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sábado, 19 de diciembre de 2015

"Actas del Magisterio - Mons. Lefebvre"


CAPÍTULO 4
Encíclica Humanum genus
del Papa León XIII
sobre la secta de los Masones
(20 de abril de 1884)
León XIII señala toda la perversidad de la Masonería 
(continuación)

Diversas sectas, pero una sola Masonería

«Hay varias sectas que, si bien diferentes en nombre, ritos, forma y origen, unidas entre sí por cierta comunión de propósitos y afinidad entre sus opiniones capitales, concuerdan de hecho con la secta masónica, especie de centro de donde todas salen y a donde vuelven. Estas, aunque aparenten no querer en manera alguna ocultarse en las tinieblas, y tengan sus juntas a vista de todos, y publiquen sus periódicos, con todo, bien miradas, son un género de sociedades secretas, cuyos usos conservan. Pues muchas cosas hay en ellas a manera de arcanos, las cuales hay mandato de ocultar con muy exquisita diligencia, no sólo a los extraños, sino a muchos de sus mismos adeptos, como son los planes íntimos y verdaderos, así como los jefes supremos de cada logia, las reuniones más reducidas y secretas, sus deliberaciones, y por qué vía y con qué medios se han de llevar a cabo. A esto se dirige la múltiple diversidad de derechos, obligaciones y cargos que hay entre los socios, la distinción establecida de órdenes y grados y la severidad de la disciplina por que se rigen. Tienen que prometer los iniciados, y aun de ordinarios se obligan a jurar solemnemente, no descubrir nunca ni de modo alguno sus compañeros, sus signos, sus doctrinas. Con estas mentidas apariencias y arte constante de fingimiento, procuran los Masones con todo empeño, como en otro tiempo los maniqueos, ocultarse y no tener otros testigos que los suyos».

«Simulan sociedades eruditas de literatos y sabios; hablan continuamente de su entusiasmo por la civilización, y de su amor hacia los más humildes; dicen que su único deseo es mejorar la condición de los pueblos y comunicar a cuantos más puedan las ventajas de la sociedad civil…»

El Papa, dándose cuenta de la existencia de las sectas, resalta que se comportan de modo que no descubren lo que son:
«Ahora bien: esto de fingir y querer esconderse, de sujetar a los hombres como a esclavos con fortísimo lazo y sin causa bastante conocida, de valerse para toda maldad de hombres sujetos al capricho de otro, y de armar a los asesinos procurándoles la impunidad de sus crímenes, es una monstruosidad que la misma naturaleza rechaza; y, por lo tanto, la razón y la misma verdad evidente-mente demuestran que la sociedad de que hablamos pugna con la justicia y la probidad naturales».
El Papa insiste en el secreto con el que se cubren las sectas y denuncia los crímenes cometidos por estas sociedades, porque los frutos hacen ver lo que son en realidad.

El Pacto fundamental de la Masonería
A continuación, en una frase clarividente y que hay que recordar, León XIII determina categóricamente el fin que prosiguen los masones:

«De los ciertísimos indicios antes mencionados resulta claro el último y principal de sus intentos, a saber: destruir hasta los fundamentos todo el orden religioso y civil establecido por el cristianismo, y levantar a su manera otro nuevo con fundamentos y leyes sacadas de las entrañas del naturalismo ».

Los masones se han propuesto, y por desgracia lo han conseguido con una habilidad diabólica, cambiar completamente los fundamentos de nuestra sociedad. Este cambio de ambiente, de menta-lidad y de visión de las cosas lo han inculcado poco a poco por medio de las escuelas, de la enseñanza —que ahora está en sus manos—, y por una penetración insidiosa que hace que la gente no se da cuenta y se va bebiendo el veneno en dosis pequeñas durante años y años, y como resultado, va cambiando de mentalidad.

Lo mismo sucede con los cambios y reformas que se han hecho con el Concilio Vaticano II y después de él, inspirados por un modernismo y falso ecumenismo, cuyo origen está en la doctrina masónica. Son reformas envenenadas. Como siempre digo, son reformas envenenadas porque ya no exhalan el espíritu católico, sino otro espíritu. Los que se acostumbran a vivir estas reformas y a emplearlas, ya no tienen el espíritu católico. Han perdido el espíritu de penitencia, de sacrificio y de renuncia. Ya no tienen ni el espíritu ni el respeto de la jerarquía ni de la autoridad, ni entre unos y otros. Eso es evidente.

