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viernes, 27 de noviembre de 2015

"El Misterio de Nuestro Señor JesuCristo".


CAPITULO VIII: PER DOMINUM NOSTRUM JESUM CHRISTUM 

La Iglesia ha compuesto, además de la parte común de la Misa, la parte propia, que siempre contiene una lección particular de la fiesta del día. Estas oraciones, muy cortas pero muy hermosas, nos ofrecen cada vez un verdadero tema de meditación. Es sorprendente darse cuenta de la profundidad con la que la Iglesia ha pensado en estas oraciones, poniendo a nuestra disposición cada día una verdad de la fe. La riqueza de la liturgia es maravillosa, ya sea en los Introitos o los Graduales: ¡cuántas cosas profundas y conmovedoras encontramos: los llamamientos a la misericordia, a la bondad de Dios y a su alabanza! En todas estas oraciones podemos hallar siempre los cuatro fines del santo Sacrificio de la Misa. El primer fin, denominado latréutico, es el culto de latría, el culto de adoración y alabanza. El segundo, el fin eucarístico, que es la acción de gracias, el agradecimiento por todas las gracias con las que Dios nos gratifica.

Luego, el fin propiciatorio o expiatorio que, desde el punto de vista católico, es esencial. Este es precisamente el que niegan los protestantes. No aceptan que el Sacrificio de la Misa sea un sacrificio expiatorio. En último término aceptan que sea un sacrificio eucarístico. No niegan la fórmula, pero niegan absolutamente el carácter de “sacrificio expiatorio”. Pretenden que todo se cumplió en el momento del Calvario y que ya no queda nada por hacer. No hay una aplicación individual, a menos que se trate del sentimiento interior de confianza en Dios.

La fe protestante no es para nada la fe católica. Es un sentimiento natural de confianza en Dios. No es para nada la adhesión de la inteligencia a las verdades reveladas a causa de la autoridad de Dios que revela, aunque esta es la definición de la fe católica: la sumisión de nuestra inteligencia a las verdades objetivas que nos da la revelación divina. Para los protestantes, sólo es un sentimiento de confianza en Nuestro Señor; no hay que preocuparse de la salvación, que viene por sí sola, y por esto rechazan el fin propiciatorio.  En la nueva misa, se han borrado todos los textos cuya finalidad era afirmar con gran claridad y precisión el fin propiciatorio del Sacrificio de la Misa, y sólo quedan una o dos alusiones.

Finalmente, en cuarto lugar, el fin impetratorio, que es el fin de petición, es decir, la expresión de las diferentes súplicas que le hacemos a Dios, para nuestro bien espiritual, el de nuestro prójimo o incluso gracias temporales que necesitamos. Para los católicos estos cuatro fines del Sacrificio de la Misa son esenciales: latréutico, eucarístico, propiciatorio e impetratorio, y nos damos cuenta de que podemos reducir todos los textos de la liturgia a uno u otro de estos fines: todos los textos. Unas veces predomina la adoración, otras veces la acción de gracias, a veces se exponen nuestras miserias y pecados o se recurre a la misericordia de Dios y finalmente, las súplicas por los bienes que necesitamos.  Todo esto la Iglesia lo hace con tal arte y con tal cuidado materno para despertar en nuestros corazones sentimientos hacia Nuestro Señor, que la liturgia es una verdadera maravilla. Ya hemos visto el esmero de Dom Guéranger en proteger, con todo lo que hizo, esta fuente extraordinaria de gracias que es la liturgia, fuente fundamental de la vida de la Iglesia 18. Con todas las  desviaciones que, por desgracia, ahora se han difundido en todas partes, los fieles ya no reciben las gracias a las que tienen derecho y necesidad.En toda la liturgia, la conclusión de las oraciones es siempre ésta 19: «Por Nuestro Señor Jesucristo», «Con Nuestro Señor Jesucristo», «En Nuestro Señor Jesucristo»... La Iglesia procura evitar darnos una religión puramente teísta, en la que no intervenga Nuestro Señor. Para Ella, Nuestro Señor es Todo. Es su Esposo místico y la Iglesia no lo olvida sino que siempre ora per Christum Dominum nostrum, «por Nuestro Señor Jesucristo». Le es impensable pedir algo sin pasar por Nuestro Señor Jesucristo.

