EL MONTE DE LAS BIENAVENTURANZAS
Si tuviéramos que responde a una pregunta acerca de
cómo debería hacer Dios para llegar a todos los hombres y establecer su reino,
reino de felicidad, jamás daríamos la solución que Él mismo adoptó como la
mejor en su infinita sabiduría: la de la obediencia, el sufrimiento, la pasión
soportada por Él mismo...
El
sufrimiento, que es universal efecto del pecado, por Cristo, y en él, Dios
verdadero, se transforma en causa de la eterna felicidad...
El
sufrimiento es escogido para llevar a todos los hombres la palabra de Dios:
todo hombre que sufre, que llora, es visitado misteriosamente por ese Dios
sangrante en la Cruz, y atraído hacia sí: "cuando Yo sea elevado, atraeré todas las cosas a
Mí".
¡Sí, además del dolor físico, del dolor moral,
por los desacuerdos, la incomprensión, por los proyectos frustrados, etc., está
el dolor por el pecado... Allí, en la ofrenda del arrepentimiento sincero a la
luz de la gracia está el comienzo de la conversión y de toda vida espiritual.
"¿Quién no
llora en este áspero camino de la vida, si el mismo niño la comienza
llorando?", se pregunta San Agustín.
Su
llanto es una profecía de sus futuros dolores, sobresaltos y tentaciones que lo
harán temer siempre.
Los
hombres unas veces ríen y otras lloran; pero algunas risas son dignas de
lástima. Algunos lloran sus desgracias, otros su tortura porque están pagando
algún delito, otros la muerte de un amigo...
El único que llora principalmente y de verdad es el justo que llora
por todos los que lloran estérilmente, que llora por sus pecados y por los
pecados ajenos, que llora por alcanzar la patria celestial que todavía no
tiene.
Este
mundo es una cárcel en que la tristeza es verdadera y la alegría es falsa;
cierto el dolor e incierto el placer; dura la fatiga y el descanso con
sobresaltos; infeliz la realidad y vana la esperanza de felicidad. Es infeliz
el corazón enredado en el amor de las cosas perecederas, cuya pérdida le
destrozan y les hace llorar... Esos lloran por cosas vanas y no lloran por los
verdaderos males...sus pecados.
Santa
Catalina de Sena decía "felices los que derraman lágrimas de amor a la vista de
la infinita misericordia, de la bondad del Salvador, de la ternura del Buen
Pastor que se sacrifica por sus ovejas. Esos tales reciben ya aquí abajo
consuelo infinitamente superior al que mundo puede dar".
El
verdadero consuelo sin embargo es el que no se puede perder.
Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que
muero porque no muero ¿qué vida puedo tener sino muerte padecer la mayor que
nunca vi? Lástima tengo de mí por ser mi mal tan entero, que muero porque no
muero, decía Santa Teresa.
Y estas
son las bienaventuranzas que se obtienen con la huida y liberación del pecado.
Siguen las que corresponden a la vida activa del
cristiano:
Alejado del mal, se inclina entonces al bien con
todo el ímpetu del corazón.
El
hombre de acción que se deja llevar por el orgullo afirma falsamente
"bienaventurado el que vive y obra según su parecer, no está sometido a
nadie y se impone a los demás".
Jesús
le replica con la cuarta bienaventuranza:
"Bienaventurados los que padecen
hambre y sed de justicia porque ellos serán hartos".
San
Lucas, al exponer en su evangelio esta bienaventuranza no habla de justicia, y
por ello algunos autores consideran que esta bienaventuranza habla de sólo un hambre y sed real, cuyos
grados serían: tolerar el hambre y sed provenientes de la pobreza, tener hambre
y sed proveniente de ayunos voluntarios, padecer cárceles con hambre y sed como
ha ocurrido con algunos mártires, y por último el hambre y sed de justicia y de
toda virtud...
No
podemos separar de manera tajante en el evangelio, lo físico de lo moral;
aquí propiamente se trata también del
hambre y sed espiritual, de justicia, de Dios mismo....
La
justicia en sentido estricto es dar a cada uno lo suyo: a Dios lo que le
debemos, al prójimo por amor de Dios, lo que le corresponde. De allí resulta el
orden perfecto.
