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jueves, 3 de agosto de 2017

RESUMEN DE LOS ERRORES DEL CONCILIO VATICANO II



2.9 El concepto según el cual «también la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe» (LG § 58), como si ella no hubiese sabido desde la Anunciación que Jesús era el Hijo de Dios, de la misma sustancia que el Padre, el Mesías profetizado.
2.10 Otra idea más sobre la Iglesia, gravemente deficitaria porque la reduce a sola su dimensión sociológica, descriptiva, de mera «sociedad de hombres [societas hominum] que tienen derecho a vivir en la sociedad civil según las normas de la fe cristiana» (DH § 13), echando en olvido su naturaleza de societas genere et iure perfecta en razón de su institución divina y del fin supremo a que tiende, «de suerte que su potestas es muy superior a todas las demás, y no se la puede considerar inferior al poder civil, ni puede estar sometida a él en modo alguno» (León XIII, Immortale Dei, año 1885, Denz. 1865/3167). Esta doctrina tradicional del primado y de la con siguiente potestas indirecta de la Iglesia sobre la sociedad civil y el Estado se guardó muy mucho de ratificarla el Vaticano Il.
3. Errores sobre la santa Misa y la sagrada Liturgia

3.1 La adopción de la oscura noción del "misterio pascual", caballo de batalla de la neo teología.
La redención, al parecer, «la realizó [Cristo] principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión» (SC § 5); de donde se Infiere que ya no fue sobre todo consecuencia de su crucifixión, es decir, del valor que tuvo ésta como sacrificio expiatorio con el que  satisfizo a la justicia divina. Además, el concilio identifica la santa misa con el "misterio pascual", puesto que escribe que la Iglesia se ha congregado siempre desde el principio «para celebrar el misterio pascual» (SC § 6) y que «celebra el misterio pascual cada ocho días» (SC § 106).
También se dice que «por el bautismo los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo». (SC § 6), y no ya, como
otrora, que el bautismo los hace entrar en la santa Iglesia, como si el "misterio pascual" fuese lo mismo que la Iglesia, que el cuerpo místico de Cristo. Se trata de una noción flotante, indeterminada, irracional, que permite alterar, precisamente en virtud de estas características suyas, el significado de la redención y de la misa, ocultando la naturaleza sacrificial y expiatoria de esta última, y poniendo el acento en la resurrección y en la ascensión, en el Cristo glorioso, en contra del dogma de la fe ratificado en Trento en la resurrección y en la ascensión, en el Cristo glorioso, en contra del dogma de la fe ratificado en Trento.
3.2 La definición, circunspecta e incompleta, de la santa misa
como «banquete pascual en el cual se come a Cristo», y como memorial de la muerte y resurrección del Señor (muerte y resurrección puestas en el mismo plano), sin mención alguna del dogma de la
transubstanciación ni del carácter de sacrificio propiciatorio de la misma misa (SC §§ 47, 109), se trata de una definición que «omite enteramente hacer mención alguna de la transubstanciación, es decir, de la conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo [de Cristo] y de toda la sustancia del vino en la sangre, que el concilio tridentino definió como artículo de fe y se contiene en la solemne profesión de fe», y que, en consecuencia, cae, por este título, bajo la condena solemne fulminada por Su Santidad Pío VI en 1794, según la cual una definición de tal género «es perniciosa, derogativa de la exposición de la verdad católica acerca del dogma de la transubstanciación y favorecedora de los herejes, en cuanto que mediante tamaña omisión [la de la transubstanciación], imprudente y temeraria, se hurta el conocimiento tanto de un artículo que pertenece a la fe, como de una voz consagrada por la Iglesia para defender su profesión contra las herejías, y tiende así a introducir el olvido de ella, como si se tratara de una cuestión meramente escolástica» (Const. Apost. Auctorem fidei, Denz.1529/2629).
Dicha definición introduce, además, una concepción errónea de la santa misa, concepción que se erigió después en fundamento de la neo liturgia querida por el concilio, gracias a la cual los errores de la Nouvelle Théologie llegaron hasta los fieles.
La índole protestante de esta definición de la santa misa se echa de ver con más claridad aún en el arto 106 de la Sacrosanctum Concilium: «La Iglesia [...] celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón 'día del Señor domingo. En este día, los fieles deben reunirse en asamblea a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios», etc: El texto latino muestra, sin la menor sombra de duda, que el fin de la santa misa lo constituye, para la Sacrosanctum Concilium, el memorial y la alabanza: Christifideles in unum convenire debent ut verbum Dei audientes et Eucharistiam participantes, memores sint (. . .) et gratias agant, etc. Véase también, como prueba adicional, Ad Gentes § 14: los catecúmenos participan en la santa misa o sea «asisten con todo el pueblo de Dios al memorial de la muerte y resurrección de Señor» (aquí la santa misa es simpliciter el memorial de la muerte y resurrección de Cristo, celebrado por todo el pueblo cristiano: ni la más mínima alusión al sacrificio renovado de manera incruenta para la expiación y el perdón de nuestros pecados).
NOTA:
En los artículos citados se tiene ya la definición de la misa brin-
dada más tarde por el famoso artículo 7 de la Institutio Novi Missalis Romani (1969), todavía vigente: «La cena del Señor o misa es la santa asamblea o reunión del pueblo de Dios que se congrega bajo la presidencia del sacerdote para celebrar el memorial del Señor»; una definición que suscitó en su día, por su evidente cuño herético, es decir, protestante, las protestas, tan angustiadas como inútiles, de muchos fieles y sacerdotes, así como la conocidísima toma de posición de los cardenales Ottaviani y Bacci. Cotéjesela con la ortodoxa, contenida en el catecismo de san Pío X: « ¿Qué es la santa misa? La santa misa es el sacrificio del cuerpo y de la sangre de Jesucristo, que se ofrece sobre nuestros altares bajo las especies de pan y vino en memoria del sacrificio de la cruz. ¿Es el sacrificio de la Misa el mismo que el de la cruz? El sacrificio de la Misa es sustancialmente el mismo que el de la cruz».
3.3 La consiguiente y errónea elevación de la asamblea eucarística,
presidida por el sacerdote, a centro de la Iglesia visible: «Es, pues, la asamblea eucarística [Eucharistica Synaxis] el centro de la congregación de los fieles que preside el presbítero. Enseñan los presbíteros a los fieles a ofrecer al Padre en el sacrificio de la misa la Victima divina       y a ofrendar la propia vida juntamente con ella» (PO § 5).       
Así, pues, la función de los sacerdotes en la santa misa se reduce, al parecer, a la de "enseñar" edocent a los fieles, a ofrendar la víctima divina "juntamente" consigo mismos (re~o que santifica, en un contexto semejante, "enseñar a ofrecer la víctima divina ). Añadese a ello el silenciamiento de una serie de hechos: que la ofrenda la hace ante todo el sacerdote in persona. Christi, que se trata de una ofrenda de hombres pecadores, que se hace en expiación de nuestros pecados, y que ha de ser acepta a Dios., en otra parte, se manifiesta también aquí la idea de la celebración del sacerdote y el pueblo, condenada expresamente por el magisterio preconciliar; una idea que se funda en la errónea concepción protestante según la cual los fieles son todos ya sacerdotes a consecuencia del bautismo, por lo que no puede darse una distinción auténtica entre "sacerdocio de los fieles" y "sacerdocio jerárquico" 1. Al respecto, huelga decir que la Iglesia, ha condenado siempre la exaltación indebida de la "sagrada sinaxis (la última vez, en la Mediator Dei 2).




