Angél de la Paz |
"Si no atienden a mis pedidos,vendrá una guerra peor que la primera" |
He aquí la voluntad divina, que debía y
debe ser obedecida:
Es claro que si Rusia hubiera sido
convertida suficientemente a tiempo, como Dios y la Santísima Virgen pidieron,
ya habría paz, o nosotros veríamos el cumplimiento de todos los
terribles castigos que Nuestra Señora nos dijo que ocurrirían: la guerra, el
hambre y la persecución de la Iglesia y del Santo Padre, la aniquilación de
varias naciones y la esclavización de aquellas naciones que no fueron
aniquiladas. Sólo la conversión de Rusia puede poner fin a los castigos que hoy
nos afligen, e impedir aquellos otros castigos que nos enfrentarán en el
futuro. La Hermana Lucía advirtió que Rusia sería usada por Dios para castigar
al mundo entero, “si antes no
alcanzábamos la conversión de esa pobrecita Nación.” Necesitamos la
conversión de Rusia, pero Dios ha determinado que esa conversión sólo vendrá a
través de un único medio: la solemne Consagración de Rusia al Inmaculado
Corazón de María. El fin de los castigos
y la paz mundial, por lo tanto, dependen de ese acto.
Paz o castigo
En Fátima Nuestra Señora,
refiriéndose a Ella misma bajo el título de Nuestra Señora del Rosario, dijo, “Sólo Ella os puede ayudar”. Ningún
gobierno o institución ha logrado alcanzar cualquier clase de paz duradera para
nuestro mundo desgarrado por la guerra. Eso es porque Dios ha determinado que
la paz vendrá sólo por un medio: de
manos de la Santísima Virgen María. Y sólo por nuestra obediencia a los simples
pero profundos pedidos que Ella hizo en Fátima concederá la verdadera paz sobre
la humanidad. La Hermana Lucía preguntó a Nuestro Señor por qué El no
convertía a Rusia sin que el Papa hiciera la Consagración. Él le contestó que quería que toda la Iglesia la reconociera como el
Triunfo del Inmaculado Corazón de María; luego, como resultado de ese triunfo,
Su Iglesia rendiría público homenaje al Inmaculado Corazón al lado de Su
Sagrado Corazón. La paz que Nuestra Señora prometió es la paz que Isaías
profetizó en la Sagrada Escritura: “Y
sucederá a lo postrero de los tiempos que el monte de la casa de Yave será
consolidado por cabeza de los montes, y será ensalzado sobre los collados, y se
apresurarán a él todas las gentes, y vendrán muchedumbres de pueblos, diciendo:
Venid y subamos al monte de Yavé, a la casa del Dios de Jacob, y l nos enseñará
sus caminos, e iremos por sus sendas, porque de Sión ha salido la Ley, y de
Jerusalén la Palabra de Yavé…de sus espadas harán rejas de arado, y de sus
lanzas hoces. No alzarán la espada gentes contra gentes, no se ejercitarán para
la guerra” (Is. 2:2-4; cf. Mic. 4:1-3). Eso fue profetizado hace más de
2.500 años, y será realizado cuando el Inmaculado Corazón triunfe y reine.
Podemos juzgar por nosotros mismos si las espadas actualmente están arando los
campos. Sólo en el año 2000, los Estados
Unidos de América exportaron u$s 798 mil millones en armamentos a los países
del Tercer Mundo. Ese es dinero que pudo haber ido a medicinas, a plantas
de desalinización de aguas, y para alimentos y agricultura. Cuando tengamos la
paz que Nuestra Señora traerá con el triunfo de Su Inmaculado Corazón, usaremos
nuestros recursos para ayudar a la gente más que para dañarla.
Paz y conversión
Como explica San Agustín, la paz es
la tranquilidad en el orden. Desde que Dios es el creador de los hombres, se
sigue que la humanidad tendrá paz solo cuando se conforme al orden de la
sociedad establecido por el Creador. Para tener paz verdadera y duradera entre
los hombres, el hombre debe vivir una vida justa y pía, de acuerdo con la
naturaleza que Dios le dio. La paz que Nuestra Señora predijo no consistirá en
apenas “que los hombres se traten
mutuamente con urbanidad y cortesía, sino que es necesaria una paz que llegue
al espíritu, los tranquilice e incline y disponga a los hombres a una mutua
benevolencia fraternal. Y no hay semejante paz si no es la de Cristo” (Papa
Pío XI, Ubi Arcano dei Consilio). “Él
es nuestra paz,” declaró San Pablo (Ef. 2:14).
