Hace 2 décadas que el Pentágono viene aplicando la «doctrina Rumsfeld-Cebrowski» en el «Medio Oriente ampliado». Varias veces se ha planteado extenderla a la «Cuenca del Caribe» pero se ha abstenido de hacerlo, concentrando su poderío en su blanco inicial. El Pentágono actúa como un centro decisional autónomo, que de hecho escapa al poder del presidente de Estados Unidos. Es una administración civil y militar que impone sus objetivos a otras fuerzas militares.
Los mapas que el Estado Mayor
Conjunto estadounidense elaboró en 2001, publicados en 2005 por
el coronel Ralph Peters, aún siguen vigentes, en 2021, a la hora
de determinar el accionar de las fuerzas armadas de
Estados Unidos.
en su país, un sistema
de vigilancia masiva –la Patriot Act o “Ley Patriota”–
en el exterior, un
regreso a la política imperial, sobre lo cual no existía entonces
ningún documento.
Las cosas
sólo comenzarían a verse más claramente en 2005, cuando el coronel
Ralph Peters, quien trabajaba entonces como comentarista en Fox News,
publicó el famoso mapa del Estado Mayor Conjunto, mapa que definía el «rediseño»
del «Medio Oriente ampliado» (o «Gran Medio Oriente») [2].
Aquel mapa provocó gran agitación en todas las cancillerías porque mostraba
que el Pentágono planeaba modificar las fronteras heredadas de la
colonización franco-británica (los Acuerdos Sykes-Picot de 1916)
sin apiadarse de ningún país de la región, fuese o no aliado de
Washington.
Desde
entonces, cada Estado de la región hizo todo lo posible para evitar la
tormenta. Pero, en vez de unirse con sus vecinos ante el enemigo común,
cada uno de ellos trató de desviar la mano del Pentágono para
que golpeara “al de al lado”. El caso más evidente fue el de
Turquía, que cambió repetidamente de casaca, hasta dar la impresión de haberse
convertido en un perro loco.
Se enfrentan dos visiones del mundo.
Desde el año 2001, el Pentágono considera que el enemigo estratégico
de Estados Unidos es… la estabilidad. Pero Rusia estima que
la estabilidad es la condición necesaria para la paz.
La clave
del proyecto era la llamada «Oficina para la Transformación de la Fuerza»
(Office of Force Transformation), creada en el Pentágono por Donald
Rumsfeld en los días posteriores a los atentados del 11 de septiembre. A la
cabeza de esa Oficina para la Transformación de la Fuerza, Rumsfeld puso al
almirante Arthur Cebrowski. El almirante Cebrowski, reconocido estratega,
había concebido la informatización de las fuerzas armadas
estadounidenses [4].
Parecía que aquella Oficina debía completar aquel trabajo de Cebrowski, aunque
ya nadie se oponía a la reorganización. Pero no era así,
la Oficina había sido creada para transformar la misión de las fuerzas
armadas estadounidenses y así lo demuestran las grabaciones existentes de
algunas de las conferencias que Cebrowski impartía en las academias
militares.
El
almirante Arthur Cebrowski pasó 3 años impartiendo cursos a los altos
oficiales estadounidenses… que hoy son generales.
El “Medio Oriente ampliado” o “Gran
Medio Oriente” no es el único blanco fijado por el almirante Cebrowski.
Su estrategia destructiva se extiende a todas las regiones
no integradas a la economía globalizada.
·
La economía
mundial está “globalizándose”. Para seguir siendo la primera potencia mundial,
Estados Unidos tendría que adaptarse al capitalismo financiero.
La mejor manera de hacerlo sería garantizar a los países
desarrollados que podrán explotar los recursos naturales de los países pobres
sin obstáculos políticos.
·
Partiendo de esa
premisa, Cebrowski dividía el mundo en dos sectores: de un lado,
las economías globalizadas –incluyendo Rusia y China– destinadas a ser
mercados estables. Del otro lado, todos los demás países, donde
habría que destruir las estructuras e instituciones que conforman
los Estados, hundiéndolos así en el caos para garantizar a las transnacionales
la posibilidad de explotar las riquezas de esos países sin encontrar
resistencia.
·
Para lograr eso
hay que dividir a los pueblos no globalizados recurriendo a
criterios étnicos y se impone dominar en el plano ideológico.
La
primera región donde se pondría en práctica esa doctrina sería la zona
arabo-musulmana que va desde Marruecos hasta Pakistán –exceptuando Israel y
dos microestados vecinos, Jordania y Líbano, que tendrían que evitar la
propagación del incendio. Eso es lo que el Departamento de Estado
llamó el «Medio Oriente ampliado» o «Gran Medio Oriente».
Los contornos no se definieron en función de las reservas
de petróleo que allí existen sino de elementos culturales comunes entre sus
poblaciones.