LA VIDA DE MONSEÑOR LEFEBVRE


Los frutos
Regresando por barco desde Douala a Libreville a finales de 1936, e! Padre Lefebvre volvió a poner manos a la obra en su ardua tarea de formación sacerdotal. Los efectivos se mantenían constantes, oscilando entre cuarenta y cincuenta. Dos fotografías de grupo tomadas en 1936 muestran a seis teólogos con sotanas blancas y ceñidos con el cordón misionero negro: Auguste Nkonkou, de Brazzaville; Francois Ndong, de Gabón; Denis, de Congo-Medio, Jean Marie (probablemente Jean Marie Efene), de Ndjolé; Eugene Nkwaku, de Brazzaville; y Thomas Mba, de Gabón. En el examen de Teología fundamental, Francois Ndong recibió del Padre Lefebvre la siguiente observación: «Demasiado breve. La Iglesia romana es la única auténtica»; y Auguste Nkonkou esta otra: «Había que dar más importancia a la tesis del primado [del Papa]». En cuanto a los treinta filósofos, vestidos con batas de uniforme, tenían como veteranos a Aloyse Éyéna, Théodore Obundu, Ange Mba y un cuarto anónimo. En fin, delante, se ven sentados a los siete seminaristas menores gaboneses, entre los cuales se distingue al joven Félicien Makouaka".
Tres futuros Obispos: Francois Ndong (Auxiliar de Libreville y luego Obispo de Oyem, consagrado por Monseñor Lefebvre el 2 de julio de 1961), Cyriaque Obamba (Obispo de Mouila) y Félicien Makouaka (Obispo de Franceville) fueron, pues, alumnos del Padre Lefebvre. «Es de creer que no eran incapaces», dirá él sobriamente".
Ministros como Valentín Obame y Vincent Nyonda, y Jefes de Estado como Léon Mba (Gabón) fueron alumnos en San Juan, pero después del tiempo del Padre Marcel, Al acercarse la fiesta de Pascua de 1938, mientras el Padre René Lefebvre era Párroco de la floreciente parroquia de San Pedro desde enero", el Padre Marcel Lefebvre predicaba a los teólogos veteranos, entre ellos Francois Ndong, el retiro preparatorio de su ordenación sacerdotal, que tendría lugar el 17 de abril. Sus consejos se basaban en algunos principios bien forjados:
1.     No hay verdadero celo fuera de la obediencia.
2.     Ante todo hay que amar la verdad, ver realmente en ella la salvación de las almas.
3. Ver siempre a nuestros fieles bajo el ángulo de la justificación, es decir, del estado de gracia.
4. No tengamos principios personales, sino los principios de Nuestro Señor y de la Iglesia. Ésa es la verdadera caridad, y no la caridad a la manera de los modernistas y de los liberales.
¡La caridad es la verdad en acción!
5. El Papa es el sucesor de Pedro, Cristo en la tierra, la roca inquebrantable y la luz del mundo.
6. El Obispo viene a visitar la misión: hablémosle de nuestras obras y pidámosle consejo.
Con estos consejos tan claros el Padre Marcel Lefebvre iba a concluir su ministerio con los futuros sacerdotes. En efecto, sufría ya del paludismo" y de crisis hepáticas: una noche, a las dos de la madrugada, no pudiendo más, despertó al Padre Berger: «Creo que es grave. ¡Nunca se sabe, tal vez voy a morir, confiéseme!». Su compañero lo confesó, lo tranquilizó, le preparó una infusión y lo obligó a acostarse de nuevo.
Me sentía prácticamente medio muerto ---diría más adelante-, y no podía seguir trabajando. Ya no me quedaban fuerzas, estaba realmente extenuado".
Entonces Monseñor Tardy lo envió «a descansar a la selva», y, tras algunas dudas", no encontró nada mejor que nombrarlo Superior interino en Ndjolé.
El Seminario continuó su camino bajo la dirección del Padre Berger. En 1944 contaba con cinco teólogos, siete filósofos y veinte seminaristas menores. En 1947 San Juan volvió a convertirse en Seminario Menor, en beneficio del Seminario Mayor regional «Libermann», creado anteriormente en Brazzaville bajo la dirección del Padre Émile Laurenr".                  

Muerte santa de la Sra. Lefebvre
El mes de agosto de 1938 el Padre Marcel recibió la noticia de la muerte de su madre, acaecida el 12 de julio. A pesar de sentirse gravemente enferma, había trabajado hasta el fin en la oficina de la fábrica.
Hospitalizada el 7, y tras recibir la extremaunción el 11, confesaba:
«Nunca pensé que se pudiese sufrir tanto». El 12, después de comulgar, bendiciendo de lejos a sus cinco hijos mayores ausentes con una gran señal de la cruz, dijo a los tres más jóvenes: «No soy Santa Teresita del Niño Jesús, pero os alcanzaré lo que me pidáis», y volviéndose a su marido añadió: “A ti también, René”. A su hermano Félix le había dicho por la mañana: « ¿Sabes? Me voy al cielo»; y como él la mirase desconcertado, añadió: «Me están llamando en el Paraíso».
Por la tarde, a eso de las cinco, hizo sus últimas recomendaciones a sus hijos: «Poned a Dios por encima de todas las cosas de la tierra»; y después de las oraciones de los agonizantes rezadas por la familia, se observó en ella «una mirada magnífica, como si viese algo imposible de describir y que la atraía, porque parecía elevarse de su cama»42, y así entregó su último suspiro.
Persuadidos de la santidad de su madre, los hijos de la Sra. Lefebvre no dudaron en invocar su intercesión. El estudio del alma de la Sra. Lefebvre realizado por el Padre Le Crom muestra un continuo renunciamiento y una constante unión con Dios en la acción de gracias, señal del ejercicio del don eminente de sabiduría.

3.     Superior interino de San Miguel de Ndjolé, entre mayo de 1938 Y agosto de 1939.
Una hermosa misión
Ndjolé fue antaño un centro de población importante. En el momento en que se fundó la misión, en 1898, se calculaba en más de cincuenta milla cifra de los pahouin que vivían en las cercanías de ese lugar. Esa cifra disminuyó mucho, sobre todo desde que el comercio de madera desplazó ciudades enteras hacia el litoral y el bajo Ogooué. Pero el paraje geográfico de Ndjolé continuaba siendo interesante: término de la navegación a vapor sobre el Ogooué, era el punto de partida de la ruta de Mitzic, de Oyem y de Camerún. La misión San Miguel, ubicada en lo alto de la colina de la margen izquierda, un poco río arriba del burgo de N djolé situado frente a esa misión, en la margen derecha, estaba encerrada entre el largo río Ogooué, que se atraviesa en barcaza desde el poblado de Saint-Benoít, y dos pequeños afluentes que desembocan en él por detrás de la isla Samory, río abajo y río arriba.
La amplia casa de los Padres, que constaba de dos pisos con sus frescas galerías en todo su contorno, daba sobre una hermosa terraza desde donde se dominaba todo el río; aliado, la primera iglesia de madera de pino de Europa fue sustituida por una segunda iglesia San Miguel, construida por los hermanos y aprendices, de ladrillo con armazón labrada a la vista. Imponente por la altura de sus muros, tenía capacidad para un millar de fieles; con su campanario de ladrillo, no hada mucho que había sido terminada por el Padre Joseph Petitprez, que, después de consumir allí todas sus fuerzas, se retiró a París, donde murió en 1931.
Alrededor se encontraban, cerca de los Padres, el internado de los chicos y la escuela primaria, y cerca de la casa de las hermanas, el internado de las chicas y el corral; sin contar el dispensario, del que se encargaban las hermanas, fundado por el Padre Grémeau, misionero médico ambulante.
Además de los trabajos ordinarios y de los cultivos de plantas comestibles (palmeras de aceite, mandioca, plátanos, ananás, naranjas, caña de azúcar, plantaciones de café, cacao y vainilla, que permitían vivir a la misión y ocupan abundantemente la mano de obra aportada por los alumnosr", había también trabajos de fabricación de ladrillos y de carpintería.