Por eso
San Agustín nos invita a amar la justicia y añade: "sabe que en este amor hay diversos
grados. Lo primero es no anteponer a este amor ninguna cosa de las que causen
placer. Hay cosas que agradan a nuestra naturaleza (el comer y beber al que
tiene hambre y sed), algunas lícitas y otras no. El deleite de la justicia debe
ser tal que supere a todos los permitidos, de modo que lo antepongas a todo
placer que pudieras lícitamente gozar. ..Si el temor te impulsa a amar la
justicia es señal que aun no te deleita".
El
hombre no puede evitar el tener hambre y sed de felicidad, porque es algo
natural en él. Y lo que debemos descubrir es su profundidad y aprender a
orientarlo...
San
Gregorio decía que experimentamos el deseo de los bienes corporales antes de
poseerlos, pero que era a la inversa en los espirituales (la experiencia de
ellos es lo que despierta nuestro deseo de poseerlo mejor).
Pero
para tener hambre y sed de Cristo, para formarlo y reforzarlo, necesitamos
combatir la ilusoria sensación de saciedad que nos proporcionan los bienes
terrestres..., y esta es obra del desprendimiento que de manera particular,
realizan en nosotros el sufrimiento, la pobreza, etc.
San
Agustín, por ello, tiene estos afectos y suplicas al hablar de esta
bienaventuranza: "Oh Señor, Corro a
las fuentes, deseo llegar a las fuentes de agua y es en Vos donde está la
fuente de la vida, el manantial que jamás se agotará...Cuándo será que yo
llegue y me presente delante de Vos Tal es la sed que me devora de llegar y de
presentarme a Vos; padezco sed en el destierro, sed en la carrera, pero no me
hartaré sino en la llegada. ¿Cuándo será que yo llegue? Lo que para Vos es muy
pronto para mí es lentísimo...Tanto en las prosperidades como en las adversidades
del mundo, derramo lágrimas de deseo; y, sin embargo, el ardor de mi deseo no
disminuye. Aun cuando todo en el mundo fuera de mi gusto, tendré siempre este
desasosiego hasta que llegue el momento de presentarme a Vos". Cuando Cristo le pide a la Samaritana
agua, le dice: "Si
conocieras el don de Dios... quien bebe el agua que Yo le daré no tendrá sed
eternamente...es agua de vida eterna..." (Jn. 4,13 y s.).
Digamos
para terminar de esclarecer esta bienaventuranza, que la justicia de que se
habla en la Escritura se diferencia de la nuestra porque aquélla establece
relaciones fundamentalmente personales entre Dios y el hombre en primer lugar,
por medio de la alianza y de la Ley, que enseñan al pueblo el camino de Dios y
son un puro donde misericordia; y en segundo lugar entre los hombres,
enseñándoles a respetarse, y mantener relaciones justas, que establezcan la paz
y la armonía.
Tener hambre
y sed de justicia en definitiva, es la sumisión humilde, franca a la palabra,
la ley, el orden de Dios...
El hombre
en su obrar no debe obrar con celo amargo, y de allí la enseñanza de Cristo:
"Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia".
En esta
vida como en la otra, la justicia se debe unir a la misericordia. No es posible
ser perfecto sin obrar como el buen Samaritano...
Se
cuenta que en Viena, cierto hombre honrado tenía una casa de venta de
curiosidades, a la que concurría otro hombre pálido que cada semana compraba
una tontera y se entretenía jugando con los hijos del tendero.
Cierta
mañana oye al dueño pedir silencio en la casa porque acababa de nacer su
duodécimo hijo. Le pregunta si tiene padrino, y el padre de familia dice que no
porque es pobre, y si los padrinos no faltan a los ricos, él no sabe a quién
pedir tal favor.
"Yo
seré su padrino, y le pondremos por nombre Gabriela", le dice el visitante
y le entrega una suma importante de dinero para que se ocupe de organizar todo.
Ante el
gesto, el dueño de casa le pregunta cómo pagarle, respondiendo el visitante que
le permita tocar el piano unos instantes. "Hay una idea que me está dando
vueltas en la cabeza para componer una pieza, y si no la ensayo, tengo miedo de
olvidarla".
Se
sienta y comienza a desarrollar una melodía extraordinaria que entusiasma a los
que pasaban por la calle que se detienen a escuchar.
