6. —Pero puede alguno decir: es una tontería
creer en lo que no se ve; así es que no se puede creer en lo que no vemos.
7. —Respondo. En primer lugar, la
imperfección de nuestro entendimiento resuelve esta dificultad: porque si el hombre
pudiese perfectamente conocer por sí mismo todas las realidades visibles e
invisibles, necio sería creer en lo que no vemos. Pero nuestro conocimiento es tan
débil que ningún filósofo pudo jamás descubrir a la perfección la naturaleza de
un solo insecto. En efecto, leemos que un filósofo vivió treinta años en
soledad para conocer la naturaleza de la abeja. Por lo tanto, si nuestro entendimiento
es tan débil, ¿acaso no es insensato no creerle a Dios sino lo que el hombre
puede conocer por sí mismo? Por lo cual sobre esto se dice en Job 36, 26: "¡Qué grande es Dios, y cuánto excede nuestra
ciencia!".
8. —En segundo lugar se puede responder que
si un maestro enseñase algo de su ciencia y cualquier rústico dijese que eso no
es tal como el maestro lo afirma por no entenderlo él, por gran necio
tendríamos a ese rústico.
Pues bien, es un hecho que el entendimiento
de los ángeles excede al entendimiento del mejor filósofo más que el
entendimiento de éste al del rústico. Por lo cual necio es el filósofo si no
quiere creer lo que dicen los ángeles, y con mayor razón si no quiere creer lo
que Dios enseña. Sobre esto se dice en Eccli 3, 25: "Muchas
cosas que sobrepujan la humana inteligencia se te han enseñado".
9. —En tercer lugar se puede responder que
si el hombre no quisiera creer sino lo que conoce, ciertamente no podría vivir
en este mundo. En efecto, ¿cómo se podría vivir sin creerle a nadie? ¿Cómo
creer ni siquiera que tal persona sea su padre? Por lo cual es necesario que el
hombre le crea a alguien sobre las cosas que él no puede conocer perfectamente
por sí mismo. Pero a nadie hay que creerle como a Dios, de modo que aquellos
que no creen las enseñanzas de la fe, no son sabios sino necios y soberbios,
como dice el Apóstol en la Epístola a Timoteo, 6, 4: "Soberbio
es, y no sabe nada". Por lo cual dice San Pablo en la 2a.
Epístola a Timoteo, I, 12: "Yo sé bien
en quién creí y estoy cierto".
10. —Se puede todavía responder que Dios
prueba la verdad de las enseñanzas de la fe. En efecto, si un rey enviase
cartas selladas con su sello, nadie osaría decir que esas cartas no proceden de
la voluntad del rey.
Pues bien, consta que todo aquello que los
santos creyeron y nos transmitieron acerca de la fe de Cristo marcadas están
con el sello de Dios: ese sello lo muestran aquellas obras que ninguna pura
criatura puede hacer: son los milagros con los que Cristo confirmó las enseñanzas
de los Apóstoles y de los santos.
I I. —Si me dices que nadie ha visto hacer
un milagro, respondo: consta que todo el mundo adoraba los ídolos y perseguía a
la fe de Cristo, como lo atestiguan aun las historias de los paganos; y sin
embargo todos se han convertido a Cristo: sabios y nobles, y ricos y poderosos y
los grandes, por la predicación de unos cuantos pobres y simples que predicaron
a Cristo. Y esto ha sido obrado o milagrosamente, o no. Si milagrosamente, ya
está la demostración. Si no, yo digo que no puede haber mayor milagro que la
conversión del mundo entero sin milagros. No hay para qué investigar más.
12. —Así es que nadie debe dudar de la fe,
sino creer en lo que es de fe más que en las cosas que ve; porque la vista del
hombre puede engañarse, mientras que la ciencia de Dios es siempre infalible.
Artículo 1
CREO EN UN SÓLO DIOS, PADRE
TODOPODEROSO, CREADOR DEL
CIELO Y DE LA TIERRA
13. —Entre todas las cosas que los fieles deben
creer, lo primero es que existe un solo Dios. Pues bien, debemos considerar qué
significa esta palabra: "Dios", que no es otra cosa que Aquel que
gobierna y provee al bien de todas las cosas. Así es que cree que Dios existe aquel
que cree que El gobierna todas las cosas de este mundo y provee a su bien.
Al contrario, el que crea que todas las
cosas ocurren al acaso no cree en la existencia de Dios. Sin embargo, nadie hay
tan insensato que no crea que las cosas de la naturaleza son gobernadas, están
sometidas a una providencia y ordenadas, de modo que ocurren conforme a cierto
orden y a su tiempo. En efecto, vemos que el sol y la luna y las estrellas y
todos los
otros seres de la naturaleza guardan un
curso determinado, lo cual no ocurriría
si fuesen efecto del azar. En consecuencia, si hubiere alguien que no creyese
en la existencia de Dios, sería un insensato. Salmo 13, I: "Dijo
el necio en su corazón: no hay Dios".
14. —Sin embargo, hay algunos que creen que
Dios gobierna y dispone las realidades naturales, pero no creen que Dios sea
providente respecto de los actos humanos, así que no creen que los actos
humanos estén gobernados por Dios. Y la razón de ello es que ven que en este
mundo los buenos son afligidos y los malos prosperan, por lo cual parece que no
hay una providencia divina respecto a los hombres, por lo cual hablando por
ellos dice Job (22, 14): "Dios se
pasea por los caminos del cielo y se desinteresa de nuestros asuntos".
Pero esto es demasiado estúpido. Pues a
éstos les ocurre como si algún ignorante en medicina viere al médico recetar a
un enfermo agua, a otro vino, conforme lo piden las reglas de la medicina, y
creyere que eso lo hace al acaso, por su ignorancia de esas reglas, siendo que
por un justo motivo lo hace, o sea, el darle a uno vino, y al otro agua.
15. —Lo mismo debemos decir de Dios. Pues
por justo motivo y por su providencia Dios dispone las cosas que les son
necesarias a los hombres, por lo cual a algunos buenos los aflige y a algunos
malos los deja en prosperidad. Así es que quien crea que esto ocurre por azar
es un insensato y se le tiene por tal, porque esto no proviene sino de que
ignora la sabiduría y las razones del gobierno divino. Job 11,6: "Ojalá que Dios te revelara los arcanos de su
sabiduría y la multiplicidad de sus designios". Por lo cual
es de creer firmemente que Dios gobierna y dispone no sólo las realidades
naturales sino también los actos humanos. Salmo 93, 7-10: "Y
dicen: 'No lo verá el Señor, no se da cuenta el Dios de Jacob'.
Comprended, estúpidos del pueblo; insensatos
¿cuándo vais a ser cuerdos? El que plantó la oreja ¿no oirá? El que formó los
ojos ¿no va a ver?... El Señor conoce los pensamientos de los hombres".
Dios ve, pues, todas las cosas, y los
pensamientos y los secretos de la voluntad. De aquí que se les imponga especialmente
a los hombres la necesidad de obrar bien, porque todo lo que piensan y hacen
manifiesto está a la mirada divina. El Apóstol dice en Hebreos 4, 13: "Todo está desnudo y patente a sus ojos".
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