Giras por la selva

Dejando todos los libros que lo habían acompañado desde Roma, el exprofesor llegó a Ndjolé en mayo de 1938 llevando corno único equipaje su breviario, el manual del cristiano, el rosario, el reloj y la ropa personal, corno lo pedía la regla". Acudía a sustituir, durante sus vacaciones, al Superior titular, el Padre Henri Neyrand, su antiguo compañero en Santa Chiara (1925-1928).
Mientras dejaba el cuidado del internado de chicos a su Vicario, que no era otro que su alumno, el Padre Francois Ndong, el Padre Marcel emprendió la visita de su inmenso distrito. Algunos de sus puestos de catequistas estaban a ocho días de distancia. Tenía que viajar a Lara al norte, al río Abanga y a Sarnkita al oeste, en grandes piraguas por el río o a pie por malos caminos, ayudado por grandes alumnos que cargaban el equipaje: provisiones y maleta-capilla. En los poblados, «los cristianos lo amaban por su dulzura, porque era corno un ángel; no hablaba demasiado y hacía reír a la gente».
Sin embargo, le hacía falta tener mucha paciencia. Un día en Ndjolé vio llegar a un mensajero de un poblado lejano:
-Padre -dijo el hombre-, venga pronto a N... ¡El viejo fulano de tal se está muriendo! ¿Sería en serio? El poblado estaba a una distancia de cuatro horas. Sea corno fuese, el Padre Marcel preparó enseguida las cosas sin decir palabra, subió a la piragua, recorrió rápidamente la distancia y se presentó en el poblado:
-¿Dónde está el viejo Fulano que se está muriendo? Entonces se presentó el supuesto moribundo.
-Soy yo, Padre, pero no estoy enfermo. ¡Solamente quería verlo! Sin inmutarse, con su tono tranquilo habitual, el Padre Marcel sólo le hizo un suave reproche:
-¡Albert esto no es serio...
Las poblaciones pahouin eran todavía bastante nómadas, había que seguir atentamente sus movimientos para cambiar la posición de los puestos de catequistas. El Padre Lefebvre perfeccionó su conocimiento de la lengua fang y la hablaba tan bien que ya «era fang como un fang». Para ayudar a los catequistas en su lucha encarnizada" contra los protestantes establecidos antes que los misioneros católicos a orillas del Ogooué, distribuyó un folleto titulado Ollé lang, que en fang significa «Todo el mundo puede leerlo», y que explicaba que «Lutero había robado la Biblia y se había hecho una Iglesia a su gusto».
A veces, en piragua, cuando los católicos se cruzaban con algunos protestantes, hacían resonar por los aires algunas exclamaciones:
« ¡Herejes! ¡Herejes!». «Al menos -se decía el Padre Marcel- los nuestros se saben católicos»
Catequistas y pleitos
Cada poblado con católicos tenía su catequista. Se trataba de un hombre capaz de dejar su propio poblado y su región, acompañado de su familia si estaba casado, para ir a evangelizar a otros poblados, a sabiendas de que arriesgaba su vida. «Conocí a catequistas-decía Monseñor Lefebvre- que murieron envenenados a causa de su espíritu misionero. 





