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jueves, 3 de enero de 2019

SERMON SOBRE LAS BIENAVENTURANZAS

EL MONTE DE LAS BIENAVENTURANZAS
Si tuviéramos que responde a una pregunta acerca de cómo debería hacer Dios para llegar a todos los hombres y establecer su reino, reino de felicidad, jamás daríamos la solución que Él mismo adoptó como la mejor en su infinita sabiduría: la de la obediencia, el sufrimiento, la pasión soportada por Él mismo...
        El sufrimiento, que es universal efecto del pecado, por Cristo, y en él, Dios verdadero, se transforma en causa de la eterna felicidad...
        El sufrimiento es escogido para llevar a todos los hombres la palabra de Dios: todo hombre que sufre, que llora, es visitado misteriosamente por ese Dios sangrante en la Cruz, y atraído hacia sí: "cuando Yo sea elevado, atraeré todas las cosas a Mí".
         ¡Sí, además del dolor físico, del dolor moral, por los desacuerdos, la incomprensión, por los proyectos frustrados, etc., está el dolor por el pecado... Allí, en la ofrenda del arrepentimiento sincero a la luz de la gracia está el comienzo de la conversión y de toda vida espiritual.
        "¿Quién no llora en este áspero camino de la vida, si el mismo niño la comienza llorando?", se pregunta San Agustín.
        Su llanto es una profecía de sus futuros dolores, sobresaltos y tentaciones que lo harán temer siempre.
        Los hombres unas veces ríen y otras lloran; pero algunas risas son dignas de lástima. Algunos lloran sus desgracias, otros su tortura porque están pagando algún delito, otros la muerte de un amigo...
El único que llora principalmente y de verdad es el justo que llora por todos los que lloran estérilmente, que llora por sus pecados y por los pecados ajenos, que llora por alcanzar la patria celestial que todavía no tiene.
        Este mundo es una cárcel en que la tristeza es verdadera y la alegría es falsa; cierto el dolor e incierto el placer; dura la fatiga y el descanso con sobresaltos; infeliz la realidad y vana la esperanza de felicidad. Es infeliz el corazón enredado en el amor de las cosas perecederas, cuya pérdida le destrozan y les hace llorar... Esos lloran por cosas vanas y no lloran por los verdaderos males...sus pecados.
        Santa Catalina de Sena decía "felices los que derraman lágrimas de amor a la vista de la infinita misericordia, de la bondad del Salvador, de la ternura del Buen Pastor que se sacrifica por sus ovejas. Esos tales reciben ya aquí abajo consuelo infinitamente superior al que mundo puede dar".
        El verdadero consuelo sin embargo es el que no se puede perder.
       
Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero ¿qué vida puedo tener sino muerte padecer la mayor que nunca vi? Lástima tengo de mí por ser mi mal tan entero, que muero porque no muero, decía Santa Teresa.
        Y estas son las bienaventuranzas que se obtienen con la huida y liberación del pecado.
Siguen las que corresponden a la vida activa del cristiano:
Alejado del mal, se inclina entonces al bien con todo el ímpetu del corazón.
        El hombre de acción que se deja llevar por el orgullo afirma falsamente "bienaventurado el que vive y obra según su parecer, no está sometido a nadie y se impone a los demás".
        Jesús le replica con la cuarta bienaventuranza:

"Bienaventurados los que padecen hambre y sed de justicia porque ellos serán hartos".

