Crisis en la Iglesia: misas vacías, 4.200 parroquias sin cura y 7.000 frailes y monjas dejan de cotizar
Nota. Quienes quieran entender la situación actual de la Iglesia deberían leer con atención los escritos de quien en persona asistió al Concilio Vaticano II. Mons. Marcel Lefebvre, a mi forma de ver, es el Arzobispo mas autorizado dada su formación ortodoxa, su participación en dicho Concilio, por su gran obra como lo fue la Fraternidad San Pío X que hoy por hoy renuncio al espíritu plenamente católico tradicional y porque fue coherente hasta su muerte en defender hasta la muerte a Nuestro Señor Jesucristo, a su Santísima Madre la Virgen María, a la Iglesia fundada por nuestro divino Salvador y al deposito infalible de la fe. Por esta sublime defensa murió “excomulgado” por las autoridades actuales que son representantes no de la Iglesia Católica de Siempre sino del Anti Cristo a quien sirven con sus herejías ya tan difundidas dentro del seno de la Iglesia, dejo la palabra a Mons. Lefebvre.
Dios será el vencedor
Sigamos la lectura:
«Nadie en su sano juicio puede dudar de cuál es la batalla que está librando la humanidad contra Dios. Se permite ciertamente al hombre, en abuso de su libertad, violar el derecho y el poder del Creador; sin embargo, la victoria siempre será de Dios…»
Por lo tanto, es evidente que Dios vencerá. ¿Cuándo? «Incluso tanto más inminente es la derrota, cuanto con mayor osadía se alza el hombre esperando el triunfo”. Estas advertencias nos las hace el mismo Dios en las Escrituras Santas. Pasa por alto, en efecto, los pecados de los hombres (Sab. 11, 24) como olvidado de su poder y majestad; pero luego, tras simulada indiferencia, despertado como un hombre al que el vino ha aumentado su fuerza (Sal. 77, 65), romperá la cabeza de sus enemigos (Sal. 67, 22)».
El Papa cita las palabras de la Escritura:
«Para que todos reconozcan que el rey de toda la tierra es Dios (Sal. 46, 7) y sepan las gentes que no son más que hombres (Sal. 9, 20)».
Lo que dice San Pío X también lo podemos decir nosotros, hoy más que nunca. Dios “cierra sus ojos”. Nos sentimos un poco abandonados de Dios. Los hombres cometen las peores cosas, de las cuales nadie si hubiera atrevido a pensar siquiera en tiempos de San Pío X. Pensemos en las leyes que permiten el aborto y que llevan al exterminio a centenares de millones de niños en los países supuestamente civilizados; la inmoralidad ha llegado a todas partes: ya no se puede abrir un periódico sin que se hable de raptos, crímenes, violaciones… Podemos preguntarnos: ¿qué espera Dios para sacudir al mundo y hacerle temblar un poco? Dios tiene paciencia. Él ha señalado su hora, aunque nosotros no podemos saber cuándo va a actuar. Podría suceder de repente; viene “como un ladrón”, algo así como la muerte.
«Todo esto lo mantenemos y lo esperamos con fe cierta. Lo cual, sin embargo, no es impedimento para que cada uno por su parte, también procure hacer madurar la obra de Dios: y eso no sólo pidiendo con asiduidad: Álzate, Señor, no prevalezca el hombre (Sal. 9, 19), sino —lo que es más importante— con hechos y palabras, abiertamente a la luz del día, afirmando y reivindicando para Dios el supremo dominio sobre los hombres y las demás criaturas, de modo que Su derecho a gobernar y Su poder reciba culto y sea fielmente observado por todos».
La salvación por medio de Jesucristo Este es el programa: trabajar para el reinado de Nuestro Señor Jesucristo. Está claro. Para San Pío X no cuentan para nada los derechos del hombre, ni el progreso, ni los cambios de estructuras; no. Únicamente Nuestro Señor. Por Él nos vendrá la salvación, como dice luego: cumplamos nuestro deber, y si buscamos la paz no la debemos buscar fuera de Dios:
«Una vez rechazado Dios, se busca la paz inútilmente, porque la justicia está desterrada de allí donde Dios está ausente; y quitada la justicia, en vano se espera la paz. La paz es obra de la justicia (Isa. 32, 17)». (Hoy todo eso lo han quitado y se nos habla de una “paz” que no proviene de Dios sino del hombre, es decir, una falsa paz.)