miércoles, 2 de agosto de 2017

JUANA TABOR 666. HUGO WAS


El año se iniciaba con el primer día de la primera semana del mes de nisan, y para comenzar los cómputos de la nueva época, se eligió el 29 de marzo de 1955, dos semanas antes de la Pascua.
Desde ese día empezaron a contarse los años por el nuevo sistema, y terminaban el sábado de la cuarta semana del mes de veadar, o sea el día 364 del año. El 365 era un día blanco, que no pertenecía a ninguna semana ni mes, y fue fiesta universal como la antigua Navidad del Señor.
Diez años después, en 1965, una revolución sindiosista estallo en Rusia, que había vuelto al régimen capitalista, y barrió las naciones como una tromba de fuego.
Aniquiló toda idea de justicia, de bondad y de belleza; pulverizó las más preciosas joyas del arte de los siglos, y en cinco años que duró amontonó cien millones de cadáveres, haciendo pensar a los creyentes que era el comienzo de los dolores, initium dolorum, palabras con que Jesús llama a las primeras señales del fin del mundo.
Poco a poco la humanidad fue saliendo de aquel lagar apocalíptico, donde los caballos se hundieron en sangre hasta las bridas; la Providencia suscitó para cada nación un jefe, casi siempre un soldado joven —los viejos, decían, sólo pueden ser médicos o sacerdotes—, y ese hombre restauró las jerarquías, abolió las libertades de lujo, a fin de que los hombres pudiesen gozar de los derechos esenciales: derecho de no ser asesinado, derecho de trabajar sin ser esclavo de los sindicatos, derecho de ser padre de sus hijos, derecho de ser hijo de Dios. El mapa del mundo cambió otra vez de colores; las pequeñas naciones se convirtieron en provincias de los grandes imperios.
Pero toda revolución deja en las costumbres alguna invención, a la manera de esas granadas que no estallaron y que los ladrones recogen en los sembrados y olvidan al lado del camino, hasta que un día un niño jugando las hace reventar. Aquella revolución, a pesar de que fuera vencida por la reacción de unos pocos dictadores, afianzó y legó a los nuevos imperios el esperanto, el año de trece meses y la moneda universal de papel.
La Iglesia Católica, que había resistido a las innovaciones, sólo aceptó la moneda universal de papel (el marx), que destruyó la estúpida idolatría del oro; pero siguió rigiéndose por el calendario gregoriano y hablando su hermoso latín.
Finalizaba, pues, el mes de mayo de 1988, y era la noche del primer día de la tercera semana del mes de sivan cuando resonó la viejísima campana del convento llamando a los frailes para las oraciones del alba, que ahora se decían a la medianoche.
El gobierno argentino, de estirpe sindiosista, toleraba la religión católica, a fin de demostrar que se respetaba la libertad de conciencia; pero sólo permitía la existencia de una orden religiosa, la de los gregorianos, especulando con su próxima extinción, y mandaba que los oficios religiosos se celebrasen entre las 12 de la noche y las 3 de la mañana, para hacer más difícil el asistir a ellos.
Al oír la campana fray Plácido se incorporó en la tarima, se santiguó, y se echó al suelo.
Una fría y espléndida luna hacía resplandecer los cachos de vidrios incrustados en el filo de las tapias antiquísimas que circundaban al convento.
El fraile abrió su postigo y vio cosas espeluznantes en aquel camposanto donde sus antiguos hermanos de religión dormían bajo la tierra, aguardando la trompeta del ángel que los llamaría a juicio.
Era el camposanto una sombría huerta, abandonada a las hierbas silvestres desde siglos atrás por falta de hortelanos.
Y entre aquellos matorrales, viniendo del fondo, apareció una bestia rarísima.
Fray Plácido se ajustó los espejuelos, temiendo que sus ojos lo traicionaran.
— ¡Señor, Dios de los ejércitos! ¿Qué animal apocalíptico es éste? Al mismo tiempo un torbellino como de cuatro vientos encontrados zamarreaba con furia la arboleda, sin que ni una brizna llegara hasta él.
— ¿Estoy soñando, por ventura? —se dijo, y repitió un versículo del profeta Joel leído en la misa de uno de esos días: Senes vestri somnia somniabunt (“Vuestros ancianos tendrán sueños”) lo cual sería signo de los últimos tiempos.
Aquella bestia era evidentemente un león, pero tenía alas de águila. De pronto perdió las alas, se irguió y semejóse a un hombre.
Tras ella surgió otra, como un oso flaco y hambriento que había encontrado una horrible pitanza entre las tumbas, pues venía devorando tres costillas.
Ambas fieras se pusieron a la par, aliándose, y dieron la cara hacia el camino, por donde apareció una tercera, manchada, como un leopardo fortísimo con cuatro cabezas.
Y casi pegada a ella una cuarta bestia no semejante a ninguna en la tierra, que tenía dientes de acero que relumbraban como sables bajo la luna, y pies tan poderosos que pulverizaban los cascotes y pedruscos del suelo.
Y este cuarto animal ostentaba diez cuernos, entre los que brotó un cuernito, que creció y se transformó, y tuvo ojos de hombre y boca soberbia y desdeñosa.
Fray Plácido cerró los ojos y se apartó de la ventana; comprendió que se repetía ante sus ojos la visión que Daniel vio el primer año de Baltasar, rey de Babilonia, y que las cuatro bestias prefiguraban los cuatro imperios que existirían en los últimos tiempos; y destruidos ellos, vendría Cristo sobre las nubes a juzgar a los vivos y a los muertos.
Volvió a mirar y pensó que la primera bestia figuraba a la masonería, sembrada en el seno de muchas naciones y aliado secreto del oso de Satania, que devoraba tres costillas; éstas eran Escandinavia, Turquía y la India. El poderoso leopardo no podía ser sino Inglaterra, y sus cuatro alas y cuatro cabezas, el símbolo de sus aliados y dominios.
En cuanto a la bestia sin parecido con ninguna y armada de diez cuernos, discurrió que fuese el judaísmo, que es como un Estado dentro del organismo de muchas naciones, a todas las cuales rige y domina secretamente.
¿Y aquel cuernito que nacía entre los otros diez y se criaba con ojos de hombre y boca altanera, que luchaba y vencía a los diez...? ¿Un nuevo imperio? ¿Acaso el Anticristo? En ese instante oyó la horripilante voz de Voltaire, que diez años atrás se le presentara en noche parecida.
—Te prometí volver —le dijo— y aquí estoy.
—Ninguna de las cosas que me anunciaste se ha cumplido —le contestó el fraile con displicencia, mas sin echarle agua bendita, porque quería arrancarle sus secretos. _No o ha llegado el tiempo todavía..., faltan diez años..., doce años... No más de quince años...
— ¿Faltan para qué?
—A su tiempo lo verás.
—Me anunciaste que ya había nacido el Anticristo...
—Y no mentí. Hoy es un mozo de veinte años, que se prepara en el estudio de las ciencias y de las artes para el más tremendo destino que pueda tener un mortal.
— ¿Dónde vive?
—No puedo revelártelo.
— ¿Quiénes son sus maestros?
—El diablo, por medio de talmudistas y faquires.
—Algunos teólogos sostienen que estará poseído de Satanás y que no será moralmente libre, sino determinado fatalmente al mal. ¿Es verdad eso?
—No es verdad. El Anticristo es moralmente libre; podría hacer el bien si quisiera, pero su orgullo es infinitamente mayor que el de cualquier otro hombre. Yo mismo, en su comparación, fui un pobre de espíritu...
— ¿Tiene ángel de la guarda?
—Sí, como todos los hombres. Y también, como todos los hombres, tiene un demonio tentador especial, que es el más alto en la jerarquía infernal; como no lo ha tenido nadie, ni Nerón, ni Lutero, ni yo; es el propio Lucifer.
— ¡Desventurado mozo! —exclamó el fraile—. ¿Por ventura podría salvarse?
—Sí. La sangre del Infame lo ha redimido también a él. Pero su obstinación es tan grande que, aun reconociendo que el Mesías es Hijo de Dios, si lo encontrara, con sus mismas manos lo clavaría de nuevo en la cruz.
— ¿Y tiene conciencia de su destino?
— ¡No! Ni Satanás, antes de su caída, tuvo conocimiento de su futura condenación.
—San Pablo dice del Anticristo que poseerá todas las seducciones de la iniquidad... ¿Realmente es tan hermoso?
—El más hermoso de los descendientes de Adán. Nadie puede compararse con él.
Hombres y mujeres enloquecerán cuando lo vean. Aunque es joven, tiene ya todos los vicios imaginables; la ambición, la crueldad, la impudicia; y sin embargo, quienes lo tratan lo creen dotado de las mayores virtudes, tan hábil es en la simulación.
— ¿Cuándo comenzará su reinado universal?
—Cuando florezca el árbol seco.
—Voltaire... ¿sufres?
—Hace diez años te dejé una señal. ¿Acaso creyó nadie en ella?
—No; los que vieron fundido mi candelero de bronce lo atribuyeron a un rayo o a un experimento a distancia. 


FIN DEL LIBRO LOS MÁRTIRES MEXICANOS


Epílogo
He terminado esta mi labor, que forzosamente tenía que ser incompleta, no por falta de voluntad ciertamente, sino por la falta de datos, que no he podido obtener. Muchas personas tuvieron la bondad, que nunca agradeceré lo bastante, de atender a mi súplica, y me escribieron en sendas cartas lo que sabían de algunos de nuestros mártires, por haber sido testigos presenciales de los sucesos. Pero acerca de la mayoría de ellos, tuve que contentarme con lo que se escribiera en la misma época de la persecución, naturalmente seleccionando con cuidado las fuentes de información.
A pesar de esto, no me pesa el trabajo que he hecho, porque creo haber conseguido el fin que me propusiera al emprenderlo. Este fin era el que no se pierda por completo la memoria de las grandes gestas, de estos verdaderos héroes mexicanos, en toda la extensión de la palabra.
Hace veinticinco años, todos los católicos mexicanos, más aún, los católicos de todo el mundo, (y no temo exagerar al afirmarlo) vibrábamos de emoción y santo entusiasmo, al oír o leer los relatos de la heroicidad de tantos mexicanos, que no dudaron un punto en dar su vida, y muchos entre tormentos sólo comparables a los que sufrieron los cristianos de la Iglesia primitiva, a trueque de no renegar de la fe, que recibieran en su bautismo y traicionar a nuestro Rey y Señor Jesucristo, aceptando otro señor y otras leyes en desacuerdo con el Evangelio, o segregándose de la única verdadera Iglesia fundada y sostenida hace ya veinte siglos, por el mismo Hijo de Dios hecho Hombre para redimirnos y conducirnos a la eterna bienaventuranza.
"¡Antes muertos, maltratados, abofeteados, quemados vivos, despojados de todo bien terrenal, que traidores e impíos! "¡Padres, hermanos, amigos, patria terrenal, posición social, bienes de fortuna, la misma vida, la ofrecemos en holocausto completo, absoluto, llenos de santa alegría, si es necesario hacerlo, para sostener, proclamar y defender los derechos inolvidables de Jesucristo, Rey de Reyes y de Naciones! ¡ Es hora de agradecer, no sólo con palabras y fervoroso culto, sino con hechos y cuanto más costosos y dolorosos mejor, lo que María Santísima, la dulcísima Señora aparecida en el Tepeyac, para hacer de nosotros una nación civilizada, ha llevado a cabo con su bendición y patrocinio! ¡Gracias a Ella tenemos el incomparable honor de ser una nación católica! ¡No queremos desmerecer ni en lo más mínimo de ese timbre de gloria!".
Tal era la disposición de ánimo de la inmensa mayoría católica mexicana en aquellos días luctuosos. Y que Dios aceptara el sacrificio de muchos de nuestros hermanos, era para confirmar y acrecentar tales sentimientos.
Que una vez más, se confirmaba así el apotegma de Tertuliano: Sanguis martyrum, semen christianorum.—La sangre de los mártires es semilla de cristianos.
La fama de tales sucesos pasó por la cima de nuestros montes y cruzó los mares de uno y otro hemisferio. Y en todas partes del mundo, amenazado ya por la misma conspiración anti-cristiana, producía los mismos efectos de entusiasmo, y el nombre de "México Mártir" se leía con admiración en todos los periódicos de todas las lenguas civilizadas.                                     