        San Lucas, al exponer en su evangelio esta bienaventuranza no habla de justicia, y por ello algunos autores consideran que esta bienaventuranza  habla de sólo un hambre y sed real, cuyos grados serían: tolerar el hambre y sed provenientes de la pobreza, tener hambre y sed proveniente de ayunos voluntarios, padecer cárceles con hambre y sed como ha ocurrido con algunos mártires, y por último el hambre y sed de justicia y de toda virtud...
        No podemos separar de manera tajante en el evangelio, lo físico de lo moral; aquí  propiamente se trata también del hambre y sed espiritual, de justicia, de Dios mismo....
        La justicia en sentido estricto es dar a cada uno lo suyo: a Dios lo que le debemos, al prójimo por amor de Dios, lo que le corresponde. De allí resulta el orden perfecto.
        Por eso San Agustín nos invita a amar la justicia y añade: "sabe que en este amor hay diversos grados. Lo primero es no anteponer a este amor ninguna cosa de las que causen placer. Hay cosas que agradan a nuestra naturaleza (el comer y beber al que tiene hambre y sed), algunas lícitas y otras no. El deleite de la justicia debe ser tal que supere a todos los permitidos, de modo que lo antepongas a todo placer que pudieras lícitamente gozar. ..Si el temor te impulsa a amar la justicia es señal que aun no te deleita".
        El hombre no puede evitar el tener hambre y sed de felicidad, porque es algo natural en él. Y lo que debemos descubrir es su profundidad y aprender a orientarlo...
        San Gregorio decía que experimentamos el deseo de los bienes corporales antes de poseerlos, pero que era a la inversa en los espirituales (la experiencia de ellos es lo que despierta nuestro deseo de poseerlo mejor).
        Pero para tener hambre y sed de Cristo, para formarlo y reforzarlo, necesitamos combatir la ilusoria sensación de saciedad que nos proporcionan los bienes terrestres..., y esta es obra del desprendimiento que de manera particular, realizan en nosotros el sufrimiento, la pobreza,  etc.
        San Agustín, por ello, tiene estos afectos y suplicas al hablar de esta bienaventuranza: "Oh Señor, Corro a las fuentes, deseo llegar a las fuentes de agua y es en Vos donde está la fuente de la vida, el manantial que jamás se agotará...Cuándo será que yo llegue y me presente delante de Vos Tal es la sed que me devora de llegar y de presentarme a Vos; padezco sed en el destierro, sed en la carrera, pero no me hartaré sino en la llegada. ¿Cuándo será que yo llegue? Lo que para Vos es muy pronto para mí es lentísimo...Tanto en las prosperidades como en las adversidades del mundo, derramo lágrimas de deseo; y, sin embargo, el ardor de mi deseo no disminuye. Aun cuando todo en el mundo fuera de mi gusto, tendré siempre este desasosiego hasta que llegue el momento de presentarme a Vos".         Cuando Cristo le pide a la Samaritana agua, le dice: "Si conocieras el don de Dios... quien bebe el agua que Yo le daré no tendrá sed eternamente...es agua de vida eterna..." (Jn. 4,13 y s.).
        Digamos para terminar de esclarecer esta bienaventuranza, que la justicia de que se habla en la Escritura se diferencia de la nuestra porque aquélla establece relaciones fundamentalmente personales entre Dios y el hombre en primer lugar, por medio de la alianza y de la Ley, que enseñan al pueblo el camino de Dios y son un puro donde misericordia; y en segundo lugar entre los hombres, enseñándoles a respetarse, y mantener relaciones justas, que establezcan la paz y la armonía.
 Tener hambre y sed de justicia en definitiva, es la sumisión humilde, franca a la palabra, la ley, el orden de Dios...
        El hombre en su obrar no debe obrar con celo amargo, y de allí la enseñanza de Cristo:
 "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia".

