Ni
tampoco he dicho esto porque estas cosas de sí sean malas ni desaprovechadas,
si de ellas se sabe usar, y se reciben, no para parar en ellas, mas para tener
mayor aliento en el servicio de Dios; especialmente para los que comienzan, los
cuales ordinariamente han menester, conforme a su edad, leche de niños; y quien
los quisiere criar con manjar de grandes, y en un día hacerlos perfectos,
errarlo ha mucho, y en lugar de aprovechar dañará. Tiene cada edad su condición
y su fuerza, conforme a lo cual se le ha de dar su mantenimiento; y como dice
el experimentado y santo Bernardo: «El camino de la perfección no se ha de
volar, sino pasear.» Ni piense nadie que es todo uno, entenderla y tenerla. Y
por tanto, si el Señor da estas consolaciones, recíbanse para llevar su cruz
con mayores fuerzas, pues que es su costumbre consolar discípulos en el monte
Tabor, para que no se turben en la persecución de la cruz. Y ordinariamente,
primero que entre la hiel de la tribulación envía miel de consolación. Y nunca
vi estar mal ni tener en poco las consolaciones espirituales sino a quien no ha
experimentado qué son. Mas si el Señor nos quisiere llevar por camino de
desconsuelos, y que oigamos el penoso lenguaje de que estamos hablando, no nos
debemos desmayar por cosa que Él nos envía, mas beber con paciencia el cáliz
que el Padre nos da, y porque Él nos lo da, y pedirle fuerzas para que le
obedezca nuestra flaqueza.
Ni
tampoco penséis que os enseño que se puede excusar el gozo cuando el Señor nos
visita, o dejar de sentir su ausencia y el ser entregados a nuestros enemigos
para ser de ellos tentados y atribulados. Mas lo que os quiero decir es que
procuremos, con las fuerzas que Dios nos diere, de nos conformar con su santa
voluntad con obediencia y sosiego, y no seguir la nuestra, de la cual por
fuerza se han de seguir desconsuelos y desconfianzas y cosas de estas. Suplicad
al Señor nos abra los ojos; que, más claro que la luz del sol, veríamos que
todas las cosas de la tierra y del cielo son muy baja cosa para desear ni
gozar, si de ella se apartase la voluntad del Señor. Y que no hay cosa, por
pequeña y amarga que sea, que si a ella se junta la voluntad del Señor, no sea
de mucho valor. Más vale sin comparación estar en trabajos, si el Señor lo
manda, que estar en el cielo sin su querer.
Y si
una vez de verdad desterrásemos de nosotros nuestra secreta codicia, caerían
con ella muchos malos frutos que de ella proceden, y cogeríamos otros más
valerosos de gozo y de paz, que de la unión con la divina voluntad suelen
venir, y tan firmes que aun la misma tribulación no nos los puede quitar. Pues
aunque los tales se sientan atribulados y desamparados, mas no por eso
desesperados ni muy turbados, porque conocen ser aquél el camino de la cruz, a
la cual ellos se han ofrecido, y por el cual Cristo anduvo; como parece que
estando en la cruz dijo a su Padre (Mt., 27, 46): Dios mío, ¿por qué me
desamparaste? Más poco después dijo (Le., 23, 46): En tus manos, Padre,
encomiendo el espíritu mío. El Señor dijo (Jn., 16, 22): Otra vez os veré, y
gozarse ha vuestro corazón, y vuestro gozo ninguno os lo quitará. Porque quien
de este estado goza, no hay tribulación que allá en lo de dentro del ánima le
desasosiegue notablemente, porque allá dentro está muy unido con la voluntad
del que lo envía. Y si así lo hiciésemos, engañaríamos al engañador, que es el
demonio, pues que no desmayándonos, ni tornando atrás del bien comenzado por el
mal lenguaje que él nos traía, antes tomando lo que el Señor nos envía con
obediencia y nacimiento de gracias, salimos sin daño de esta pelea, aunque dure
por toda la vida; y aun con mayor provecho que antes teníamos, pues que nos dio
ocasión para ganar en el cielo coronas, en galardón de la conformidad que con
la voluntad del Señor tuvimos, sin curar de la nuestra, aun en lo que muy
penoso nos era.