PROCESIÓN Y BENDICIÓN CON EL SANTÍSIMO SACRAMENTO CAMPAMENTO CRISTERO
Jamás podré olvidar, cuando ya la tempestad había amainado, y pudimos un grupo de mexicanos asistir a las grandes asambleas del Congreso Eucarístico de Budapest, en el que estaban representadas todas la^> naciones católicas del orbe, la ovación formidable con eme fue recibida la representación mexicana. ¡La gloria de nuestros mártires, nos cubría, aunque indignos, de refulgencias deslumbradoras, ante los ojos de nuestros hermanos húngaros, franceses, españoles, italianos, checos, austríacos, americanos del sur y del norte, asiáticos y africanos. . .! Escribiéronse libros en italiano, en francés, en inglés, en español, narrándose las gloriosas gestas.
El Soberano Pontífice Pío XI saludaba a los representantes de la Liga y de la A.C.J.M. con aquellas palabras que nunca se borrarán de nuestro corazón y nuestra memoria: ¡Salve, hijos y hermanos de mártires. . .!
Terminó la épica lucha de los cristeros, con los "arreglos", cuyo mérito o demérito, no voy a discutir ahora. . . Todavía, como era de temerse, dada la táctica de falsa hipocresía de estos conspiradores contra el orden cristiano, después de aquéllos, contra lo pactado, los perseguidores hicieron algunos mártires como acabamos de ver.
Pero después. . . poco a poco... al transcurrir de los años, el manto, no del olvido, (¿quién de los contemporáneos podrá olvidarlos jamás?), sino de nuestra ingénita apatía, ha ido cubriéndolos y nada se ha hecho o casi nada en vista de su glorificación en la tierra.
Estamos seguros de que nuestros gloriosos hermanos gozan ya de la corona inmarcesible de los mártires en el cielo. . . Pero aquí en la tierra, ¿por qué nos contentamos con el recuerdo, que habrá también de borrarse, si no se le reaviva frecuentemente, en las generaciones sucesivas? Nosotros, les jesuitas, tuvimos el honor de que uno de nuestros hermano el P. Agustín Pro, formara en esas filas de los que ganaban para ellos la eterna felicidad, y para nosotros un honor sin medida. Y hemos hecho todo lo que ha estado a nuestro alcance para obtener el fallo ineludible de nuestra Madre la Iglesia, para que se vea elevado al honor de los altares. . . Pero rin quitarle nada de su gloria al martirio del P. Pro, cuya causa como sabemos ha dado grandes pasos en el Santo Tribunal de Roma, es de justicia reconocer, que entre la pléyade augusta de héroes cristianos de aquella época, hubo martirios más espectaculares, más terribles y gloriosos, que el de nuestro hermano el P. Pro. . . Y ¿qué se ha hecho hasta ahora por depurar por medio de un proceso canónico en regla esas glorias de nuestros hermanos? Nada, o casi nada. Repito: no es olvido, es apatía. Y no debe ser tampoco, porque a la larga engendrará el olvido.
¡Ironías de la vida! Llenas están nuestras plazas y paseos de monumentos, y nuestras calles de nombres, de los que llamamos "héroes" y de muchos de los cuales, se podían decir con justicia las vibrantes estrofas de Núñez de Arce: ¡Ah no lo llores más! no lo merece.
No sufras ni batalles: El que mancha su sangre, el que envilece
Por plazas y por calles La augusta libertad; el que furioso Apela al hierro insano. . .
No es tierno padre, ni sensible esposo Ni honrado ciudadano.
Y en cambio, de los héroes auténticos, que no virtieron más sangre que la suya, y por el más noble de los ideales: el reinado de Cristo, en nuestra sociedad, en nuestras familias, en nuestras leyes, en nuestra vida nacional, ¿buscamos acaso su glorificación? ¡Ironías de la vida! No se diga, que la Iglesia nuestra Madre no está dispuesta a hacerlo, si, como es debido, de la investigación de un proceso canónico, resulta que realmente merecen los honores que deseamos para ellos: el caso del P. Pro nos daría un mentís rotundo.
¿Continuará confirmándose entre nosotros la sentencia evangélica: "Los hijos de las tinieblas son más prudentes que los hijos de la luz"? ¡Dios no lo quiera! Mis pobres artículos no llevaban en esta categoría de ideas, otro fin,  que refrescar la memoria de nuestros mártires, para estimularnos con su recuerdo a vencer nuestra apatía. ¿Lo conseguiré? Fuera de esto, otro intento no menos importante perseguía al escribir sobre nuestros mártires.
Hace unos dos años escribí un libro, sobre el carácter verdadero de la gran amenaza que se cierne sobre el horizonte de nuestras sociedades, ennoblecidas por la civilización cristiana, y que en los momentos actuales ha tomado el nombre de comunismo, y no es otra cosa que la gran conspiración contra el orden cristiano, surgida hace casi ya dos siglos, en medio de los fuegos fatuos, llamados "luces", por los mismos conspiradores, y encendidos por la podredumbre del filosofismo del siglo XVIII; cuyo primer estallido fue la Revolución Francesa, y que desvió con sus espejismos macabros y sus agitaciones continuas, las inmensas ventajas para la felicidad de les pueblos, que traían consigo los progresos naturales indudables de las ciencias y las artes, hacia las dos pavorosas guerras de principios de este siglo.    