La paz que resultará de la Consagración de Rusia no será meramente la
ausencia de guerra. Será la paz que resulte del reinado de Jesucristo entre los
indivíduos, las familias y la sociedad como explicó el Papa Pío XI: “Porque Cristo [será] todo entre
todos” (Col. 3: 11). El reinado social de Cristo será reconocido y vivido por
todos. Ya que reina Jesucristo en la mente de los individuos, por sus
doctrinas, reina en los corazones por la caridad, reina en toda la vida humana
por la observancia de sus leyes y por la imitación de sus ejemplos. Reina
también en la sociedad doméstica cuando, constituida por el sacramento del
matrimonio cristiano, se conserva inviolada como una cosa sagrada, en que el
poder de los padres sea un reflejo de la paternidad divina, de donde nace y
toma el nombre; donde los hijos emulan la obediencia del Niño Jesús, y el modo
todo de proceder hace recordar la santidad de la Familia de Nazaret.
Reina finalmente Jesucristo en la
sociedad civil cuando, tributando en ella a Dios los supremos honores, se hacen
derivar de él el origen y los derechos de la autoridad para que ni en el mandar
falte norma ni en el obedecer obligación y dignidad, cuando además le es
reconocido a la Iglesia el alto grado de dignidad en que fue colocada por su
mismo autor, a saber, de sociedad perfecta, maestra y guía de las demás
sociedades; es decir, tal que no disminuya la potestad de ellas -pues cada una
en su orden es legítima-, sino que les comunique la conveniente perfección,
como hace la gracia con la naturaleza; de modo que esas mismas sociedades sean
a los hombres poderoso auxiliar para conseguir el fin supremo, que es la eterna
felicidad, y con más seguridad provean a la prosperidad de los ciudadanos en
esta vida mortal.
De todo lo cual resulta claro que no
hay paz de Cristo sino en el reino de Cristo” (Ubi Arcano Dei Consilio).
Dios ha determinado que esa paz vendrá
por medio de la Consagración de Rusia y del triunfo del Inmaculado Corazón de
María. La paz que será el resultado de la Consagración de Rusia, por lo tanto,
tendrá no sólo una dimensión política pero también llegará a ser la paz que
fluye de una unidad de mentes, corazones y voluntades: una paz católica. Para
usar la expresión de Pio XI, será “La
paz de Cristo en el Reino de Cristo”.
El Dios Todopoderoso, de Quien
deriva toda autoridad, ha ordenado que haya una autoridad universal espiritual,
la Iglesia, y una autoridad temporal. Ambas reciben su autoridad de Él, por lo
tanto estamos obligados a rendir homenaje a ambas: “Todos han de estar sometidos a las autoridades superiores” (Rom.
13:1). Despreciar la autoridad legítima es ilegal y rebelde: “...quien resiste a la autoridad, resiste
a la disposición de Dios, y los que la resisten se atraen sobre si la
condenación” (Rom. 13: 2). La Iglesia Católica explica que el sistema que
Dios destina a la Iglesia y al Estado es que los dos obren de común acuerdo. El
Papa Bonifacio VIII enseñó solemnemente que las dos espadas que San Pedro
esgrimió (Lc. 22:38) fueron simbólicas de las dos espadas de la autoridad
papal, en la esfera de lo espiritual y de lo temporal. “Más esta (la espiritual) ha de esgrimirse en favor de la Iglesia,
aquella (la material) por la Iglesia misma. Una por mano del sacerdote, otra
por mano del rey y de los soldados, si bien a indicación y consentimiento del
sacerdote”. (Unam Sanctam, § 2, Dz. 468-469)
Como explicó el Papa León XIII:
“Dios ha repartido, por tanto, el gobierno del género humano entre dos
poderes: el poder eclesiástico y el poder civil. El poder eclesiástico, puesto
al frente de los intereses divinos. El poder civil, encargado de los intereses
humanos. Ambas potestades son soberanas en su género. Cada una queda
circunscrita dentro de ciertos límites, definidos por su propia naturaleza y
por su fin próximo. De donde resulta como una esfera determinada, dentro de la
cual cada poder ejercita iure propio su actividad. Pero como el sujeto
pasivo de ambos poderes soberanos es uno mismo, y como por otra parte, puede
suceder que un mismo asunto pertenezca, si bien bajo diferentes aspectos, a la
competencia y jurisdicción de ambos poderes, es necesario que Dios, origen de
uno y otro, haya establecido en su providencia un orden recto de composición
entre las actividades respectivas de uno y otro poder. “...pues no hay
autoridad sino bajo Dios; y las que hay, por Dios han sido establecidas,” (Rom.