Dar a Dios lo que es de Dios y al prójimo lo que es del prójimo: ésta es la virtud de justicia. La paz reinará a través de ella.
Sin embargo, dice entonces San Pío X:
«Sabemos que no son pocos los que, llevados por sus ansias de paz, de tranquilidad y de orden, se unen en grupos y facciones que llaman “de orden”. ¡Oh, esperanza y preocupaciones vanas!»
Pero, ¿el “partido del orden”, no es el de la Iglesia? Para San Pío X eso no basta:
«El partido del orden que realmente puede traer una situación de paz después del desorden es uno sólo: el de los que están con Dios. Así pues, éste es necesario promover y a él habrá que atraer a todos, si son impulsados por su amor a la paz».
Son cosas que ya no se escuchan ahora. El Papa actual, en su discurso en París en la UNESCO 1, dijo que el gran medio para restablecer la paz en el mundo consiste en dar a la conciencia el lugar que le corresponde y hacer que la gente “tome conciencia” del peligro en que se halla el mundo si no se hacen esfuerzos para restablecer la paz. De nada vale “concientizar” como se dice hoy, si no se da el remedio, y el único remedio es la ley de Dios, el decálogo, que es la base de toda civilización humana y cristiana.
San Pío X no duda en decir:
«Esta vuelta de todas las naciones del mundo a la majestad y el imperio de Dios, nunca se producirá, sean cuales fueren nuestros esfuerzos, si no es por Jesucristo (nunquam nisi per Jesum Christum eveniet) ».
Está muy claro.
«Pues advierte el Apóstol: Nadie puede poner otro fundamento, fuera del que está ya puesto, que es Cristo Jesús (1 Cor. 3, 11). Evidentemente es el mismo a quien el Padre santificó y envió al mundo (Jn. 10, 36); el esplendor del Padre y la imagen de su sustancia (Heb. 1, 3). Dios verdadero y verdadero hombre: sin el cual nadie podría conocer a Dios como se debe; pues nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiera revelárselo (Mat. 11, 27)».
Cristo es Dios
Para San Pío X la consecuencia es que:
«...instaurar todas las cosas en Cristo y hacer que los hombres vuelvan a someterse a Dios es la misma cosa».
Cristo es Dios. Es algo que parece sencillo, y sin embargo es lo que siempre niegan tantos adversarios de Nuestro Señor y católicos que no tienen una fe viva, pues estos últimos no lo consideran en su vida ni en todos sus modos de obrar como si fuera Dios. Evidentemente, el misterio de Dios encarnado es muy grande. Es más fácil ver en Jesucristo lo que tiene de hombre, porque Dios se esconde tras su humanidad. Sin embargo, no hay dos personas en Nuestro Señor Jesucristo sino una sola, la del Verbo: et Verbum caro factum est. El Verbo es Dios que ha tomado carne. De modo que, si Él es realmente Dios, tenemos que honrarlo como a Dios, obedecerle como a tal y procurar que venga a nosotros su reino.
«Con Él al frente, pronto volverá la humanidad al mismo Dios. A un Dios, que no es aquél despiadado, despectivo para los humanos que han imaginado en sus delirios los materialistas, sino el Dios vivo y verdadero, uno en naturaleza, trino en personas, Creador del mundo, que todo lo prevé con suma sabiduría, y también Legislador justísimo que castiga a los pecadores y tiene dispuesto el premio a los virtuosos».
Así surge la siguiente pregunta:
«¿Cuál es el camino para llegar a Cristo? Lo tenemos ante los ojos: la Iglesia. Por eso, con razón, dice el Crisóstomo: Tu esperanza la Iglesia, tu salvación la Iglesia, tu refugio la Iglesia. Pues para eso la ha fundado Cristo, y la ha conquistado al precio de su sangre; y a ella encomendó su doctrina y los preceptos de sus leyes, al tiempo que la enriquecía con los generosísimos dones de su divina gracia para la santidad y la salvación de los hombres».
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