Allí trataba más bien de las ideologías y de las consecuencias lógicas, que ya habían producido para mal de la humanidad, y que seguirían produciendo en lo sucesivo si a tiempo no se les ponía remedio.
Ahora, como confirmación de lo que dije, he querido mostrar con el ejemplo vivo y palpitante aún, en nuestro medio mexicano, todo el horror efectivo de las realizaciones del plan masónico-comunista, contra el orden cristiano.
Todas las hipócritas promesas de libertad, de igualdad, de fraternidad y demás zarandajas revolucionarias, ¡ cuántos dolores y amarguras, no han causado ya entre nosotros! Y sin embargo, todavía hay quienes esperan de esos instrumentos de Satán, una redención de la humanidad, un paraíso en la tierra que sólo podrá encontrarse, y cumpliendo en esta vida con las condiciones señaladas divinamente por Jesucristo, verdadero Redentor, en la patria de la eterna felicidad.
Por eso, tengo en las mientes la intención de continuar en otro u otros volúmenes, los relatos de las amarguras causadas por los crímenes de esa misma conspiración anti-cristiana en España, Polonia, Hungría, etc.; entre todos esos hermanos nuestros; en los mismos obreros y campesinos de todo el mundo, que han sido los más fácilmente engañados por las malvadas promesas de la Revolución Mundial, o "Conspiración contra el Orden Cristiano".
Mucho se ha escrito ya, y muy bien, sobre todo eso; pero no está por demás el poner al alcance de nuestro pobre pueblo, las revelaciones que autores dignos de crédito, víctimas muchas veces de la conspiración, han hecho para sus propios pueblos.
Que Dios me ayude en esta nueva empresa, y que mi pobre trabajo lo bendiga, para que sea fructuoso. Sin su ayuda especial nada podemos hacer.
                                                  


PADRE MIGUEL AGUSTÍN PRO


Sine me nihil potestis facere.

martes, 1 de agosto de 2017

kahal-oro-hugo-wast


La misma idea en Bernardo Lazare:
"El Talmud formó a la nación judía después de su dispersión… fue el molde del alma judía, el creador de la raza." (2)
Pero el Talmud ya no lo leen sino los rabinos; la mayo· ría de los judíos ignora la lengua (un antiguo caldeo muy difícil) en que está escrito.
Es verdad: el judío moderno ha perdido las ideas sobrenaturales; no cree en Dios y si observa algún rito religioso no es por piedad, sino por nacionalismo.
El no lee el Talmud, pero su rabino lo lee, y eso basta para que el fuerte espíritu de la obra se difunda en ese pueblo que ve en sus sacerdotes a los conductores de la raza.
"El judío irreligioso y a veces ateo, dice Lazare, subsiste porque tiene la creencia de su raza. Ha conservado su orgullo nacional; se imagina ser una individualidad superior, un ser diferente de los que le rodean, y esta convicción le impide asimilarse; porque siendo exclusivista, rehúsa mezclarse por el matrimonio con los otros pueblos." (3)
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(1)Weill : "Le Judaisme, ses dogmes et sa mission".
Introd. génerale. Paris, A la Librairie israélite, 1866, pág. 135.
(2) Lazare: "L´Antisemitisme". Jean Crés. París, 1934 t. l.
(3) Lazare: "Op. cit.", t. I, pág. 138.
(3) Espíritu del Talmud: orgullo y astucia.-El Talmud ha suplantado a la Biblia.-Los rabinos mataron a los profetas. Maimónides, ejemplo de astucia.-El gobierno judío es una sociedad secreta.-El Kahal.-Misterio ambulante.
¿Cuál es, pues, el espíritu de ese libro, que ha preservado a Israel de fundirse en la masa de los pueblos cristianos? En dos palabras: el orgullo nacional y la astucia.
Dejaré otra vez la palabra a grandes escritores judíos, que son testigos insospechables de parcialidad en contra de Israel.
Sin embargo, no se tema que un buen israelita pueda ofenderse porque le digan orgulloso y astuto. La simplicidad y la humildad son virtudes del Evangelio, no del Talmud.
"El punto de vista utilitario de la moral judía, dice un escritor religioso de esa nacionalidad, aparece en el término mismo con que designan su ideal aquellos que la enseñan: el término hokma, sabiduría.
"Mas no entienden que sabiduría sea conocimiento de Dios y mucho menos especulación filosófica, sino posesión de los medios prácticos para llegar al fin de la vida que es la felicidad: la sabiduría es, pues, la habilidad, la prudencia." (1)
Quien dice habilidad y prudencia, dice astucia. No hay nao da más sutil y travieso que la casuística de un rabino, experto en el Talmud.
Diremos en pocas palabras lo que es el Talmud. Los judíos desde la más remota antigüedad reconocían una ley oral, con que se interpretaba la ley escrita (de Moisés y sus profetas).
Esta ley oral se llamaba Mischna (segunda ley) y con el andar de los siglos llegó a ser infinitamente copiosa y confirió un poder inmenso a los doctores que la conocían y la interpretaban.
Pero la vida entera de un hombre no bastaba para aprender de memoria y trasmitir de palabra a un sucesor aquella colosal legislación, y se fueron perdiendo millares de reglas.
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(1) Ad. Lods: "Les Prophetes d'Israel". París, La Renaissance du Livre, 1935, pág. 374.
En el siglo II (era cristiana), el Rabino Jehuda el Santo, condolido de la desaparición paulatina de tantas religiones, resolvió recogerlas por escrito, violando con ello cierta regla que lo prohibía.
Convocó un sínodo de doctores y empezó la redacción de la Mischna, y luego aparecieron los comentarios de los rabinos, o sea la Guemara.
Estos comentarios constituyen, el Talmud. Casi simultáneamente se redactaron dos: uno en Tiberíades, que se llamó-Talmud de Jerusalén, y otro en Babilonia, que lleva su nombre. Este es el más acreditado y el que generalmente se cita.
No sólo contiene todas las grandes cuestiones teológicas y filosóficas que interesan a la humanidad, y se refieren a la naturaleza y a la creación del hombre, al alma, a la vida futura, a la resurrección, metempsicosis, cielo e infierno, ángeles y demonios, deshiladas en hebras finísimas, verdaderos cabellos partidos en cuatro; sino también innumerables leyendas, poéticas y pueriles, graves y ridículas; y nociones acerca de todo, agricultura y matemáticas, higiene y astronomía, metafísica e historia sagrada. . . El lector pierde la paciencia y pasa de la admiración a la sorpresa, a la indignación misma, atraído y desorientado alternativamente por aquel fárrago de contradicciones y de extravagancias, de grandeza y de puerilidad, de profundidad y de pornografía. . .
Y si considera que el Talmud ha sido casi dos mil años el alimento espiritual de todo un pueblo, y ha suplantado a la Biblia, no puede menos de caer en profundo estupor.
