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viernes, 21 de junio de 2019

EJERCICIO DE PERFECCION Y VIRTUDES CRISTIANAS POR EL V. PADRE ALONSO RODRIGUEZ,


PRIMERA TENTACION DE JESUCRISTO
En la primera parte (2) tratamos largamente de este medio de la oración; ahora solamente recogemos a algunas oraciones jaculatorias, de que nos podamos ayudar e n semejantes tiempos. Llena tenemos la Sagrada Escritura, especialmente los Salmos, de oraciones acomodadas para esto. Cuales son: Domine, vim patior, responde pro me: *Señor, violencia padezco, responded por mí (3).* Levantaos, Señor, ¿por qué dormís? * levantaos, no nos desamparéis para siempre* ¿por qué apartáis vuestro rostro, y os olvidáis de nuestra pobreza y tribulación? Tomad armas y escudo, y levantaos en nuestra ayuda; decid a mi alma: yo soy tu salud (5). ¿Hasta cuándo, Señor, me habéis de olvidar? ¿Hasta cuándo habéis de apartar de mí vuestro rostro? ¿Hasta cuándo se ha de gloriar mi enemigo sobre mí? Miradme, Señor, y oídme, y alumbrad mis ojos para que no duerma sueño de muerte, ni pueda decir mi enemigo que prevaleció contra mí (1). Vos sois, Señor, nuestro refugio y amparo en el tiempo de la necesidad y tribulación (2). *Mi esperanza, Señor, y mi gozo será verme a la sombra y al abrigo de vuestras alas (3).* Así como los pollitos se guarecen debajo de las alas de su madre, cuando viene el milano, así nosotros, Señor, estaremos bien guarecidos y guardados debajo de vuestras alas. San Agustín se alegraba mucho con esta consideración, y decía a Dios: Señor, pollito soy, tierno y flaco, y si vos no me amparáis, arrebatadme el milano. Amparadme, Señor, debajo de vuestras alas (5). Particularmente es maravilloso para este efecto aquel principio del Salmo sesenta y siete: Levántese Dios y sean desbaratados sus enemigos; huyan delante de él los que le aborrecen (6); porque como les ponemos delante, no nuestra virtud, sino la de Dios, desconfiando de nosotros e invocando contra ellos el favor de su Majestad, desfallecen y huyen viendo que ha de salir él a la causa contra ellos en favor nuestro.
San Atanasio afirma (7) que muchos siervos de Dios han experimentado mucho provecho en sus tentaciones, diciendo este verso.
Una veces con estas u otras semejantes palabras de la Sagrada Escritura, que tienen particular fuerza: otras veces con palabras salidas de nuestra necesidad (que también suelen ser muy eficaces), siempre habremos de tener muy a la mano este remedio de acudir á Dios con la oración. Y así solía decir el Padre Maestro Ávila: La tentación a vos, y vos a Dios. Levantaré mis ojos a aquellos montes soberanos, de donde me ha de venir todo el socorro y favor. *Mi socorro es del Señor, que hizo el cielo y la tierra (1).* Y habernos de procurar que estos clamores y suspiros salgan, no solamente de la boca, sino de lo íntimo del corazón, conforme a aquello del Profeta: *De lo más profundo clamé á tí, Señor (2).* Dice San Crisóstomo sobre estas palabras: No dijo, ni clamó solamente con la boca, porque estando el corazón distraído, puede la lengua hablar; sino de lo profundísimo y más íntimo de sus entrañas y con grande fervor clamaba a Dios (3).

CAPÍTULO XVII
De otros dos remedios contra las tentaciones.