Una de las cosas más hermosas que nos enseña la liturgia de siempre es el respeto, porque el res-peto de lo sagrado es el respeto a Dios, presente en la liturgia, en sus ministros y cosas. Esto es lo que se llama sagrado. Esta desacralización y vulgaridad que hay en los ritos actuales, hacen que ya no haya respeto. Ya no hay respeto ni a la Eucaristía, ni a las personas ni a la jerarquía. El respeto es la flor de la educación cristiana. El cristiano respeta a Dios, presente en las personas, en las cosas y en la realidad de los sacramentos. Todas las maravillosas ceremonias que ordena la liturgia, están repletas de signos de respeto a Dios —genuflexiones, inclinaciones…— y también a los objetos que se emplean en los oficios —como por ejemplo, los vasos sagrados, o cuando el sacerdote besa la estola antes de revestírsela, etc.

También tenemos que respetarnos unos a otros. No hay nada tan desagradable como esa vulgaridad que se usa ahora, en la que la gente se trata mutuamente sin ningún respeto y que pretende con-vertir a los hombres en una especie de rebaño que ignora las realidades. Nuestras almas son templos del Espíritu Santo. Por eso, hay algo eminentemente sagrado en nosotros, en nuestras personas y almas, que los demás tienen que respetar, del mismo modo que nosotros tenemos que respetar a los demás. Hay que eliminar toda vulgaridad en nuestras relaciones con los demás, porque no tenemos que comportarnos con las personas que nos rodean como si no hubiera en ellas nada sagrado.

Los principios fundamentales de la Masonería

Después de haber explicado claramente los fines de la Masonería, es decir, hacer todo lo posible para lograr destruir la Iglesia y la religión católica, León XIII hace una exposición de los principios fundamentales que la rigen. No basta —dice— examinar sus actos, sino que hay que buscar los principios que dirigen su acción:

«Por circunstancias de tiempo y lugar [algunas sectas masónicas] no se atreven a hacer tanto como ellas mismas quisieran y suelen hacer las otras; pero no por eso se han de tener por ajenas a la confederación masónica, pues ésta no tanto ha de juzgarse por sus hechos y las cosas que lleva a cabo, como por el conjunto de los principios que profesa».

Esto es muy importante, puesto que León XIII, más aún que sus predecesores, quiere investigar profundamente los principios de la Masonería. Los Papas de principios del siglo XIX, destacaron el secreto que empleaban los masones y los crímenes que cometían, pero no profundizaron tanto los principios.

Primer principio: el naturalismo

«Ahora bien: es principio capital de los que siguen el naturalismo, como lo declara su mismo nombre, que la naturaleza y razón humana ha de ser en todo maestra y soberana absoluta».
El primer principio de la Masonería que condena el Papa es el naturalismo. A primera vista, se puede pensar que, después de todo, el naturalismo cree en la naturaleza humana y se ajusta a ella. Eso es un error, pues no hay que olvidar que la naturaleza humana ha sido lesionada y herida por el pecado original. La fe nos enseña que al intervenir el pecado original en la historia de la humanidad con el pecado de Adán y Eva, no sólo nos ha privado de la gracia sino que ha destruido, desorganizado y desordenado la naturaleza. No hay que olvidarlo. Es absolutamente indispensable para comprender bien los problemas que santo Tomás ha expuesto de modo muy explícito. La naturaleza ha sido herida de cuatro modos por el pecado original, y estas heridas —dice santo Tomás— permanecen en la naturaleza aun después de haber recibido la gracia. Aunque el pecado original como tal se nos ha borra-do por la gracia del Bautismo, sin embargo deja sus huellas y consecuencias en la naturaleza.

Esas cuatro heridas son: en primer lugar, la herida de ignorancia, que hiere a la virtud de la prudencia. Esta ya no es lo que tiene que ser, es ignorante, tiende al error, no es prudente y no teniendo suficiente luz forzosamente se equivoca.

Las cuatro virtudes cardenales están heridas. La virtud de prudencia, por el error. La virtud de justicia —que es la virtud fundamental y capital de nuestra vida humana— nos hace dar a Dios, al prójimo y a nosotros mismos lo que les es debido. Esta virtud está herida por la malicia. En nosotros hay una tendencia que nos inclina a hacer el mal y no dar a Dios, ni al prójimo, ni a nosotros mismos —es decir, a nuestra propia persona— lo que se le debe. Por consiguiente, hay una inclinación al mal. Es algo tan evidente que no hace falta conocer estos principios para saberlo. Es lo que vemos, por desgracia, en los hombres; hay una tendencia a la malicia.

