I. — MADRE DE DIOS Y MADRE DE LOS HOMBRES
! Es
un hijo tan bueno! Todo el corazón de la madre se asoma en estas palabras que,
a nuestro modo de ver, son la imagen más arrobadora de las disposiciones de la Santísima
Virgen Maria, con relación a todos los hombres, sus hijos. Es verdad que no
todos han envenenado a tu padre; pero con sus pecados no han llagado cruelmente
y hasta han dado la muerte al Hijo Unigénito de Dios? Desde este momento, y
mirando a su propio interés, podía el Padre Eterno dar oídos a su amor
infinitamente misericordioso para con ellos, abajarse El mismo para condonarles
esa inmensa deuda? No debería, mas bien, conservar en ellos sentimientos de
respeto y temor, tan propios siempre de los hombres, ante el acatamiento de la
Santidad infinita? Hemos visto que el Verbo acepto la Encarnación para ser
nuestro mediador, que se hizo Nino y derramo a manos llenas las palabras y los
hechos misericordiosos, con el fin de ganar nuestra confianza, y no por eso se
menoscabo su condición de Dios, que al fin de los tiempos ha de juzgar a los hombres.
No sería posible, pues, encontrar entre Él y ellos, una intermediaria, que
fuera la expresión perfecta de la misericordia divina, y que pudiera inclinarse,
con tierna y delicada dulzura, sobre todas sus debilidades, sin temor de
comprometer la Majestad infinita? Este cometido solo una madre es capaz de
llenarle. Por eso Jesús no ha titubeado en damos a su propia Madre para que sea
también Madre nuestra.
A
pesar de todas nuestras miserias, podemos tener una confianza absoluta en
nuestra Señora. Su amor la aguijonea constantemente a aprovecharse de su
Omnipotencia sobre el Corazón de su Hijo, para trabajar en nuestra salvación y
sobre todo en nuestra santificación. Cuanto con mayor abandono nos echemos en
sus brazos, tanto más experimentaremos y comprenderemos hasta que punto Ella es
verdaderamente nuestra Madre.
La
doble maternidad de la Stma. Virgen es uno de los grandes misterios del
Cristianismo que causan más admiración a medida que se va penetrando su
profundidad. Para resumir en algunas palabras el pensamiento de los Padres y teólogos
haremos notar, sencillamente, cuan justo es que la Madre del Autor de la vida
fuese al mismo tiempo Madre de aquellos que debían participar de esta vida. .
≪Supuesto que Jesucristo, cabeza de los hombres, ha
nacido de Ella, dice San Luis Maria Grignon de Montfort, los predestinados, que
son los miembros de esta cabeza, debían nacer también de Ella, por una
consecuencia necesaria. Una misma madre no puede dar a luz la cabeza sin los
miembros; y si no fuera así, sería un monstruo de la naturaleza; pues, del
mismo modo, en el orden de la gracia, la Cabeza y los miembros nacen de una
misma
Madre, y, si un miembro del cuerpo místico de Jesucristo, es decir un predestinado,
naciese de otra Madre que Maria, que ha producido la Cabeza, no sería un predestinado,
ni un miembro de Jesucristo, sino Un monstruo en el orden de la gracia≫,03. *
Tal es
por otra parte el plan divino. Dios Padre ha elegido a Maria desde toda la
eternidad para ser Madre de su Hijo Unigénito y Madre de los hombres; y así,
cuando pensaba que Ella sería una morada digna del Verbo encamado, pensaba también
en nosotros. El puso todo su gozo en hacerla infinitamente bella, preservándola
de la mancha original, y adornándola con todas las virtudes: ≪Tota pulchra es,
Maria, et macula originalis non est in Te≫ ,04.
Es
imposible formarnos una idea exacta de la belleza de la Stma. Virgen. Si
ciertos santos, a quienes Dios concedió el favor de contemplar un alma en
estado de gracia, no podían soportar el brillo de la misma, que hubieran dicho
en presencia de Aquella que esta como sumergida y penetrada de la plenitud de
la gracia? Sin duda estarían tentados de tomarla por Dios en persona. Desde
toda la eternidad se regocija el Padre en esta hermosura sin igual, y pone en
Maria sus complacencias, como las pone en Jesús, su Hijo muy Amado. Las
palabras que la Iglesia pone en labios de la Santísima Virgen, en la fiesta de
la Inmaculada Concepción, son muy significativas, respecto de esto: ≪El Señor me poseyó
en el comienzo de sus caminos... He sido fundada desde la eternidad, desde el
principio... No existían los abismos y ya estaba, yo concebida... Cuando
ordenaba los cielos, allí estaba yo... A su, lado estaba componiéndolo, todo, regocijándome
cada día y jugando continuamente en su presencia≫
Esta alegría
de Dios contemplando a Maria debe constituir nuestra felicidad.
Pero
podemos regocijarnos también pensando que Dios nos veía, a nosotros, pobres
pecadores, escondidos en Ella, perdidos en Ella, y ponía también en nosotros
sus complacencias, cubiertos como estábamos con su belleza y hermosura. Vos
sois verdaderamente !oh Maria!, la gloria de Jerusalén, la alegría del pueblo
de Israel, porque Vos sola habéis puesto a salvo el honor de nuestro pueblo: ≪Tu gloria Jerusalén,
Tu laetitia Israel, Tu honorificentia populi nostri≫.106.
El
Verbo, enamorado de vuestra belleza, ha decidido encarnarse en Vos, con el fin
de realizar el plan de amor de su Padre; pero, queriendo respetar vuestra
libertad, os pide el consentimiento por medio del Arcángel Gabriel, encargado
de revelaros los designios de Dios. Sin duda ninguna que en el momento de dar
la respuesta, Vos, instintivamente y ante todo, adorasteis la voluntad del
Todopoderoso, pero también resonó, como un eco en el fondo de vuestro Corazón,
este grito que subía hacia Vos de todo el género humano:
≪!
Oh Señora nuestra! Nosotros, pobres criminales que gemimos bajo el peso de una
sentencia de condenación, esperamos con ansia esta respuesta de misericordia.
En vuestras manos está el precio de nuestra salvación; si Vos os dignáis
consentir, estamos salvados. Criaturas del Verbo Eterno de Dios, pereceremos
sin remedio, si una sola palabra de vuestra boca no nos vuelve a la vida y nos
salva. Adán y su triste posteridad, condenada al destierro, Abraham, David y
todos los Santos Padres, vuestros antepasados, que también están sumidos en las
sombras de la muerte, también os suplican que consintáis. El mundo entero,
postrado de hinojos a vuestros pies, espera con suprema ansiedad vuestro
consentimiento. De Vos, en efecto, depende el consuelo de los afligidos, la
redención de los cautivos, la libertad de los culpables, la salvación de los
hijos de Adán, y de toda la humanidad, a la que también Vos pertenecéis.
Pronunciad !oh Virgen!, pronunciad esta palabra tan ardientemente deseada y
esperada en la tierra y en los Cielos m..."Ecce ancilla Domini, fiat mihi
secumdum verbum tuum" 108; Tal fue vuestra respuesta: "He aquí la
esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra".
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