Recordemos la acerba palabra de uno de sus Profetas:
“He aquí, que para la mentira ha trabajado la pluma engañadora de los escribas." (Jeremías, 8.8.)
Los rabinos mataron a los profetas, y su casuística utilitaria y astuta, sirvió maravillosamente para que aquel pueblo odiado y perseguido, se doblegara bajo la persecución y se adaptara y subsistiera y prosperase.
"El Talmud y las legislaciones anti judías, dice Bernardo Lazare, corrompieron profundamente al judío."
Más adelante completa así su pensamiento:
"En esta guerra que, para vivir, tuvo el judío que librar contra el mundo no pudo salir vencedor sino por la intriga. Y este miserable, condenado a las humillaciones y a los insultos, obligado a agachar la cabeza bajo los golpes, bajo los vejámenes, bajo las invectivas, no pudo vengarse de sus enemigos, de sus verdugos sino por la astucia.
"El robo y la mala fe fueron sus armas, las únicas armas de que pudo servirse, y así se ingenió para afilarlas, complicarlas, disimular.” (1)
Siento la necesidad de repetir que B. Lazare es un escritor judío que goza de gran autoridad.
Y lo que afirma podría ilustrarse con ejemplos. Básteme citar uno solo, por la actualidad que tiene.
Hace poco tiempo los judíos han celebrado el octavo centenario del nacimiento de Maimónides (30 de marzo de 1135) con entusiastas ceremonias, conferencias, escritos que nos presentan al sabio cordobés como un Tomás de Aquino de la Sinagoga.
Era ciertamente un hombre extraordinario, pero en la Iglesia católica no hubiera llegado a los altares.
Rabino perfectísimo, por su ciencia, por su intolerancia y por su astucia, escribió un libro que puede considerarse un segundo Talmud, la Mischna-Thora.
De una ortodoxia audaz y al mismo tiempo rígida, no consideraba verdadero israelita al que discrepaba en cualquier punto con su doctrina.
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(1) B. Lazare: "L' Antisemitisme". Jean Crés, París, 1934, t. II, pág. 231.
Pues bien, "es un hecho extraño, pero del que no se puede dudar, que el mayor doctor de la Sinagoga, a quien llamaban la antorcha de Israel, la luz del Oriente y del Occidente y a quien un adagio presentaba como un nuevo Moisés, durante diez y seis o diez y siete años ha profesado exteriormente la doctrina musulmana." (1)
No nos escandalicemos demasiado de esta aparente apostaría, que no era más que un rasgo de astucia talmúdica. Maimónides tenía en El Cairo el empleo altamente provechoso de médico a sueldo del emperador Saladino.
Además, era autor de una obra en que sostenía ser ilícito apostatar aparentemente.
Los rabinos del Talmud, han trabajado, pues, el barro milenario de los judíos bíblicos, duros y rezongones, y han hecho al judío de los Protocolos de los Sabios de Sión. (2)
Pocos problemas tan difíciles de resolver como los que se relacionan con el gobierno interior de este pueblo. No hay misterio mejor guardado que el de sus telones.
El gobierno judío es una verdadera sociedad secreta.
Y así como en todas las sociedades secretas existen iniciados que no pasan de las últimas filas, y no penetran jamás en las bambalinas, ni llegan a conocer a los directores de las figuras que ven moverse en el proscenio, así en el judaísmo hay circuncisos de absoluta buena fe, que ignoran la constitución y hasta la existencia misma del Kaha1, es decir, de la autoridad que desde la sombra gobierna a su nación.
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(1) Fr.anck: "Dictionnaire des Sciences Philosophiques", artíc. Maimlónides.
(2) Sin pronunciarme sobre la insoluble cuestión de la autenticidad de los "Protocolos", me limitaré a decir que con buenas palabras de judíos alegan que son falsos; pero con hechos, todos los días nos prueban que son verdaderos. Los "Protocolos" serán falsos... pero se cumplen maravillosamente.
El poeta Heine, que era judío y sabía a qué atenerse, ha dicho:
"Las acciones y los gestos de los judíos, al igual que sus costumbres, son cosas ignoradas del mundo. Se cree conocer· los porque se ha visto su barba; pero no se ha visto nada más que eso, y, como en la Edad Media, los judíos continúan siendo un misterio ambulante."
4. El becerro de oro Israel, he aquí tu Dios!-¿Ironía del texto sagrado? ¿Profecía? El judío no es productor.-Un texto del Talmud sobre la agricultura.-EI oro única riqueza.
Israel, lleva en su propio nombre un poco de su destino. Israel significa en hebreo: el que lucha contra Dios. (Gen. 33, 28.) Y, en efecto, la historia del pueblo escogido es la batalla de Dios, que quiere conducirlo por los caminos de su providencia y se estrella en su rebeldía y obstinación.
"Desde el día que salisteis del país de Egipto, hasta que en trasteis en este lugar (la tierra prometida) habéis sido rebeldes a Jehovah." (Deuter., 9. 7.)
Colmado de promesas y de favores, libertado milagrosamente de la esclavitud de los egipcios, apenas se aleja Moisés, empieza a rezongar, y pide a Aarón, Sumo Sacerdote de Jehovah, que le fabrique un ídolo para adorarlo.
Aarón consiente; recoge las joyas de las mujeres, las funde fábrica un becerro de oro y lo presenta al pueblo:
"Israel, ¡he ahí tu Dios!" (Exodo, 32, 4.)
Estas palabras fueron de los israelitas, según el sagrado texto. Seguramente fueron también las de Aarón.
Pero el hermano de Moisés ¿con qué espíritu las pronunció? ¿Fue un ironista o un profeta?
Quiso decirles: ¿a qué me pedís un dios, si ya lo tenéis y lo adoráis en secreto, y es el oro? ¿O pretendió anunciarles cuál sería su destino y el móvil de su futura política?
-¡No sé! Sin embargo, sospecho que cuando en la Sinagoga, el rabino desenvuelve el venerable rollo de la Thora, donde sobre una piel escrupulosamente preparada está escrito el Pentateuco, al exponer el pasaje del becerro de oro, debe sentir la misma perplejidad. ¿Profecía? ¿Ironía? Y no sabiendo cómo resolver la cuestión, se encogerá de hombros. ¿Qué importa? Al fin y al cabo, el amor al oro está prescrito en sus libros santos. El Zohar, comentando las bendiciones de la Biblia, afirma que: "La bendición en la tierra consiste en la riqueza." (1-87 b.)
Pero el judío no es productor. Prefiere ganar la riqueza por el intercambio. Al servir de intermediario entre los que producen y los que compran, algo queda siempre en sus manos, y se acumula y constituye su capital.
No se aviene sino con las ocupaciones sin raíces, que le permiten estar de paso en todas partes: el pequeño comercio, la pequeña industria, el préstamo, la comisión, la banca. Y en los últimos tiempos, las profesiones liberales.


