A los Venerables Hermanos y amados hijos
Arzobispos, Obispos y demás Ordinarios de lugar, al clero y pueblo chino, en
paz y comunión con la Sede Apostólica: exhortaciones y normas para las
presentes dificultades.
Papa
Pío XII
Venerables
Hermanos y amados hijos, Salud y Bendición Apostólica.
Cuando junto
al sepulcro del Príncipe de los Apóstoles, en la majestuosa Basílica
Vaticana, Nuestro inmediato Predecesor, de feliz memoria, Pío XI, hace treinta
y dos años, consagró y confirió
la plenitud del
sacerdocio “a las primicias y a los nuevos retoños del Episcopado chino
AAS 18
(1926) 432 ”, así expandía los sentimientos de que estaba penetrado su
paternal corazón en aquel momento solemne: “Habéis venido, Venerables Hermanos a
ver a Pedro; más aún, de él habéis recibido el báculo, de que os serviréis
para emprender los viajes apostólicos y congregar a las ovejas, y Pedro os ha
abrazado con amor a vosotros, que infundís no poca esperanza de llevar a
vuestros connacionales la verdad evangélica Ibid.”.
El eco
de estas palabras se reproduce hoy de nuevo en Nuestra alma, Venerables
Hermanos y amados hijos, en esta hora de aflicción para la Iglesia Católica en
vuestra patria. Ciertamente no fue vana ni sin fruto la esperanza del gran
Predecesor Nuestro: nuevos ejércitos de sagrados Pastores y heraldos del
Evangelio se juntaron a aquel primer manípulo de Obispos que Pedro, viviente
en su Sucesor, había enviado la para regir aquélla selecta porción del rebaño
de Cristo; un vigoroso florecer de nuevas obras y empresas de apostolado, aun
en medio de múltiples dificultades, florecieron entre vosotros. Y Nos, cuando más
tarde tuvimos la gran dicha de erigir la Jerarquía eclesiástica de China,
hicimos Nuestra y aumentamos aquélla esperanza y vimos abrirse horizontes
todavía más amplios para la a dilatación del Reino divino de Jesucristo.
La
persecución; dos Cartas anteriores del Sumo Pontífice
Algunos
años después, por desgracia, nubarrones de tempestad oscurecieron el cielo;
para vuestras comunidades cristianas, algunas de las cuales ya de antiguo
florecían, comenzaron tiempos tristes y llenos de dolor. Vimos a los misioneros,
entre quienes se contaban muchos Arzobispos y Obispos animados de un gran celo
apostólico, y asimismo a Nuestro Internuncio, obligados a abandonar el suelo
de China; y arrojados a la cárcel, o afligidos por las privaciones y
sufrimientos de todas clases, a los sagrados Obispos, sacerdotes, religiosos y
religiosas y a muchos fieles.
Entonces
Nos vimos forzados a levantar Nuestra voz angustiada para Reprobar la injusta
persecución, y con la Carta Encíclica Cumpimus Imprimis
AAS 44
(1952) 153 & ss del 18 de enero de 1952, tuvimos cuidado de recordar por
amor a la verdad, conscientes de Nuestro deber, que la Iglesia Católica no
puede considerarse como extraña, cuanto menos hostil, a nadie; más aún que
ella, en su maternal solicitud, abraza con la misma caridad a todas las
naciones, que no ambiciona cosas terrenas, sino que, a la medida de sus fuerzas,
conduce a todos los ciudadanos a la consecución del cielo. Advertíamos, además,
que los misioneros no pretenden los intereses de una nación particular, sino
que, viniendo de todas las partes del mundo, y unidos como están por un único
amor divino, desean y buscan solamente la difusión del Reino de Dios; bien
claro está, por lo tanto, que su obra lejos de ser superflua o dañosa, es
benéfica y necesaria para ayudar al celoso clero chino en el campo del
apostolado cristiano.
Después de casi dos
años, el 7 de octubre de 1954, con otra Carta Encíclica Ad Sinarum gentem
AAS 47
(1955) 5 & ss, enviada a vosotros para refutar las acusaciones dirigidas
contra los mismos católicos chinos, proclamábamos abiertamente que el cristiano
no es, ni puede ser, inferior a ninguno en la verdadera fidelidad y amor a su
patria terrena. Y porque se había difundido entre vosotros la falsa doctrina
llamada de las “Tres Independencias”, Nos, en virtud de Nuestro divino y
universal Magisterio, advertimos que esa doctrina, según la entendían sus
partidarios, ya en la significación teórica, ya en las aplicaciones prácticas
que de ella se derivan, no podía ser aprobada por ningún católico, puesto que
arranca a las almas de la necesaria unidad de la Iglesia.
Ahora debemos advertir
que en vuestra nación, en estos últimos años, las condiciones de la Iglesia han
ido empeorando. Es verdad y esto es motivo para a Nos de gran consuelo en medio
de tantas y tan grandes tristezas que ante las prolongadas persecuciones que os
afligen, no ha disminuido en vosotros la intrépida fe ni el amor ardentísimo al
Divino Redentor y a su Iglesia; intrépida fe y ardentísimo amor que habéis
demostrado de mil maneras, por todas las cuales recibiréis un día el premio
eterno de Dios, aunque sólo una pequeña parte de ellas ha llegado a
conocimiento de los hombres.