13:1). Si así no fuere, sobrevendrían frecuentes motivos de lamentables
conflictos, y muchas veces quedaría el hombre dudando, como el caminante ante
una encrucijada, sin saber qué camino elegir, al verse solicitado por los
mandatos contrarios de dos autoridades, a ninguna de las cuales puede, sin
pecado, dejar de obedecer.
“Esta situación es totalmente contraria a la sabiduría y a la bondad de
Dios, quien incluso en el mundo físico, de tan evidente inferioridad, ha
equilibrado entre sí las fuerzas y las causas naturales con tan concentrada
moderación y maravillosa armonía, que ni las unas impiden a las otras ni dejan
todas de concurrir con exacta adecuación al fin total al que tiende el
universo. Es necesario, por tanto, que entre ambas potestades exista una
ordenada relación unitiva, comparable, no sin razón, a la que se da en el
hombre entre el alma y el cuerpo. Para determinar la esencia y la medida de
esta relación unitiva no hay, como hemos dicho, otro camino que examinar la
naturaleza de cada uno de los dos poderes, teniendo en cuenta la excelencia y
nobleza de sus fines respectivos. El poder civil tiene como fin próximo y
principal el cuidado de las cosas temporales. El poder eclesiástico, en cambio,
la adquisición de los bienes eternos. Así, todo lo que de alguna manera es
sagrado en la vida humana, todo lo que pertenece a la salvación de las almas y
al culto de Dios, sea por su propia naturaleza, sea en virtud del fin a que
está referido, todo ello cae bajo el dominio y autoridad de la Iglesia. Pero
las demás cosas que el régimen civil y político, en cuanto tal, abraza y
comprende, es de justicia que queden sometidas a éste pues Jesucristo mandó
expresamente que se dé al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios.” (Immortale Dei) Cuando se haga la Consagración de Rusia, se establecerá la relación
pertinente entre las autoridades eclesiásticas y civiles. No habrá ningún
choque entre las enseñanzas de la Iglesia y las leyes o autoridades de un país.
Por ejemplo, cuando tengamos el triunfo del Inmaculado Corazón, ningún gobierno
habrá “legalizado” el aborto, el divorcio, la contracepción, etc.; las leyes de
Dios guiarán las leyes del estado. La paz de Nuestra Señora, como señalamos en
Isaías más arriba, también incluye la conversión del mundo al Catolicismo. Ese
es el claro sentido de la primera parte del pasaje, que afirma que las naciones
se congregarán en la casa del Señor. Eso ha sido definido infaliblemente tres
veces: que no hay salvación fuera de la Iglesia Católica. Por lo tanto, de ello
resulta que Dios quiere que todos los hombres sean católicos. La verdadera
redacción de estas dos definiciones solemnes, infalibles (y, por lo tanto,
imposibles de cambiar), que comprometen a todos los católicos (de
cualquier rango, incluyendo Cardenales y Papas) a creer, bajo pena de ser
automáticamente excomulgados (expulsándose ellos mismos de la Iglesia
Católica), es la siguiente: No hay sino una Iglesia universal de los
fieles, fuera de la cual nadie absolutamente se salva. (Papa Inocencio III,
Cuarto Concilio de Letrán, 1215; D.S. 802; Dz.-Hünermann 802.)
La Santísima Iglesia Romana
firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia
católica, no sólo paganos, sino también judíos y herejes y cismáticos, puede
hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está
aparejado para el diablo y sus ángeles, a no ser que antes de su muerte se
uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia,
que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los
sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de
piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que
hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede
salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia católica. (Papa
Eugenio IV, Bula Cantate Dómino, 1442;
D.S. 1351; Dz.-Hünerman 1351.)