EL SANTO ABANDONO. DOM VITAL LEHODEY



3. OBEDIENCIA A LA VOLUNTAD DE DIOS SIGNIFICADA

La voluntad significada abraza por último las inspiraciones de la gracia. «Estas inspiraciones son rayos divinos que proyectan en las almas luz y calor para mostrarles el bien y animarlas a practicarlo; son prendas de la divina predilección con infinita variedad de formas; son sucesivamente y según las circunstancias, atractivos, impulsos, reprensiones, remordimientos, temores saludables, suavidades celestiales, arranques del corazón, dulces y fuertes invitaciones al ejercicio de alguna virtud. Las almas puras e interiores reciben con frecuencia estas divinas inspiraciones, y conviene mucho que las sigan con reconocimiento y fidelidad.» ¡Es tan valioso el apoyo que nos prestan! ¡Con cuánta razón decía el Apóstol: «No extingáis el espíritu», es decir, no rechacéis los piadosos movimientos que la gracia imprime a vuestro corazón! ¿Necesitaremos añadir que la voluntad significada nos mandará, nos aconsejará, nos inspirará durante todo el curso de nuestra vida? Siempre tendremos que respetar la autoridad  de Dios, pues nunca seremos tan ricos que podamos creernos con derecho a desechar los tesoros que su voluntad nos haya de proporcionar. Guardar con fidelidad la voluntad significada es nuestro medio ordinario de reprimir la naturaleza y cultivar las virtudes; porque la naturaleza nunca muere, y nuestras virtudes pueden acrecentarse sin cesar. Aunque mil años viviéramos y todos ellos los pasáramos en una labor asidua, nunca llegaríamos a parecernos en todo a Nuestro Señor y ser perfectos como nuestro Padre celestial.
No debemos omitir que para un religioso sus votos, sus Reglas y la acción de los Superiores constituyen la principal expresión de la voluntad significada, el deber de toda la vida y el camino de la santidad.
Nuestras Reglas son guía absolutamente segura. La vida religiosa «es una escuela del servicio divino», escuela incomparable en la que Dios mismo, haciéndose nuestro Maestro, nos instruye, nos modela, nos manifiesta su voluntad para cada instante, nos explica hasta los menores detalles de su servicio. Él es quien nos asigna nuestras obras de penitencia, nuestros ejercicios de contemplación, las mil observancias con que quiere practiquemos la religión, la humildad, la caridad fraterna y demás virtudes; nos indica hasta las disposiciones íntimas que harán nuestra obediencia dulce a Dios, fructuosa para nosotros. Esto supuesto, ¿qué necesidad tenemos -dice San Francisco de Sales- que Dios nos revele su voluntad por secretas inspiraciones, por visiones y éxtasis? Tenemos una luz mucho más segura, «el amable y común camino de una santa sumisión a la dirección así de las Reglas como de los Superiores. »«En verdad que sois dichosas, hijas mías -dice en otra parte-, en comparación con los que estamos en el mundo. Cuando nosotros preguntamos por el camino, quién nos dice: a la derecha; quién, a la izquierda; y, en definitiva, muchas veces nos engañan.
En cambio vosotras no tenéis sino dejaros conducir, permaneciendo tranquilamente en la barca. Vais por buen derrotero; no hayáis miedo. La divina brújula es Nuestro Señor; la barca son vuestras Reglas; los que la conducen son los Superiores que, casi siempre, os dicen: Caminad por la perpetua observancia de vuestras Reglas y llegaréis felizmente a Dios. Bueno es, me diréis, caminar por las Reglas; pero es camino general y Dios nos llama mediante atractivos particulares; que no todas somos conducidas por el mismo camino. -Tenéis razón al explicaros así; pero también es cierto que, si este atractivo viene de Dios, os ha de conducir a la obediencia».
Nuestras Reglas son el medio principal y ordinario de nuestra purificación. La obediencia, en efecto, nos despega y purifica por las mil renuncias que impone y más aún por la abnegación del juicio y de la voluntad propia que, según San Alfonso, son la ruina de las virtudes, la fuente de todos los males, la única puerta del pecado y de la imperfección, un demonio de la peor ralea, el arma favorita del tentador contra los religiosos, el verdugo de sus esclavos, un infierno anticipado. Toda la perfección del religioso consiste, según San Buenaventura, en la renuncia de la propia voluntad; que es de tal valor y mérito, que se equipara al martirio; pues si el hacha del verdugo hace rodar por tierra la cabeza de la víctima, la espada de la obediencia inmola a Dios la voluntad que es la cabeza del alma.»
Nuestras Reglas son mina inagotable para el cielo, y verdadera riqueza de la vida religiosa. Contra la obediencia, en efecto, no hay sino pecado e imperfección; sin ella, los actos más excelentes desmerecen; con ella lo que no está prohibido llega a ser virtud, lo bueno se hace mejor. «Introduce en el alma todas las virtudes, y una vez introducidas las conserva», multiplica los actos del espíritu, santificando todos los momentos de nuestra vida; nada deja a la naturaleza, sino todo lo da a Dios. El divino Maestro, según la bella expresión de San Bernardo, «ha hecho tan gran estima de esta virtud, que se hizo obediente hasta la muerte, queriendo antes perder la vida que la obediencia». Por eso todos los santos la han ensalzado a porfía y han cultivado con ardiente celo esta preciosa virtud tan amada de Nuestro Señor. El Abad Juan podía decir, momentos antes de presentarse a Dios, que él jamás había hecho la voluntad propia. San Dositeo, que no podía practicar las duras abstinencias del desierto, fue con todo elevado a un muy alto grado de gloria después de solos cinco años de perfecta obediencia. San José de Calasanz llamaba a la religiosa obediente, piedra preciosa del Monasterio. La obediencia regular era para Santa María Magdalena de Pazzis el camino más recto de la salvación eterna y de la santidad. San Alfonso añade: «Es el único camino que existe en la religión para llegar a la salvación y a la santidad, y tan único, que no hay otro que pueda conducir a ese término... Lo que diferencia a las religiosas perfectas de las imperfectas, es sobre todo la obediencia.» Y según San Doroteo, «cuando viereis un solitario que se aparta de su estado y cae en faltas considerables, persuadíos de que semejante desgracia le acontece por haberse constituido guía de sí mismo. Nada, en efecto, hay tan perjudicial y peligroso como seguir el propio parecer y conducirse por propias luces»
«La suma perfección -dice Santa Teresa- claro es que no está en regalos interiores, ni en grandes arrobamientos, ni en visiones, ni en espíritu de profecía, sino en estar nuestra voluntad tan conforme con la de Dios, que ninguna cosa entendamos que quiere, que no la queramos con toda nuestra voluntad y tan alegremente tomemos lo amargo como lo sabroso, entendiendo que lo quiere su Majestad.» De ello ofrece la santa diversas razones; después añade: «Yo creo que, como el demonio ve que no hay camino que más presto llegue a la suma perfección que el de la obediencia, pone tantos disgustos y dificultades debajo de color de bien.» La santa conoció personas sobrecargadas por la obediencia de multitud de ocupaciones y asuntos, y, volviéndolas a ver después de muchos años, las hallaba tan adelantadas en los caminos de Dios que quedaba maravillada. « ¡Oh dichosa obediencia y distracción por ella, que tanto pudo alcanzar!».
San Francisco de Sales abunda en el mismo sentir: «En cuanto a las almas que, ardientemente ganosas de su adelantamiento, quisieran aventajar a todas las demás en la virtud, harían mucho mejor con sólo seguir a la comunidad y observar bien sus Reglas; pues no hay otro camino para llegar a Dios.» Era Santa Gertrudis de complexión débil y enfermiza, por lo que su superiora la trataba con mayor suavidad que a las demás, no permitiéndole las austeridades regulares.
« ¿Qué diréis que hacía la pobrecita para llegar a ser santa? Someterse humildemente a su Madre, nada más; y por más que su fervor la impulsase a desear todo cuanto las otras hacían, ninguna muestra daba, sin embargo, de tener tales deseos. Cuando le mandaban retirarse a descansar, hacíalo sencillamente y sin replicar; bien segura de que tan bien gozaría de la presencia de su Esposo en la celda como si se encontrara en el coro con sus compañeras. Jesucristo reveló a Santa Matilde que si le querían hallar en esta vida le buscasen primero en el Augusto Sacramento del Altar, después en el corazón de Gertrudis.» Cita el piadoso doctor otros ejemplos y luego añade: «Necesario es imitar a estos santos religiosos, aplicándonos humilde y fervorosamente a lo que Dios pide de nosotros y conforme a nuestra vocación, y no juzgando poder encontrar otro medio de perfección mejor que éste».
«Y a la verdad, siendo Dios mismo quien nos ha escogido nuestro estado de vida y los medios de santificarnos, nada puede ser mejor ni aun bueno para nosotros, fuera de esta elección suya. Santa fue por cierto la ocupación de Marta, dice un ilustre Fundador; santa también la contemplación de Magdalena, no menos que la penitencia y las lágrimas con que lavó los pies del Salvador; empero todas estas acciones, para ser meritorias, hubieron de ejecutarse en Betania, es decir, en la casa de la obediencia, según la etimología de esta palabra; como si Nuestro Señor, según observa San Bernardo, hubiera querido enseñarnos con esto que, ni el celo de las buenas obras, ni la dulzura en la contemplación de las cosas divinas, ni las lágrimas de la penitencia le hubiesen podido ser agradables fuera de Betania» .