La
“Asociación patriótica”
Pero al
mismo tiempo es deber Nuestro denuncia a las claras –y lo hacemos con temblor
y con profunda pena– que, merced a planes insidiosos, las condiciones van
empeorando entre vosotros hasta el punto de que parece que la falsa doctrina,
que Nos hemos reprobado, va llegando a las más extremas y perniciosas
consecuencias.
En
efecto, con una táctica hábilmente concebida, se ha fundado entre vosotros una
asociación, que ha tomado el nombre de patriótica, y los católicos se ven
forzados con toda violencia a pertenecer a ella.
Esta
asociación, –como se ha dicho en repetidas declaraciones– tendría el fin de
unir el clero y los fieles en nombre del amor a la patria y a la religión para
propagar el espíritu patriótico, para defender la paz entre los pueblos, y al
mismo tiempo para apoyar, reforzar y propagar el socialismo establecido en
vuestra Nación y para ayudar a las autoridades civiles a defender, cuando se
ofrezca ocasión, la que ellos llaman libertad política y religiosa. Es sin
embargo evidente que, bajo estas expresiones vagas de paz y de patriotismo, que
pueden engañar a los ingenuos, tal asociación tiende a llevar a la práctica
ciertos principios y planes perniciosos.
Fines
que la “Asociación” persigue
Con la
apariencia de patriotismo, que realmente se muestra falaz, tal asociación mira
principalmente a que los Católicos den progresivamente su adhesión a las
falsedades del “materialismo” ateo, con las cuales se niega a Dios y se
rechazan todos los principios de la religión.
Con el
pretexto de defender la paz, esa misma asociación acepta y propaga falsas
sospechas y acusaciones contra muchos y venerables miembros del clero y aun
contra los Obispos y la misma Sede Apostólica, atribuyéndoles extravagantes
propósitos de imperialismo, de condescendencia y complicidad en la explotación
del pueblo, de premeditada hostilidad hacia la Nación china.
Mientras
afirman que es necesario que exista una absoluta libertad en materia religiosa,
y con la excusa de facilitar así las relaciones entre la autoridad eclesiástica
y la civil, de hecho la asociación pretende que la Iglesia, desatendidos y
postergados sus sagrados derechos, quede totalmente sometida a la autoridad
civil. Para lo cual se incita a los miembros a tener por buenas injustas
medidas como la expulsión de los misioneros, el encarcelamiento de los Obispos,
sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles; asimismo a consentir en las
medidas tomadas para impedir pertinazmente la jurisdicción de muchos legítimos
Pastores; además a sostener principios reprobables que abiertamente atacan la
unidad y universalidad de la Iglesia y su constitución jerárquica; y a admitir
iniciativas que tienen por fin minar la obediencia del clero y de los fieles a
sus legítimos Prelados separar las comunidades católicas de la Sede Apostólica.
Métodos
de violencia y de opresión
Para
difundir e inculcar en todas las inteligencias con más facilidad estos
principios, esta asociación, que como dijimos, se gloría con el nombre de
patriótica, recurre a los más variados medios, aun a los de la opresión y la
violencia: a saber, propaganda abundante y clamorosa en la prensa: reuniones y
congresos, a los que se obliga a asistir con invitaciones, amenazas y engaños
–aun a quienes no lo desean–, y en los que, si alguno valientemente se levanta
a defender la verdad, fácilmente le hacen callar, le derrotan y le tachan de
infame, como enemigo de la patria y del orden nuevo.
También
se ha de hacer mención de esos cursillos de formación, en los que los
discípulos tienen que beber y abrazar esta falaz doctrina, a los que van
forzados sacerdotes, religiosos y religiosas, alumnos del sagrado seminario,
fieles de cualquier estado y edad. En estos cursillos por medio de casi
infinitas e interminables lecciones y discusiones, a lo largo de semanas y
meses, las fuerzas de la mente y de la voluntad, tanto se debilitan y apagan
que con esta violencia sicológica se arranca, más bien que se pide libremente,
como sería justo, una adhesión, que ya casi nada tiene de humana. A esto hay
que añadir esos modos de proceder que, ejercidos con todos los medios, privada
y públicamente, con engaño, con dolo y con grave temor, perturban las mentes;
las denominadas “confesiones”, arrancadas por la fuerza; los campos de
“reeducación”; los llamados “juicios populares”, ante los cuales se han
atrevido a arrastrar ignominiosamente para juzgarlos a venerables Obispos.
Contra
tales medios, que violan los más importantes derechos de la persona humana y
pisotean la sagrada libertad de los hijos de Dios, no puede menos de elevarse
junto con la Nuestra la protesta de todos los fieles cristianos del mundo
entero, y aun de todas las personas sensatas para deplorar el atropello contra
la conciencia de los ciudadanos.
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