N. B. Dentro de las festividades mas solemnes e importante de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, la natividad del Verbo Eterno es una de esas joya litúrgicas muy importante donde se admira la prudencia y la sabiduría al manifestarse de una forma tierna y digna de ser amada a la humanidad herida por el pecado original y tan distante de la patria eterna que nos era imposible todo acceso a la bienaventuranza eterna. A todos mis lectores nuevamente les deseo UNA FELIZ NAVIDAD. "Pidamos, pues, al Infante que ha nacido que nos conceda admirar, amar e imitar la presente Navidad, de tal manera que nos sea dado llegar a la contemplación de la generación eterna. amen".
Pero ¿por qué se nos da un Parvulito? Si se diera al hombre un Dios como inmenso, ¿no es verdad que el pecador habría temido más al que todo lo reprende? Y si se nos hubiese dado Dios como elocuente, ¿acaso no habría el reo temido la sabiduría del que todo lo escudriña? Y, por último, ¡si hubiese venido Dios rodeado de ejércitos angélicos, ¿no es verdad que el hombre miserable se habría avergonzado de pertenecer a la sociedad de los ángeles? Y tanto más cuanto que, como se dice en las Lamentaciones, los ángeles, al ver la ignominia…del hombre, le habrían menospreciado. Pues bien; el hombre así necesitado, ¿Qué podía: anhelar, sino que naciese un Parvulito para evitar el terror dé ser castigado, ¿un Niño “infante”, o sin locución, para evitar el terror de ser redargüido, ¿y un Niño pobre y solitario para evitar el terror de ser despreciado? Tal era el deseo qué; haciéndolo suyo, evocaba la Iglesia por estas palabras del Cantar de los Cantares, c.8: ¿Quién me diera que fueses hermano mío, amamantado a los pechos de mi madre? Anótalas y trata de exponerlas. Donde debemos advertir que nace un Parvulito para que le recibamos tal cual le deseamos, y se nos da un Hijo para que sea nuestro aquel de quien teníamos necesidad. ¿No es el mismo el que llena de bienes tus deseos? peto ¿qué digo llena? También los excede. Mira, si no, la paz de Cristo, que sobrepuja toda inteligencia. Y ¿Cuál fue tu deseo, ¡oh Adán!? ¿No deseaste ser como Dios? Y tú, Lucifer soberbio, ¿no quisiste ser semejante al Altísimo? Por lo que veo, no pudo todavía caber en vuestro anhelo ser dioses. La criatura, en efecto, nunca se atrevió a igualarse a Dios. Aquí, en el nacimiento del Hijo de Dios, por el contrario, nos hallamos ante un deseo sobre todo deseo, pues, en la encarnación Dios es hombre y el hombre es Dios. Y ¿puede darse cosa más dulce, más amable e inspiradora de mayor esperanza?
El hombre había ofendido a Dios, y Dios
parecía odiar al hombre tornándose en despiadado con él. Pero ahora, habiéndose
humanado Dios, Dios o amará al hombre o tendrá odio a Dios, pues el hombre es
Dios. Asimismo, el hombre, arrojado del paraíso, vivía desterrado; pero ahora o
el hombre entrará en el paraíso o Dios será expulsado de él, puesto que el
hombre es Dios. Y, por último, el hombre era cautivo del diablo; pero ahora o
el hombre será sacado de su cautiverio o Dios será sometido al mismo, como
quiera que el hombre es Dios. Pero decir de Dios tales despropósitos no es
posible: luego es preciso qué el hombre sea libertado, repatriado y
reconciliado. Por ventura, ¿no quedan aquí sobrepasados todos nuestros deseos?
En vista de lo cual, concluiremos que no hay objeto de amor tan dulce como el
nacimiento de Cristo.
Y, por último, volvamos la potencia efectiva
al nacimiento del Salvador en cuanto es ejemplo, pues no hay Cosa imitable tan
provechosa como él. Que esto es así podrás verlo a las claras del dicho
nacimiento, las cuales se describen por el ángel en San: Lucas, c.2: “Os anunció un gran gozo que es para todo el
pueblo: Os ha nacido hoy el Salvador. Y esto tendréis por señal: Encontraréis
un Infante envuelto en pañales”. Observa esta señal y no te apartes de ella
si quieres ser más virtuoso, pues en ella se te muestra lo que es bueno.
Advierte, en efecto, dos cosas: fuga respecto de la vanidad y ejemplo respecto
de la virtud. Primeramente, al ver al divino Infante así circunstanciado, se te
enseña a huir la vanidad. Y ¿en qué se glorían los que, haciéndose vanos, se
van en pos de la vanidad? Realmente, unos ponen su gloria en las ciencias,
Otros en las riquezas, otros en los honores y otros en los poderes. A esta
cuenta hay quienes, como los ricos, gustan de los primeros asientos en los
banquetes, o quienes, al estilo de los magnates, buscan las primeras sillas en
las sinagogas, o quiénes, como los hinchados por él humó de la ciencia, quieren
ser llamados maestros por los hombres. Pero mira al pesebre, y verás en
oposición la virtud y la vanidad: hallarás, digo, contra la vanidad de las
ciencias, al Infantito, que, desechando la locuacidad, no dice palabra ; contra
la vanidad de las riquezas, al Infantito, envuelto, no ya en pieles o en paños o
en paño de una pieza, sino en pañales, o, por mejor decir, en andrajitos
múltiples que saben a indigencia, y contra la vanidad de las dignidades y
honores, al Infantito, reclinado en el pesebre a los pies de los animales,
Mira, pues, al sapientísimo enmudecido: ¡Avergüéncese la necia locuacidad! Mira
al opulentísimo indigente: ¡Avergüéncese la abundancia avara! Y mira ahí al
altísimo reclinado: ¡Avergüéncese la vileza soberbia!
Pero considera, ¡oh hombre!, en segundo lugar,
lo que has de imitar. Tienes puesta ante los ojos la señal para las virtudes. Y
¿qué te enseña Cristo? ¿Qué es lo que proclama todo el Evangelio? ¿A qué va
enderezada la doctrina sagrada sino a implantar la pureza en la carne, la
pobreza en la posesión y la humildad en el alma? Mira aquí la meta a que se
ordenan los tres consejos evangélicos. Si buscas, en efecto, la pureza, podrás
hallarla en la señal que se te da: Encontraréis un Infante. La razón es porque,
si bien dice el sabio que no hay en la tierra ninguno que haga el bien y no
peque, aunque sea niño de un día, nos es dado, sin embargo, encontrar un hombre
en quien no hubo pecado, en cuya boca no se halló engaño. Y si buscas la
pobreza, mira la señal para ella: Al Infante envuelto en pañales; y si
humildad, mira la señal que a ella te conduce: Al Infante reclinado en el
pesebre. Estas tres virtudes, la pureza, pobreza y humildad, son las tres
parteras, diestras en su oficio, que recibieron del seno de la Virgen Madre al
Salvador en él día de su nacimiento. Lo recibió, en efecto, la pureza, lo cual
va señalado cuando se dice. Encontraréis al Infante. Le recibió la pobreza
vistiéndole de andrajos, y esto se significa al añadir: Al infante envuelto en pañales; y, por
último, le recibió la humildad, recogiéndole en la angostura del pesebre, como
se nos da a entender cuando se concluye: Encontraréis al Infante reclinado en el pesebre. Pidamos,
pues, al Infante que ha nacido que nos conceda admirar, amar e imitar la
presente Navidad, de tal manera que nos sea dado llegar a la contemplación de la
generación eterna.
amen.
R.P.ARTURO VARGAS MEZA.
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