El bienaventurado San Bernardo dice (4) que el demonio cuando quiere engañar a uno, primero mira muy bien su natural, su condición e inclinación, y a donde le ve más inclinado, por allí le acomete. Y así, a los blandos y de suave condición, les acomete con tentaciones deshonestas y de vanagloria; y a los que tienen condición áspera, con tentaciones de ira, de soberbia, de indignación e impaciencia. Lo mismo nota San Gregorio, y trae una buena comparación.
Dice que así como uno de los principales avisos de los cazadores es saber a qué linaje de cebo son más aficionadas las aves que quieren casar, para armarles con eso, así el principal cuidado de nuestros adversarios los demonios, es saber a qué género de cosas estamos más aficionados y de qué gustamos más, para armarnos y entrarnos por ahí. Y así vemos que acometió y tentó el demonio a Adán por la mujer, porque sabía la afición grande que le tenía; y a Sansón también por ahí le acometió y le venció, para que declarase el enigma y para que dijese en qué estaba su fortaleza. Anda el demonio como diestro guerrero rodeando y buscando con mucha diligencia la parte más flaca de nuestra alma, la pasión que reina más en cada uno, y aquello a que es más inclinado, para combatirle por allí. Y así esta ha de ser también la prevención y remedio que nosotros habernos de poner de nuestra parte contra este ardid del enemigo; reconocer la parte más flaca de nuestra alma y más desamparada de virtud, que es donde la inclinación natural, o la pasión, o costumbre mala más nos lleva, y poner ahí mayor cuidado y defensa.
Otro remedio muy conforme a este nos ponen los Santos y maestros de la vida espiritual. Dicen que habernos de tener por regla general, cuando somos combatidos de alguna tentación, acudir luego a lo contrario de ella, y defendernos con ello. Porque de esa manera curan acá los médicos las enfermedades del cuerpo (1); cuando la enfermedad procede de frío, aplican cosas calientes, y cuando de sequedad, cosas húmedas: y de esa manera los humores se reducen a un medio, y se ponen en conveniente proporción.
Pues de esa misma manera habremos nosotros de curar y remediar las enfermedades y tentaciones del alma. Y eso es lo que nos dice nuestro Padre: «Débense prevenir las tentaciones con los contrarios de ellas, como es, cuando uno se entiende ser inclinado a soberbia, ejercitándole en cosas bajas que se piensa le ayudarán para humillarse; y así de otras inclinaciones siniestras (2).»

CAPÍTULO XVIII
De otros dos remedios muy principales, que son, resistir á los principios, y nunca estar ociosos.

Otro remedio muy bueno y general nos dan aquí los Santos; y es que procuremos resistir a los principios.
Dice San Jerónimo: Cuando el enemigo es pequeño, matadle: ahogadle en su principio, y deshacedle e n su raíz antes que crezca, porque después por ventura no podréis (3). Es la tentación como una centella de fuego, que si una vez prende, crece y abrasa (4). Y así dijo muy bien el otro: Resiste a los principios: tarde viene el remedio, cuando la llaga es muy vieja (5). Y mucho mejor nos avisa de esto el Espíritu Santo por el profeta David: *Dichoso aquel que cogiere tus pequeñuelos y los desmenuzare en una piedra (l).* Y por su hijo Salomón: * Caladnos las raposas pequeñas, que asuelan las viñas (2).* Cuando las raposillas de las tentaciones son pequeñas, cuando comienzan los pensamientos de juicios, de soberbia, de la aficioncilla, de la amistad y de la singularidad, entonces los habéis de quebrantar en la piedra firmísima, que es Cristo, con su ejemplo y consideración, para que no crezcan y vengan a destruir la viña de vuestra alma. No podemos excusar que nos vengan tentaciones y pensamientos malos; pero bienaventurado aquel que al principio, cuando comienzan a venir, se sabe sacudir de ellos. Así declara San Jerónimo (3) este lugar. Importa mucho resistir a los principios, cuando el enemigo es flaco y tiene pocas fuerzas; porque entonces el resistir es fácil, y después muy dificultoso.
San Crisóstomo declara esto con una comparación: Así como si a un enfermo le viene apetito de comer una cosa dañosa, y vence aquel apetito, se libra del daño que le había de hacer aquella mala comida y sana más presto de la enfermedad; mas si por tomar aquel poco de gusto come el manjar dañoso, agrávasele la enfermedad y viene a morir de ella o a tener muy grande pena en la cura, todo lo cual pudiera excusar con tomar un poco de trabajo en refrenar al principio aquel apetito de gula de comer aquel manjar dañoso; así, dice, si cuando al hombre le viene el mal pensamiento o el deseo de mirar, se vence en eso al principio, refrenando la vista y desechando luego el mal pensamiento, se librará de la molestia y pena de la tentación que de allí se le había de levantar, y del daño en que consintiendo podría caer; pero, si no se vence y refrena al principio, por aquel pequeño descuido y por aquel poquito de gusto que recibió mirando, o pensando, viene después a morir en el alma, o a lo menos, a tener gran trabajo y pena resistiendo. De  manera, que lo que al principio le costara poco o casi nada, le viene después a costar mucho. Y así concluye el Santo que importa grandemente resistir a los principios.
En las vidas de los Padres (1) se cuenta que el demonio se le apareció una vez al abad Pacomio en figura de una mujer muy hermosa, y riñéndole el Santo porque usaba de tanta malicia para engañar a los hombres, le dijo el demonio: si comenzáis a dar alguna entrada a nuestras titilaciones, luego os ponemos mayores incentivos para provocaros más a pecar; empero si vemos que al principio resistís y no dais entrada a las imaginaciones y pensamientos que os traemos, como humo desfallecemos.


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