        En esta vida como en la otra, la justicia se debe unir a la misericordia. No es posible ser perfecto sin obrar como el buen Samaritano...
        Se cuenta que en Viena, cierto hombre honrado tenía una casa de venta de curiosidades, a la que concurría otro hombre pálido que cada semana compraba una tontera y se entretenía jugando con los hijos del tendero.
        Cierta mañana oye al dueño pedir silencio en la casa porque acababa de nacer su duodécimo hijo. Le pregunta si tiene padrino, y el padre de familia dice que no porque es pobre, y si los padrinos no faltan a los ricos, él no sabe a quién pedir tal favor.
        "Yo seré su padrino, y le pondremos por nombre Gabriela", le dice el visitante y le entrega una suma importante de dinero para que se ocupe de organizar todo.
        Ante el gesto, el dueño de casa le pregunta cómo pagarle, respondiendo el visitante que le permita tocar el piano unos instantes. "Hay una idea que me está dando vueltas en la cabeza para componer una pieza, y si no la ensayo, tengo miedo de olvidarla".
        Se sienta y comienza a desarrollar una melodía extraordinaria que entusiasma a los que pasaban por la calle que se detienen a escuchar.
        El ejecutante no se distrae y terminado el ensayo, toma una hoja donde vuelca las inspiradas notas. Cuando concluye, se levanta y se despide. El músico era Mozart.
        A los tres días, el tendero va a la dirección que le había dado su visitante y se encuentra con un féretro. Era Mozart.
        Al volver a su casa, había pasado en limpio su inspiración con gran suspiro porque hacía dos meses que luchaba inútilmente por sacar adelante esa obra, la misa de Requiem.
        Al acabar, se había puesto a rezar su rosario, lo que acostumbraba a hacer en acción de gracias y para lograr la aceptación de sus obras por el público, como escribía a su madre. Haciéndolo, se había sentido mal y mandó llamar a un médico y un sacerdote...A los tres días era cadáver, muriendo con la muerte del justo. La niña fue bautizada con el nombre de Gabriela y el piano, vendido, fue la dote de la niña...
        "Haz, enseña San Agustín, y se hará. Haz con otros y se hará contigo...Lo que tú haces en favor de otro, te aprovecha a  ti más que a él. Las obras de misericordia son semilla de mies futura...¿Cómo pretendes recibir lo que eres remiso en dar? Por consiguiente tu ahora siembra, después recogerás".
        Hay en las obras de misericordia  una estricta aplicación de ley del talión: "ojo por ojo, diente por diente..."; se promete misericordia al misericordioso...
        Pero aún para el cristiano encontramos aquellas palabras que San Pablo pone en labios del mismo Cristo: "Mayor felicidad es dar que recibir" (Act.20,35).
        Y si tuviéramos en poco la misericordia, deberíamos recordar lo que nos enseña el apóstol Santiago: "un juicio sin misericordia espera al que no usó de misericordia" (Jac. 2, 13). En cambio Cristo nos enseña: "perdonad y se os perdo-nará; dad y se os dará" (Lc. 6, 37).
        Santo Tomás observa que el evangelista añade la misericordia a continuación de la justicia "porque la justicia sin misericordia es cruel, mientras que la misericordia sin justicia es madre de la disolución moral".
        Cuando nuestra alma actúa inspirada en estas dos virtudes de justicia y misericordia, encuentra ya aquí abajo una santa alegría y se dispone plenamente a entrar en la intimidad de Dios.
        Por eso San Agustín, termina su exposición de esta bienaventuranza así: "a Vos daré todo lo que tengo, porque Vos me lo disteis para que yo dé...Ayudadme, Señor, a obrar el bien en este lugar del mal, para que merezca llegar hasta Vos en el lugar del bien". 
        Y un teólogo comentando la misma bienaventuranza afirmaba: "Dios siempre devuelve más de lo que se le debe, pues el que da al pobre, El le dará recompensa. Dios come en el cielo el pan que el pobre recibe en la tierra. Dale pues pan, dale bebida, si quieres que Dios sea tu deudor y no tu juez".
        Y eso que decimos del pobre lo podemos y debemos decir y hacer con todo nuestros prójimos,  practicando las obras de misericordia corporales y espirituales que nos enseña nuestro catecismo: a) visitar y cuidar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar alojamiento al peregrino, vestir al desnudo, visitar presos, enterrar a los muertos; b) enseñar al que no sabe, dar consejo al que necesita, corregir al que yerra, perdonar la injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rogar a Dios por los vivos y difuntos.
        Se suele hoy sustituir el término misericordia por ternura, amor, como si fueran equivalentes, y nada más erróneo. Para que la misericordia triunfe, exige en nosotros un esfuerzo que va más allá del simple sentimiento. Importa una amistad de modo tal que nos lleva a sentir como nuestro el mal que le aqueja, y provoca de nuestra parte un real esfuerzo para aliviarlo hasta tal punto que, si es posible, ya no tenga más necesidad de nuestra ayuda... Por eso es fuerte, y su manera principal es el perdón "haced el bien a quienes os odian, amad a vuestros enemigos... sed misericordiosos como vuestro Padre lo es (Lc. 6,27,36).

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