Y dijo (Elías) a su criado: “Sube y mira hacia el mar” Subió, miro y dijo: “No hay nada.” Dijo Elías: “Hazlo siete veces.” Y a la séptima vez dijo: “He aquí una nube, tan pequeña como la palma de la mano de un hombre, que se levanta del mar.” Entonces dijo Elías a Acab: “Sube, come y bebe, porque oigo gran ruido de lluvia.”
Está nuvecita es una figura de Nuestra
Señora pues esa septima vez es como la séptima edad de Nuestra Señora, Santo
Tomas de Villanueva traduce: “he aquí que
sube del mar una nuvecilla como la huella de un hombre” De
estas dos traducciones lo más importante es “esa nube pequeña” hablando de la humildad de la Sma. Virgen, pues en otra
parte se dice que era una gran nube que contenía a Dios en su regazo; y era
esta nube capaz que el mismo cielo. Esta nube, repito, nube ligera es, nube sin
pecado, formada por el vapor del agua, esto es, de carne pasible; pero se
elevaba por el ardor del sol, es decir, con el amor de Dios que moraba en las
alturas por la contemplación. Continúan diciendo las Sagradas Letras: “como la huella de un hombre.” En Cristo Jesús la cabeza es la divinidad según dice el
apóstol: “Dios
es la cabeza de Cristo”; y en los Cantares: “Su cabeza, oro finísimo.” Y su pie es la humanidad que la toma de la Sma. Virgen por
lo tanto la Virgen es la huella de este pie; porque, así como la huella se
asemeja al pie, así la Virgen en su vida entera es una verdadera imagen y
figura de la humanidad de Cristo.
Esta Virgen
subía del mar y esto no es otra cosa que la gloria de la Sma. Virgen María,
Pero ¿consiguió la Virgen este triunfo sin esfuerzo? Ciertamente que no: porque
he aquí cómo sube del mar de las tribulaciones, del mar de las persecuciones
tan conocidas para nosotros conoció el oleaje del mundo, sus sacudidas y sus
tempestades.
Finalmente se
dice a Acab: “Anda come y bebe; porque oigo el ruido de una gran
lluvia que viene.” La Virgen sube, la
virgen es elevada a las alturas. Tu Acab o sea nosotros, anda, come y bebe
hasta saciarte; alégrate, regocíjate pues tu tierra, es decir nuestras almas,
ya no serán estériles; sube una nube del mar, sobrevendrá una lluvia de
gracias; un extraordinario torrente de dones descenderá de la nube, inundando a
toda la Iglesia fecundando a todas las almas.
Por ella, como dice San Bernardo,
dispuso Dios dar al mundo cuanto había de darle. Y el salmo dice: “Mirra, áloe y casia tus vestidos, de gradas de marfil.” Son
pues de marfil las escalas y gradas por donde subió la Virgen, miremos de qué
marfil están fabricadas: la primer grada es la predestinación eterna de Dios
para ser su madre; la segunda, es estar figurada por los patriarcas; la
tercera, estar anunciada por los profetas; la cuarta, saludada por el ángel; la
quinta, el concebir por obra del Espíritu Santo y quedar convertida en madre de
su creador; la sexta, su exaltación en este día al cielo por encima de todas
las criaturas al ser también coronada Reina de todo lo creado y la séptima se
encierra en aquellas palabras de su Santidad Pío XII sacadas de las actas de
los Papas: ¨PRONUNCIAMUS, DECLARAMUS ET DEFINIMUS DIVINITUS REVELATUM DOGMA
ESSE:
INMACULATAM DEIPARAM SEMPER VIRGINEM
MARIAM EXPLETO TERRESTRIS VITAE CURSU, FUISE CORPORE ET ANIMA AD CELETEM
GLORIAM ASSUMTA¨(La inmaculada siempre virgen María terminado el transcurso de
su vida terrestre fue asunta, en cuerpo y alma, a la celestial gloria)
De esta manera sube, siguiendo el
ejemplo de Elías, como un viento suave sin violencia ni estrepito a los cielos
llevada no por el carro de fuego como a Elías sino por la comitiva de los bienaventurados
ángeles destinados para esta noble misión. Mientras que Eliseo gritaba,
consternado y triste: “Padre mío auriga de Israel y sus caballos”, nosotros
representados por los apóstoles gritábamos Madre mía arca de la verdadera
alianza y tabernáculo viviente del altísimo compadécete de nosotros miserables
mortales e intercede por nosotros ahora que estarás a la diestra de tu Hijo
amado. También docentes nos acercábamos a Ella como el compungido San Pedro,
que veía en esta otra oportunidad, para decirle con sentidísimo dolor: “Madre
dile a tu Hijo que me perdone” y la Madre convencida de lo que respondía le
dijo: “Pedro mi Hijo ya te perdono”, pero el porfiado San Pedro insistió: “lo
se Madre, pero si usted se lo pide el me quitara esta pena”. Por donde
aprendemos nosotros que san Pedro nunca sintió importunar a nuestra Madre
quien, con gran mansedumbre cual conviene a una omnipotencia suplicante, con
suma condescendencia accedió, doblada por la insistencia del apóstol, en la
petición de San Pedro. Así también nos sucederá a nosotros si seguimos el
ejemplo del Apóstol sin duda que ella intercederá por nosotros ante su Hijo
amado por cualquier necesidad ante su Hijo que todo lo puede y quiere hacerlo
en aquellos que Él ama con un amor especial porque han sabido conservar sus
mandatos, la fe y la doctrina tan atacada en nuestros tiempos. Bien podríamos
ya escuchar sus palabras utilizando las de su Hija Santa Teresa de Jesús: Hijo
mío “Nada te turbe, nada te espante. Todo se muda Mi Hijo no se muda”, ten firme
confianza en Él y no sufrirás decepción y serán atendidas, conforme su voluntad
divina, todas tus necesidades mejor de lo que tu esperabas. Entonces se
cumplirán en nosotros las palabras que se cumplieron plenamente en el
Bienaventurado San Pedro. Mi más ferviente deseo como indignísimo ministro del
Señor indignísimo devoto de esta Madre del AMOR HERMOSO es que se cumplan, por
medio de la que es asunta al cielo nuestras más caras suplicas no solo por
nuestras necesidades tan apremiantes como las del mundo entero y sobre todo por
la conversión de Rusia por medio de la consagración a su Inmaculado Corazón
mediante nuestra petición individual y colectiva de todos los católicos fieles
a su Hijo divino.
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