La
guerra que el almirante Cebrowski imaginaba tendría que abarcar, en un
primer momento, toda esa región, sin tener en cuenta las divisiones
o alianzas surgidas en la guerra fría. En otras palabras,
Estados Unidos ya no tendría amigos ni enemigos. El enemigo
tampoco se definía ya en términos de ideología (como la oposición
entre capitalistas y comunistas) ni de religión (como en el «choque de
civilizaciones») sino únicamente por su no integración a la economía
globalizada del capitalismo financiero. Nada podría proteger a quienes
tuviesen la desgracia de ser independientes.
Al contrario
de las guerras anteriores, destinadas a permitir que Estados Unidos
pudiese acaparar los recursos naturales, la nueva guerra pondría los
recursos al alcance de todos los Estados globalizados.
Estados Unidos ni siquiera se interesaría ya por la captación de
recursos naturales sino que tendería sobre todo a dividir el trabajo
a escala planetaria y a hacer que los demás trabajaran por él.
Todo eso
implicaría cambios tácticos en la manera de hacer la guerra ya que
no se trataría ganar sino de imponer una «guerra sin fin»,
según la fórmula utilizada por el entonces presidente George Bush hijo.
Y, efectivamente, hemos visto como todas las guerras iniciadas desde el 11 de
septiembre de 2001 todavía continúan actualmente en 5 frentes
diferentes: Afganistán, Irak, Libia, Siria y Yemen.
Poco
importa que gobiernos aliados interpreten esas guerras según lo que
afirman los medios de comunicación de Estados Unidos: no son
guerras civiles sino etapas de un plan trazado por el Pentágono.
La «doctrina
Cebrowski» sacudió las fuerzas armadas de Estados Unidos.
Su asistente, Thomas Barnett, redactó un artículo para Esquire
Magazine [5]
y luego, para presentarla más detalladamente, publicó un libro
titulado El nuevo mapa del Pentágono: guerra y paz en el
siglo 21 [6]
En su
libro, publicado después del fallecimiento del almirante Cebrowski, Barnett
se atribuye la paternidad de la estrategia trazada por Cebrowski,
lo cual debe ser interpretado sólo como una maniobra del Pentágono para
no asumir su concepción. Lo mismo sucedió antes con el «choque
de civilizaciones» –inicialmente se hablaba de la «doctrina Lewis»,
un truco de propaganda concebido en el Consejo de Seguridad Nacional para
vender nuevas guerras a la opinión pública estadounidense, y fue presentado
públicamente por el asistente de Bernard Lewis, Samuel Huntington, como la
descripción universitaria de una realidad inevitable.
La
aplicación de la doctrina Rumsfeld-Cebrowski ha tropezado con numerosos
escollos, algunos originados en el mismo Pentágono y otros por las respuestas
de los pueblos a los que se quería aplastar. Por ejemplo,
el almirante William Fallon, fue obligado a dimitir como jefe del CentCom
por haber tratado de negociar –por propia iniciativa– una paz razonable con el
gobierno del entonces presidente iraní Mahmud Ahmadineyad. La dimisión
del almirante Fallon fue provocada precisamente por… el propio Barnett, quien
publicó un artículo donde acusaba a Fallon de haber hecho declaraciones
injuriosas contra el entonces presidente Bush hijo. En Siria
el fracaso de los intentos de destruir el Estado sirio se debe
a la resistencia del pueblo sirio y a la entrada en escena de las fuerzas
armadas rusas. En el caso de Siria, el Pentágono se ha dedicado
últimamente a quemar las cosechas y a organizar un bloqueo comercial para
rendir a los sirios por hambre, actos de abyecto revanchismo que
demuestran que no ha logrado destruir el Estado sirio.
Durante
su campaña electoral, Donald Trump se pronunció públicamente contra la «guerra
sin fin» y por el regreso de los soldados estadounidenses
a casa. Durante su mandato, Trump logró impedir que
el Pentágono iniciara nuevas guerras, también logró repatriar cierta
cantidad de tropas, pero no pudo “domar” al Pentágono, que
por su parte desarrolló sus fuerzas especiales bajo el modo de
«Signature reduction» [7]
y logró destruir el Estado libanés sin usar soldados de manera
visible. Y ahora el Pentágono está aplicando esa misma estrategia
en Israel, donde organiza indistintamente programas antiárabes
y antijudíos en medio de la coyuntura del enfrentamiento entre
el Hamas e Israel.
En
varias ocasiones el Pentágono trató de extender la «doctrina
Rumsfeld-Cebrowski» a la Cuenca del Caribe. Allí planificó no el
derrocamiento del gobierno del presidente Nicolás Maduro sino la destrucción
del Estado venezolano, pero acabó posponiendo la operación.
Los 8 miembros del Estado Mayor
Conjunto estadounidense.
Todo nos demuestra que el Pentágono se ha convertido en un poder autónomo. Dispone de un presupuesto astronómico ascendente a 740 000 millones de dólares, o sea el doble del presupuesto anual de todo el Estado francés. En la práctica, el poder del Pentágono se extiende mucho más allá de las fronteras de Estados Unidos ya que también controla el conjunto de los Estados miembros de la OTAN.