Tercera herida: la virtud de fortaleza está herida por la debilidad. El hombre no resiste a la tentación, está debilitado y sus fuerzas han disminuido. Su virtud de fortaleza ha disminuido frente a las dificultades de la vida. Finalmente, la cuarta herida, la concupiscencia, es la que afecta a la virtud de templanza. El gozo de los deseos de este mundo, es decir, el dinero y el placer, tienta al hombre, y necesita la virtud de templanza para moderar el atractivo que siente por la concupiscencia. Tiene que luchar contra el de-seo de satisfacer sus placeres, para los cuales necesita el dinero. El orgullo también atrae al hombre, como todos sabemos, por la sed de honores. Estas cuatro heridas existen aun en el hombre. Por eso, cuando los masones, modernistas y libera-les hablan del naturalismo, pretenden decirnos: “¡No! La naturaleza es buena y por eso todo lo que la Iglesia califica de desorden, para nosotros no lo es. Está muy bien. Hay que darle al hombre todos los placeres que busca. La naturaleza lo pide; tiene derecho a ellos. Hay que satisfacerla”. Pero si, al contrario, reconocemos que el hombre está herido y desordenado en su naturaleza y es empujado por ese camino del desorden, ya vemos dónde va a acabar.

Cuando denunciamos la debilidad del hombre, se nos reprocha: “¡No! El hombre no es débil. Los deseos que siente no son señal de debilidad. Tiene derecho y necesidad de esos placeres”. Se nos enumeran los derechos que tiene el hombre de desarrollar su naturaleza. El único límite es que no perturbe el orden público. Es el único que los que nos contradicen y se nos oponen, le ponen a la libertad del hombre y a todos los instintos malos que están en él: “No hay que perturbar el orden público. No hay que tener problemas con los guardias. Es más, muchas veces son ellos los que tienen la culpa”. A eso nos conduce nuestra sociedad fundada en estos falsos principios, que son los de la Masonería: el naturalismo.

Cuando los Papas condenan el “naturalismo” se entiende que no se trata de la naturaleza en sí misma, ni de la naturaleza humana, sino del error que consiste en decir que la naturaleza no ha sido herida por el pecado original y que, por consiguiente, todo lo que está desordenado en ella es algo completamente natural y nadie se puede oponer a los instintos del hombre. Eso es lo que llaman derechos del hombre: derecho a la libertad. Los liberales tienen también la tendencia a seguir las doctrinas de la Masonería. 

El racionalismo 


«Es principio capital de los que siguen el naturalismo… que la naturaleza y razón humana ha de ser en todo maestra y soberana absoluta y, sentado esto, descuidan los deberes para con Dios... Niegan, en efecto, toda divina revelación; no admiten dogma religioso ni verdad alguna que la razón humana no pueda comprender, ni maestro a quien precisamente deba creerse por la autoridad de su oficio».
En la sociedad actual en que vivimos, ya nadie quiere Dios ni maestro. Esto explica todas las transformaciones que han ocurrido y la enseñanza que se imparte ahora en todas las naciones. La enseñanza ya no es magistral — es decir, impartida por alguien que enseña— sino que todo son coloquios y diálogos, porque ya no se soporta la idea de que alguien imponga una verdad. Es exacta-mente lo que dice el Papa:
«...ni maestro a quien precisamente deba creerse por la autoridad de su oficio».
No hay que confiar en ningún maestro, porque él no tiene derecho a imponer ni a decir la verdad, ni lo que hay que pensar o creer, sino que cada uno puede pensar lo que quiera. Supuestamente la luz brota de la confrontación de ideas: todos expresan su pensamiento tal como lo sienten y así es como se progresa en la ciencia. Es completamente absurdo. Eso es lo que ahora —y cada vez más— contribuye a reducir a la nada la auténtica ciencia, porque nadie quiere someterse a la enseñanza de un magisterio, es decir, de lo que viene a través de una tradición y de una verdad que ya existe. Sin embargo, en las ciencias físicas, químicas, mecánicas, etc., hay que obrar de un modo muy distinto, porque cada uno no puede comportarse según sus ideas; hay reglas que hay que seguir. Si no, se terminaría en una tremenda locura de la que se aprovecharían los demás.