El
ejecutante no se distrae y terminado el ensayo, toma una hoja donde vuelca las
inspiradas notas. Cuando concluye, se levanta y se despide. El músico era
Mozart.
A los
tres días, el tendero va a la dirección que le había dado su visitante y se
encuentra con un féretro. Era Mozart.
Al
volver a su casa, había pasado en limpio su inspiración con gran suspiro porque
hacía dos meses que luchaba inútilmente por sacar adelante esa obra, la misa de
Requiem.
Al
acabar, se había puesto a rezar su rosario, lo que acostumbraba a hacer en
acción de gracias y para lograr la aceptación de sus obras por el público, como
escribía a su madre. Haciéndolo, se había sentido mal y mandó llamar a un
médico y un sacerdote...A los tres días era cadáver, muriendo con la muerte del
justo. La niña fue bautizada con el nombre de Gabriela y el piano, vendido, fue
la dote de la niña...
"Haz, enseña
San Agustín, y se hará. Haz con otros y se hará contigo...Lo que tú haces en
favor de otro, te aprovecha a ti más que
a él. Las obras de misericordia son semilla de mies futura...¿Cómo pretendes
recibir lo que eres remiso en dar? Por consiguiente tu ahora siembra, después
recogerás".
Hay en
las obras de misericordia una estricta
aplicación de ley del talión: "ojo por ojo, diente por diente..."; se
promete misericordia al misericordioso...
Pero
aún para el cristiano encontramos aquellas palabras que San Pablo pone en
labios del mismo Cristo: "Mayor felicidad es dar que recibir"
(Act.20,35).
Y si tuviéramos en poco la misericordia,
deberíamos recordar lo que nos enseña el apóstol Santiago: "un juicio sin
misericordia espera al que no usó de misericordia" (Jac. 2, 13). En cambio
Cristo nos enseña: "perdonad y se os perdo-nará; dad y se os dará"
(Lc. 6, 37).
Santo
Tomás observa que el evangelista añade la misericordia a continuación de la
justicia "porque la justicia sin misericordia es cruel, mientras que la misericordia
sin justicia es madre de la disolución moral".
Cuando
nuestra alma actúa inspirada en estas dos virtudes de justicia y misericordia,
encuentra ya aquí abajo una santa alegría y se dispone plenamente a entrar en
la intimidad de Dios.
Por eso
San Agustín, termina su exposición de esta bienaventuranza así: "a Vos
daré todo lo que tengo, porque Vos me lo disteis para que yo dé...Ayudadme,
Señor, a obrar el bien en este lugar del mal, para que merezca llegar hasta Vos
en el lugar del bien".
Y un
teólogo comentando la misma bienaventuranza afirmaba: "Dios siempre
devuelve más de lo que se le debe, pues el que da al pobre, El le dará
recompensa. Dios come en el cielo el pan que el pobre recibe en la tierra. Dale
pues pan, dale bebida, si quieres que Dios sea tu deudor y no tu juez".
Y eso
que decimos del pobre lo podemos y debemos decir y hacer con todo nuestros
prójimos, practicando las obras de
misericordia corporales y espirituales que nos enseña nuestro catecismo: a)
visitar y cuidar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al
sediento, dar alojamiento al peregrino, vestir al desnudo, visitar presos,
enterrar a los muertos; b) enseñar al que no sabe, dar consejo al que necesita,
corregir al que yerra, perdonar la injurias, consolar al triste, sufrir con
paciencia los defectos del prójimo, rogar a Dios por los vivos y difuntos.
Se
suele hoy sustituir el término misericordia por ternura, amor, como si fueran
equivalentes, y nada más erróneo. Para que la misericordia triunfe, exige en
nosotros un esfuerzo que va más allá del simple sentimiento. Importa una amistad
de modo tal que nos lleva a sentir como nuestro el mal que le aqueja, y provoca
de nuestra parte un real esfuerzo para aliviarlo hasta tal punto que, si es
posible, ya no tenga más necesidad de nuestra ayuda... Por eso es fuerte, y su
manera principal es el perdón "haced el bien a quienes os odian, amad a
vuestros enemigos... sed misericordiosos como vuestro Padre lo es (Lc.
6,27,36).
No hay comentarios:
Publicar un comentario