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martes, 16 de febrero de 2016

DE LAS CAUSAS EFICIENTES DE LA PASION - Por Santo Tomás de Aquino

DE LAS CAUSAS EFICIENTES DE LA PASION.

Es el argumento de esta cuestión la causa eficiente de la pasión de Cristo, o dicho en términos más llanos, de los autores de esta pasión. En donde entran Dios Padre, el mismo Cristo, los gentiles y los judíos. Los autores primeros son, sin duda, el Padre y Jesucristo; los ejecutores libres y responsables son los gentiles y judíos; sobre todo este último, que con insistencia tenaz pidieron la condenación de Jesús hasta que lograron arrancar a Pilato la sentencia condenatoria. Por eso el Angélico dedica los dos últimos artículos a tratar de la responsabilidad de los judíos en la pasión de Cristo.

El Padre y Cristo, autores principales

En el Antiguo Testamento, Yavé es el Dios omnipotente y soberano, que hizo el cielo y la tierra, y es también quien los gobierna, quien dirige asimismo la historia humana y quien planea, anuncia y promete ejecutar la obra mesiánica. En los oráculos de los profetas notamos esta diferencia entre las amenazas de la justicia divina y las promesas de la misericordia: la justicia obra sólo excitada por la iniquidad humana; pero la misericordia obra movida por sí misma, «por las entrañas de su misericordia, por las que nos visitó viniendo de lo alto». Por esto las amenazas son de ordinario profecías condicionadas, pero las promesas son absolutas: En el Nuevo Testamento, el Padre no pierde nada de la autoridad de Yavé. Bastaría para ello fijar la atención en la oración dominical, dirigida al Padre (Mt. 6,9-12). Es sobre roda significativa la plegaria de .Jesús: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos. Sí, Padre, porque así te plugo (Mt. II, 25S). En San Juan resalta esta misma idea en la oración sacerdotal de Jesús (17). En los Actas no hablan de otro modo los apóstoles acerca del Dios de los padres, que cumple en sus días lo que tantas veces había prometido por medio de los profetas (Act. 2,32SS; 3,13ss; r3, 17ss). San Pablo nos ofrece en la Epístola a los Efesios el plan divino de la salud en estos términos: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos, por cuanto que en El nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El, y nos predestino en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad para alabanza de la gloria de su gracia, etc. (r,355). En 1 Cor 15,28 nos ofrece San Pablo un pensamiento verdaderamente atrevido en su expresión. El Hijo, que ha recibido del Padre todo poder en el cielo y en la tierra, al fin de las cosas hará entrega del reino en manos del Padre y se sujetará a quien a El todo se lo sometió, para que sea Dios todo en todas las cosas.

Pues conforme a estos principios hemos de entender cuanto la Sagrada Escritura nos dice sobre el tema que nos ocupa. Empecemos por el vaticinio del Siervo de Yavé, que atrás dejamos transcrito. Es la revelación del brazo de Yavé, es decir, de su poder salvador (Is. 53,1). Él mismo Yavé es quien cargó sobre Él la iniquidad de todos nosotros (53,6), quien quiso quebrantarle con padecimientos (53,10'" Y por eso le da por parte suya muchedumbres (53,12). Pero el Siervo no es una masa muerta. El fue quien tomó sobre sí nuestras maldades !Y cargó con nuestros dolores (53,4). Por eso, ofreciendo su vida en sacrificio por el pecado tendrá prosperidad: y vivirá largos días (53,10). Yavé, pues, ordena conforme a sus planes de misericordia: pero el Siervo se somete a ejecutar esos mismos planes conforme al beneplácito divino. Vengamos ahora a la ejecución de esos mismos planes según la revelación que nos ofrece el Nuevo Testamento.

En San Juan se habla repetidas veces de la misión del Hijo por Dios Padre. Pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo sino para que el mundo sea salvo por Él (3,17). y más adelante dice Jesús: Si yo juzgo mi juicio es verdadero, porque no estoy solo sino yo y el Padre, que me ha enviado (8.16). Y luego: El que me envió está conmigo no me ha dejado solo porque ya hago siempre lo que es de su agrado (8.29)). Estas palabras nos traen a la memoria aquellas otras del mismo Salvador a los discípulos, que le invitaban con la comida: Yo tengo una comida que 'Vosotros no sabéis... Mi alimento es hacer la 'Voluntad del que me envió y acabar su obra (4, 32,34). Las postreras palabras que Jesús dirigió a los judíos fueron éstas, que dijo en alta voz, clamando dice el evanvelista: El que cree en mí, no cree en mí sino en el que me ha enviado, el que me ve, ve al que me ha envía..., El Padre mismo que me ha enviado, es quien me manda lo que he de decir, y yo sé que su precepto es la 'Vida eterna (12,44SS).

No otro es el lenguaje de San Pablo, que dice escribiendo a los Gálatas: Mientras fuimos niños vivíamos en la servidumbre  baja los elementos del mundo: mas, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer, nacido bajo la ley para redimir a los que estaban bajo la ley, para que recibiésemos la adopción (4.2SS). Y a los romanos, hablando de esa misma ley, dice que lo que a ella era imposible, por ser débil a causa de la carne, Dios enviando a su primogénito Hijo en carne semejante a la del pecado, condeno al pecado en la carne (8,3), Vemos, pues, que el Padre, como Dios soberano, envía a su Hijo al mundo para realizar sus planes de salud.

Otros pasajes nos declaran mejor los motivos de esta conducta de Dios, Dice, en efecto, San Juan: Porque tanto amo Dios al mundo que le dio a su unigénito Hijo ; para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la Vida eterna (.,.16). Y San Pablo, escribiendo a los romanos, después de declararles lo que Dios hizo con los predestinadnos añade: A Qué diremos pues, a esto? Si Dios está con nosotros, ¿quien  contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo  antes lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con Él todas las cosas? (8,28-32).           

Pues el Hijo, no tiene otro querer ni no querer que el del Padre, ¿cómo no nos ha de arriar y, llevado de este amor, someterse a la obediencia, y, consumado, vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna (5,7-9). En la Epístola a los Romanos, San Pablo contrapone la desobediencia de Adán a la obediencia -de Cristo, diciendo: Pues, como por La desobediencia de uno muchos fueron hechos pecadores, así también por La obediencia de uno muchos serán hechos justos (5,19). Este uno que con su obediencia merece la justicia pera muchos no es otro que Cristo, que por obediencia al Padre sufrió la pasión. Pues la obediencia no es sino la sujeción al mandato del superior.


Finalmente, el Apóstol, escribiendo a los filipenses, hace el más alto elogio de la obediencia de Jesucristo, que en la condición de hombre se humilló, hecho obediente has la  muerte, y muerte de cruz; por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre. A la humillación corresponde la exaltación; a la obediencia, la soberanía. Pero ¿cómo se entiende que el Padre entregue al Hijo a la muerte y que el mismo Hijo se entregue también? Cristo, en cuanto Dios, se entregó a la muerte con la misma voluntad y el mismo acto que le entregó el Padre; pero en cuanto hombre, se entregó con la voluntad eficazmente inspirada por el Padre soberano.

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