Imaginémonos, por ejemplo, que entre las dos superpotencias (Estados Unidos y Rusia), que han acumulado una cantidad colosal de armamento, una de las dos dijera: “Ya no hay ninguna regla mecánica ni balística. Todo el mundo puede pensar lo que quiera sobre esos temas”, mientras que el otro sigue preparándose para destruir a su rival, que ya no va a oponerse en nada tras haber abandonado todos los principios que le permitían construir sus armamentos, cañones, bombas, misiles tierra-aire, aire-tierra, etc.: ¡vaya desastre sería!

Por consiguiente, hay que seguir principios y enseñar las cosas tal como son. En estos temas, cada uno no puede seguir su opinión. Y para la religión y la filosofía, ¿todo el mundo puede tener su opinión personal, sin que eso tenga ninguna importancia? No, porque las consecuencias son graves. Así se mata la inteligencia, que ya no tiene base, ni verdad, ni nada. Vemos igualmente que en las universidades reina una enorme ignorancia, aun respecto a los principios elementales.


Error del naturalismo y racionalismo

Hay que comprender bien qué es el naturalismo. Es una palabra que encontramos a menudo en la pluma de los Papas, en sus encíclicas y en todos los documentos pontificios. Los Papas hablan constantemente de él. Por eso hay que comprender bien el sentido que le dan, es decir, el error opuesto a la doctrina de la Iglesia sobre la naturaleza desequilibrada y desordenada por las consecuencias del pecado original aun después de que haya sido perdonado. Nosotros mismos nos damos cuenta de diestro; sentimos una atracción a deseos que no son normales y que tenemos que reprimir con las virtudes de templanza, fortaleza, justicia y prudencia. Si estuviésemos de acuerdo con los masones, que creen que para el hombre es algo bueno satisfacer todos sus instintos, diciendo que son buenos, ¿en dónde terminaríamos? Podemos imaginar los resultados: el desorden, la droga, la corrupción, la ruina y el suicidio. En último término, esa teoría termina conduciendo al suicidio y aun al aniquilamiento físico; hemos llegado a tal punto que no deja de crecer el número de jóvenes que se suicidan. 

Negación del orden sobrenatural, pero también del natural


 Debemos tener un conocimiento completo de la naturaleza tal como la Iglesia la enseña, y también de ese naturalismo y racionalismo que profesan los que están en el error y contradicen a la ver-dad y la fe. Por el mismo hecho de negar toda verdad y dogma religioso, los masones quieren aniquilar a la Iglesia y suprimirla, porque ella no es más que la sociedad fundada por Nuestro Señor Jesucristo, a la que ha encargado una misión, como nos recuerda aquí León XIII:
«Es oficio propio de la Iglesia católica, y que a ella sola pertenece, el guardar enteramente y defender en su incorrupta pureza el depósito de las doctrinas reveladas por Dios, la autoridad del magisterio y los demás medios sobrenaturales para la salvación».
Los medios sobrenaturales son la gracia, los sacramentos, la oración y el santo sacrificio de la Misa. Esa es la función del magisterio y el fin de la Iglesia. Los dogmas no se pueden cambiar ni modificar. Si —como dicen los masones— ya no existen, ya no habría ninguna doctrina sana e inmutable, y la verdad se volvería algo relativo. Ya no habría ninguna verdad absoluta sobre la naturaleza, ni sobre el hombre ni Dios.

Imposibilidad de diálogo entre la Iglesia y la Masonería

Esto no ha cambiado, porque la Masonería no ha renunciado a ninguno de sus objetivos. Desde el Concilio, todo se ha vuelto posible. La unión con la Masonería formaba parte de la supuesta “apertura al mundo” anunciada por el Vaticano II, que fue un concilio de diálogo y ecumenismo. Sin embargo, hace poco los obispos alemanes publicaron un documento, cuya lectura es particularmente elocuente.

«Entre 1974 y 1980 se han efectuado conversaciones oficiales en nombre de la Conferencia Episcopal alemana y las Grandes Logias Unidas de Alemania. La Conferencia Episcopal Alemana había dado el siguiente encargo al grupo de intercambios: a) Comprobar los cambios en el interior de la Masonería alemana; b) Estudiar la compatibilidad entre la pertenencia a la Iglesia católica y a la Masonería».
Es tan increíble ver estas cosas que parece que estamos soñando:
«c) "En caso de respuesta positiva sobre las cuestiones arriba citadas, estudiar la manera de dar a conocer al gran público el cambio de la situación".

