CAPITULO 2. (Continua)
Serviréis
a, dioses ajenos de día y de noche (Jerem., 16, 13), echa Dios por maldición a
los que sirven a los falsos dioses; y cúmplese muy bien en los que adoran la honra.
Hablando San Juan (12, 43) de una gente principal de Jerusalén, que creyeron en
Cristo, mas no osaron publicarse por suyos por respeto de los hombres, dice de ellos
con gran vituperio que amaron más la honra de los hombres que la honra de Dios.
Lo cual con mucha razón se puede decir de estos amadores de la honra, pues vemos
que por no ser despreciados de los hombres desprecian a Dios, cuya Ley se
avergüenzan de seguir, por no ser avergonzados de los hombres.
Mas
hagan lo que quisieren; honren su honra basta que no puedan más; que fija y
firme está la sentencia pronunciada contra ellos por Jesucristo, soberano Juez,
que dice (Lc, 9, 26): Quien se avergonzare de Mí y de mis palabras, avergonzarse ha
de él el Hijo de la Virgen; cuando viniere en su Majestad y de su Padre y de
sus ángeles. Y entonces cantarán todos los ángeles y todos los Santos (Ps.,
118, 137): Justo eres, Señor, y justos tus juicios; que si el vil gusano se
avergonzó de seguir al Rey de la Majestad, que Tú, Señor, te avergüences,
siendo la misma honra y alteza, de que una cosa tan baja y tan mala esté en
compañía de los tuyos y tuya. ¡Oh, con qué ímpetu (Apoc, 18, 21)
será entonces echada la honra de Babilonia en los profundos infiernos, en
compañía de tormentos del soberbio Lucifer, pues quisieron ser compañeros de él
en la culpa de la soberbia! No se burle; nadie, ni tenga por pequeño mal el
amor de la honra del mundo, pues el Señor, que escudriña los corazones, dijo a los
fariseos (Jn., 5, 44): ¿Cómo podéis creer en Mí, pues que buscáis ser honrados unos
de otros, y no buscáis la honra que de sólo Dios viene? Y pues este
mal afecto es tan poderoso, que bastó a hacer que no creyesen en Jesucristo,
¿qué mal no podrá?, ¿y quién de él no se santiguará? Por lo cual dijo San
Agustín que ninguno sabe qué fuerzas tiene para dañar el amor de la honra vana,
sino aquel a quien ella hubiere movido guerra.
CAPITULO 3
De qué remedios nos habernos de aprovechar
para desapreciar la honra vana del mundo, y de la grande fuerza que Cristo da
para la poder vencer.
Mucha
ayuda contra este mal nos debía ser, que la misma lumbre natural lo condene;
pues nos enseña que el hombre ha de hacer obras dignas de honra, mas no por la honrar
merecerla y no preciarla; y que el corazón grande debe despreciar el ser
preciado y el ser despreciado; y que ninguna cosa debe tener por grande, sino
la virtud.
Mas si
con todo esto no tuviere el cristiano corazón para despreciar esta vanidad, alce
los ojos a su Señor puesto en cruz, y verle ha tan lleno de deshonras, que si bien
se pesaren, pueden competir con la grandeza de los tormentos que recibía. Y no
sin causa eligió el Señor muerte con extrema deshonra, sino porque conoció cuan
poderoso tirano es el amor de la honra en el corazón de muchos; que no dudan de
ponerse a la muerte, y huyen del género de la muerte, si es con deshonra. Y
para darnos a entender que no nos ha de espantar lo uno ni lo otro, eligió
muerte de cruz, en la cual se juntan graves dolores con excesiva deshonra.
Mirad,
pues, si ojos tenéis, a Cristo estimado por el más bajo de los hombres, y
aviltado (vilmemente menospreciado, afrentado) con graves deshonras; unas, que
la misma muerte de cruz trae consigo, pues era la más infame de todas; y otras
con que particularmente ofendieron a nuestro Señor, pues ningún género de gente
quedó que no se emplease en le blasfemar, despreciar e injuriar con géneros de
deshonras no vistos; y veréis cuán bien cumple lo que predicando había dicho (Jn.,
8): Yo no busco mi honra. Haced vos así. Y si paras las orejas de vuestra alma has
de oír con atención aquel lastimero pregón que contra la misma inocencia se
dio, pregonando a Jesucristo nuestro Señor por malhechor por las calles de
Jerusalén, os confundiréis vos cuando lo vieres que os honran, o cuando deseéis
ser honrada; y diréis con gemido entrañable: ¡ Oh Señor! ¿Vos pregonado por
malo, y yo alabada por buena? ¿Qué cosa de mayor dolor? Y no sólo se os quitará
la gana de la honra del mundo, mas tendréis gana de ser despreciada, por ser
conforme al Señor, seguir al cual, como dice la Escritura (Ecli., 23, 38), es
grande honra. Y entonces diréis con San
Pablo (Gal., 6, 14): No agrade a Dios que yo me honre, sino en la cruz de
Jesucristo nuestro Señor; y desearéis cumplir lo que el mismo Apóstol dice
(Hebr., 13, 13): Salgamos,
a Él fuera del campamento, cargados con su oprobio.
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