En el nuevo canon de la misa, ¡se ha suprimido per Christum Dominum nostrum! ¿Cómo puede ser eso? Nos podemos preguntar: ¿con qué aberración o con qué malicia han podido los reformadores borrar estas palabras al final de las oraciones del Canon? La Iglesia, al contrario, quiere insistir: todas las gracias nos vienen por Nuestro Señor. El es realmente el mediador y no hay más. Estamos obligados a pasar por El, sea para recibir o para dar, si es que podemos dar algo, a Dios: dar nuestras alabanzas, dar nuestra oblación y nuestras acciones de gracias a Dios, sólo por Nuestro Señor Jesucristo. Así es como se ahonda nuestra fe, por medio de la insistencia que la Iglesia le da sin cesar a la mediación de Nuestro Señor Jesucristo. El es el único Salvador. El es nuestra salvación. Esta es una verdad de fe capital y esencial.

Si pusiéramos de lado a Nuestro Señor Jesucristo, nuestra vida no tendría ningún sentido. No se trata sólo de nuestra vida personal espiritual e interior, sino de nuestra vida entera, profesional y familiar, y de la vida misma de la sociedad. La vida de los hombres no tiene sentido si quitamos a Nuestro Señor Jesucristo. La liturgia, precisamente, nos acostumbra a pedirlo todo por Nuestro Señor Jesucristo, incluso los beneficios que necesitamos para la sociedad. Después de haber examinado la importancia que Nuestro Señor Jesucristo debe tener en nuestra vida y después de las afirmaciones de la Iglesia sobre su divinidad, la liturgia nos muestra a Nuestro Señor como el centro, el objeto y el fin de nuestras plegarias.

En otro tiempo, en Roma realmente se podía sentir esta convicción. Roma era realmente una escuela de fe, como la liturgia es también una escuela de fe. Hace unos cincuenta años, esta ciudad respiraba la fe en Nuestro Señor. En la basílica de san Pedro, en la que tuve la alegría de asistir a la canonización de santa Teresita del Niño Jesús y a la del santo Cura de Ars, se tenía la impresión de no estar en la tierra. Todo respiraba fe en Nuestro Señor, y fe en Dios y en la Santísima Trinidad. Era realmente la Iglesia viva que cantaba las alabanzas de Dios, exaltando a Nuestro Señor Jesucristo en sus santos. Si alguien permanecía en Roma y no aumentaba la vivacidad, la firmeza y el fervor de su fe no habría comprendido nada a la ciudad de Roma en que estaba.

Ahora, desgraciadamente, eso ha cambiado mucho, y los problemas diplomáticos y los problemas humanos han tomado una importancia mayor que los problemas de fe. Es un perjuicio inmenso para la Iglesia y para los fieles, pero finalmente la Iglesia continúa viviendo bajo ese aspecto, aunque por desgracia, demasiado humano. No ha muerto ni puede morir. El verdadero rostro de la Iglesia permanece en la Roma que conserva la fe, aunque no sea tan visible como en otro tiempo. En Roma, la Iglesia puede estar en verdaderas catacumbas, pero la Iglesia, por supuesto, no es sólo Roma sino todos los que permanecen unidos a Nuestro Señor, que le sirven, viven de El y pertenecen al Cuerpo místico de Nuestro Señor Jesucristo.

Nuestro Señor es una verdadera realidad: vive, tiene que vivir, tiene que reinar, tenemos que estar a su servicio para que venga su reino, y para esto es indispensable tener una fe profunda en Nuestro Señor, y sobre todo en su divinidad. 


Op. Cit. pág. 44. (17)

«Fuente primera e indispensable del verdadero espíritu cristiano» dijo San Pío X en su Motu proprio del 23 de noviembre de 1903 (18)

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