 Los obispos alemanes estaban dispuestos a hacer publicidad a favor de la unión entre la Iglesia y la Masonería. Era ir muy lejos en esa apertura, como escribía Ploncard d’Assac. ¿Cuál era el motivo? Los obispos alemanes lo explican:

«En el Concilio Vaticano II, la Iglesia se ha comprometido en el diálogo con todos los hombres “de buena voluntad”, en el intercambio con todo grupo que muestre el deseo… Esta intención… ha sido continuada por Pablo VI (…) que ha señalado los diferentes medios con los que el diálogo puede entablarse (...) La libertad bien comprendida del hombre en su vida privada, religiosa y pública, reivindicada por la Iglesia del Vaticano II, ha ofrecido una base de discusión con la Masonería». 

Lo que han dicho es algo muy grave, porque la libertad religiosa que se ha instaurado es muy parecida a la que se cree en la Masonería, es decir, la libertad de todas las religiones y, por lo tanto, la libertad para el error. La Masonería está totalmente de acuerdo con esto en cuanto que, en su actitud humanista, se considera como obligada a comprometerse en favor de la libertad humana, lo que vale decir, en favor de los derechos del hombre. Por supuesto, derechos del hombre de hacer todo lo que quiera y de tener todo lo que desee. Los obispos alemanes proponen que la Masonería alemana se ocupe también de instituciones de ayuda mutua y beneficencia que permitan encontrar algunos puntos de contacto con una Iglesia cuya vocación esencial sea la caridad:

«En nuestra difícil época, muchas personas buscan en los símbolos y en los ritos de la Masonería colmar, en cierta manera, necesidades que sin ellos están insatisfechas. En la Iglesia católica, los símbolos y ritos tienen tradicionalmente su lugar. Se puede presumir aquí un punto de contacto y una base de comprensión».
¡Entre los ritos de la Masonería —diabólicos y satánicos— y la liturgia de la Iglesia! ¡Leer esto en un documento oficial de toda una conferencia episcopal! ¡Es increíble!

Menos mal que corrigen un poco esto en cierto modo, como dice muy bien Ploncard d’Assac: «Aquí el documento de la conferencia episcopal empieza a tomar todo su valor y fuerza. Como acabamos de ver, hasta aquí parecía elaborado con todas las ingenuidades, ilusiones y compromisos. Pero bruscamente el documento cambia de tono»:

«Esta opinión [la compatibilidad entre la pertenencia a la Iglesia católica y a la Masonería] se ha visto reforzada por una determinada idea —por otra parte totalmente falsa— del último Concilio y se ha abierto paso a consecuencia de la campaña de información en cuestión».

De hecho, ¿qué ha sucedido?
«Para llegar a una verificación verdaderamente objetiva de las cuestiones pendientes, era preciso, por el contrario, estudiar la esencia de la Masonería».
Los obispos estudiaron el ritual oficial y descubrieron lo siguiente:

«La problemática fundamental en lo tocante a la Iglesia no ha sido modificada en la Masonería (…) Los mismos masones la han desarrollado en el documento publicado este año después de la conclusión de las conversaciones, y titulado “Tesis hasta el año 2000”... En este documento se niega fundamentalmente el valor objetivo de la Verdad revelada [es decir, del dogma] y, por medio del indiferentismo, se excluye por principio una religión revelada».

Son exactamente las mismas palabras que había empleado León XIII. Para los masones no existe ninguna religión revelada.
«La primera tesis, que es muy importante, dice de golpe: “No existe sistema ideológico-religioso que pueda reivindicar un carácter normativo exclusivo”».

Según su tesis, no existe ninguna religión que pueda decir que posee la verdad con exclusividad:
«Si anteriormente existieron la hostilidad y las injurias (…), y la Iglesia católica se reconoce hoy día ligada en una acción común con las demás comunidades religiosas e ideológicas (…), esto no debe dejar suponer que la Iglesia tuviera razones para mirar como desfasada su actitud de reprobación y de rechazo en lo que se refiere a la Masonería». 

La Masonería no ha cambiado

«La Iglesia católica se ha visto obligada a comprobar, por su parte, al estudiar los tres primeros grados, oposiciones fundamentales e insuperables. La Masonería no ha variado en su esencia. (…) La convicción fundamental para los masones es el relativismo.