CAPITULO 27
Que el
vencimiento de las tentaciones dichas está más en tener paciencia para las
sufrir, y esperanza del favor del Señor, que en la fuerza de querer hacer que
no vengan.
Este
vencimiento de que hemos hablado, más viene por maña de tener paciencia en lo
que nos viene, que por fuerza de querer hacer que no nos venga. Y por eso dice
el Esposo en los Cantares (2, 15): Cazadnos las pequeñuelas zorras que destruyen
las viñas, porque nuestra viña ha florecido. La viña de Cristo nuestra ánima
es, plantada por su mano y regada con su sangre. Esta florece cuando, pasado el
tiempo en que fue estéril, comienza nueva vida y fructifica al que la plantó.
Mas porque a los tales principios suelen acechar estas y otras tentaciones del
astuto demonio, por esto nos amonesta el Esposo florido, que pues nuestra
ánima, viña suya, ha florecido, procuremos de las cazar. En la cual palabra da
a entender, que ha de ser por maña, como hemos dicho.
Y en
decir que son zorras, da a entender que vienen solapadas, y que pareciendo que
tiran a una parte, hieren en otra. Y en decir pequeñuelas, da a entender que no
son mucho de temer para quien las conoce; porque el conocerlas, es vencerlas del
todo, o enflaquecerlas. Y en decir que destruyen las viñas, da a entender que
hacen mucho daño en los hombres que no las conocen; porque amedrentados y
desconfiados de salir con el negocio de Dios, dejan su camino, y con miserable
consejo danse abiertamente a pecar; pareciéndoles que hayan más paz por el
camino ancho de la perdición, que por el estrecho de la virtud que lleva a la
vida. Y el fin de estos, si al buen camino no tornan, muchas veces es tal, que
trae muy ciertas señales de eterna perdición (aunque Dios sinceramente quiere
que todos los hombres se salven y a todos da gracia suficiente, pero el hombre
tiene libre albedrío), como la Escritura dice (Eccli., 28, 27): Al que se pasa
de la justicia al pecado, Dios le aparejó para el cuchillo; que quiere decir,
para el infierno.
Debieran
éstos mirar que así como los gabaonitas, por haber hecho amistades con Josué
(10, 1-27), fueron cercados y perseguidos de los enemigos, y siendo llamado
Josué de ellos para que los socorriese, los socorrió y libertó, teniendo la
causa por suya, pues por haber hecho paces con él eran perseguidos de los
enemigos; así en comenzando los que sirven a Dios a ser de su bando, luego son
perseguidos de los demonios como antes no eran; lo cual parece en que, si
quisiesen dejar el bando de Cristo, cesaría contra ellos la persecución
comenzada; y si la padecen, por tener en pie el bando de Cristo la padecen. Lo
cual es una merced muy particular que Dios hace, como dice San Pablo (Phil., 1,
29): A vosotros es dado por Cristo no solamente que creáis en El, más que
padezcáis por Él. Y si los ángeles del Cielo pudiesen haber envidia de los
hombres de la tierra, de esto la habrían, de que padecen por Dios.
Y
aunque por palabra de Dios (Jac, 1, 12) está prometida corona al varón que sufre
tentación y fuere probado en ella—el cual galardón es muy bien hecho que lo
consideremos y deseemos, para con mayores alientos no ser tibios en el obrar,
ni flacos en el padecer, según se dice de Moisés (Hébr., 11, 26), que miraba al
galardón, y David también (Ps., 118, 112)—; mas el verdadero y perfecto amor
del Señor crucificado estima en tanto el conformarse con él, que tiene por muy
gran merced y galardón el padecer por su Dios. Porque, como dice San Agustín,
«dichosa es la injuria de la cual Dios es causa».
Y pues
no hay hombre que no ampare al que padece porque le entró a servir, mucho más
se debe esperar esto de la Bondad divinal, y que tomará la causa por suya,
según Santo Rey y Profeta David lo pedía (Ps., 73, 22): Levántate, Señor, y
juzga tu causa, y acuérdate de tus injurias que el insipiente dice contra Ti
todo el día (lema sobre el escudo de la Santa y Benemérita Inquisición). A Dios
toca el negocio que el que le sirve pretende; y por eso Dios sale a él con gran
lealtad. Y en esta esperanza, y no en la nuestra, hemos de osar emprender la
empresa del servicio de Dios.
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