una multitud de demonios. Un polemista
católico alemán, Jean Nas, se indignaba ante esta proliferación de libros
satánicos. "En el espacio de pocos años —escribió en 1 588 — se han publicado
y propagado cantidades de libros sobre el demonio, libros escritos en nombre
del demonio, impresos en nombre del demonio, comprados y leídos ávidamente en
nombre del demonio: ¡se les hace muchísimo caso y sus autores son célebres
entre los pretendidos servidores del Verbo "Antaño — añade — los cristianos
devotos prohibían a sus hijos que nombraran al espíritu del mal y hasta que lo
designaran por alguno de sus horribles apodos; estaba prohibido jurar por el
demonio, de acuerdo con estas palabras de Salomón: «Cuando el pecador maldice
en nombre del demonio, maldice su propia alma». Pero ahora se predica sobre el
diablo, se escribe en nombre del diablo y esto pasa por justo y laudable. Puedo
muy bien deciros la razón: es porque el abuelo de nuestros «evangélicos», el
«santo patriarca» Martín Lutero, díó el primer ejemplo."En 1595, un
"superintendente", es decir un obispo luterano, Andrés Celichius,
quizo llenar una laguna publicando un tratado completo sobre la Posesión
diabólica. Y en los siguientes términos declaró que consideraba indispensable
su libro: "Casi por doquier, cerca de nosotros tanto como lejos, el número
de poseídos es tan considerable que uno se sorprende y se aflige y tal vez sea
ésa la verdadera llaga por la cual nuestro Egipto y todo el mundo caduco que lo
habita está condenado a morir." En su país, Mecklemburgo, estimaba que el
número de "poseídos" que sembraba por todas partes el miedo y el
terror se elevaba por lo menos a treinta. "Las criaturas frágiles y
débiles —escribió—, las mujeres y las niñas se perturban enormemente por todo lo
que están obligadas a oír y ver, Muchas han renunciado a la fe y a la caridad,
puesto que han oído los consejos de los demonios, lo cual constituye una
práctica anticristiana e idólatra ... ” Y describe largamente los estragos de
la demonología en su época. Pero detengamos aquí estos lamentables recuerdos.
En nuestros tiempos actuales tales exageraciones no son, indudablemente,
posibles ya. Es hora de buscar los síntomas de la presencia de Satán en nuestro
mundo moderno y pasamos por lo tanto, inmediatamente, a nuestro siglo XIX
francés. ¿Podemos aún citar seriamente "diabluras" en una época tan
próxima a la nuestra? Trataremos de contestar esta pregunta mediante
certidumbres, evitando toda exageración.
Continua...
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