El Léxico Internacional Francmasón, fuente reconocida como objetiva, declara a este propósito: “La Masonería es sin duda la única estructura que con el tiempo ha logrado ampliamente mantener la ideología y la práctica fuera de los dogmas. La Francmasonería debe ser considerada como un movimiento que se esfuerza por reunir —con el fin de promover el ideal humanitario— a los hombres cuyas disposiciones se hallan dominadas por el relativismo”. Como se advierte, tal subjetivismo no puede armonizarse con la fe en la palabra revelada por Dios».
Los masones niegan la posibilidad de un conocimiento objetivo de la verdad. Los obispos alemanes prosiguen su estudio: 

Negación de una única verdad objetiva

«Durante las discusiones se ha recordado con interés el pasaje muy conocido de G. E Lessing: “Si Dios mantuviera encerrada en su mano derecha toda la verdad y en su mano izquierda el único impulso siempre vivo hacia la verdad, y si El me dijera: “Elige”, yo caería con humildad a su izquierda”…».
Así que, si Dios tuviese la verdad en una mano y en la otra la búsqueda de la misma, Lessing escogería la mano izquierda para seguir buscándola, no para recibirla. ¡Es increíble!
«...y le diría —añade este masón—: “Padre, condéname. La pura verdad te pertenece a ti solo”».
“Yo quiero seguir siempre buscando la verdad, elijo la búsqueda de la verdad”. Ese rechazo de la verdad es horroroso. Es como decir: “Que Dios me condene antes que darme la verdad”.

Sin embargo hay que decir que al estudiar atentamente los textos del Concilio, ya sea Gaudium et spes o Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa, se ve que tienen el mismo concepto. “Todos nosotros, y todas las religiones van en búsqueda de la verdad”. ¿Cómo puede decir la Iglesia algo semejante? Nosotros no buscamos la verdad, porque la tenemos. Eso se dijo para agradar a los masones y protestantes, que también comparten las teorías masónicas expresadas en el relativismo. «La relatividad de toda la verdad —prosiguen los obispos alemanes— constituye la base de la Masonería [lo que significa que no existe ninguna verdad objetiva]. (…) Esto supone un rechazo fundamental de toda postura dogmática. (…) Tal concepto no es compatible con el concepto católico de la verdad, ni desde el punto de vista de la teología natural, ni desde el de la teología revelada. Es un concepto relativista: todas las religiones son tentativas concurrentes a expresar la verdad sobre Dios».

Aun hoy, los masones definen así las religiones. Afortunadamente, los obispos alemanes han mostrado un poco de valor publicando un documento, que es el primero desde el Concilio que se expresa con tanta claridad. De qué extrañarse, al leer en la Civilta Cattolica, que se publica en Roma, un artículo de un conocido jesuita que durante el Concilio se mostró partidario ardiente del diálogo con los masones, en el cual se subleva contra este documento de los obispos alemanes, diciendo: “Eso, por supuesto, vale para Alemania, pero no para otros lugares”. Eso fue publicado en la revista católica más importante de Roma dirigida por los jesuitas. ¡Es espantoso! A partir del Concilio ha habido una voluntad de conseguir un acuerdo con los masones, pero eso es imposible. Sería la ruina de toda nuestra teología y filosofía sin quedar nada. No carece de interés abrir un paréntesis ahora que estamos estudiando lo que dijo León XIII hace casi cien años. Un siglo después, en nuestra época, los principios de los masones siguen siendo los mismos. No han cambiado. No pueden soportar a la Iglesia.

La Iglesia se opone necesaria y fundamentalmente a la Masonería. Ellos dicen que la verdad es relativa y nosotros que es objetiva. Ellos dicen que no hay dogmas, y nosotros que hay una verdad re-velada y dogmas. No puede haber ningún acuerdo. Por eso, como decía León XIII, siguen intentándolo todo para destruir a la Iglesia, que necesariamente se opone a ellos. Hay una incompatibilidad. Su principio naturalista se opone formalmente a la doctrina de la Iglesia. Eso es lo que vuelve a repetir el Papa:

«Véase ahora el proceder de la secta masónica en lo tocante a la religión, singularmente donde tiene mayor libertad para obrar, y júzguese si es o no verdad que todo su empeño está en llevar a cabo las teorías de los naturalistas. Mucho tiempo ha que trabaja tenazmente para anular en la sociedad toda influencia del magisterio y autoridad de la Iglesia».

CONTINUA...


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