Se supone
que el Pentágono tendría que rendir cuentas al presidente de
Estados Unidos. Pero las experiencias de los presidentes Barack
Obama y Donald Trump demuestran todo lo contrario. El presidente
Obama no pudo imponer al general John Allen la política que
quería aplicar contra el Emirato Islámico (Daesh) y el presidente Trump
fue simplemente engañado por el CentCom cuando quiso retirar las tropas
estadounidenses del Medio Oriente, específicamente de Irak
y Siria. Y nada permite pensar que actuará de otra manera con
el presidente Joe Biden.
La
reciente carta abierta de un amplio grupo de generales estadounidenses
retirados [8]
es una muestra de que ya nadie sabe quién dirige las fuerzas armadas
de Estados Unidos. Es cierto que el análisis político que hacen
los firmantes de esa carta abierta es digno de los tiempos de la
guerra fría, pero eso no resta valor a su señalamiento: la
administración federal y los generales del Pentágono ya no están en
la misma frecuencia.
El
periodista estadounidense William Arkin demostró en el Washington Post que,
después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el Estado
federal organizó toda una nebulosa de agencias supervisadas por el
Departamento de Seguridad de la Patria o Homeland Security [9].
Esas agencias interceptan y archivan en secreto las
comunicaciones de todas las personas que viven en Estados Unidos.
Ahora, Arkin acaba de revelar en Newsweek que,
por su parte, el Departamento de Defensa creó fuerzas especiales
secretas no vinculadas a las que actúan portando uniformes
estadounidenses [10].
Esas son las fuerzas que hoy están a cargo de la aplicación de
la doctrina Rumsfeld-Cebrowski, sin importar quién esté en la
Casa Blanca ni su política exterior.
El Pentágono se ha dotado de una fuerza
especial clandestina que cuenta 60 000 efectivos. Sus miembros
no aparecen en ningún documento oficial y operan sin uniforme.
Supuestamente destinados a luchar contra el terrorismo, en realidad
lo practican. Mientras tanto, las fuerzas armadas clásicas están
dedicadas a luchar contra Rusia y China.
En 2001,
cuando el Pentágono atacó Afganistán y posteriormente Irak, lo hizo
recurriendo a sus fuerzas armadas clásicas –no tenía otras– y a
las de su aliado británico. Pero durante la «guerra sin fin»
en Irak, los militares estadounidenses conformaron fuerzas yihadistas
iraquíes –sunnitas y también chiitas– para hundir el país en la
guerra civil [11].
Una de esas fuerzas, originada en el seno de al-Qaeda, fue utilizada
en Libia, en 2014, bajo la denominación de Daesh.
Poco a poco, esos grupos han reemplazado a las fuerzas armadas
de Estados Unidos para hacer el trabajo sucio que el coronel
Ralph Peters describía en 2001.
Hoy en
día, nadie ha visto soldados con uniformes estadounidenses en Yemen,
Líbano o Israel. El Pentágono incluso resalta mediáticamente
la retirada de los que están desplegados en otros países. Pero
existe una fuerza especial clandestina de 60 000 efectivos
–sin uniforme– cuya misión es sembrar el caos en esos países
a través de supuestas guerras civiles.
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[1] Todo el mundo cree que ese libro está
dedicado a los atentados del 11 de septiembre de 2001, pero no es
así. Sólo la primera parte, titulada “Una escenificación sangrienta”, está
dedicada a demostrar que lo que se afirma en la versión oficial es
materialmente imposible. Las otras dos partes están dedicadas a la
política de vigilancia masiva (“Muerte de la democracia en
Estados Unidos”) y al subsiguiente proyecto imperial (“El imperio
ataca”).
[2] “Blood
borders. How a better Middle East would look”, Ralph Peters, Armed
Forces Journal, 1º de junio de 2006.
[3] “Stability. America’s ennemy”, Ralph
Peters, Parameters, #31-4, invierno de 2001.
[4] Transforming Military Force. The
Legacy of Arthur Cebrowski and Network Centric Warfare, James R. Blaker,
Praeger Security International, 2007.
[5] “Why the Pentagon Changes Its Maps. And why we’ll keep
going to war”, Thomas Barnett, Esquire Magazine, marzo
de 2003.
[6] The Pentagon’s New Map: War and
Peace in the Twenty-first Century, Thomas P. M. Barnett, Paw Prints
(2004).
[7] «Según
Newsweek, el Pentágono tiene fuerzas especiales secretas 10 veces
superiores a las de la CIA», Red Voltaire, 19
de mayo de 2021.
[8] “Open
Letter from Retired Generals and Admirals”, Voltaire
Network, 9 de mayo de 2021.
[9] Top Secret America: The Rise of the
New American Security State, William M. Arkin y Dana Priest, Back Bay
Books, 2012.
[10] “Exclusive: Inside the Military’s Secret Undercover Army”,
William M. Arkin, Newsweek, 17 de mayo de 2021.
[11] De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump,
p. 101 y siguientes, Thierry Meyssan, Orfila, 2017.
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