Y así es la Iglesia Católica, que es
“el pilar y fundamento de la verdad” (I
Tim. 3:15). Sólo podemos hacer la voluntad de Dios volviéndonos católicos.
Si lo rechazamos, ya no haremos la voluntad de nuestro Creador, y no tendremos
la tranquilidad en el orden.
Así, de ello resulta que Dios ha
ordenando a los hombres, a la luz del advenimiento de Cristo, a hacerse
miembros de la Iglesia Católica. La paz, o la tranquilidad en el orden, que
vendrá cuando sea obedecida Nuestra Señora de Fátima lo reflejará.
Colofón. Propio es de la cusa por excelencia obrar, en los
acontecimientos contingentes, mediante las causas secundarias e instrumentos
elegidos para su fin y propósito, y a esto se le llama el gobierno de la
Providencia Divina sobre todos los seres incluyendo al hombre, aunque este goce
de su libre albedria al cual respeta misteriosamente, pero también lo ordena al
fin buscado por El. Por eso no es de extrañar que El mismo Señor de todas las
cosas lo pruebe muchas veces tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
Así, por ejemplo elige a Jonás para que, por medio de su predicación, convierta
a la ciudad pecadora Nínive, pero que pasa cuando este instrumento no sigue sus
mandatos?, se dice en el Antiguo Testamento: “Levántate y ve a Nínive la
ciudad grande, y predica contra ella, porque su maldad ha subido hasta Mi”.
He aquí la orden divina que, sin dilación debía ser obedecida. Y ¿Qué hizo Jonás?
: “Pero
Jonás se levanto para huir de la presencia de Yavé, tomando el camino de
Tarsis”. Por donde vemos que el instrumento no solo desobedece sino que
también quiere huir de su presencia como si existiera lugar en donde el hombre
puede esconderse sin ser visto por Dios. Sin embargo, a pesar de fallar su
instrumento, El consigue su fin a su manera no violentando ese libre albedrio
del cual hablamos más arriba. (véase el Libro de Jonás profeta)
Ahora bien en cuanto a la voluntad Dina
con respecto al tema que nos ocupa “la consagración de Rusia al Inmaculado
Corazón” nuevamente vemos el comportamiento del instrumento de Nuestro
Señor obrando muy al contrario del deseo de Nuestro Señor, pero los
acontecimientos son diferentes, mas ambos conducen al mismo resultado que es la
DESOBEDIENCIA, aquel huía de la
Presencia del Señor, estos, en su obstinación, NO CUMPLEN con el mandato divino con respecto al fin primario que
se pretende con esa conversión de Rusia y de nuevo en este caso Dios respeta el
libre albedrio de quienes debían anunciar al mundo el tercer secreto de Nuestra
Señora contra viento y marea, pero eso no quiere decir que Jesucristo haya
renunciado a su propósito que es doble; la conversión de Rusia y el reinado del
Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen María, porque dice el Señor: “El
cielo y la tierra pasaran, pero mis palabras no pasaran”
Lugo, a pesar de que sus instrumentos
fallaron, El será infalible y lograra la conversión de esta nación a su manera
nos guste o no. Ya en un pasado dijo, cuando castigo a Israel por sus
infidelidades:“He llamado a Ciro mi ungido”. Como si dijera Ciro será el
azote que Yo utilizare para castigar a Israel, como de hecho lo hizo. Así hará con la nación elegida por El para ser
azote de la Humanidad por su falta de oración y aversión de Dios (Aquí la
tercera razón del proceder divino contra la falta de obediencia), del como,
cundo y de qué manera solo quedan dentro del seno de la Trinidad augusta
determinarlo. De esta manera la JUSTICIA DIVINA QUEDARA resarcida y enaltecida y el Corazón Inmaculado
de María reinara unido al Sagrado Corazón de Jesús, aunque en este castigo
mueran justos y pecadores, inocentes y culpables, como de hecho se ve en varios
acontecimientos acaecidos en las Sagradas Escrituras...
CONTINUA...
No hay comentarios:
Publicar un comentario